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A favor del horóscopo

El horóscopo no es un qué. Es un quién que aprende a leer la literatura ancestral escrita en las estrellas.

por

Ana Cristina Ayala


03.04.2017

Foto: Ana Cristina Ayala

Unos cincuenta obreros cavaban y cavaban con trajes de astronauta los bordes del universo para que pudiera ser infinito. Un día, como a los diez, la metáfora me dejó de servir. Llegó una más racional —creo—, que es la de un ocho acostado que expresa el camino por el que la mente deambula para encontrar el final.

Hay lugares a los que incluso a la ciencia le toca acceder con poesía.

Escrito sobre las estrellas, el horóscopo revela dos lugares tan caóticos que se hacen espejos de nuestra ignorancia racional. Lo que está muy, muy lejos, y lo que está muy, muy cerca. Por eso expande los roles del saber, más allá del sistema binario con el cual el razonamiento arma todo su lenguaje: principio/fin, blanco/negro, bueno/malo, sí/no, verdad/mentira.

El horóscopo —que lo hay chino, veda, maya, occidental— accede a la literatura ancestral que narra la naturaleza de las crisis, las guerras, los miedos, los deseos y los ciclos de la pulsión humana. Preguntar para qué sirve el horóscopo es igual a preguntarse para qué sirve la literatura.

No es un qué, sino un quién. Horóscopo: el que observa la hora. El que agarra su propio espacio-tiempo y lo compara con el de las estrellas. Un lector de sí mismo. El que contempla el presente haciendo uso de lo que conoce y desconoce, que procede no sólo por razón, sino también por intuición y sensibilidad.

Es pura autoayuda. Y qué.

Un navegante que sopesa clima, marea, estrellas, emociones, pasado y presente para salir del naufragio. Un navegante que hace uso de su conocimiento —sin evadir ninguna forma de saber— para comprender el universo en el que habita su cuerpo y su imaginación.

El arte y la estética estabilizan lo incomprensible, para eso sirven. El horóscopo es un arte cuyo autor somos nosotros —y los antiguos—. Por eso los poetas ven más allá del tiempo. Por eso los triunfos de Van Gogh, gran observador de las estrellas, son póstumos. Por eso obras astro-lógicas como la Ilíada y la Odisea siguen vigentes.

El horóscopo está lleno de animales, dioses, héroes y monstruos donde pueden verse representadas las diferentes caras de la humanidad. En el caso de lo abominable, desplazamos lo terrible hacia el campo de la estética. Así, en milenios de traumas, sueños e ignorancia, ya hemos filtrado los denominadores comunes. Lo primordial de lo humano —que no son hechos, sino esencias— está escrito en las estrellas en forma de constelaciones.

Allí está el caos, el tiempo, el rayo, el infierno y la belleza. Cristo y sus apóstoles o el Sol y su zodiaco. Están el sueño, la embriaguez. La muerte heroica, suicida o terminal. Están las estaciones, los raptos, el incesto, el deseo erótico, el amor romántico y el maternal. Está la guerra y el héroe. Están las diosas negras, lo salvaje.

La gracia per se del horóscopo, y la razón por la que lo defiendo, es porque no se trata de un oráculo necesariamente, sino del estudio del lenguaje simbólico

Todos tienen una historia con solución. O una que podemos escribir. Todo cabe.

Este tipo de mitos, imágenes y representaciones van más allá de la racionalidad. Religiones, política y entretenimiento echan mano de su atractivo para cautivar con otras máscaras el interés de los más realistas.

Como dice Thomas Crow:

El símbolo cambia pero lo que señala nunca va a desaparecer, ni siquiera entre las personas que se enorgullecen por su secularidad y alumbramiento más allá de la superstición. El problema es que cuando se suprime algo como esto que ha sido tan importante para toda la historia de la humanidad y uno pretende que no lo afecta, vuelve la veneración en una forma que no necesariamente se reconoce o admite.

La gracia per se del horóscopo, y la razón por la que lo defiendo, es porque no se trata de un oráculo necesariamente, sino del estudio del lenguaje simbólico. El mismo que maneja el trauma, el sueño y la emoción.

Soy de las que cree que todo lo que vemos afuera lo tenemos adentro.

Puede que sí, que para quien se sienta desestabilizado se convierta en una forma de autoayuda. Una lectura de carta natal es un barco que pasea al viajante por un sistema de equilibrio. Le muestra lo abominable y luego lo desplaza, convirtiéndolo en una —necesaria— experiencia mística y estética.

Un compendio de simbolismo tan rico le tiene que agradecer parte de su existencia a la razón y no a un simple capricho ni a invenciones fantásticas. Sí, en él hay mucha expresión de lo que desconocemos de nosotros, pero esto que desconocemos también lo respeta la razón y lo denomina “inconsciente”.

¡Que vengan el entretenimiento, la religión y la política a suplir nuestra ignorancia simbólica! Eso también es válido. Como cuando vemos una serie en Netflix, vamos a un concierto o una exposición para suspender nuestras emociones no procesadas.

El horóscopo es autoayuda. El entretenimiento es autoayuda. La política es autoayuda. La religión, la ciencia y el sueño son autoayuda. Y ojo, que si no la practicamos en nosotros mismos lo harán otros por nosotros, pero para ayudarse a sí mismos. Como sucede con los gurús o los mesías —Beyoncé, Trump, Chávez, Uribe o Mia Astral (lo siento Mia) —. Todos esos que endiosamos y endemoniamos como otra categoría binaria de la razón. Todos esos que, a su manera, nos cuentan una historia, un destino, que nos muestran un futuro posible: nuestro futuro posible, tal y como lo hace el horóscopo: con magia, misterio e irracionalidad.

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