¿Puede el fascismo ser «ecológico»? 

La preocupación de la ultraderecha por la ecología —hace un siglo al igual que hoy— parte de una noción inmunitaria que identifica nación y naturaleza: el territorio como un hábitat que debe protegerse de amenazas externas y su destrucción ambiental.

por

Juan Diego Pérez

hizo su investigación de posgrado en nuevos fascismos desde un enfoque afectivo


31.08.2025

Guía ilustrada de una exposición en el castillo de las SS en Wewelsburg sobre los alemanes racialmente superiores

Este texto hace parte «Todo está muy facho», la alianza entre Gaceta y 070 en la que exploramos periodísticamente los efectos políticos y culturales de un planeta que vira hacia el fascismo. Para ver las otras entradas de la alianza, haga clic aquí.

***

Solemos pensar que la ultraderecha se opone a la ecología, especialmente por su cercanía al sector de los combustibles fósiles y a narrativas negacionistas frente al cambio climático. Pero el tema es más complejo. El fascismo histórico desarrolló una concepción sobre la relación entre la sociedad y la naturaleza que no estaba para nada desentendida de cuestiones ambientales y ecológicas; si hace justicia a la realidad o a la ciencia es otra cuestión. En tiempos de devastación ecológica planetaria, plantear la cuestión de la relación entre fascismo y ecología es crucial para comprender cómo esta experiencia histórica tiene mucho por decir frente a nuestro presente.

El 23 de julio de 2025, el Departamento de Energía de Estados Unidos publicó un informe sobre el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero en el clima. A cargo de la elaboración de este documento estuvo un equipo de expertos que se han caracterizado por su escepticismo frente a las causas e impactos del cambio climático. Entre las afirmaciones más problemáticas de este documento se encuentra, por ejemplo, que el aumento de las emisiones de CO2 tendría un efecto altamente beneficioso para la agricultura y la vegetación terrestre. Frente a estos argumentos carentes de evidencia o directamente falsos, la comunidad científica rechazó en conjunto este informe. Nuevamente, señalaban, el gobierno de Donald Trump negaba el cambio climático.

Sin embargo, considero que hay aspectos del informe que merecen una atención importante. «El cambio climático es real y merece atención», señala el documento. Y luego: «el cambio climático es un desafío, no una catástrofe». El informe también elogia la capacidad «milagrosa» de la energía fósil y el «potencial humano» para enfrentar este desafío, que parece convertirse en una oportunidad (tengamos en cuenta esos supuestos beneficios que incluso se mencionan). Una lectura superficial de estas declaraciones puede llevar a concluir que este reconocimiento relativo del cambio climático no es más que otra forma de escepticismo frente a la ciencia. Esto puede ser cierto, pero podemos ir más allá. 

En los informes climáticos del gobierno Trump (tanto este como otros que ha filtrado la prensa) se ha utilizado este reconocimiento relativo del cambio climático y sus efectos como un argumento para justificar el aumento de las emisiones y la intensificación del uso de combustibles fósiles. Por ejemplo, en un informe de 2018 se argumentaba que el aumento de la temperatura (incluso con un pronóstico de aumento mayor al planteado por la ONU) justificaba eliminar las políticas de reducción de emisiones en la industria automotriz, en tanto el calentamiento era un fenómeno inevitable. En estas formas de negacionismo, asociadas a lo que pensadores como Andreas Malm y el Colectivo Zetkin han denominado fascismo fósil, no solo hay una paradoja retórica, sino también una concepción particular de la ecología.

A pesar de lo que sugiere el sentido común, la relación entre la ultraderecha y las cuestiones ambientales no es homogénea ni necesariamente contraria a cualquier preocupación al respecto. La historia nos demuestra que existen motivos para complejizar el debate alrededor de la relación entre fascismo y ecología, para así entender mejor lo que hoy plantea (y hacia dónde puede ir) la ultraderecha contemporánea frente al cambio climático.

***

La doctrina de Sangre y suelo (Blut und Buden), fundamento de la política de colonización y exterminio nazi, tiene entre sus fuentes principales la que ha sido denominada como el «ala verde» del partido nacionalsocialista, a la que pertenecieron cuadros como el ministro y SS Walther Darré. Este sector planteaba que el pueblo alemán poseía una relación privilegiada con su entorno natural, a partir de una conexión profunda entre la raza y la tierra. Sin embargo, esta armonía milenaria se habría roto debido a la urbanización acelerada y la «ideología judía». 

Los nazis consideraban que, a diferencia de la raza aria, los judíos eran un pueblo desarraigado, sin vínculo alguno con la tierra (por el mismo hecho de su diáspora). Debido a su condición errante, los judíos se convertían en una fuerza destructiva que amenazaba la armonía entre la nación y la naturaleza. La colonización del este de Europa, que iba de la mano de la guerra de exterminio y el despliegue del sistema de campos de concentración, era entendida como un proceso de recuperación de la tierra, indispensable para la supervivencia biológica de la nación alemana: el espacio vital (Lebensraum) de la raza superior.

El racismo fascista está estrechamente relacionado con un darwinismo social que considera que las razas humanas hacen parte de un proceso evolutivo: la ley natural depura a los más débiles. El proyecto fascista se orienta a restaurar esta armonía natural por medio de un endurecimiento de las jerarquías y la eliminación violenta de figuras de otredad. La meta es construir una comunidad nacional superior, inmunizada de cualquier elemento pernicioso.

A esta concepción de la relación entre ser humano y naturaleza que plantean los fascistas la denomino ecología inmunitaria, en tanto plantea una identidad entre nación y naturaleza, en la que la primera es entendida como un cuerpo orgánico que debe ser limpiado de elementos nocivos, vistos como patógenos que amenazan su supervivencia biológica. Solo con esta inmunización, que ocurre a través de la violencia, se restauraría la armonía entre la nación y la naturaleza.

Esta comprensión de la ecología que desarrolla la ultraderecha es indispensable para analizar críticamente nuestro presente y el ascenso de nuevos fascismos en un contexto de devastación ecológica. Hoy podemos localizar esta ecología inmunitaria en al menos dos manifestaciones contemporáneas: el fascismo fósil — la expresión más significativa de la ultraderecha actual en materia ecológica— y el ecofascismo.

A través del fascismo fósil, como plantean Malm y el Colectivo Zetkin, la ultraderecha reivindica continuar (y profundizar) la extracción de combustibles fósiles, en nombre de la soberanía y supremacía nacional-racial. En este sentido, decisiones como la del gobierno Trump de acelerar la explotación de hidrocarburos responden a la necesidad de restaurar la grandeza y fortaleza nacional, que justamente resultaría en mejores herramientas para enfrentar el «desafío» climático. En la lógica del fascismo fósil, la nación logrará sobreponerse al cambio climático incluso si usa cada vez más combustibles fósiles. En ese proceso para alcanzar la supremacía, serán otros (los más débiles) quienes asumirán las consecuencias catastróficas. 

Pero si los efectos del cambio climático se profundizan por el uso acelerado de los combustibles fósiles que promueve el fascismo fósil, las circunstancias llevan a que, incluso desde la más extrema derecha, se necesite dar alguna respuesta ante los cada vez mayores efectos de la devastación ecológica. 

Allí es donde aparece el ecofascismo. 

En Francia, el principal partido de ultraderecha, Agrupación Nacional —antiguo Frente Nacional—, ha construido una propuesta ambiental que no solo reconoce la existencia del cambio climático, sino que lo convierte en un tema central de su programa ideológico. Figuras como Marine Le Pen y su actual pupilo-heredero político, Jordan Bardella, siguiendo la guía del ideólogo Hervé Juvin, han abanderado una causa que denominan como «ecología patriótica»: reivindicar el control estricto de la migración como supuesta política ambiental, con el propósito de evitar un reemplazo étnico que llevaría al colapso ecológico nacional.

Al retomar la mística de la naturaleza que ya se encontraba en el «ala verde» del nazismo, Agrupación Nacional ha recuperado la doctrina de Suelo y Sangre para afirmar que a cada nación/raza le corresponde su propio hábitat, que se encuentra en riesgo ante la llegada de pueblos «nómadas» migrantes que traen la destrucción ambiental y una bomba demográfica. Para la ecología patriótica, los migrantes huyen de los países que ellos han devastado ecológicamente para luego poner en peligro el equilibrio ecosistémico de otras naciones. La ecología inmunitaria que desarrolla este movimiento encuentra aquí una forma de articularse con posturas ambientalistas más mainstream, que culpan erróneamente a la sobrepoblación de la devastación ecológica. 

Es a partir de esta lectura que la ultraderecha actual desarrolla su veta ecofascista, que ya ha inspirado hechos de violencia extrema como las masacres de Christchurch y El Paso. En sus manifiestos publicados en línea, los perpetradores de estos crímenes declararon la necesidad de un genocidio como vía para salvar al planeta del colapso ambiental.

Tanto el fascismo fósil como el ecofascismo representan una ecología inmunitaria porque asumen que la nación es una especie de «bote salvavidas» frente a la devastación ecológica. Para que este bote pueda sortear el desafío de la crisis ambiental, proponen, se debe intensificar su uso de recursos energéticos (fascismo fósil) o restaurar el vínculo mítico entre nación y hábitat natural, por medio de la expulsión de los migrantes (ecofascismo). En ambos, hay una identificación absoluta entre la nación y la naturaleza: la carrera hacia la supremacía no es más que el despliegue de una ley bajo la que los más fuertes deben imponer su voluntad y limpiar a la comunidad de cualquier impureza.

En un contexto en el que se profundiza la devastación ecológica planetaria, el riesgo que representan estas tendencias debe ser tomado en serio, por más negacionistas que sean. En circunstancias de mayor incertidumbre y riesgo ecológico, la ecología inmunitaria del fascismo se convierte en una alternativa fácil que permite afirmar un falso control frente a la situación; así, la búsqueda de un chivo expiatorio puede resultar en formas extremas de violencia. Ante la falsa ecología de ultraderecha, surge una pregunta política central: ¿cómo consolidar ecologías políticas que aborden las causas sociales y económicas de la devastación ecológica y enfrenten la tentación de las salidas fascistas?

COMPARTIR ARTÍCULO
Compartir en Facebook Compartir en LinkedIn Tweet Enviar por WhatsApp Enviar por WhatsApp Enviar por email

Juan Diego Pérez

hizo su investigación de posgrado en nuevos fascismos desde un enfoque afectivo


Juan Diego Pérez

hizo su investigación de posgrado en nuevos fascismos desde un enfoque afectivo


  • Ojalá lo lean
    (0)
  • Maravilloso
    (0)
  • KK
    (0)
  • Revelador
    (0)
  • Ni fú ni fá
    (0)
  • Merece MEME
    (0)

Relacionados

#ElNiusléterDe070 📬