Un manglar entre ladrillos: así se expande el ecosistema juvenil en Cali
Casa Mangle es uno de esos espacios culturales donde los jóvenes están construyendo otros futuros en Cali. Reportaje.
por
Jorge Enrique Gil Cepeda
07.04.2025
todas las fotos por el autor
¡En Cali no nos meten cuento! ¡Aquí los caleños somos negros también! ¡El Oriente de Cali está sucio y cochino! ¡Díganle a Petro que hable con los que no tenemos armas! ¡Que nos resuelvan aquí! -Andrés Valencia-
Caminando por encima de grandes carteles en donde se leían consignas de protesta contra los conflictos socioambientales que vive la ciudad y la región del valle del río Cauca, con un megáfono en sus manos, Andrés Valencia gritaba intentando llamar la atención de los delegados internacionales de la COP16 que lo observaban, algunos con curiosidad, otros con indiferencia, al entrar y salir por las puertas eléctricas del Hotel Intercontinental.
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Llegué cuando los guardias de seguridad del edificio empezaron a elevar el tono para exigir se levantara la manifestación y Andrés lo elevaba aún más alto para defender su derecho a la protesta. Y justo en el momento que los gritos iban a convertirse en forcejeos y empujones, se bajó de su camioneta la ministra de Ambiente, Susana Muhamad. La funcionaria se dirigía a una negociación para impulsar el reconocimiento de las comunidades afrodescendientes en la protección de la biodiversidad, pero se detuvo para mediar en la protesta. Unos minutos después llegaron mediadores de paz de la Gobernación, policías, periodistas locales y curiosos que transitaban por la calle. Se podían contar treinta personas concentradas alrededor de las conversaciones de la ministra y Valencia. Entre los acelerados movimientos que Andrés hacía de un lado para otro, la funcionaria asentaba reiterativamente con la cabeza a cada afirmación de su interlocutor. Y luego de veinte minutos, en una pausa prolongada que Andrés tomó para respirar, Muhamad lo detuvo y le propuso la creación de una mesa de trabajo con un equipo del Ministerio y una invitación a las personas que considerara importante llevar.
La entonces ministra de Ambiente Susana Muhamad y Andrés Valencia. Foto: Jorge Gil.
La protesta en el hotel culminó con la satisfacción de Andrés y sus amigos de haber gestionado un espacio de diálogo directo con el Gobierno nacional y la Gobernación del Valle del Cauca, además de las garantías que, aseguró la Ministra, tendrían para que continuaran la manifestación en la Plaza Jairo Varela. Trasladándose al nuevo escenario con el acompañamiento de los mediadores de paz, al frente del monumento de la trompeta gigante de Niche, se tomaron la palabra para enviar sus mensajes políticos sobre el estado de la biodiversidad en Cali, y abrieron los micrófonos a cantantes de rap caleños.
Andrés, un nypa activista
Andrés Valencia es un hombre delgado, alto y de 29 años. Se reconoce como un líder juvenil y un abogado sin título porque ha ejercido el derecho mucho antes de haberlo empezado a estudiar. En este momento está terminando cuarto semestre en la Santiago de Cali, en la misma carrera y universidad de donde se graduó Francia Márquez, la líder ambiental que se convirtió en vicepresidenta de Colombia. Dedica la otra parte de su vida a su familia y a trabajar haciendo gestiones para defender la biodiversidad y las fuentes hídricas que se están viendo amenazadas con la expansión urbana que propone la Alcaldía en el cinturón ecológico perimetral de Navarro, en el Oriente de la ciudad. Dentro de sus principales apuestas está el impulso de los liderazgos juveniles, o en sus propias palabras, el de la generación de seda. Las nuevas ciudadanías que tienen entre 18 y 35 años.
Andrés es una de las veintinueve personas que, desde el 2019 hasta la fecha, cuentan con medidas cautelares en Colombia otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Después de que se constataran los riesgos de seguridad que había enfrentado, incluyendo a los miembros de su núcleo familiar más cercano, las medidas se adoptaron por haber sido uno de los líderes de las movilizaciones en el estallido social del 2019 en Cali. “Tras analizar las alegaciones […] presentadas por las partes, la Comisión considera que la información […] demuestra […] que las personas […] se encuentran en una situación de gravedad y urgencia, puesto que sus derechos a la vida e integridad personal están en riesgo de daño irreparable”, se puede leer en la resolución expedida por el organismo internacional.
Cuando conocí a Andrés en la Secretaría de Paz de la Gobernación del Valle del Cauca pensé que trabajaba como funcionario, pues me ofreció una silla y me pidió el favor que esperáramos mientras desocupaban una sala de juntas. Con tan solo presentarme y decirle que estaba buscando iniciativas populares alrededor de la construcción de un modelo de ciudad más orgánico y sostenible, con mucha propiedad y con voz acelerada, Valencia empezó a hablar de diferentes problemáticas sociales y de las formas de solucionarlas: de un exceso de normas urbanísticas, de la necesidad de pensar en ecosistemas, de la falta de participación ciudadana en los espacios de planificación, de las características de los nuevos liderazgos, de los compromisos incumplidos por los gobiernos nacional y locales luego del estallido social del 2021, y de sus gestiones para construir la huerta agroecológica más grande de Cali.
Interrumpiéndose así mismo, en la medida que ingresaban funcionarias a la oficina, hacía presentaciones de mi perfil como si fuéramos viejos amigos, y les proponía posibles temas que podríamos trabajar en un futuro. Al ritmo que mi cuaderno de notas se iba llenando de nombres y teléfonos de servidores públicos, sujetándome el brazo, Andrés precisó: yo no trabajo aquí, pero como ciudadano es importante mantener un diálogo constante con las instituciones. Luego de mantener muchas conversaciones, y sin concluir ninguna, me preguntó sí quería conocer Casa Mangle. Le dije que no la conocía. Hizo una llamada, y le pidió a la persona al otro lado de la línea que nos recogiera al costado occidental de la Gobernación. Esa persona trabaja en la Unidad Nacional de Protección y su trabajo es mantenerlo con vida y protegerlo las veinticuatro horas del día.
Casa Mangle tiene tres sedes, todas en arriendo y con dificultades para costear las mensualidades. En esa ocasión nos dirigíamos a la sede ubicada en el barrio Brisas de Santa Rita, al frente del Jardín Botánico.
–Es mejor ir directamente para que entienda el sentido de un ecosistema artístico, y de paso aprovechamos y nos metemos un rato en el río Cali –dijo Valencia mientras indicaba que lo siguiera.
Uno de los símbolos más representativos de Cali es el Bulevar del Río, que comparativamente con las grandes ciudades de Colombia, aparentemente es el lugar con mayor armonía en el paisaje donde interactúa el caudal del agua con los espacios urbanos. Sin embargo, el agua que llega a esta parte de la ciudad ya se encuentra contaminada. Por eso me llamó la atención que Andrés afirmara que podríamos bañarnos en el río. Y efectivamente, a quince minutos desde el Bulevar llegamos a Casa Mangle, y al frente de la entrada había gente disfrutando del agua a la luz del sol del medio día.
Río Cali, barrio Brisas de Santa Rita. Foto: Jorge Gil.
Esta sede de Casa Mangle es un espacio de poco menos de media hectárea, cercada por palos gruesos de madera y alambres de púas. Es un espacio con decenas de árboles que producen perfectas sombras para refrigerarse de la potencia que acostumbra el sol valluno. Los paisajes laterales que la rodean son de terrenos similares. Y sin temor a equívocos, en la entrada del lote, el mayor atractivo es contar con un río a la vista, de agua limpia y alejado de las basuras. En el centro del lote hay una casa rústica construida con madera y techos de zinc. Tiene una sala grande sin paredes donde se permite la entrada y salida de los vientos que empujan los árboles. Hay muebles hechos por sus integrantes. Los hay también reciclados. La mayoría son de madera desgastada, pintados y con cojines de colores. Tiene una cocina abierta y grande, donde acostumbran a hacer sancochos en olla grande y con sabor a leña.
Mientras Andrés guiaba mi recorrido y exponía la visión de Casa Mangle, me presentó a un artista plástico que estaba utilizando el suelo del terreno y las hojas que caían de los árboles para diseñar la decoración de una fiesta que iban a realizar el fin de semana. Aprovechó la presentación de su amigo para explicarme que para mantener el ecosistema artístico funcionaban con un esquema de membresías. Cualquier persona joven con un proyecto artístico, alguna iniciativa social, que tuviera la voluntad de sembrar alimentos, con ganas de hacer una fiesta o simplemente descansar y alejarse del ruido de los carros, podía utilizar el espacio pagando por una mensualidad, la cual se podía renovar cuantas veces quisiera.
También consiguen recursos para mantener sus proyectos diseñando ropa y trasportando viche desde Buenaventura para la venta en los eventos que realizan. Es un espacio para crear y co-crear. No se restringe a tener el título de artista. La creación y la creatividad no solo abarcan el mundo del arte, se expanden a la política, la economía, la ecología y todas las dimensiones sociales.
–El espacio está abierto para estimular la reflexión de proyectos de vida e ir haciendo las gestiones para convertirlos realidad. Estamos creando desde las bases sociales de la ciudad –culmina su reflexión Valencia.
En una segunda visita a Cali, Andrés me llevó a la sede principal de Casa Mangle. Se encuentra en el corazón del mapa de la capital del Valle, en el barrio San Nicolás, a unas pocas cuadras de la Plaza Caicedo. Es una casa gigantesca de dos pisos que aún mantiene el estilo republicano que se puede apreciar en muchas de las fachadas del centro de la ciudad. En la parte frontal tiene una pintura desgastada de colores amarillo y blanco. En el costado derecho, que da hacia un pequeño parque, tiene una pintura a gran escala de una mujer negra y una ballena Yubarta, pintadas por uno de los artistas plásticos que hacen parte de la Casa. O un nypa, que es la palabra de amistad entre los miembros del ecosistema artístico. Como las palmeras que vegetan en los manglares del océano Pacífico y las unen sus raíces por debajo del agua.
Desde su entrada, subiendo por las escaleras, todas las paredes están llenas de grafitis y de afiches con mensajes como hacer arte no es gratis, comparta contenidos, afrobeats, fuckracism, the real street, prohibido olvidar, marcha mundial por la marihuana. El segundo piso cuenta con un espacio de casi doscientos metros cuadrados que se utiliza para trabajar, hacer reuniones, conversatorios, conciertos, fiestas y negocios. El último arreglo que están haciendo es una adecuación en una esquina para una cama que un nypa tatuador quiere utilizar para hacer sus dibujos corporales.
En la entrada de la puerta de la cocina se encuentra pegada una hoja blanca tamaño carta, en donde se enlistan los códigos del ecosistema artístico:
Códigos del ecosistema artístico.
¿Por qué un ecosistema artístico? Las partes de un ecosistema son el espacio físico del territorio y los seres vivos que lo habitan. Su funcionamiento se entiende a partir de las relaciones mutuas que se dan ininterrumpidamente entre esos seres y el hábitat en donde están en movimiento. Las partes y sus relaciones, entonces, tienen como objetivo principal la generación y mantenimiento de la vida, y para ello la creatividad tiene un rol central. Las sedes de Casa Mangle tienen el propósito de ser espacios conectados por los nypas en donde pueden trabajar y reflexionar sobre sus proyectos de vida, así como el rol que están desempeñando en la construcción y reconstrucción de Cali y la región del Pacífico.
Los jóvenes que proyectan su vida alrededor de la música, la comunicación, la pintura, lo audiovisual, el baile y la literatura entran en conversaciones con los jóvenes interesados en la política, la economía, el derecho, la psicología y la biología para hablar sobre como sueñan Cali y qué tienen que hacer para lograrlo. Y en un contexto como el de la región del Pacífico, al mencionar este listado de disciplinas, no necesariamente se enmarcan en el ámbito de una universidad, sino, en el desarrollo práctico del gusto por estos temas en el día a día, o en los espacios de tiempo libres por fuera de sus actividades laborales.
Pablo, uniendo y expandiendo
Ya sentados en una sala, luego de un recorrido lleno de detalles y precisiones sobre las apuestas sociales y filosóficas del ecosistema artístico, Andrés, me comentó que él se unió al ecosistema artístico cuando conoció a Pablo Loaiza, uno de los cofundadores de Casa Mangle. Un comunicador caleño de 30 años que ha construido su filosofía de vida a partir de las enseñanzas que ha obtenido de la región del Pacífico, los manglares, la vida urbana, las comunidades negras y las ballenas Yubarta.
La Linterna, barrio San Antonio. Foto: Jorge Gil.
En el primer saludo que tuve con Pablo, sus primeras palabras fueron que siempre se emocionaba con el solo hecho de que alguien le hiciera una propuesta para trabajar con Casa Mangle: eso significa que las raíces del ecosistema se están uniendo y expandiendo. A diferencia de Valencia, Pablo es una persona más pausada y contemplativa. Su rol es promover los mensajes filosóficos y hacer gestiones para que las personas puedan crear en el ecosistema de Casa Mangle. Habla de una cultura libre de egoísmos, de cómo los manglares pueden enseñarnos a construir relaciones y cómo la observación de los cantos de las ballenas que arriban al mar Pacífico ha hecho que la comprensión de la identidad vaya más allá de las personas.
–Hay que romper la idea de que la ciudad es un espacio totalmente alejado y diferenciado de lo rural –me comenta Pablo.
Los dos amigos han construido una relación profunda porque se han acompañado y admirado en las luchas de vida que cada uno ha enfrentado. Pablo me contó que le pareció muy valeroso cuando vio que Valencia no se dejó encerrar en los tiempos de la pandemia, y decidió gestionar ollas comunitarias en los barrios del Oriente de Cali para la gente que estaba pasando hambre. Por su parte, Andrés frecuentemente inicia frases filosóficas precisando: como dice Pablo. Ambos, siendo mucho menores y en momentos diferentes, estuvieron en la cárcel. Esa experiencia parece haberles dejado claro que las cárceles de Colombia están llenas de personas jóvenes y conocer de primera mano ese fenómeno. Según cifras del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario hay 31.322 hombres y 2.113 mujeres que tiene menos de 28 años, es decir, el 32% de la población carcelaria.
Por eso Andrés y Pablo comparten el propósito de estimular e inspirar a jóvenes caleños y del Pacífico a asumir un rol de liderazgo en sus proyectos de vidas individuales y colectivos. Y para ver en directo cómo hacían realidad este deseo, me invitaron a observar el encuentro que organizaron con los Guardianes de la Biodiversidad. Un grupo de 30 jóvenes de consejos comunitarios de Buenaventura, que se destacan por acompañar en los territorios algún proyecto de conservación ambiental o incidencia social: pedagogía sobre el sentido de pertenencia de los territorios, grupos de estudio sobre las normas relacionadas con los derechos de las comunidades negras, el desarrollo de iniciativas de agricultura, el fortalecimiento de las formas de organización étnicas, desarrollo de proyectos de emprendimiento, preparación de viche, jornadas de limpieza de basuras, realización de campeonatos deportivos y proyectos de ecoturismo.
Guardianes de la biodiversidad
El encuentro con los Guardianes de la Biodiversidad tenía el propósito de que este grupo de jóvenes pudieran conocer de primera mano los eventos sobre la biodiversidad que se estaban presentando en Cali por la realización de la COP16 y, de paso, se llevaran sus propias impresiones. Adicionalmente, se programaron conversatorios y espacios de reflexión sobre un listado ambicioso y complejo de temáticas como el uso, tenencia y legalización de la tierra para el cuidado de la biodiversidad, las leyes de juventudes y ordenamiento territorial, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la cultura como herramienta de transformación ambiental, y los significados de resiliencia y la ancestralidad de las ballenas en el Pacífico.
El encuentro inició el domingo 28 de octubre de 2024 con la llegada de los jóvenes a la concha acústica de la Plaza Jairo Varela y la bienvenida por parte de los nypas de Casa Mangle. Acto seguido, hicieron un recorrido entre cientos de personas que estaban visitando la zona verde de la COP16. Se detuvieron en el stand con la exposición de la historia de los instrumentos de producción del viche, y en otro stand donde hacían una explicación de las propiedades medicinales de las hojas de coca y marihuana.
Encuentro de los Guardianes de la Biodiversidad. Foto: Jorge Gil.
Finalizando la travesía por el Bulevar del Río se dirigieron a Casa Mangle. Los nypas que estaban en la Casa esa noche recibieron al grupo de jóvenes con música salsera y una copa de viche. Sentados en un círculo descansando después del largo viaje, tuvieron la oportunidad de presentarse, hablar sobre sus trabajos, sus expectativas y algunos, sobre sus sueños. La idea era, según les exponía Andrés, no solo cumplir con la agenda del encuentro, sino, principalmente, que construyeran una red de contactos entre ellos.
Al finalizar las presentaciones, le dieron la palabra a Francisca Castro, o Doña Pachita como pide que le digan. Ella es una mujer sabia de las orillas del río Tapaje, en el Charco Nariño, que vive ahora en Cali luego de haber sido desplazada de su hogar por la violencia. Andrés la invitó al encuentro con los jóvenes porque su apuesta de vida es mantener el patrimonio de la sabiduría de las comunidades negras a través de la expresión oral y teatral.
Doña Pachita en escena. Foto: Jorge Gil.
Estas fueron las palabras que Doña Pachita dirigió a los Guardianes de la Biodiversidad:
Cada uno de ustedes es un Samán. El libro suyo no lo han leído todavía. Si en este tiempo de guerra estamos vivos es por algo. Y hay que escribir para que las nuevas generaciones encuentren cosas escritas. Empecemos a pensar en grande, a escribir historia. Y también la palabra ponerla para que la oralidad sea la denunciante.
El Pacífico costero era el último pulmón que le quedaba a la tierra para la oxigenación. Colombia estaba orgullosa con su riqueza ambiental.
Variedad biodiversal de la fauna y flora hermosa se contemplaba dichosa reliquia del mundo entero. Y por los celos extranjeros el aire están fumigando, sin piedad están acabando al Pacífico costero.
La selva sin espesura es desierto premeditado que el hombre se ha probado por jugarse una aventura.
Se acaba la brisa pura. Se aproxima la extinción. Pronto vendrá una explosión. Llantos del ecosistema sangrarán todas la venas por el último pulmón. Los ríos pierden su caudal y las aguas su pureza. Toda la naturaleza lanza un destello ambiental y el arte medicinal que por tradición se aferra.
Mira las plantas en guerra repletas de glifosato, se acaba todo el recato que le quedaba a la tierra. Se mueren los animales y el hombre se está enfermando porque están contaminando los recursos ambientales. Se aproximan muchos males porque la vegetación pierde la doble función que purifica el ambiente en un proceso prudente llamado oxigenación.
–De esta manera el poeta y pensador Romilio Cadena Cuenú me ha autorizado decir este mensaje en los espacios donde se construye –finaliza su intervención Doña Pachita.
El encuentro con los guardianes de la biodiversidad duró dos días más y culminó con un almuerzo de despedida en la Galería Alameda.
Recientemente, en conjunto con los cofundadores de Casa Mangle, tomaron la decisión de expandirse a más allá de las fronteras del espacio urbano y abrir la tercera sede en las playas de Ladrilleros, un centro poblado del municipio de Buenaventura que hace parte del área del Parque Nacional Natural Uramba.