La escritora francesa Annie Ernaux obtuvo, el pasado 6 de octubre, el Premio Nobel de Literatura. Al tiempo que la academia resaltó su coraje y agudeza para develar los recovecos de la memoria personal y colectiva, el anuncio fue celebrado por lectores y, sobre todo, lectoras que conocían su obra. En Colombia, desde hace unos años los libros de Ernaux se consiguen con relativa facilidad. En Español, Tusquets publicó sus cuatro títulos más conocidos: El acontecimiento, Pura Pasión, La vergüenza y El lugar; Cabaret Voltaire sacó sus primeras novelas y la muy elogiada Los años, y la editorial independiente argentina Milena Caserola es la única que por ahora lanzó sus diarios La vida exterior y Diario del afuera.
Annie Dúchense —su nombre de familia— nació en la ciudad normanda de Lillebonne en 1940 y se crió en el pueblito de Yvetot, sin hermanos —más adelante supo que su hermana mayor había muerto de difteria a los seis años, dos antes de que Annie naciera—. Sus padres, trabajadores, tenían una tienda restaurante.
Hasta aquí es suficiente para nutrir o disparar o envolver el relato que Ernaux, muchos años después, construyó en libros como El lugar, Memoria de chica y La otra hija. Quizás incluso suficiente para nutrir el largo de su obra: el del recuerdo de una infancia, juventud y adultez que ella no solo evoca, sino que rastrea, con la rigurosa habilidad de quien disecciona, para escribirse a sí misma —de ahí que su obra sea catalogada como autobiográfica— y también para contar la época y el lugar que le tocó vivir. Al definir lo que Ernaux ha hecho en alrededor de una veintena de libros suele utilizarse la palabra documentar. Pero el suyo no es un afán por relatar lo importante, sino lo cotidiano. Entran, con igual atención, los rumores vecinales o la sensación de haber dejado de lado el entorno familiar por llevar una vida intelectual, feminista y de militancia política; las canciones festivas y la enfermedad; los viajes en metro y el sexo.
En El lugar Ernaux habla sobre la muerte de su padre. En La vergüenza, sobre el día en el que el padre intentó matar a la madre con un hacha. En El acontecimiento, sobre el aborto clandestino que se practicó en 1963 cuando estudiaba filología en Ruan. En Pura pasión, sobre el deseo que siente por un hombre. Con un estilo que ha sido definido como despojado y afilado, que evita juicios y calificativos y apela a lo esencial —la mayoría de sus libros ronda las cien páginas— Ernaux relata estos acontecimientos abrumadoramente íntimos y, al contarlos de la manera más dura y fiel, hace también un retrato social.
En Cerosetenta entrevistamos a tres lectoras que han leído con dedicación la obra de Annie Ernaux y esto fue lo que nos contaron.
Una honestidad radical
Gloria Susana Esquivel, escritora, poeta y profesora
El proyecto literario de Annie Ernaux me parece muy interesante porque cuenta su vida, todo es autobiográfico, pero no la autobiografía a la que uno está acostumbrado, sino que ella toma lo que le pasa para volverlo relato y para reflexionar sobre el relato. Su literatura no es una ficción organizada con inicio, nudo y desenlace, ella cuenta hechos que están en su memoria y que quiere recuperar de la manera más fiel posible. A medida que los recupera piensa en la literatura, en lo que significa contar y recordar. También en lo que significa vivir o haber vivido.
Ernaux toma un recuerdo y entra a ese recuerdo. El acontecimiento es lo que le pasó entre el momento en el que quedó embarazada y cuando abortó. Es solo ese espacio y tiempo y no existe nada más en el mundo sino lo que ella está recordando. Pero no es una literatura selfie porque los hechos están para un propósito mayor que es reflexionar sobre la literatura.
«El acontecimiento es lo que le pasó entre el momento en el que quedó embarazada y cuando abortó. Leerla es entrar a la mente de alguien y ver su recuerdo no embellecido o exagerado» — Gloria Susana Esquivel
Leerla es entrar a la mente de alguien y ver su recuerdo no embellecido o exagerado. La primera vez que leí Pura pasión no me gustó porque es una mujer que está obsesionada con un amor muy tóxico y me generó rechazo porque esa también era mi vida. Yo quería una ficción, pero leerla fue como estar en el momento palpitante de la obsesión, de la ceguera por la obsesión. Me impactaron sus pensamientos tan fuertes, cosas heavy. Ella dice que le habría gustado que el tipo le hubiera transmitido el VIH para tener algo de él. Evidentemente hay un trabajo literario con el que logra materializar en palabras el caos y la confusión y no por medio de la atmósfera o del sentimiento, sino reproduciendo un pensamiento así de fuerte.
Ernaux tampoco esconde su feminismo. En El acontecimiento —una denuncia entre comillas grandes de que el aborto no debió haber sido clandestino— dice: esto me sucedió tres o cuatro años antes de que el aborto se legalizara en Francia y qué mierda que me tocara vivirlo. No es apolítico lo que hace. Yo creo que en sus libros hay una subjetividad femenina y una subjetividad deseante sujetas a fuerzas sociales y políticas que hacen mella para que su historia sea así.
La memoria de las mujeres
María José Navia, escritora y profesora chilena
Es un Nobel esperado y merecido para una autora con una obra muy amplia. No diría que es autoficción ni necesariamente escritura del yo: estamos hablando de una escritora que trabaja la memoria. En su caso, más que escritura del yo, hay una del nosotros, nosotras y nosotres. Ella le da un sitio al yo y lo valora como parte de su experiencia, además, desde el cuerpo de la mujer —el deseo, la maternidad, el aborto—, pero es un cuerpo que está en el mundo, atravesado por la historia.
Annie Ernaux parte del yo como un trampolín al mundo. Es una escritora con un estilo bello, muy trabajado, que cuenta las cosas con cierta frialdad. En Pura pasión habla de una pasión desesperada con un lenguaje casi clínico que observa y disecciona. Uno podría pensar que el relato va a ser desbordado, pero siempre se está autocontrolando y yo creo que ese lenguaje despojado le permite mirar mejor. Es un lente que ella pulió muy limpio para mirar mejor. Es una prosa despojada, pero se ven la pasión, la incomodidad, el dolor.
Ella dijo en una entrevista que el giro en su escritura se dio cuando empezó a escribir sobre la muerte de su padre en El lugar. Antes se había dedicado a la ficción, pero entonces algo cambió. En el libro, hay un momento brutal cuando por primera vez ve a su padre desnudo mientras la madre lo viste para el funeral. De ahí, ella parte a analizar la vida del padre, su propia infancia, la relación con él. Dice que se sentía incómoda al hablar de literatura con su padre porque a él no le gustaba mucho leer. A la vez, habla de una época, de la forma de ser hombre en esa época y de lo que se esperaba de ellos en términos de trabajo y de proveer a la familia.
Ernaux también está en contacto con las cosas que lee, fotografías, diarios. En Los años relaciona los dichos de su familia, los refranes. Era una familia que no leía tanto, excepto la madre, pero que daba importancia al lenguaje y sabía contar anécdotas. Ella mezcla esos dichos con lo que pasaba en Francia. Es una escritora que siempre está mirando y escuchando atentamente. Incluso en textos más íntimos como No he salido de mi noche —el diario de observación frente al alzhéimer de su madre— son ficciones atravesadas por un componente sociológico.
«Ernaux es una trabajadora de la memoria y en una entrevista dijo que la gente parecía muy dispuesta a olvidarse de la memoria de las mujeres» — María José Navia
Sobre El acontecimiento ella dijo que, aunque el aborto no era un tema tan nuevo en la literatura, le pasaba que leía a otrxs escritorxs y encontraba una elipsis: la mujer quedaba embarazada, no quería tener al bebé y de repente despertaba en una clínica. Ernaux quiso escribir contra esa elipsis: mirar el momento, quedarse. En un epígrafe dice que recordar no es más que mirar las cosas hasta el final. Es mirar hasta el final con todo lo brutal y terrible, honrar un momento. Lo mismo hace en Pura pasión: acompaña a la mujer que está obsesionada con su amante y desesperada por verlo a lo largo de la rutina de ¿me llamará?, durante los días iguales en los que espera y dice: “Voy a terminar con esto”, pero él la llama y ella sigue. Eso significa mirar un momento.
Ernaux es una trabajadora de la memoria y en una entrevista dijo que la gente parecía muy dispuesta a olvidarse de la memoria de las mujeres. En sus libros ella salva momentos cotidianos que tienen que ver con el cuerpo. Por ejemplo, en La mujer helada habla de su primera menstruación y se queda ahí, lo pone en el centro. A mí me da rabia cuando hablan de la literatura de Ernaux como “de señoras” o “muy femenina”, pero resulta que Flaubert escribió Madame Bovary sobre un adulterio y se convirtió en la gran novela realista. ¿Por qué Ernaux no podría escribir sobre una mujer obsesionada con una pasión amorosa?
Ella pone su cuerpo, se ficcionaliza a sí misma y me parece que para escribirse, contar su vida, abrir la puerta a su intimidad, a su familia y a sus contradicciones hay que ser valiente y generosa. Este también es un premio a la generosidad.
En tránsito
Ana Filipa Prata, doctora en Literatura Comparada de la Universidad de Lisboa y profesora de la Universidad de Los Andes
Soy profesora de literatura no hispánica y comparada, entonces me interesa cruzar disciplinas y dicto un seminario sobre ciudad y literatura en el que leemos a Annie Ernaux, pero no sus novelas más conocidas, sino sus diarios, El diario del afuera y La vida exterior. Son libros que nos permiten acercarnos a la escritura de lo cotidiano y a cuál es la importancia de esas prácticas cotidianas para escribirse a uno mismo, que es el gran tema de Ernaux: la escritura de la memoria que se hace de afuera hacia adentro; verse en los demás para pensarse.
Uno siempre se piensa desde reflexiones subjetivas e interiores, pero Ernaux hace un trabajo al revés: mira afuera para revelar lo que ella es. Su idea es estar atravesada por los demás, su identidad es el resultado de una observación de los otros, sobre todo de personas marginalizadas por género, clase social o por los lugares donde circulan. Ella dice: me pregunto por qué no soy esa mujer que está sentada frente a mí en el metro. Hay una empatía hacia figuras femeninas y periféricas, personajes no burgueses, de todos los días, que viven fuera de los lugares donde se hace la cultura. Hay una simpatía por los sujetos ordinarios.
Y también está el movimiento de adentro hacia afuera. Es más bien un tránsito —como el del metro que ella siempre toma—. A diferencia de lo que pasa en sus novelas, en Los años y en los diarios Ernaux no escribe sobre ella directamente, escribe sobre lo que ve como si fuera una etnóloga. Pero luego, novelas como La vergüenza y El lugar son más enfocadas en el yo y creo que la colectividad ahí se ve en la capacidad que nosotros, los lectores, tenemos para identificarnos con esa experiencia. Su experiencia es tan expuesta, tan íntima y singular que logra que nosotros conectemos: “¡Dios mío! Esa podría haber sido yo, es mi propia vida”.
«Su experiencia es tan expuesta, tan íntima y singular que logra que nosotros conectemos: ‘¡Dios mío! Esa podría haber sido yo, es mi propia vida’” — Ana Filipa Prata
Ideológicamente su obra está cargada, aunque no es obvio, pero ahí están la lucha de clases, la movilidad social, la cuestión feminista y de género. Es traer a la luz lo que hoy nos parece obvio y normal, pero que en otra época no lo era. El acontecimiento ha sido un libro muy importante también por eso: el aborto era un tema del que no se hablaba porque además entonces era ilegal en Francia. En los diarios Ernaux habla de etnografía, etnoescritura y etnotextualidad. Ella dice: ninguna descripción, ningún relato, solo instantes y encuentros. Su observación tiene el mínimo de interferencia y de juicio; el paisaje que dibuja es lo más concreto y real posible. Eso es algo que viene de una línea de la literatura francesa con Proust y Rousseau, grandes escritores de la memoria y la autobiografía. Ella se inscribe en esa línea, aunque la trabaja de forma distinta. También se inscribe en la línea del espacio urbano y de la vida cotidiana, en lo que el escritor Georges Perec llamó lo infraordinario, en posición a lo extraordinario.
Además, Ernaux recibe la influencia de la fotografía. Está obsesionada con captar momentos, instantáneas. La fotografía se relaciona con la fragmentación, pero no con lo desordenado, sino con una justicia para describir momentos y para recuperar el pasado, por ejemplo, a su familia, sin ser condescendiente, sino retratando a los personajes en su contexto ideológico, moral y social. Ernaux piensa esos momentos como si fueran fotogramas en los cuales se ha captado determinada escena, determinado sentimiento. Eso no significa que exista espontaneidad: hay un trabajo de manipulación, creación y ficción. Su escritura más que simple es escueta y es un gran trabajo de depuración, de tamizaje, de limpieza que deja solo lo esencial. Eso es nuevo, políticamente importante y poco canónico desde el punto de vista de una literatura más conservadora.