Call Me By Your Name (2017)

La más reciente película de Luca Guadagnino, inspirada en la novela homónima de André Aciman, es la tercera parte de su trilogía del deseo. Una mirada a la inminencia de la atracción, el surgimiento del deseo y el amor de juventud.

Empieza por la habitación.

En algún lugar del norte de Italia, Elio, de diecisiete años, le muestra su habitación a Oliver, un estudiante de posgrado estadounidense que ha llegado por invitación del padre de Elio, un profesor, a vivir en su casa y trabajar en un proyecto académico durante el verano. “Mi habitación es ahora tu habitación”, dice Elio, y al hacerlo ya se intuye que en ese espacio cedido, lugar de la intimidad y el descanso, está el anuncio de lo que vendrá después: el espacio que le era propio ahora es compartido, ahora es de otro. Es el cuarto y será luego esa otra habitación que es uno mismo: el cuerpo.

“Mi habitación es ahora tu habitación”, que es lo mismo que decir “Llámame por tu nombre y yo te llamaré por el mío”.

Call Me By Your Name es la más reciente película de Luca Guadagnino, y la última de lo que el director ha llamado la trilogía del deseo, conformada por la exquisita I Am Love (2009) y A Bigger Splash (2015). Es una película sobre la inminencia de la atracción, el sutil y abrupto surgimiento del deseo, la rivalidad y las concesiones en las dinámicas de seducción, y es también sobre el amor de juventud.

Un pie acaricia el pie del otro, un dedo busca la boca, confirma los labios y se asoma al espacio oscuro del interior, un cuerpo que se deja caer sobre otro, que se resiste y se entrega

Desde el comienzo, el espectador está con Elio, interpretado por Thimothée Chalamet. A través de las imágenes entendemos su punto de vista, mientras que Oliver (Armie Hammer) permanece un misterio para la audiencia tanto tiempo como para Elio. Observamos la curiosidad, el desconcierto, la inseguridad y la atracción que, desde los primeros encuentros, suscita en él la presencia extraña y novedosa del hombre mayor y extranjero, a la vez que nos es presentada la acumulación de sensaciones y encuentros que conducen al amor.

El amado es lo otro –el que irrumpe en la cotidianidad familiar, proveniente de otro país– pero lo que señala el deseo es que también es como yo. En otras palabras, el descubrimiento erótico es que el amado es permanentemente lo otro y lo igual (lo que en la película se sugiere en el judaísmo de ambos y se hace explícito cuando Elio vuelve a colgar de su cuello la estrella de David, es decir, se reencuentra consigo a través del otro). El deseo, entonces, reside en una contradicción: en la necesidad de observar desde la distancia de la admiración al otro a la vez que se presiente –se sabe– que el otro es como yo: que quiero incorporarlo, hacernos uno, llamarlo por mi nombre.

Sigue la coreografía de los amantes: un pie acaricia el pie del otro, un dedo busca la boca, confirma los labios y se asoma al espacio oscuro del interior, un cuerpo que se deja caer sobre otro, que se resiste y se entrega. El otro lo recorre, lo detalla, lo prueba, lo habita. Mi habitación es ahora tu habitación. A la vez, el amante, que no está insatisfecho sino insaciable, busca el rastro del otro cuerpo en el mundo: los lugares por los que se ha paseado, el pantalón que aún conserva su aroma, el durazno que ha penetrado y que bien podría comerse para tener, de esa manera, al otro en sí. El mundo entero, entonces, se erotiza. La montaña, la cascada o el bosque son todos el paisaje del deseo. El escenario no es delimitado ya por las paredes de la habitación porque el escenario es el mundo, que no los contiene sino que los despliega.

Fui al cine con entusiasmo casi adolescente y vi Call Me By Your Name con atención y entrega. Yo también, como Elio, me dejé cautivar por la presencia de Oliver. Pero fue Elio quien, finalmente, se quedó conmigo. Me conmovieron su autenticidad y su ternura, me maravillé ante su mezcla de altanería y sumisión, y entendí su incertidumbre, su vulnerabilidad, su ansia. Se quedó conmigo, dije, cuando en realidad se quedó con todos, en esa escena final, quebrado y en llanto, de cara a la chimenea. Atrás, desenfocado, el mundo que no se detiene, los padres que arreglan la mesa. Y de frente –adentro– la llama que permanece.

 

*Pedro Carlos Lemus (Barranquilla, 1995). Es literato de la Universidad de los Andes. Sus textos han aparecido en medios electrónicos como Pulzo y en la revista Latitud de El Heraldo. También ha colaborado como bloguero en El Tiempo.

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