«Los niños no son responsables del futuro del mundo, son los adultos»: Carolina Pineda, historietista e ilustradora
A propósito del lanzamiento de la novela gráfica El eco de la llamada, conversamos con la autora sobre su trabajo creativo y la temática que atraviesa la obra como una herida profunda: la infancia arrebatada.
por
Diana Gil
05.04.2024
Desde hace casi cinco años, Carolina Pineda –conocida artísticamente como “La Desparchada”– comenzó a delinear la infancia con sus acuarelas. Curiosa y preocupada por el mundo infantil, quiso darle protagonismo a la niñez en su reciente novela gráfica El eco de la llamada. La obra, editada por Planeta Cómic, transcurre en los años noventa en un pequeño pueblo de Boyacá: San Miguel de Sema. Para llegar a este escenario, una conversación telefónica entre la protagonista del libro, Martina, y su padre, es el detonante que le recuerda la infancia vivida en la finca de San Miguel. Un recuerdo lleno de tristeza y felicidad, porque así es la infancia: risa y llanto. Durante su estadía en San Miguel, Martina no está sola, sus tres primas (Claudia, Sandra y Lady) y el niño Alberto son sus cómplices y confidentes de aventuras. Con ellos comparte sus juguetes preferidos y los sinsabores del abandono y el trabajo forzado. Pero esta manada no podría estar completa sin los perros de la finca: Rambo, Terror, Canchas y Resortes.
Con las lentes de la ficción, La Desparchada hurga en las violencias que los adultos ejercen sobre las niñas y los niños. Como en el manga Sunny, de Taiyô Matsumoto, ella hace evidente en su libro “la mirada tan ajena de los adultos hacia la infancia”. Sin conocerse, La Desparchada y Matsumoto se comunican por telequinesis. Si los niños de las estrellas, en la obra del japonés, fueron abandonados por sus padres en una casa de acogida, las niñas de El eco de la llamada fueron dejadas a su suerte por sus padres en una finca porque, como lo exclama la narradora de la historia, el “abandono no es solo irse para no regresar jamás”. En definitiva, estos infantes anhelan que los adultos vuelvan a poner la atención en ellos.
Antes de El eco de la llamada, La Desparchada publicó algunos cómics autoeditados, como Hello, my love (2014) e Historias de Chapiyork: una noche del 88 (2017), este último en coautoría con Daniela Ardila. Y participó en el cómic colectivo Recetario de sabores lejanos (2020) de Cohete Cómics. A diferencia de estos trabajos, en El eco de la llamada eligió la técnica de la acuarela porque, como afirmaba Pedro Nel Gómez, “la acuarela puede llegar hasta los últimos límites de la gran pintura: en temática, en expresión plástica, en contrastes colorísticos, en campo espacial, en fuerza ilustrativa y decorativa”. Como antesala al lanzamiento del libro, La Desparchada organizó en 2022, en el marco del Festival Independiente de Cómic Colombiano, una pequeña exposición intitulada Un aullido, donde mostró el trabajo creativo de su novela gráfica.
Este cómic pictórico, ambientado con la iconografía de los años noventa e influenciado por la cultura popular entonces en boga, nos acerca de una manera reflexiva a la infancia para recordarnos a la niña o al niño que alguna vez fuimos. Y nos invita a aullar y a correr en cuatro patas, como bien lo aprendió Martina en San Miguel de Sema.
A diferencia de sus anteriores cómics, en El eco de la llamada optó por la técnica de la acuarela. ¿Qué cambios implicó trabajar con esta técnica más pictórica?
Cambió mi estilo de vida. Fueron cuatro años con esa técnica, nunca me había demorado tanto. La acuarela me exigió trabajar casi todos los días. La dificultad fue encontrar el hábito y la constancia. Si lo hubiese hecho con otra técnica, probablemente hubiera acabado más rápido y no me habría enfrentado a los aprendizajes que viví al pasar a la digitalización de las páginas. En esa fase final estuvo la verdadera prueba, no en el trabajo de la acuarela. La acuarela me enseñó, me calmó la vida un poco más, porque trabajas con agua, tienes que ser paciente, hay muchas capas, si te equivocas y el papel está mojado debes esperar a que se seque. Hay dibujantes muy profesionales, como Gipi [Gian Pacinotti], que trabajan con un secador, pero eso dice mucho acerca del nivel de producción, lo utilizan porque están produciendo un montón por año. Es decir, secan sus páginas y siguen trabajando, de modo que acaban más rápido. En mi caso, yo esperaba el secado natural mientras seguía atendiendo otros aspectos de mi vida, como el laboral.
Desde que comenzó el trabajo de la novela gráfica El eco de la llamada, usted ha hecho hincapié en la importancia del borrador en los proyectos de cómic. ¿Cuál fue la relevancia del borrador para El eco de la llamada?
La novela no sería lo que es sin el borrador, porque fue muy detallado. Aunque en el trabajo de acuarela hice ciertos cambios, todas las acciones y las viñetas que debía tener la historia están planteadas en el borrador. Como yo no escribí un guión, hice un borrador detallado con base en la sinopsis que escribí y le entregué al editor. Yo no suelo escribir guiones, a menos que sea una exigencia, me gusta dibujarlos, y a eso es a lo que llamo borrador. El borrador detallado me permitió conocer mejor a los personajes y plantear los distintos escenarios. Previamente, en una bitácora dibujé un boceto del escenario principal: la finca de San Miguel. También tenía bocetos en la bitácora sobre el campo, la vegetación, los árboles, los atardeceres, los personajes, pruebas de color, etcétera. O sea, antes del borrador hice un calentamiento de bocetación de dibujo en la bitácora. Luego, los bocetos de la bitácora se consolidaron en el borrador y adquirieron vida propia.
En el catálogo de la exposición Tipo, lito, calavera, el curador e investigador Juan Pablo Fajardo escribió: “Los tipos de letra son objetos estéticamente cargados que transmiten, además de los mensajes que las palabras conforman, una trama de significados históricos”. ¿A qué se debe la variedad de fuentes caligráficas, dibujadas y en versión digital, en El eco de la llamada?
El editor quería que yo rotulara el cómic, pero habría sufrido mucho por la cantidad de correcciones de estilo en los textos. El texto siempre estuvo en el borrador y al final hubo muchos cambios y correcciones, así que la fuente de la letra tenía que ser digital para corregir. Además, por la premura del tiempo no fue posible generar mi propia fuente tipográfica. La fuente digital que seleccionamos atenúa visualmente la tipografía que yo hice en acuarela —por ejemplo, las onomatopeyas que dibujé tienen bastante ruido visual: color, detalles, tamaños grandes—, pero es la más orgánica. Ahora, hay dos fuentes digitales distintas: una para las voces de los personajes de la aventura en el pasado y otra para quien escribe la historia. Claro, en esto hay un riesgo y es si al lector no le perturba la variedad tipográfica o se pierde en ella. Independiente de esto, a mí lo que me importa es que cada tipografía está justificada, ninguna es una improvisación.
Sobre la diversidad de escenografías en El eco de la llamada, ¿cómo llegó a ella?
Yo llegué a todos esos escenarios porque desde muy pequeña conocí el campo, en dos viajes que hice en carro con mi papá. Tengo recuerdos muy lúcidos de paradas en distintos pueblos de Boyacá porque él quería que yo conociera ese departamento donde él nació. Allí supe que Boyacá era verde y frío. Esas imágenes tan vívidas que me quedaron, así como las que tengo de otros viajes que he hecho como adulta a Boyacá, me enriquecieron para pensar esos escenarios. San Miguel de Sema, el lugar donde transcurre la aventura, fue uno de los pueblos que conocí con mi papá. Por supuesto, me documenté sobre el pueblo y su distancia con Chiquinquirá porque yo quería que las acciones que transcurrieran allí fueran verosímiles, ya que los personajes se desplazan entre San Miguel de Sema y Chiquinquirá. De resto, dejé volar la imaginación, no me interesaba tanto el rigor documental. Otro escenario para mí, aparte de la ciudad, la finca, la casa de la bruja, el monte, el pozo y la tienda, es la comida —elemento típico del lugar— porque la veo como parte del paisaje.
El habla popular boyacense y el léxico infantil de varios de los personajes de El eco de la llamada incitan –como lo plantea el crítico español Gerardo Vilches respecto al primer volumen de Krazy Kat de Ediciones La Cúpula– a leer en voz alta la obra para absorber sus matices, significados y sonidos. ¿Por qué le interesa ese rasgo sonoro en la novela?
Porque se trata de niños en un lugar poco habitual, sobre el que casi no hemos contado o leído historias, y en un momento histórico específico: los años noventa. Ese rasgo sonoro lo percibí mucho en el proceso de edición porque al leerle el borrador al editor empecé a dramatizar el texto para que tuviera sentido, y fue muy bonito porque al final lo dramatizábamos juntos. Incluso, acudimos a un diccionario de palabras de regiones colombianas para verificar algunas expresiones. Con ese ejercicio me di cuenta de que las palabras elegidas, las expresiones y el ritmo de los diálogos, porque el de los niños es distinto al nuestro, fueron acertadas y verosímiles porque captaron la esencia de los niños en ese contexto y momento. En esta novela defendí mucho la forma en la que se expresan los niños porque ellos hablan con puntos suspensivos, no desarrollan las ideas igual que los adultos, suelen dejar las frases a la mitad, olvidan lo que están diciendo, sus tonos son distintos. Los niños expresan, no hablan con corrección de estilo. No quería que se perdiera la voz infantil, que habla mal, con incongruencias. Entiendo que la novela deba leerse con fluidez, pero cuidé mucho la voz infantil porque el diálogo es expresión.
En la dedicatoria, usted dice que el libro está dirigido a todas las infancias obligadas a trabajar, víctimas del reclutamiento forzado y abandonadas. ¿Qué la llevó a abordar esta temática desde la ficción?
Siento una preocupación y al mismo tiempo una curiosidad por la infancia. Quería acercarme con mucho compromiso a esa temática, a través de mirar mi propia infancia, terapéutica o reflexivamente, y la de mis sobrinos, porque me importa. Sentía que la novela era propicia para sentar una postura porque siento que este mundo carece de posturas, en especial respecto a la infancia y los animales. El argumento gira en torno a ellos. Quería a través de una historia de aventuras hablar de la mirada tan ajena de los adultos hacia la infancia. Incluso de la repulsión que sienten porque los niños gritan, corren, ríen duro, estornudan o tienen una emocionalidad que no pueden controlar. Y, por supuesto, también soy consciente del país en el que vivo, un país en conflicto, con violencia. No conocemos la paz desde que nacimos, quizás un poco desde el 2016, a medias. Entonces si vas a hablar de la infancia tienes que hablar de la violencia porque nos interpela en todas las esferas, incluso en los entornos más privilegiados.
Y sobre el reclutamiento…
Sobre el reclutamiento, conversando con una prima que trabajaba en la JEP, ella me dijo que hay muchas formas de reclutamiento, no solo bajo la presión de un fusil; el sometimiento opera de muchas maneras, desde la figura autoritaria de un adulto. Creo que deberíamos evaluar esa frase que dice: “Respete a los mayores”; ¿por qué?, ¿bajo qué circunstancias?, ¿hasta dónde? Las niñas y el niño de la novela son sometidas a una realidad que ninguna pidió y respecto a la que ninguna tuvo la oportunidad de decidir, en los años noventa no había celular para contactar a sus padres o teléfonos en la ruralidad. Son manipuladas para hacer quehaceres; por supuesto, no quiero satanizar el trabajo en el campo, lo amo, pero lo que quería mostrar es que una realidad que pudo ser linda para las niñas, terminó siendo un espacio de sometimiento para ellas. Así que siento una preocupación por la infancia en muchos niveles, por su instrumentalización, no solo en el conflicto, sino también en el trabajo doméstico.
Al igual que los niños de las estrellas del manga Sunny de Taiyô Matsumoto, las niñas de El eco de la llamada lamentan la displicencia y el desinterés de los adultos respecto a sus miedos, inquietudes e ideas. ¿Por qué acentúa tanto esta mirada de la infancia sobre el mundo adulto?
Hay una razón muy personal. Desde hace unos años he estado muy en contacto con la niña que fui, como una tarea contemplativa, pero también terapéutica. Entonces tengo muchas memorias y recuerdos. Como la censura, que me callaran o quitaran las palabras, sin que esa haya sido la intención de mis padres, pero fue lo que pasó. Creo que si todos los adultos se dieran a la tarea de mirar la infancia, hasta en los hogares más lindos y plenos encontrarían momentos de mucha tristeza porque fueron censurados o sus decisiones no fueron tomadas en cuenta. Si miramos esto desde un lugar reflexivo y terapéutico, no solamente estaríamos mejor capacitados para la crianza, sino que también podríamos estar mejor preparados para el manejo de nuestras propias emociones. Esta es una de las apuestas del libro, hacer que quien lo lea mire su propia infancia y empiece a encontrar y reconocer cosas en ella. Pero también hay momentos divertidos porque eso igualmente es la niñez. Ahora, este es un mundo patriarcal y adultocentrista, y si no empezamos a mirar y a confrontar estos dos pilares sobre los que está construido el mundo, ningún cambio va a ser posible.
El eco de la llamada logra darle una voz y una psicología profunda a cada uno de los personajes. Por su condición de vida, Alberto, el trabajador de la finca San Miguel, es quizás el más vulnerable de todos: privado de riquezas materiales y sometido al trabajo forzado desde temprana edad. ¿Cómo llegó a la construcción de este personaje?
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Cuando yo fui de pequeña a Boyacá con mi papá, en la finca había un niño que trabajaba y eso me causó mucha curiosidad. Al contarle a mi mamá, ella me dijo que le tocó empezar a trabajar desde los catorce años para ayudarle a mi abuela, que fue madre de ocho hijos. También, tuve una pareja que amé mucho y empezó a trabajar siendo muy niña, de diez años, manejando un planchón en un río. Tanto mi mamá como mi expareja romantizaban esta idea del trabajo a temprana edad, incluso lo decían con orgullo. Y eso me causó tristeza porque creo que ningún niño debería tener que trabajar. En la adultez fue que empecé a cuestionar eso que pasó. Estas historias, más el día a día –donde vemos a tantos niños trabajando en la calle con sus padres, no solo en el campo–, fueron la materia prima para darle vida a Alberto, el más vulnerable de todos. Vuelvo a lo del patriarcado: él desde pequeño es víctima de ese sistema por ser el hombre de su familia, quien debía trabajar. Al yuxtaponer a Alberto con las niñas de la ciudad, es muy notorio el contraste: él solo ha visto dos películas en su vida, quizás nunca ha tenido un juguete y nunca jugó tanto como lo hizo con las niñas de ciudad. La época en la que ocurre esa aventura fue importante para explorar la diferencia entre la infancia rural, por medio de Alberto, y la citadina, a través de las niñas.
La conciencia ambiental y el pensamiento planetario de la protagonista del libro llaman mucho la atención. La relación de cuidado que establece con el mundo natural y los seres vivos es profunda y significativa. ¿Qué papel asumen las infancias en el cuidado del planeta?
Como los niños carecen de juicios o sesgos porque no tienen la experiencia ni el resentimiento con el que nosotros juzgamos la vida, entonces ellos poseen toda la conciencia. Un niño, a no ser que sus padres o cuidadores le hayan implantado ideas de homofobia o intolerancia, se acerca al mundo de una manera genuina. Esta es una especie que quizás si se quedara en la infancia tendría más futuro, es decir, si nuestra especie no creciera sino hasta los ocho años. En esta hipótesis seríamos una especie muy distinta: tierna, torpe, idealista, soñadora, jugadora, cuidadosa del otro. Pero como detrás de la infancia siempre hay un adulto, la responsabilidad es nuestra, ahí está la apuesta del libro. No es tanto el rol de los niños cuanto la vuelta de tuerca para pensarnos como sociedad planetaria; el papel empieza en los adultos porque somos los transmisores de los valores y de las ideas de cuidado y respeto por el entorno, algo que veo muy difícil. Los niños no son responsables del futuro del mundo, son los adultos quienes asumen esa responsabilidad con sus enseñanzas e influencias.
Los juguetes están muy presentes en la novela. Casi todos parecen personajes de la trama. ¿Por qué les dio tanto protagonismo?
Los juguetes en la vida de un niño son familia. Me interesaba que Martina llevara sus juguetes a todas partes porque eso es lo que uno hacía con sus juguetes favoritos. Uno somete a los juguetes a todo tipo de experimentos: los bota, los moja, los tira. Es una curiosidad muy científica, el juego es experimentación. Para que los personajes de la aventura fueran verosímiles debían tener juguetes, modos de hablar con ellos, manías, etcétera. Los juguetes son un personaje más porque los niños pasan horas con ellos, los asumen como parte de su vida. De hecho, con los juegos se disfruta la vida. Me interesaba que los juguetes estuvieran allí como elemento lúdico y de experimentación de la infancia.
En el colofón del libro, se lee: “Esperamos que estas viñetas nos conmuevan tanto como para querer cambiar el mundo y que nadie sea privado de su infancia”. ¿De qué forma cree que el cómic podría ayudar para que las infancias en Colombia no sigan siendo sometidas al trabajo forzado y al abandono?
No puedo ser idealista, el libro no cambia la sociedad. Hubo un libro que sí pudo hacerlo: La Biblia —y en ese destino estamos—. Creo que son los lectores quienes cambian los comportamientos, el trabajo es de los adultos. Esto es lo que nos cuesta reconocer: la responsabilidad enorme que tenemos con el mundo, la infancia, la naturaleza y los animales. Mi intención es que haya un reconocimiento de nuestras propias infancias, pero también de las responsabilidades que tenemos como adultos. Para esto no necesitamos ser padres, podemos ser el amigo que aconseja a un padre o a una madre, podemos estar en la docencia, podemos hacer talleres, hay muchas otras maneras de llegar a las infancias sin ser padres necesariamente. Entonces se trata de que este libro y todos los libros lleguen a personas que quieran hacerse preguntas. El libro es el medio, pero el fin somos nosotros. Aunque no sea tan idealista, guardo esperanzas. El colofón suena hermoso, pero mientras se lee hay un genocidio en Palestina, se mata a niños y a mujeres embarazadas. Dejo abierta esta reflexión: un libro no cambia el sistema patriarcal y capitalista por el que nos regimos.