Las periodistas son víctimas de distintos tipos de violencia verbal, psicológica y física por ser mujeres. Una amiga periodista me contó que por ser rubia no le creían que pudiera hacer una nota de investigación. Otra me contó que siempre le explicaban todo “con plastilina… para que entendiera”. A otra una fuente le dijo que le daba la información si se acostaba con él. A muchas de mis colegas le han sugerido irse arregladas para hablar con sus fuentes o les han asignado “notas en secciones ‘menores’ de cultura o entretenimiento”.
Una vez un profesor de periodismo me dijo que prefería que yo lo ayudara con una nota porque mis compañeras “no daban la talla”.
Aunque a muchos nos suene descabellado y retrógrado, hoy a muchas mujeres periodistas todavía les toca demostrar que están de igual a igual con sus colegas hombres.
La Unesco en su Tercer Panel anual de protección a periodistas de 2017 recomendó que los gobiernos del mundo deben ponerle especial atención a cómo se está violentando a las mujeres reporteras a través de agresiones físicas, matoneo on line y off line y normalización de la discriminación por género en las salas de redacción.
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“Cuando tenía que regañar a un editor, sobre todo con las editoras, las encerraba en una sala y empezaba a gritarlas”, dijo un exreportero del periódico La República, en entrevista a Vice Colombia, cuando se refería al trato que el director del periódico tenía con sus periodistas y especialmente con las mujeres. Según otro exreportero, el director les decía cosas como estas a sus editoras: “Vos tenés que demostrar yo por qué te ascendí, o la gente va a decir que porque sos bonita yo te estoy comiendo”.
Desafortunadamente este tipo de agresiones contra las reporteras que trabajan en medios colombianos no es un tema aislado. Son prácticas sistemáticas y silenciosas.
Desde 2016 un hombre acosa a la periodista y presentadora Cathy Bekerman. Le pide que abra las piernas en vivo, que le cuente sobre su ropa interior. Le dice que “que no soporta verla en la pantalla, que es muy bella”. Pero el acoso pasó a ser amenazas: le dijo que le iba echar ácido en la cara, que iba a atacar a sus padres.
Ese mismo año la Fundación para libertad de prensa (Flip) conoció el caso de una reportera que fue violada por un miembro de su propio esquema de seguridad luego de ser amenazada por su ejercicio periodístico.
En marzo de 2017, Elyangélica González, corresponsal de Caracol Radio en Caracas, fue agredida físicamente por la guardia nacional venezolana cuando cubría en vivo las protestas de la oposición frente al Tribunal Supremo de Justicia. La agarraron entre al menos seis guardias, la arrastraron, le pegaron en la cara y le retuvieron y destruyeron su celular. González aseguró que terminó “arañada y con sus propios pelos en las manos”.
Este tipo de agresiones son naturalizadas e invisibilizadas, incluso por ellas mismas
La Federación colombiana de periodistas (Fecolper) asegura que en 2015 recibieron reportes de 222 amenazas a la libertad de prensa en el país, de las cuales el 17 % corresponden a agresiones contra mujeres. Fecolper señala que, aunque aparentemente son muchas menos que las de los hombres, saben que para las reporteras hay “un subregistro de violaciones a la libertad de prensa en el ejercicio de su labor periodística” e incitan a realizar investigaciones que den cuenta de este tipo de agresiones. De la misma forma, la Flip en su informe anual de 2016 asegura que este tipo de agresiones “son naturalizadas e invisibilizadas, incluso por ellas mismas”. Según el informe en 2016 hubo registro de 33 caso de agresiones a periodistas mujeres de las cuales dos están identificadas como agresiones relacionadas con su género. Pero la Flip es enfática en que no hay un verdadero registro sistemático de este tipo de agresiones y los medios no tienen protocolos para facilitar las denuncias de las periodistas.
070 RECOMIENDA
El informe 'Silencio OFF' de la FLIP de 2016 en el cual se identifica la situación de la libertad de prensa en Colombia.
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El problema más grave es que la autocensura es muy alta. Muchas periodistas no quieren perder a sus fuentes o no quieren arriesgar sus puestos de trabajo y por eso no denuncian sus limitaciones en la libertad de prensa y mucho menos las que están asociadas con su género.