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A lo mejor mañana me matan a mi

Tal vez ya no sirve de nada andar recordándole al que nos mata que las vidas negras importan; tal vez tenemos que empezar a advertir que las vidas negras las vamos a defender como nos toque defenderlas.

por

Julian S. Grueso / Eschú Layé.

Afrocolombiano y migrante. Puerto de Sagunto, España.


31.05.2020

Todos los días matan a una persona negra por ser negra. A lo mejor mañana me matan a mí. Ya sé que usted pensará que estoy exagerando o me estoy poniendo melodramático o que eso pasaba en otros tiempos, hace mucho tiempo, cuando unos extraños frutos colgaban de los árboles. Y seguro usted pensará eso porque nunca ha sentido la vulnerabilidad de estar ahí afuera, en la calle, haciendo cualquier cosa, lo que sea, da igual, con el presentimiento -¡qué digo presentimiento!-, con la certeza de que alguien lo odia, lo odia profundamente, irracionalmente, y no quiere que usted respire el aire que él respira.

‘No puedo respirar’, decía un hombre negro mientras un policía blanco le estrujaba con la rodilla el cuello y la cabeza y la boca que mordía el suelo. De nada sirvieron las súplicas de dolor y de miedo y la absoluta indefensión. El policía blanco siguió imperturbable apretando durante ocho minutos hasta que el hombre negro dejó de respirar. Lo mató.

Y a pesar de esas noticias que reafirman la certeza de que en verdad nos odian y me van matando de a poquito, yo no vivo paranoico. No me cruzo de acera cada vez que veo venir a alguien, como tantas veces lo hacen conmigo. Yo no ando mirando al mundo con la desconfianza de quien busca siempre a quien echarle la culpa de algo, como el mundo tantas veces lo ha hecho conmigo. Yo no tengo una palabra en la punta de la lengua para escupírsela en la cara a cualquiera, y así fijarlo y denigrarlo, como a mí sí me la escupen con tanta facilidad: n-e-g-r-o-h-i-j-u-e-p-u-t-a.

A lo mejor mañana me matan a mí. Y cuando digo a mí hablo de millones de personas en todo el mundo a las que nos convirtieron en enemigos naturales. Y cuando no nos matan nos dejan morir en la precariedad y la exclusión: en las costas del Mediterráneo, en guetos, en favelas, en chabolas, en comunas, sin acceso a los servicios más básicos, desprovistos de todo derecho, poniendo la mayor cantidad de muertos ante una pandemia o soportando la guerra contra las drogas en los territorios colectivos del Pacífico colombiano y los barrios empobrecidos de las ciudades que fueron insertadas en el mercado global de la cocaína que deja tanta sangre en los pueblos y tanta plata en los bancos. Y cuando no nos dejan morir nos encarcelan masivamente, que es otra forma de matar, en ese afán de controlarnos a quienes un día fuimos convertidos en cuerpo-objeto-mercancía para el enriquecimiento de las metrópolis con nuestra fuerza de trabajo esclavizada. Una política de muerte.

A lo mejor mañana me matan a mí. Y cuando digo a mí hablo de millones de personas en todo el mundo a las que nos convirtieron en enemigos naturales.

Ahora mismo estoy con el corazón en la garganta y escribo solo para no gritar. Escribo no para contar un memorial de agravios y vejámenes y humillaciones y violaciones y explotaciones, que también, sino como un ruego y un llamado a mis hermanos y hermanas -entre los que podría estar usted, si asume que o está con la gente negra y la lucha antirracista o está defendiendo y reproduciendo el supremacismo blanco, no hay nada en medio-. Un ruego para que abandonemos de una vez por todas las discusiones estúpidas sobre identidades de museo y quejas anodinas y completamente irrelevantes sobre la apropiación cultural, y nos centremos en cómo vamos a enfrentar esta matanza y este expolio de tierras y de vidas.

Tal vez ya no sirve de nada andar recordándole al que nos mata que las vidas negras importan; tal vez tenemos que empezar a advertir que las vidas negras las vamos a defender como nos toque defenderlas. Desde hace mucho tiempo el colonialismo y el supremacismo blanco asumió que las personas negras solo entendíamos por la fuerza, en una demostración incesante de violencia sin restricciones ni consecuencias. Ahora muchos de nosotros hemos entendido que es el supremacismo blanco el que solo entiende por la fuerza. No habrá paz para nadie si no hay justicia para nosotros.

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Julian S. Grueso / Eschú Layé.

Afrocolombiano y migrante. Puerto de Sagunto, España.


Julian S. Grueso / Eschú Layé.

Afrocolombiano y migrante. Puerto de Sagunto, España.


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