Dos profes, mujeres, en bici, por Cuba. (Parte I) Dos profesoras, mujeres, en bicicleta decidimos recorrer la isla de Cuba. Para ver a ver cómo es que es un país dónde todos tienen educación y todo funciona diferente.
Dos profesoras, mujeres, en bicicleta decidimos recorrer la isla de Cuba. Para ver a ver cómo es que es un país dónde todos tienen educación y todo funciona diferente.
—“¿Y si nos vamos a Cuba en bicicleta amiga?”, me pregunta mi amiga Natalia en abril de este año.
—“Vámos”.
Compramos tiquetes antes de planear bien cómo sería la ruta, dónde nos quedaríamos, qué bicicletas llevar o maletas ni si tenemos suficiente dinero para irnos. Pero sí un objetivo: recorrer la mayor cantidad de kilómetros que podamos en Cuba y entender, en ese recorrido, cómo es que son las cosas en este país dónde todo funciona diferente. Sabemos que ahí se logró que todos y todas tengan educación de calidad, primaria, secundaria y superior -nuestro gran sueño y reto en común-, sabemos que fue sede del acuerdo para la paz de Colombia -también nuestra misión de respaldar-, pero también sabemos que aun no sabemos nada de ese país.
Cuba es la isla que logró emanciparse del “imperialismo” y andar, o intentar hacerlo, en contravía del invasivo capitalismo, dejando en alto la salud, la educación y el anhelo de justicia social, o así pretenden. Dicen que es el mejor destino para montar bicicleta, por lo seguro que es, por el poco tráfico vehicular y por los paisajes. El plan perfecto de vacaciones después de terminar nuestro primero de dos años como profesoras de Enseña por Colombia; Natalia en Chigorodó y yo, en Barú.
“¿Se van solas ustedes dos en bicicleta?” nos preguntan nuestras familias y amigos. No, “solas” no vamos. Vamos sin hombres, sí, pero Natalia va acompañada por mí y yo por ella.
Llevamos a mantenimiento nuestras bicis, un amigo que había viajado por Cuba en octubre de este año en bici nos prestó las maletas y nos dio, de una vez, todas las recomendaciones, rutas, y contactos para armar nuestro viaje. Y así fue.
Siento haber aterrizado a 1960. El aeropuerto es de baldosa rota y paredes rojas. Los cubículos de migración son rojos y los funcionarios están vestidos de verde militar, ellas con faldas cortas y medias negras de huecos con diseños de flores, tipo femme fatal, uñas postizas y pelos largos tinturados.
Un señor recibe mi pasaporte y me pide que esperara detrás de la línea roja. No me dice porqué. Me devuelvo a la línea, y llega otro funcionario, un tanto mayor, coge mi pasaporte y con él se va a un cuartico. Espero 20min detrás de la línea roja. Estoy sola en inmigración, ya todos los demás pasajeros están en las bandas de equipaje. Vuelve a salir el funcionario mayor del cuartico, le entrega mi pasaporte al primero y me llama. “Disculpe la espera”. Me toma una foto, no me explica nada y sigo.
Me paro cerca de la salida de equipaje voluminoso a esperar mi bicicleta. Hay más de 20 cajas de televisores y unas 15 de aires acondicionados. Se me acerca una funcionaria de medias de rombos negras. “Su pasaporte”, me dice con la mano extendida, se lo entrego, lo revisa y le da un sí con la cabeza a sus colegas al otro lado de la banda que me están mirando. Espero hora y media mi bicicleta. Otra funcionaria me pide el pasaporte y se lo lleva. Me siento vigilada. ¿Es porque soy colombiana? ¿O por ser una mujer sola? Sigo esperando mi bicicleta.
“Tu equipaje no llegó en este vuelo, llegará en el de las 12 de la noche”, me dice otra detrás de un vidrio, “COPA me puede hacer llegar mi equipaje a donde me estoy quedando, ¿verdad?”, me mira con una sonrisa burlona, «estás en Cuba querida, eso aquí no pasa, tendrás que volver tú”. Cuatro horas más tarde vuelvo al aeropuerto con Daniel, el dueño de un carrito azul modelo 1968 que vende pasajes sin ser taxista. “Yo siento miedo acá andando, que nos paren y me cojan, yo no tengo permiso para transpoltalte, tu me entiende, el estado me está vigilando», me dice. En el baúl cabe la mitad de la bicicleta y así amarrada llegamos a la casa de Yadira.
Yadira tiene 33 años. Vive con Nora, su mamá, Alfredo, su papá y Aura, su abuela, la mamá de Nora. Aura es colombiana, pero a sus 21 años decidió venirse a vivir a Cuba “porque me enamoré”, y acá se quedó. Su hermano, Pacho, tiene una hija, Catalina, que es profesora de Enseña por Colombia, como Natalia y yo, y por ella fue que terminamos hospedándonos en la casa de ellos en La Habana.
En el cuarto piso de un edificio sin elevador en la calle Tulipán viven los cuatro con Shanti la perrita chihuahua. Aura cree que los colombianos debemos luchar por la victoria. No como Santos que hizo que la lucha revolucionaria se rindiera. Y sonríe. Debe pesar unos 40 kilos , o menos. Fuma sin parar. Hace dos años ellos también hospedaron a una prima de Natalia, y la trataron como una nieta más. Así que, por supuesto, nosotras también somos familia. Y así, no distinto, nos acogieron. Un platado de arroz, un pedacito de cerdo, un par de rodajas de tomate nos dan de bienvenida esa noche. Ni Natalia ni yo comemos carne, pero dejamos el plato limpio pues sabe a amor y generosidad caliente.
Para conectarnos a internet debemos comprar una tarjetica, a un dólar, por una hora. Buscar un lugar que entre Wifi, que suele ser la plaza pública o cerca a algún hotel, raspar la tarjeta y conectarse. A 7min de la casa de Yadira hay una escuela con acceso a Wifi, ahí, junto con otros 5 cubanos, nos conectamos a notificar nuestra supervivencia a la familia.
Todas las familias cubanas tienen una libreta. La misma libreta se renueva cada año. Tiene todos los víveres de la canasta familia y un poco más. Jabón, pan, harina, arroz, frijoles. Se va marcando a mano por el que trabaje en el mercado de su barrio cada vez que reclamen algo. La carne de res se acabó. “Acá te va mejó si matas a una pelsona que si matas a una vaca”, nos dice Alfredo, “acá igual nadie se mata, eso pasa es más en tu país”. El estado es dueño de la ganadería, como el resto de las industrias del país, y vende un pedazo de res tan caro como comprarse el ganado completo. Entonces comen cerdo, cuando hay, y pollo, también cuando hay. La libreta pensaron eliminarla “eso nunca se va acabá, yo te digo, porque eso es una ayuda buena para los que pasan trabajo, tú me entiende”, dice Alfredo. Otros productos están “liberados” y se pueden comprar, pero los precios son muy elevados, para el salario que ganan los cubanos.
Hay dos divisas, el CUC que es casi equivalente a un dólar, y el peso cubano. Hay que estar pilas porque 25 pesos cubanos equivalen a un CUC y hay veces que uno se embolata y termina pagando de más. Antes de la revolución eran pesos y dólares pero Fidel prohibió esa moneda gringa y se creó entonces su equivalente pero cubana. Esto no solo es confuso sino que genera una división entre los cubanos y su ya frágil economía; los que tienen CUC y los que tienen pesos cubanos. Los que tienen más poder adquisitivo y los que no, y los vuelve unos maestros en la multiplicación y división en 25.
La Habana vieja está en reconstrucción. El próximo año cumple 500 años. Han reconstruido las fachadas de la mayoría los edificios, pero hay una zona completamente destruida.
Los carros, todos, tienen más de 70 años. A excepción de unos cuantos. Andan perfecto, “el cubano es experto en invental arreglos”, dice Alfredo. Los carros modernos -entiéndase cualquier carro modelo 1980 a 2019- son demasiado caros y cuesta mucho mantenerlos, “el bloqueo encarece todo, entoncé, ¿para qué? si estos qué hay, sirven, están buenos, no necesitamos más”.
Fidel sigue muy vivo, en cada esquina de La Habana hay alguna frase de él, para él o por el. Las palabras repetidas mil veces se vuelven verdades irrefutables. Revolución, victoria, libertad, justicia, dignidad. El significado de esas palabras acá cobran otro significado.
Camino a un parque nos encontramos a un grupito de veintipico estudiantes con su profesora. Los saludamos. Me acerco a la profe “¿en qué asignatura están? Nosotras somos profesoras también”, me da un beso en la mejilla y me dice, “acompáñennos, vamos al parque a jugar,yo soy la profesora que los saca a aprender afuera”. Vamos en filita con ellos, de 4o y 5o vestidos todos de vino tinto. Nos sentamos en el parque en un círculo y jugamos pato pato ganso, y nos reímos con ellos y sus penitencias inocentes. Les enseñamos Sapo, sapito, sapo, sin antes repasar las vocales, la derecha y la izquierda – no política – y un poco de geografía de dónde queda Colombia y qué tenemos en común con ellos. Niños son niños en todas partes del mundo.
Hora y media después caminando por otra calle los oímos “¡¡profesoras de Colombia!! ¡¡Adiós!!” Son ellos en su filita despidiéndose.
Nos da sed después de casi cinco horas de caminar La Habana, pero no hay agua en ninguna de las 4 tiendas a las que entramos. Tampoco hay pan. Por hoy se acabó. ¿Libertad? ¿Justicia? ¿Dignidad?
Santiago fue la cuna de la Revolución, dicen. Acá murió y nació Fidel. Es más tranquilo que La Habana que, a pesar de ser capital, también es tranquila. Aunque “desde el problema del turismo ya La Habana no es lo mismo” según Alfredo. No sé porqué el turismo es un problema, pero así lo entiende él. Después de un bus de 17 horas llegamos a las 2 de la tarde el día de mi cumpleaños a Santiago. Armamos de nuevo nuestras bicicletas con las maletas en la terminal. La gente nos mira.
Dos bicicletas de las que no se ven acá. Dos mujeres en esas bicicletas y ningún hombre.
Arrancamos a buscar la casa que no encontramos. “¿Hacia dónde van?”, nos pregunta un señor en bicicleta que nos ve desubicadas. Le mostramos la dirección, “vamo’a vé dónde es”. Lo seguimos. Paramos a otra pareja a ver si ellos saben. “Aah pues vamo’a llamal a la rentista”, Llamar a la anfitriona desde su celular y nos indican el camino. La hospitalidad y el servicio para los cubanos es en automático.
Zadis nos esperaba en una casa de color pastel. Nos bañamos. Salimos a la Alameda a almorzar garbanzos, arroz y frijoles sabor a trío de son cubano. Nos hacen levantar de la mesa a bailarles cuando les dijimos que somos colombianas. Algunas personas que caminan fuera del restaurante paran a asomarse quiénes son esas dos bailando. Uno se emociona con la clave, deja sus corotos en el piso para sacarnos a bailar a las dos. Me cantan el cumpleaños con un coco relleno de helado de coco.
Caminamos hasta que se esconde el sol y con el atardecer nos tomamos un mojito servido por Clavel, un bartender que nos da su saco al vernos con frío por la brisa decembrina. “Si se quedan mañana yo mijmo las llevo a conocer Santiago”, nos regatea un plato de mariscos, “estos se los logré dejar a precio del cubano”. Nos pinta un mapa para decirnos por dónde debemos viajar, pero con los rones que tiene encima queda más como un garabato que guardamos de recuerdo de Clavel. Pone Carlos Vives en el restaurante “en honor a las colombianas que están de visita.”
En la Casa de la Trova estaría el trío del almuerzo, pero cuando llegamos ya habían tocado y están hablando de música, ron y Fidel en una mesa con un gringo y su cubana de la noche. Al vernos celebran y el guitarrista nos recita poesía de su autoría mientras nos dice que «yo algún día podré ir a Colombia, algún día sí” y hablamos del amor, la infidelidad y del amor otra vez. Caminamos por las calles de Santiago a las 11 de la noche, tranquilas y cuidadas por la revolución y su legado.
A las 5:30am Zadis nos tiene el desayuno servido; huevos, pan, frutas y café. Alistamos las maletas, las apretamos y cerramos bien en las bicicletas. Arrancamos. Siento chispas de adrenalina en los brazos y piernas. La carretera es tranquila, hay carros, de los viejos muy viejos, pero muy pocos. Es una carretera más para nosotras que para los carros. A los 24km paramos a un puestico con cocos. Natalia tiene la bicicleta frenada, intenta revisarla y cuatro hombres se acercan a ayudarla. Tomamos agua de coco y coco con miel. Paran dos italianos con un cubano ciclistas, nos saludan, “alguna vez yo conocí una mujer ciclista que estaba sola, sola, viajando. Qué valentía la de ella. Que valientes ustedes dos” nos dice un italiano.
Un cubano que corta el coco nos dice, “ustedes acá no tienen de qué preocupalse, el cubano es bueno y cuida al turista. Si quieren se pueden dormil aquí al lao de la carretera y lo único que las va a molestar son los mosquitos”.
Lautruska, o Favruska o Miruska – no nos aprendimos nunca el nombre- nos espera en Chivirico, 66km después. Nos recibe con un jugo de carambolo, pescado, yuca, arroz, ensalada y frijoles. Un delicioso banquete después de nuestra primera pedaleada. Chivirico es un pueblito chiquito. Nos dormimos un rato en la playa a 5 min.
Manuel, un joven cubano se nos acerca a conversar. Al rato llega el amigo. Ambos estudian, “pero la universidad y los títulos ¿para qué? Si lo que ganamos por trabajal no nos da para vivir,”, “y ustedes, ¿qué sienten frente al estado?” “nos están mirando siempre”,- “pero, ¿están de acuerdo? ¿O no hablan de eso?”
Bajan la cabeza ambos, “No hablamos de lo que nos duele, eso es por dentro. Acá nos miran más que en las ciudades. Pueblo pequeño infierno grande, todo el tiempo, en todo lo que hacemos”. –“¿Y qué pasa que los cogan?” – “que a los detractores los meten presos”. Hasta ahora nadie ha hablado abiertamente en contra del Estado, o de la Revolución.
Cenamos pescado, yuca, arroz, ensalada y frijoles. Y otro par de jugos refrescantes de carambolo. Un señor que sabe de mecánica nos ayuda a des-frenar la bicicleta de Natalia. Dura ajustándola y calibrando los cambios como una hora. No recibe ni un peso por el favor, “es de corazón”. Segundo favor sin precio. Un primito de la familia de la casa nos acompaña en la sesión de mecánica.
Le preguntamos de su colegio, “todas las mañana cuando suena la campana leemos los Efemérides. Debatimos de los acontecimientos importantes, como la revolución y lo que hizo Fidel”.
—Y ¿porqué fue importante Fidel?, le pregunta Natalia.
—Siempre vamos a recordar a Fidel, todo lo que hizo fue muy importante y bueno para los cubanos.
Nos despertamos a las 4:50am. Organizamos y ajustamos bien nuestras maletas antes de desayunar a las 5:30am. Unos huevos, pan, frutas, café, jugo de carambolo. Arrancamos al mismo tiempo que el sol empieza a a asomarse. Pero no le toma mucho tiempo estar picante.
«Fidel entre nosotros«, «Viva Camilo Cienfuegos«, «El Ché eterno entre nosotros«, «La Revolución continua«, «Hasta la victoria, ¡Siempre!» dicen las piedras, pancartas, y las paredes de los paraderos de guagua escrito a mano. El lenguaje es poderosísimo. Decidimos adoptar el último como lema de nuestro viaje.
Es hora de empezar la jornada escolar y nos acompaña en el camino los niños uniformados con sus papás camino al colegio. A caballo, caminando, en bici. Vemos mensajes de «Si amas a tu hijo edúcalo”, “el deporte es salud” “la educación es la libertad del hombre” “educa a tu hijo”. La educación es pilar de este país, es innegociable, incuestionable y principal. Completamente gratis primaria, secundaria y preparatoria. También la educación superior cualquier carrera y cuantas veces quieran. Esa utopía tiene un precio. Todos los colegios tienen un mismo curriculum, todos los estudiantes tienen un mismo uniforme, vino tinto primaria, azul secundaria y amarillo preparatoria. No hay lugar para quién no esté de acuerdo. Universidades hay una en cada provincia.
Pedaleamos acompañadas de la mar turquesa, realmente turquesa, a la izquierda y la Sierra Maestra a la derecha. En esa sierra, como en nuestras montañas, se engendró la revolución. Desde ahí bajó el ejercito rebelde convencido de la “revolución, libertad y dignidad”.
Ser dos mujeres viajando, sorprende a todos los que nos topamos. Pero también significa aguantarse silbidos, besos, gritos y acosos del 98% de los hombres que nos cruzamos. Los que están a caballo nos hacen ruidos que no sabemos si es para acelerar al caballo o una insinuación de besos. Nos debatimos cómo deberíamos reaccionar. Si ignorarlo, si molestarnos, si responderles. Decidimos, para dejar de acumular molestia en nosotras mismas y perder energía en indignarnos; mandarles besos de vuelta, un poco irónicos y exagerados. Funciona bien, por lo menos para desahogarnos.
La bicicleta, sin embargo, nos hace sentir poderosas, fuertes y libres. Es la primera vez que ambas montamos largos tramos sin un hombre que nos ayude, ya sea despinchando, echando aire en las ruedas, o rompiendo el viento. Sí nos hace un poco de testosterona, para esos esfuerzos, pero hacerlo nosotras mismas es liberador y poderoso.
Después de unas subidas con mucho sol nos quedamos sin agua. Aun nos faltan 20 y pico kms para llegar y no vemos nada a la redonda. Nada. Rodamos angustiadas, cansadas y con sed. A unos 15kms vemos una casita blanca. Un centro de rehabilitación. Nos reciben y dan agua con merienda de queso y dulce de coco. “¿Son hermanas?”, “Sí, lo somos”, hemos decidido adoptar ese engaño casi verdad durante el viaje, “aaah si, se parecen” nos responden. El poder del lenguaje.
Faltan 3km para completar lo 100km y llegamos a Marea del Portillo. Nos esperan Norvis y Yolanda, una pareja de unos 70 años. Llevan rentando su casa unos años “pero estamos pasando trabajo, es muy caro pagarlo [los impuestos] y acá esto está solo. Ustedes son las primeras de este mes”, nos dice Yolanda que cojea pues le duele el muslo izquierdo y no han podido quitarle el dolor ni en La Habana. “Tenemos salud y educación, pero nos hacen falta muchos medicamentos que no llegan”, nos cuenta.
Almorzamos arroz, yuca y frijoles sabor a la victoria de culminar 97km en una mesa rodeada de flores. La yuca tiene limón, ajo y aceite. “¿Es con aceite de oliva?”, le pregunta Natalia, Yolanda negó con la cabeza sonriendo un poco burlona, “No, no.. De ese no llega acá, tenemos de girasol y de soya, pero es bueno”.
Caminamos a una playa. Sola para nosotras. Pasan un par de cubanos y nos mandan besos mientras pasan. “¿Qué pasa?”, les pregunto desafiante, “no, nada todo bien”, “¿y entonces?” les respondo irritada. Y siguen. Se devuelven minutos después al vernos un poco desubicadas. Lo estamos. “Somos buenos, tranquilas.” nos dicen ante nuestra reacción rechazando su ayuda. Se llaman Ramón y Manuel, van a vender miel a la playa de los yorumas (turistas). Nos acompañan y guían hasta la desembocadura de un río al mar y, para que probemos, nos regalan la botella de miel que iban a vender. Fuimos desconfiadas y groseras. “Los cubanos somos nobles, acá nadie les va a hacer daño”, nos dice Ramón.
Cómo es de difícil romper con tantos años de no confiar. No solo en extraños. Nos cuesta mucho creer que esa nobleza sea tan genuina y desinteresada. Pero lo es. Atravesamos una casita camino a casa de Norvis dónde nos regalan sábila y banano, “bienvenidas a Cuba, ¿cuándo vuelven?”.
Acá el recorrido en foto
La Parte II de esta intensa y reveladora travesía estará disponible en un par de días… ¡Hasta la Victoria Siempre!