Cristina Vélez creció con el ejemplo. Su papá cocinaba y su mamá lavaba. Ambos criaban. Ambos trabajaban. Hoy siguen siendo un equipo. Con su esposo, Alejandro Salas Pretelt, es igual. Su familia representa nuevas masculinidades: un modelo basado en el respeto y la equidad que esta secretaria de la Mujer espera replicar en Bogotá. Tiene claro que, para igualar y restablecer los derechos de las mujeres, es necesario eliminar los estereotipos y reducir nuestro machismo. Para alcanzar la igualdad, también es necesario abrir espacios que, social y culturalmente, han estado negados a los hombres como, por ejemplo, la sensibilidad.
Su campaña por las nuevas masculinidades se llama ‘Sin vergüenza’. Tiene siete videos. Más de 190 mil vistas en Youtube. Se divulgan por redes sociales y cadenas nacionales. En ellos, dos hombres al ritmo de la salsa-choque rapean por las nuevas masculinidades “Evito a toda costa la agresión, hablar funciona más que agarrarse a las trompadas”. En otro, bailan trapeando: ¡El que friega soy yo! Sin vergüenza de limpiar, de barrer, de lavar”. El programa estrella de la Secretaría de la Mujer, una de las 32 entidades que tiene la Alcaldía de Bogotá, busca cambiarles el chip a los bogotanos e invitarlos a asumir nuevos roles del hogar como la paternidad responsable y, así, construir verdaderos hombres sin ninguna vergüenza.
Un verdadero proceso de transformación social no es viable sin incluir a los hombres quienes también son replicadores de nuestra cultura machista. El éxito en esta transformación se vería reflejado en una reducción de las cifras de la violencia de género que, sólo entre enero y noviembre del año pasado, la cual se evidenció en los casos de más de mil mujeres víctimas de violencia que ingresaron a las Casas Refugio de la entidad; en los 12 mil casos de atención psicosocial y otros 11 mil casos jurídicos, que acompañó la Secretaría de la Mujer como parte de sus programas preventivos y reactivos
En colegios europeos se está distribuyendo como lectura obligada Todos deberíamos ser feministas, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. La idea es que hombres y mujeres sean conscientes e internalicen conceptos como los siguientes: “Reprimimos la humanidad de los varones. Definimos su masculinidad de manera estricta, y la convertimos en su pequeña jaula. Les enseñamos que deben tener miedo a la debilidad y la vulnerabilidad (…) Les enseñemos a las niñas a sentir vergüenza. ‘Cierra las piernas, cúbrete’. Les hacemos sentir como si por haber nacido mujeres ya fueran culpables de algo. Crecen para ser mujeres que se silencian a sí mismas (…)”. Romper los paradigmas y abrir nuevos espacios es el fin último del programa Sin vergüenza.
Para hacerlo, Cristina está convencida de que es necesario redistribuir tareas y cambiar conductas que han definido nuestras relaciones y nuestra forma de pensar. Para esto, Cristina reunió un equipo de sesenta hombres y varias entidades para definir cuáles eran las mejores prácticas para transformar nuestra cultura. El resultado fue Sin vergüenza que, por su componente pedagógico, desmitifica imaginarios y abre espacios para construir esas nuevas masculinidades que empiezan a promocionar y fomentar relaciones con las mujeres en igualdad de condiciones.
En Bogotá, las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres en tareas del hogar y continúan ganando hasta un 20 % menos que ellos, según las estadísticas oficiales. Además de las desigualdades prácticas, las hay emocionales. Cada 12 horas, hay 11 víctimas de violencia física contra las mujeres por parte de su pareja, según cifras de Medicina Legal, el organismo que reporta las estadísticas sobre la materia
El interés de Cristina por los temas de género empezó muy joven. Ella recuerda que a los 12 años discutía con José Vicente Mogollón, el papá de un amigo, sobre la importancia de salvar a los delfines y pingüinos. Pero fue con la esposa de Mogollón, Ángela Gómez, con quien descubrió su pasión: “Ángela fue por más de 30 años presidenta de la junta de Profamilia. Trabaja en temas de mujeres, derechos reproductivos y sida. Eso sí era mucho mejor que salvar a los pingüinos. Era mi ídolo y ha sido mi ejemplo a seguir”. Entre 2010 y 2015, Cristina hizo parte de la asamblea de Profamilia*.
Su familia cuenta que, en el Colegio Nueva Granada, andaba con el pantalón bombacho y sin mucha producción. Ella y su grupo de amigas siempre fueron las pilas. Aunque se ha rodeado de gente que le aporte intelectualmente, se desenvuelve con cualquiera. A pesar de su carisma, no todos fueron tan amistosos. Cristina recuerda que en el bus una niña mayor le hacía bullying por su forma de llevar la camisa; con mayor provocación ella se la abotonaba hasta el tope. Cuando tuvo que ir al colegio en muletas por varios meses, por una enfermedad en la cadera, vivió en carne propia lo que significaba estar en situación de desventaja. Correr maratones y consagrarse como deportista marcó la superación.
Cristina realizó su pregrado y maestría en historia en la Universidad de los Andes. Luego un Doctorado en administración en la misma institución. Su primo Mateo Lleras cuenta que en su casa siempre se valoró más la inteligencia y el conocimiento que la fuerza o el poder. Los debates de las ideas siempre han sido protagónicos de los encuentros en familia. Aunque ella considera que la inteligencia está sobrevalorada, dado que las habilidades que importan son las que requieren esfuerzo propio: la disciplina y la dedicación. Varios reconocimientos a lo largo de su vida académica como un Grado con Honores y la distinción Andrés Bello confirman el cumplimiento de sus propios ideales.
Su primer trabajo fue en la consultora en comercio exterior de Martha Lucía Ramírez, exministra de Defensa y de Comercio Exterior, y Ángela María Orozco, también exministra de esta última cartera. Luego, empezó a trabajar en el Departamento Nacional de Planeación con el economista Daniel Castellanos en temas de competitividad y pasó a asesorar a Esteban Piedrahita cuando éste entró como director. Cuando empezó su doctorado en Administración, a Piedrahita lo reemplazó el codirector del Banco de la República, Hernando José Gómez, quien intentando retenerla le dijo “Tú qué haces presentaciones tan bonitas, por qué no te quedas”. Fue el detonante para que renunciara y se dedicara a la academia. “El estudio es una forma de que te tomen en serio”, asegura Cristina.
Su amigo Juan Esteban Lewin, el abogado y editor de La Silla Vacía, dice que ella puede ser clave en la Secretaría, no sólo por su conocimiento y experiencia en administración y en sector público, sino por su convicción sobre una sociedad igualitaria. Su influencia familiar es clara: su mamá, Carolina Valencia, ha trabajado enseñando ciudadanía y educación para la paz en varias universidades. Carolina afirma que su ética y experiencia en educar ciudadanos ha sido determinante en la formación de su hija. El lado empresarial lo heredó de su abuelo, un paisa hecho a pulso, que contribuyó a crear el Grupo Sanford (dueño de plantas en polipropileno y resina de PVC) y de su papá, Alejandro Vélez que hoy es presidente de Comapán (una empresa tradicional de panadería y pastelería).
Cristina se enorgullece de que su esposo Alejandro sea un abanderado de las nuevas masculinidades. Son un equipo que se aconseja y se apoya incondicionalmente, inclusive cuando Cristina decidió irse por seis meses a Inglaterra a un intercambio, sola con Amelia, su primera hija. Hoy Amelia y tiene ocho años y una hermana de tres. Ellas son el mayor orgullo en su vida. Cristina puede ir a trabajar tranquila porque tiene una maternidad compartida. Cuenta con la ayuda de ‘las dos mujeres de su vida’, Erica y de Myriam, quienes cuidan a sus hijas mientras ella trabaja. Gracias a Erica, que viene de la Guajira, sus hijas aprenderán otra lengua.
Cristina pasa sus días y noches trabajando por la libertad y los derechos de todas las mujeres en Bogotá, acompañando de cerca graves casos de violencia, salud mental, tráfico y discriminación. La profundización en la situación de miles de bogotanas acarreó una carga emocional que tuvo que aprender a administrar. Carine Pening, quien trabaja con ella, dice que es una trabajadora incansable y exigente consigo misma, aunque debería exigirles más a algunos de su equipo porque termina asumiendo cargas ajenas.
En la oficina, nunca la han visto brava. Amelia sí. Cristina confiesa que llevaba la furia a su casa y que a su hija Amelia le estaba dando durísimo. Ella esperaba que, a sus ocho años, Amelia estuviera lista para salir a las 6:45 a.m. bañada y vestida, con la tarea de francés y la trenza perfecta. Cristina es consciente y trabaja para no llevarse ni una sola furia más a su casa. La enajenación del tiempo tampoco ha sido fácil. Amelia le reclamó en una ocasión que llegó de trabajar a las 11 de la noche “¿Cuál es tu explicación, mamá? Ayer me desperté y no estabas, y me fui a dormir y no habías llegado”.
Cristina ha contado con la suerte de crecer en un contexto donde se le brindaron las oportunidades para ser igual en muchos ámbitos de su vida. Tenía garantizados sus derechos gracias su familia y muchos otros hombres y mujeres que, sin ser del todo conscientes, estaban comprometidos con construir una cultura más igualitaria. Emma Watson en su discurso de la ONU explica que los hombres también están atrapados por los estereotipos de género. Liberarlos de estos trae como consecuencia natural el cambio en la situación de las mujeres. Aunque no podamos negar que, en Colombia, la clase marca la brecha de desigualdad: la base para eliminar el machismo radica en estas nuevas masculinidades y en estas mujeres empoderadas que abanderan una transformación social que puede cambiar y mejorar la vida de todos los bogotanos.
* NOTA DEL EDITOR (01/09/2017): ESTA VERSIÓN DEL PERFIL FUE CORREGIDA. CRISTINA VÉLEZ NO HACÍA PATE DE LA JUNTA DE PROFAMILIA, COMO APARECIÓ EN LA PRIMERA VERSIÓN DE ESTE PERFIL, SINO DE LA ASAMBLEA DE PROFAMILIA ENTRE 2010 Y 2015.