Desde que la pandemia institucionalizó el encierro nos dedicamos a repetir la palabra “reapertura” como mantra. “Volver” se volvió el verbo que nos marcó el tiempo y permitió soportar lo pesado del presente con la idea esperanzadora de otro futuro. Pero desde casa, para aquellos que tuvimos la suerte de contar con la tecnología y las herramientas, también descubrimos otras perspectivas de nuestras rutinas que creíamos que no tenían otra forma de ser.
Ahora que la reapertura no es horizonte sino presente, volver a la presencialidad es una discusión por la que muchas y muchos estamos atravesando en nuestros trabajos y estudios, una discusión marcada por lo importante de volver a encontrarnos para la salud emocional, para los procesos de aprendizaje, para el trabajo colectivo y el desarrollo personal. Sin embargo, la posibilidad de la presencialidad en ocasiones llega como un presagio, el de perder los beneficios que encontramos en casa. Porque el mandato del encierro no solo llegó con restricciones, también trajo la emancipación de otras obligaciones. En muchos casos, trabajar o estudiar desde casa también significó libertad, calidad de vida y autodeterminación.
Pero “volver” no es siempre una discusión: con la llegada de las vacunas y las dinámicas de un mundo que parece haberse adaptado a ser en pandemia, la presencialidad también ha llegado como una orden. Un mandato que no pregunta y que ignora otras posibilidades del trabajo y de la relación con otros, otra cultura laboral posible.
Estos son cuatro testimonios de personas jóvenes que desde horizontes distintos han descubierto en la pandemia otras formas más cómodas de trabajar y estudiar, y para quienes volver a la presencialidad no es necesariamente la mejor opción.
1.
No quiero volver a la oficina porque creo que es innecesario. Yo soy la coordinadora de varias personas de un equipo de producción de contenido, y durante la pandemia siento que pude lograr que el equipo funcionara a distancia. No veo la necesidad de reacomodarnos a una dinámica diferente a la que por fin logramos que funcionara y que, la verdad, costó mucho esfuerzo.
Yo cambié de trabajo en la pandemia y antes odiaba ir a la oficina, porque era infeliz en mi anterior trabajo. La pandemia fue lo mejor que me pudo pasar, pero mi exjefe se las arregló para reforzar sus dinámicas de control incluso a distancia: me obligaba a prender la cámara, monitoreaba las horas que trabajaba. Siento que la pandemia nos hizo al menos cuestionarnos qué tan necesarias son esas medidas de control. Cuando pasé a este trabajo definitivamente me vi obligada a trabajar un montón más, pero en mi casa lo hago a mi medida y a mi ritmo. Creo que esa es la demostración de que el control sobre los empleados, en oficina o a distancia, es una cosa ineficiente.
Personalmente, siento que volver a la oficina es perder el tiempo en transportarse, en ir y volver. Y por otro lado, mis jornadas son muy extensas y creo que en un horario de oficina de 9 a 6 no me rendiría igual, o me tendría que quedar en la oficina hasta las 9 de la noche. Supongo que es una culpa capitalista la que me hace querer estar en mi casa, porque me concentro más y me rinde más.
Pero desde hace un mes volvimos a la oficina, solo los lunes, y la idea es retornar hasta dos días a la semana. Estoy tratando de lograr que se quede hasta ahí, temo que con el esquema completo de vacunación del equipo nos empiecen a pedir más presencialidad. Por ahora hay mucha flexibilidad: si una chica tiene dolor de garganta, tuvo contacto con alguien con sospecha de Covid, pues no va. Y a veces cuando varias no pueden ir postergamos.
De cualquier forma, siento que la vuelta a la oficina ha sido necesaria. El día que nos vemos tenemos varias reuniones presenciales, hacemos cosas de video, de redes; es un día al que le sacamos provecho. Además el equipo se lleva bien entonces es un ambiente chévere. Pero igual prefiero camellar en mi casa, siento que uno o dos días a la semana son suficientes para poder cuadrar las cosas más vitales.
La vida de oficina tiene unas ventajas muy chéveres, las de volver a interactuar con la gente, crear equipo. Pero al mismo tiempo a veces no me deja concentrarme. Todas mis razones personales para no volver van orientadas a poder trabajar más y mejor. Por eso creo que las dinámicas de control tienen que flexibilizarse y en vez de enfocarnos en qué tantas horas trabaja una persona, veamos qué resultados genera, eso también tiene que ver con tener más libertad: almorzar a la hora que considere necesario, tener mis propias dinámicas sin que nadie me joda la vida. Eso me gusta.
2.
Son varias las razones para no querer volver a la universidad. La primera es que vivo lejos y me demoro tres horas yendo y viniendo. También me preocupa que la gente se esté tomando el virus de manera muy laxa y yo no. Y por otro lado siento que soy una persona un poco incómoda y que en estos 525 días perdí capacidades de socialización.
Soy una persona muy expresiva facialmente, pero mis expresiones no suelen estar en la misma línea de lo que estoy diciendo, la gente se siente rara cuando sonrío mientras me cuentan que se les murió el gato, por ejemplo. Eso es algo que venía controlando y haciendo el proceso de mejorar, pero detrás de una pantalla, donde simplemente puedo apagar la cámara, eso se va olvidando o se deja de poner en práctica.
Y hay otro tema, que es más difícil para mí, y está relacionado con los hombres. Es curioso porque yo solo tengo amigos hombres pero hace unos años tuve un caso de abuso sexual y después me ha tomado mucho trabajo relacionarme con otros. Tal vez por eso también me angustia lo presencial. Antes de eso creo que ya era medio incómoda, y a veces hago chistes que nadie entiende o que son muy pasados, pero a partir de ese momento de abuso empezó a cambiar mi relación con la gente, y con la pandemia peor.
Además siento que en este último año y medio el mundo ha evolucionado y yo no he estado al tanto. En uno de los varios trabajos que tengo usan mucho el lenguaje inclusivo, y yo todavía no me he puesto a entenderlo, entonces siento que cualquier cosa que yo pudiera decir en la vida real es un escenario potencialmente problemático. Me cuesta imaginar ese tipo de cosas, o las interacciones en un salón de clases, donde uno está más propenso a la mirada del profesor que, además, le pone nota a tu participación en clase.
Me he dado cuenta de que por mi salud mental necesito estar ocupada, y estudiar y trabajar en mi casa me ha ayudado con eso. Además de estar haciendo una maestría, estoy trabajando en cuatro proyectos distintos, por lo que tengo que hacer muchas cosas al tiempo que no podría estar haciendo si me estuviera transportando de un sitio a otro. Y suena chistoso, pero me he dado cuenta de que me concentro más si estoy haciendo otra cosa durante una reunión o una clase. Si me quedo quieta, me duermo. Y eso es algo que cuando tienes al profesor al frente no vas a poder hacer, porque socialmente está mal visto. Entonces poder refugiarme detrás de una pantalla me da más tranquilidad y más campo para hacer más cosas.
Por ahora, afortunadamente solo tendré que ir a la universidad en septiembre, y solo porque una profesora decidió que no iba a hacer transmisión de su clase, a pesar de que la clase es semipresencial con transmisión. Pero me da mucha angustia que a la segunda vez de volver a la universidad me dé cuenta de que no puedo hacerlo. Si eso pasa mi plan es acogerme a una opción que sacó la universidad en pandemia que incentiva hablar con el profesor y priorizar la salud mental.
Creo que siento una ansiedad que se divide en dos: tiene que ver con el Covid y también con la parte social y presencial. Lo que creo es que por lo menos en el próximo año, no veo que sea posible que ya tengamos que volver, siento que entre más variantes haya del virus va a ser difícil que las vacunas nos cubran. Y aunque creo que la gente va a seguir siendo un poco flexible, la virtualidad no va a ser un refugio a tiempo completo. A medida que se vayan abriendo las cosas va a ser más difícil.
3.
La realidad llegó como un golpe: pronto estaré de vuelta en la oficina y tendré que volver a cagar en un lugar que no es mi baño. El de mi casa. Donde las consecuencias de mis ruidos y mis olores y mis demoras son solo un problema para mi.
Pronto tendré que volver a esos cagos rápidos y angustiosos en los que ni Tik Tok ni nada y salir antes de que algún compañere reconozca mis zapatos por debajo de la puerta. Porque los baños de las oficinas —no tengo pruebas pero tampoco tengo dudas— fueron diseñados para eso: para optimizar el tiempo de trabajo. ¿Por qué putas alguien haría que un baño que se comparte no tenga una puerta que llegue al piso sino a la distancia perfecta para que a uno se le vean los zapatos y los pantalones y la ropa interior sobre los tobillos? ¿Por qué, sino para que la gente no se tranquilice ni un solo instante, hacen que esos baños tengan eco y no tengan techo privado? Todo en los baños de oficina está hecho para que un culo nervioso (como el mío) se frunza en una pataleta estreñida. Los cerrojos diseñados para nunca cerrar del todo. El papel higiénico roñoso que nunca logra salir entero sino en cuadritos ínfimos que uno apila uno sobre otro como un sanduchito de miseria.
Y parece una tontería pero no lo es. No para mí. No solo porque no poder cagar tranquilo es algo que me atormenta sino porque me recordó que pronto mi cuerpo estará otra vez en público.
Y hay cosas con mi cuerpo con las que he hecho paz en la pandemia. Dejé, por ejemplo, de vestirme en función de algo que no sea la comodidad. Ya no me interesa combinar ropa, ponerme algo que no sea tenis, repetir y repetir el mismo pantalón todos los días. En este año y medio de teletrabajo he entrado en una paz infinita con mi corporeidad. En este año y medio es muy poco el desodorante que me he echado.
Pero ahora tendré que volver a controlar cosas de mi cuerpo para estar en contextos sociales, y eso ha despertado algo de ansiedad (que me hace sudar y como ya no uso desodorante, pues huelo más).
Parece una tontería pero no lo es: durante un año y pico, quienes vivimos solxs, tuvimos la dicha de ser nuestra propia sociedad. De vivir en un espacio donde no había que pasar por esos procesos de auto edición que nos pide el vivir con otra gente. Un año y medio de cromañones felices.
Un año y medio de papel higiénico triple hoja en cualquier momento del día.
El cuerpo vuelve a lo social. Y eso me llena de angustia.
4.
Desde que empezó la pandemia la firma de abogados en la que trabajo nos mandó a todos a trabajar en la casa, desde entonces mi trabajo fue totalmente home office. Pero la semana pasada tomaron la decisión de que vamos a empezar a ir todos a la oficina todos los días, menos un día a la semana.
Nadie se esperaba la noticia de que tendríamos que volver, los chismes en la oficina eran que nos iban a hacer volver hasta el próximo año, con alternancia. De hecho uno de los socios de la firma es quien está más nervioso con el tema del virus, él se sentía súper tranquilo trabajando desde la casa y no quería volver. Aún así, nos citaron a una reunión a decirnos que a partir de esta semana, del lunes, teníamos que volver, la excusa era que hace año y medio habían hecho un esfuerzo enorme para comprar la oficina y pues no la estamos aprovechando.
Y la verdad es que nadie quería volver, a mí no me gustó ni cinco la decisión. Siento que fue una medida impuesta. Ellos han tratado de ser un poco flexibles con las personas que viven lejos diciendo que no tienen que llegar a las 8:30 sino que pueden llegar a las 9:30, para no subirse a un Transmilenio lleno de gente. Pero igual fue una imposición, no abrieron el diálogo al respecto.
Yo estaba muy cómoda trabajando desde mi casa. Cuando iba a la oficina me gastaba una cantidad de plata impresionante en transportes y almuerzos. Trabajar desde la casa significó ahorrarme toda esa plata y además la libertad de manejar mi tiempo y mis horarios, eso me gusta mucho: podía levantarme un poquito más tarde, empezar a trabajar a la hora más cómoda para mí y en cualquier caso terminar un poco más tarde.
Reconozco que relacionarse con otras personas en el día a día de manera presencial es importante, también es más sencillo y fluido a tener que estar llamando por teléfono o escribiendo correos. Además el ambiente laboral en el que yo trabajo no es una pesadilla. Pero siento que detrás de la decisión de volver hay un interés de los socios de la firma por sentir que no han perdido control sobre sus empleados y sus horarios, de sentir que ellos todavía están a cargo. Esa me parece una cultura laboral un poco desconsiderada con las personas que viven lejos. Hay dos compañeras, por ejemplo, que perfectamente pueden hacer su labor desde casa y que tienen clase a las 7 de la mañana, por lo que tienen que salir de su casa antes de las 5 de la mañana para poder estar en la oficina y estar en su clase. Me parece triste que se priorice esa necesidad de control sobre la posibilidad de darles a los empleados un poco más de calidad de vida.
Hoy mismo yo preferiría trabajar totalmente desde mi casa. Yo ahora priorizo y le doy más importancia a mi calidad de vida y a tener más tiempo para mí en lo que sea: en dormir, hacer ejercicio, ver una serie, leer. A largo plazo creo que lo ideal sería un modelo de alternancia, ir unos días a la oficina, otros días estar en la casa. De cualquier forma creo que este tiempo me enseñó que, así me toque volver a la oficina presencialmente, voy a darle prioridad al tiempo de calidad para mí, que es algo que antes no hacía porque siempre estaba la excusa del trabajo, de cumplir el horario y llegar a mi casa cansada y no hacer nada más. La idea ahora es seguirme sacando tiempo porque de eso se trata, ¿no?, de trabajar para vivir y no de vivir para trabajar.