Carlos Nieto* es jugador de ajedrez, Uno, go y póker. Lo que muchos hacen por diversión, para él es un entrenamiento de trabajo como comisionista en una de las firmas corredoras de valores más grandes y prestigiosas de Colombia. En esta firma se transan a diario miles de millones de pesos en acciones, títulos de tesorería, títulos de renta fija y Forex, entre otros valores; Carlos trabaja en el sector de divisas e inversión en derivados, siempre buscando la mayor ganancia o rendimiento. Por cada transacción se embolsilla una comisión o la queda debiendo. Me cuenta que en tiempos favorables puede recibir hasta doscientos millones de pesos en comisiones o quedar endeudado con la firma por millones en pesos o miles de dólares, según sea su frente de negociación.
A las 8 de la mañana Carlos, un tipo 38 años, delgado y con una reciente aureola de calvicie en la coronilla, empieza a trabajar. Su trabajo arranca apenas «arman pantalla«. Así llaman en su oficio, lleno de una jerga técnica importada, cuando empiezan a aparecer en las pantallas que tiene sobre su escritorio los valores y precios en tiempo real de nuestra economía. Ahí puede ver si hay un rally alcista o bajista en el mercado, si una empresa está barata o cara, si cayó el Yen en Japón o cómo la deuda en Grecia afecta la bolsa de Londres o Nueva York. Entre curvas y números que titilan empieza a detectar las ofertas y oportunidades de inversión.
Al tiempo, el teléfono, una pantalla electrónica digital con dos auriculares, se activa y abre todas las líneas de los clientes a quienes este corredor de bolsa les administra su portafolio de inversión, su capital, o los ahorros de toda una vida.
Con esa responsabilidad, de jugar a ganar el máximo arriesgando el mínimo, y no perder nunca -en lo posible, al menos- ha trabajado Carlos por más de diez años en distintas firmas comisionistas de bolsa en Colombia. Eso explica su gusto por los juegos de estrategia, que según me dice, le sirven para memorizar, planear y anticipar. Ni en el juego, ni en el trabajo, deja una partida al azar, “a menos que el mercado me coja mal montado”, dice.
Las bolsas de valores del mundo hoy son noticia. Hemos escuchado desde hace meses que todas ‘abren a la baja’ o cierran con una ‘caída significativa’. Eso, al ciudadano del común que gana más o menos el salario mínimo no le preocupa mucho. Pero a un comisionista de bolsa sí, pues esas caídas, alzas y movimientos, tienen repercusión, sea cual sea su origen. Cualquier tropezón en Wall Strett, París y hasta en la pequeña economía de Portugal tiene repercusiones inmediatas acá; no sólo en las pantallas de la firma, sino en la salud de Carlos.
Carlos habla pausado, pontifica sobre su oficio con esa seguridad que le ha dado la experiencia. Hablamos en un espacio dentro de la firma diseñado para reuniones informales, para almuerzos de empleados o conversaciones con clientes. Un árbol frondoso que nunca ha pasado por la época otoñal y un mural de piedra rústica por la que cae agua, de manera continua, sin sobresaltos y en calma, son toda la decoración de ese oasis en medio de un valle de aparatos electrónicos y estructuras de metal entrelazadas en el techo. Este es quizás el único lugar de sosiego en la agitada oficina.
El sistema nervioso de la economía
La sala de negociación, en el primer piso, tiene unos trescientos computadores para unos cien o doscientos comisionistas: cada uno trabaja en dos aparatos al tiempo con la información de sus propios clientes. Disponen de tres pantallas, de dos metros de ancho por dos metros y medio de alto, que están conectadas a altoparlantes, y alertan con un pito, como el de una máquina que registra signos vitales, los cambios en los precios y offers públicos. Uno o dos teléfonos por corredor o trader que repican sin cesar. Es raro que uno de estos teléfonos permanezcan más de diez segundos en silencio.
En ese lugar lleno de estática, cables, números y velocidad, conviven los hombres del mercado bursátil, los que transan con nuestro dinero y toman decisiones que valen millones. Según el cliente, el portafolio de inversión va de 10 a 100 millones de pesos en portafolios pequeños, y de 1000 millones en adelante el paquete de grandes inversionistas. Ni qué decir de los que manejan divisas o cupos, éstos transan en dólares, y el monto más pequeño pasa el US$ 1’000.000.
Los comisionistas consiguen sus clientes por asignación o por gestión propia. Con ellos establecen un contacto directo y, por política empresarial, les dedican parte de su jornada a hacer gestión comercial, reportarles los movimientos y balances de ganancias, pérdidas y proyecciones. La política en esta firma es que todo sea manejado desde allí, por eso las conversaciones se hacen sólo desde teléfono de la oficina. Para estar seguro de que eso se cumple, en el edificio hay bloqueadores de señal de celular. Con esto evitan la competencia del mejor postor. “Aquí respetamos los clientes del otro, más que un código de exclusividad, existe un código de ética”, explica Carlos.
El sistema bursátil es cómo un supermercado virtual, donde lo que compras es en apariencia intangible, pero que está a un click para ‘calzar’ la operación en pantalla o dar ‘firme’ para mostrar una intención de compra. Nada, en apariencia, es contaminado por trucos, por lo menos entre compañeros de la misma firma. “Cuando negocias algo y dices ‘es mío’ esa palabra se hace cumplir. Muestras tu intención con el objetivo real de vender o tener un activo”, cuenta Carlos. La palabra vale millones. Y otra garantía es la revisión por parte de la sección de riesgos y por los veedores jurídicos que finalmente pasan la transacción en público, a través de la plataforma ALMEC, administrada por la Bolsa de Valores de Colombia.
Un día en en el que se mueve mucho dinero en la bolsa no representa siempre una demanda física y mental exagerada. O viceversa, un día con poco dinero no quiere decir un día a media marcha en la jornada bursátil. El único medidor de adrenalina es el vaivén del mercado. “Los mercados son muy dinámicos y cuando un activo se mueve mucho todos participan. Por ejemplo, en los días más volátiles cuando el movimiento está a favor, los clientes van a querer vender sus activos para tomar utilidades; y cuando el movimiento está en contra de ellos van a querer venderlos para parar las pérdidas”, dice Carlos.
Un trabajo peligroso
Ahora le pregunto por la situación actual del mercado mundial. La preocupación financiera es evidente en todos los sectores de la economía. ¿Estamos ante el fin del mercado cómo lo conocíamos? Carlos frunció el ceño y resaltando ese surco oscuro que de seguro ha marcado durante estos años, descifrando cuadros y líneas semejantes a las de un electrocardiograma sentado frente a su pantalla. “La situación es complicada, la economía mundial está enferma”, sentencia sin aspavientos.
Carlos no tiene respuestas fáciles a las preguntas que se hacen hoy los expertos del Banco de la República y el ministerio de Hacienda: ¿Cómo se contagia una economía o el sistema bursátil? ¿Qué barreras diseña un comisionista para que no lo intoxique ese vaivén del mercado? Su respuesta siempre es la misma, “ante todo proteger el portafolio de inversión de mis clientes, la producción de la firma, su buen nombre, el prestigio y mi puesto», dice. «Yo no puedo contagiarme”.
Para la gente del común éstos serían interrogantes difíciles de resolver, pero para Carlos son las premisas con las que trabaja desde las ocho de la mañana y hasta la una de la tarde, hora en la que cierra la mesa de transacciones de esta fima de corredores y también la hora a la que cierra la Bolsa de Valores de Colombia. Es una jornada que parece corta, pero es tan intensa que puede incluso, a veces, parecer larga.
Carlos reconoce que el nivel de estrés que maneja él, como la mayoría de corredores, es altísimo. Problemas gástricos, migrañas severas y dolores musculares, son afecciones comunes de estos intermediarios financieros. “Pero aún en esas condiciones, el mercado bursátil nunca se detiene y hay que seguir”, dice con el tono de los que han librado largas batallas. Sabe que trabajar en esto es exponer diariamente su condición física y psicológica, pero el riesgo lo atrae.
“Tuve una afección gástrica hace cinco años que casi me cuesta la vida», comenta. «Alcancé a dejar mis cosas inscritas en notaría, dejé listo el testamento. Los médicos no encontraban cuál era la enfermedad. Eso empezó en junio del 2006, el mercado de deuda pública estaba bajando, a muchos de mis clientes sus portafolios no les estaban reportando las utilidades esperadas».
Los corredores de bolsa transan a diario con las fortunas de otros. Nadie quiere perder. Todos quieren ganar. Pero para que unos ganen otros tienen que perder. «A algunos comisionistas nos pasa que nos tomamos como personales las situaciones de los clientes, entonces uno carga el estrés propio y el de muchas otras personas”, sentencia Carlos mientras pierde su mirada en la caída de agua sobre piedra rústica.
Es todo un desafío administrar el dinero de terceros. No basta con encargarse de administrar el salario básico que reciben (sin las comisiones) y que en el caso de Carlos le sirve para vivir y mantener a su familia “sin que nada nos falte, y dándonos unos gustos de más cuando sumo buenas comisiones”, según afirma. Para asegurar su salario completo debe generar en los portafolios de sus clinetes ganacias que sumen tres veces el monto de lo que él gana. Si no lo hace queda con un saldo en rojo para el mes siguiente. Las comisiones suman a partir de esa meta.
Carlos ha pasado por distintas plazas, ha trabajado con la banca, con el sector público y hoy su especialidad es el mercado internacional. En su comienzo para ser comisionista, requirió un proceso de adaptación para familiarizarse con la dinámica y los términos. En el mundo de los hombres del mercado existen escalafones clasificados así: los que llevan de 1 a 3 años de experiencia son considerados ‘Junior’ y ganan entre 3 y 4 millones de pesos; los que tienen 3 a 7 años transando se les denomina ‘Medium’ y devengan un sueldo básico de 5 a 6 millones; y los más experimentados de 8 años en delante son los ‘Senior’ y ganan 7 a 8 millones básicos mensuales.
“Empecé a recuperarme en julio y salí del problema sólo hasta diciembre. Seguí operando en esos meses al mismo ritmo, pero mi salud desmejoraba de manera progresiva, hasta que se dieron cuenta de que padecía una gastritis crónica y con medicamentos y vitaminas me recuperé”, sigue contando.
“Esa fue una lección de vida que de no amar este oficio y sentir pasión por lo que hago lo hubiera abandonado al ver el riesgo en el que estuve. Ahora tengo más experiencia, pero no niego que sigo lidiando el mismo nivel de estrés”. Carlos se muestra positivo aún en este momento de incertidumbre en el mercado mundial, y aunque sabe que su salario básico será consignado cada mes, debe procurar cubrir la meta y, como él dice, “transar como loco para ir por mi comisión”. Luego de esa frase suelta una carcajada, pues un comisionista que transe como ‘loco’ de seguro al siguiente día no tendrá ningún cliente que le confíe su portafolio. Por fortuna Carlos ha gozado de la confianza de ellos durante toda su trayectoria.
*El nombre del protagonista ha sido modificado por solicitud explícita de la fuente.
Guía para hablar con un corredor de bolsa
- Acción: Es un porcentaje de una empresa que puede adquirir un inversionista. Se negocian por su precio y por su variación porcentual diaria.
- ALMEC: Plataforma a nivel nacional a través de la cual transan las comisionistas de valores y que es administrada por la Bolsa de Valores de Colombia.
- Bloomberg: Es el portal de información en tiempo real del movimiento bursátil mundial. Es el ‘google’ de los funcionarios de bolsa.
- Calzar operación: Comprar
- Dar firme: Intención de compra del comisionista.
- Duración: En cuánto tiempo se recupera la inversión.
- Inflación: El aumento general en los precios de los bienes de la economía. Mide cuánto se encarece la vida.
- Offer: Publicación del precio de acciones y títulos.
- Rally: Movimiento fuerte de la tasa o el precio de un bien. Puede ser rally alcista o rally bajista.
- Taza facial o cupón: Interés que te reconoce el título.
- TIR: Tasa de retorno
*Oscar Durán Ibatá es estudiante de la Maestría en Periodismo del CEPER