“Tú vete a tus aposentos de nuevo y atiende a tus propias labores, al telar y a la rueca… hablar le compete a los hombres y de entre todos a mí, porque yo tengo el poder en la casa” (Mary Beard, mujeres y poder).
Esta es la frase que le dice Telémaco a Penélope, su madre, cuando en el gran salón Penélope pide al músico que cambie la canción que narra las dificultades que enfrentan los héroes griegos para regresar a su casa por una más alegre.
La escena de la Odisea refleja la situación actual de mujeres que desde diferentes lugares políticos y territoriales están haciendo política, denunciando y visibilizando las prácticas tradicionales que caracterizan la política electoral en Colombia.
Cuando la exsenadora Aída Merlano decidió denunciar la forma en que se compraban votos en la Costa, el clan político involucrado y sus defensores la llamaron «loca», «ardida», «la amante», «un error». Que se encargue de ocupar los lugares de la mujer sancionada que le competen. Y rápidamente una conversación con serias implicaciones penales para un precandidato presidencial terminó convertida en un cotilleo público obsesionado por los detalles de una relación íntima de una mujer en el cadalso.
Al igual que en la escena de la Odisea, la política electoral pareciera ser un espacio en el que solo hombres tienen el poder sobre esta casa que llamamos Colombia. Es un espacio que le exige a las mujeres recordar cuál se su lugar y a quiénes les compite hablar cuando ellas alzan la voz para denunciar las prácticas machistas, patriarcales, clientelistas y corruptas.
Según Beard, cuando las mujeres hablamos solo se nos permite hablar como víctimas o mártires, para defender a nuestrxs hijxs y esposos, y solo en circunstancias extremas. Podemos hablar para defender el interés público, pero no podemos hablar en nombre de los hombres ni de la comunidad, porque por supuesto tenemos que guardar modestia y humildad.
Y además, cuando decidimos alzar la voz para denunciar las violencias que sufrimos y a nuestros agresores, somos trivializadas y nos vuelven a re-privatizar, es decir, nos devuelven al espacio de ser la amante de, la esposa de y se silencian los argumentos detrás de la denuncia.
En el caso colombiano, las denuncias hechas por algunas mujeres que han entrado al juego político tienen que ver con las prácticas de un sistema machista y patriarcal, que compra votos, que realiza alianzas entre sector privado y público para mover los hilos de poder, y que garantiza que las mismas familias de siempre detenten el poder. O que en su defecto, sigan siendo los hombres, cis y heterosexuales quienes estén a cargo de tomar las decisiones más importantes de la vida nacional. No es casualidad que Colombia no haya tenido una mujer presidente a la fecha, o que ni en el Congreso de la República, ni en Alcaldías, gobernaciones o Asambleas, las mujeres alcancemos a ser el 30% de quienes ocupan estos espacios, a pesar de que la Ley de cuotas establece que en estos lugares al menos ese porcentaje de las curules debería ser ocupado por mujeres.
El silenciamiento, el hostigamiento, la estigmatización y la re-privatización de las mujeres es el tono de estas elecciones por parte de liderazgos políticos visibles, algunas de sus militancias, y algunos medios de comunicación. El caso de Aída Merlano muestra con claridad a lo que se enfrentan las mujeres cuando denuncian en el espacio público las prácticas nefastas y bien sabidas de la democracia en Colombia. Su caso muestra también que en estas elecciones cuando se trata de mujeres pareciera que importa más haber sido amante que exponer liderazgos tradicionales masculinos respetados por sus militancias.
El caso de Merlano muestra la banalización de las denuncias y de la práctica política de las mujeres. Este señalamiento a un candidato presidencial de ser responsable de secuestro, de intento de homicidio, de prácticas electorales que funcionan en alianza con empresas privadas, de compra de votos con dineros públicos y de garantizar la permanencia de los mismos clanes en el poder, muestra que cuando una mujer en política denuncia, importa más su vida personal que el fondo de lo que denuncia. Importan más los detalles íntimos de qué hizo con quién y cómo eran sus conversaciones por WhatsApp, que las prácticas patriarcales denunciadas, las mismas que han producido que históricamente las mujeres estemos relegadas en las políticas públicas, por ejemplo, que hoy el desempleo de mujeres esté en el 17,5% mientras que el de los hombres es del 10,3% o que dediquemos más de 7 horas a trabajo de cuidado no remunerado.
En lugar del tono con que se ha discutido el caso de Merlano, la atención también debería estar sobre el actuar de un político que busca silenciar a una mujer que está denunciando cómo funciona la política tradicional colombiana. ¿El problema es realmente que Merlano haya sido amante de Gerlein y de Char? ¿No es problemático que dos clanes conocidos en Colombia por detentar poder político y económico estén haciendo uso de recursos públicos para financiar campañas, que operen como mafias, y que con ello, afecten un proceso electoral en un contexto en el que Colombia necesita de reformas estructurales? ¿Cuál es la discusión urgente y de interés público?
El caso Merlano tiene varios elementos en común con lo que le sucede a mujeres que aspiran a la política electoral en Colombia. Desde Artemisas, particularmente desde la Red Nosotras Ahora, hemos acompañado varias candidaturas a cargos de elección popular, y en la mayoría de casos nos hemos encontrado con mujeres que son silenciadas: en Bajo Cauca por denunciar desvíos de dinero destinados a la construcción de hospitales. Hijas agredidas por padres que buscan que ellas obedezcan y les garanticen seguir gobernando en cuerpo ajeno. Esposos que maltratan a esposas porque deciden traicionar el rol tradicional de esposas y madres. Mujeres que han denunciado al interior de sus partidos y movimientos políticos prácticas machistas que buscan eliminarlas, que logran cansarlas, castigarlas y exponerlas a la palestra pública.
Esas violencias que afectan de forma diferencial a las mujeres en la política son las que llevan en muchos casos a que las mujeres deban retirarse, huir de las peores formas, como el caso de Aida Merlano. Al final el efecto son mujeres que se salen de la política. Y ello produce un efecto en el liderazgo de las mujeres que quieren aspirar al poder pero sienten pánico de terminar siendo tratadas no como sujetos políticos, con agencia y voz de denuncia, con propuestas de transformación estructural, sino como personas que serán juzgadas por las decisiones que han tomado en su vida personal.