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¿Se puede cerrar una selva? Sobre los intentos de bloquear el tránsito migratorio por el Tapón del Darién

Difícilmente las acciones conjuntas de los gobiernos de Estados Unidos, Panamá y Colombia en el Tapón del Darién logren frenar el tránsito migratorio.

por

Ximena Canal Laiton

Investigadora sobre migración mixta en las Américas


05.07.2024

Collage por Nefazta

La mañana del jueves 4 de julio nos despertamos con una tormenta de noticias replicadas: “cerraron el Darién”. El nuevo presidente de Panamá, José Raúl Mulino, empezó a cumplir su promesa de campaña de bloquear el Tapón del Darién para impedir el paso de migrantes, y ordenó instalar una especie de cerca de alambre de púas durante la noche del 3 de julio ¡en una de las selvas más tupidas del mundo!

Unas horas más tarde pasó lo inevitable. Las personas migrantes en tránsito por la zona removieron algunos de los obstáculos y siguieron su ruta. Otros puntos continúan cerrados y, “para lograr hacer un cierre en el área terrestre”, la Fuerzas Militares de Colombia planean enviar a 180 de sus integrantes a custodiar la zona.

La instalación del alambre se hizo unos días después de la reunión entre los gobiernos de Panamá y Estados Unidos, en la que firmaron un memorándum de entendimiento para “disuadir la migración irregular” y reducir, en teoría, “la cantidad de migrantes perjudicados por el cruel tráfico de personas a través del Darién”. La principal medida anunciada era la repatriación inmediata de quienes crucen la frontera de Colombia con Panamá. Pero las dudas sobre si los alambres de púas y las repatriaciones masivas pueden disuadir la migración o reducir los peligros de las personas en tránsito son más grandes que las montañas del Darién.

¿Para qué sirven los muros?

Las cercas de Mulino no son una idea novedosa. Los países que han construido barreras físicas para intentar impedir el paso de personas se cuentan en decenas. Aunque el muro más popular es el construido por Estados Unidos en varias partes de su frontera con México, en nuestra región Ecuador, Argentina y República Dominicana también han construido barreras similares, y Chile ha cavado zanjas con el mismo propósito.

La pared de Estados Unidos, una de las más famosas del mundo, nos da una idea de para qué sirven los muros. Su construcción empezó hace 30 años, en el marco de la “Operación Guardián”, para impedir el ingreso irregular de personas migrantes ‘indeseadas’. Sin embargo, los ingresos de este tipo siguieron aumentando hasta la crisis económica de este país, y tras la pequeña pero muy mediática ampliación realizada durante el gobierno Trump (2017-2021), los ingresos migratorios irregulares volvieron a aumentar.

En morado, el inicio de la construcción del muro. En verde, el periodo presidencial de Trump. Fuente: U.S. Border Patrol.

En general, los muros, las vallas, las zanjas (así como las visas, los cobros y otras políticas migratorias restrictivas) no han impedido que las personas crucen las fronteras, pero sí han incrementado los peligros y los costos en las trayectorias migratorias. Las personas en tránsito arriesgan sus vidas para superar esos obstáculos –y a veces mueren– y buscan rutas con menos presencia de agentes migratorios y más presencia de criminales y abusadores. Además, estos obstáculos han fortalecido las prácticas de corrupción de algunos guardias fronterizos y los negocios informales de personas que ofrecen transporte y guía para cruzar fronteras, a veces a precios elevadísimos, y a veces, incluso, en manos de redes de crimen organizado.

Entonces los muros (y las medidas complementarias) más que barreras físicas son mensajes de odio. Sirven para fomentar la aporofobia, el racismo y la xenofobia, y utilizarlos como elementos de campañas electorales exitosas. También para amedrentar, humillar, sancionar e incluso condenar a muerte a personas obligadas a desplazarse por la pobreza y la violencia por el “delito” de migrar. Quienes construyen muros saben que no pueden frenar la migración, pero sí hacer del camino un castigo, el más hostil que les sea posible.

¿Cerrarán el Darién?

Activistas en campaña, expulsores en presidencia: el discurso antiinmigrante del gobierno Boric

La llegada de Gabriel Boric a la presidencia de Chile auguraba el retorno de la concepción de la migración como derecho humano y la posibilidad de elegir ese país como destino. La militarización de su frontera con Perú y Bolivia y la creación de una ley que restringe y persigue la migración y el refugio muestran lo contrario. ¿Qué pasó?

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Hace menos de un año Mulino afirmaba, con sensatez, que “cerrar frontera como piden algunos es imposible por el tipo de frontera porosa q es” (sic). Tenía razón. Hasta hace unos años el Tapón del Darién seguía haciendo honor a su nombre, y la densidad de su selva impedía casi cualquier tránsito humano. Pero la necesidad y la tenacidad de la población migrante abrió ese corredor lleno de animales, corrientes y abismos peligrosos. Los gobiernos de EEUU, Panamá y Colombia saben que, en el Darién, si ponen un alambre de púas, no faltarán manos para quitarlo; y si militarizan la zona, incrementarán los riesgos y los peligros de la población migrantes; y si bloquean algunos pasos, las personas en tránsito encontrarán otros caminos. E igual seguirán llegando, seguramente en peores condiciones, hasta Estados Unidos; aunque no lo quieran. 

Esta vez Estados Unidos, sumado a su deseo de cerrar su puertas, habla de su plan para “detener el enriquecimiento de las redes de tráfico de personas malignas que explotan a migrantes vulnerables”. Hay una preocupación por las personas en tránsito en sus palabras que parece desaparecer cuando las mismas llegan a su territorio. Aparte, los hechos indican que si intentan cerrar el Darién y llevan a cabo sus “repatriaciones inmediatas” seguirán causando todo lo contrario. Esto es el fortalecimiento del Clan del Golfo que controla el tráfico de migrantes en el territorio colombiano, mayores necesidades de acceder a traficantes de migrantes esta y otras rutas migratorias, aumentos en las tarifas por el cruce de las fronteras, y más abusos y más violaciones de derechos humanos. Es sólo un nuevo castigo, una declaración más de su odio.

Ni los muros, ni las detenciones ilegales, ni las separaciones de niños y niñas de sus familias, ni las boyas con sierras giratorias que amenazan con desmembrar a quienes las toquen, ni los insultos, ni las corrientes de los ríos Turquesa y Bravo, ni las caídas en el Darién, ni un largo etcétera han disuadido a la gente de migrar a Estados Unidos. El fortalecimiento de las economías y el respeto a los derechos humanos en sus lugares de origen lo harán; y Estados Unidos puede tener un rol al dejar de interferir en el desarrollo de todos los países que tiene al sur. 

Intentar cerrar el Darién podrá generar un represamiento de personas con altas necesidades humanitarias en el Urabá antioqueño y chocoano, en Colombia, y el incremento del uso de rutas ya existentes por otras zonas del Darién, o vía marítima por San Andrés o Juradó; pero muy posiblemente no podrá disuadir la migración. Sólo personas que ven en los riesgos de migrar una opción más segura que su propio hogar se atreven a emprender una travesía potencialmente mortal; un alambre de púas custodiado no las va a detener.

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Ximena Canal Laiton

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