La mayoría son jóvenes con el pelo largo porque “el cabello es la conexión de la cabeza con el mundo”, según Alexandra del Pilar González, esposa de José Cristiano Lizarazo, gobernador del “cabildo” y conocido como Shirata Lacheba –el nombre muisca con el que él mismo se bautizó-. Según cálculos de Lizarazo son treinta, “portadores de un equilibrio con la Madre Tierra”. Todos usan el tabaco y el hayo –hoja de coca-, caminan descalzos la montaña “para que la tierra nos acaricie los pies” y cultivan “de la forma más natural posible.” Incluso, cuenta orgulloso, que están desarrollando una nueva técnica “en la que ni siquiera hay que sembrar”. José Crisanto Lizarazo Gómez, su familia y sus compañeros forman el “Cabildo Muisca Suamox”.
Pregonando este discurso ancestral, los nuevos muiscas han iniciado el trámite para ser reconocidos como cabildo ante el Estado. Tres años después del “auto reconocimiento”, en el año 2011 se presentaron ante el alcalde local, Juan Carlos Ostos, siguiendo el protocolo del Ministerio del Interior. Hoy, Lizarazo y su familia lideran el “cabildo”, cuya lucha se basa en acceder a los beneficios a los que dicen tener derecho por proclamarse indígenas.
Ser o no ser cabildo, esa es la cuestión que ha armado la polémica en Sogamoso. Margarita Silva Montaña, directora del Museo Arqueológico Muisca, dice que no: “aquí, no hay ningún cabildo indígena”. La Alcaldía, como autoridad local, se tuvo que pronunciar: hace un año dijo que sí, pero los sogamoseños están a la espera de la inminente ratificación de esa decisión por parte del nuevo alcalde.
La disputa no está libre de intereses, si se tiene en cuenta que los indígenas reconocidos en Colombia obtienen un fuero especial de derechos y beneficios que garantizan autonomía, recursos y tierras. Autonomía para gobernarse con autoridades propias, administrar sus propios recursos, establecer sus mecanismos jurisprudenciales y se les exime de prestar el servicio militar. Recursos como el acceso a subsidios, realizar convenios con el Estado y recibir atención por medio del enfoque diferencial –prioritaria- en la prestación de los servicios de salud, educación y vivienda. Y tierras: un resguardo -figura especial de tenencia de la tierra de carácter de inalienable, imprescriptible e inembargable- que se le otorga gratuitamente a la autoridad del cabildo de por vida. Además, la ley prevé que estos resguardos podrán ser considerados como municipios, razón por la cual podrán participar en los ingresos corrientes de la nación, vía transferencias.
Desde 1991, quienes tengan “la conciencia de la identidad tribal o indígena” pueden acceder a estos derechos. La Constitución Política y la ratificación del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo –OIT- sobre Pueblos indígenas y tribales garantizaron el derecho a la autodeterminación indígena. Y es gracias a este marco que pudo nacer el “Cabildo Muisca Suamox” de Sogamoso.
El 21 de marzo de 2008 en la Laguna de Tota, entre bailes y tambores alrededor del fuego, un grupo de personas brindaba con chicha tras tomar la decisión de reconocerse como “muiscas de la actualidad”. Con una particular visión: “Somos nativos de la actualidad, que viven y aman la Madre Tierra como muiscas de espíritu, así no tengamos tierras ni apellidos.” Y es particular porque implica que carecen de dos características: no tener tierras que demuestren un arraigo ancestral a un territorio, ni apellidos que revelen relaciones de parentesco con sus antepasados.
Alexandra del Pilar González explica que quieren ser “cabildo” porque quieren definir sus propias normas. Según ella, están “cansados de vivir bajo las leyes del ‘sistema’. Cada día nos ponen más normas y además, tenemos que pagarles impuestos” dice. Además, agrega “podremos irnos a vivir a la montaña”, porque al ser reconocidos podrán ser beneficiarios de un resguardo. Y finalmente, porque quieren formar una escuela donde se enseñe la lengua muisca que el “cabildo” aprende gracias a las clases por internet que dicta su maestra, Mariana Escribano, quién ha escrito varios libros sobre la cultura indígena y quien defiende la teoría de que los muiscas son descendientes de MHU, el primer hombre que habitó la tierra. “Es la lengua matriz de todas las lenguas, anterior incluso a la Torre de Babel” dice Alexandra, que además de ser la “vocera del cabildo”, trabaja todos los días en su pastelería y toma todos los viernes clases de lengua muisca por skype.
Querella
La cruzada Suamox no ha sido fácil. Han tenido que enfrentar varios obstáculos. Uno de ellos ocurrió el 13 de septiembre de 2011 cuando en el programa radial de la Emisora Sol Stereo, la locutora Carolina Bonilla se refirió en tono burlón al proceso legal de reconocimiento del cabildo. Durante 26 minutos, Bonilla aseveró que “la familia Lizarazo se había autoproclamado Cabildo Muisca”. Para ellos, la intención de la locutora era claramente desinformar a la audiencia, hacer parecer el proceso legal de reconocimiento del cabildo como falso e ilegal. Su defensa se basa en que el cabildo no está conformado sólo por la familia Lizarazo, sino que ellos hacen parte de una comunidad y que es ésta la que se ha autoproclamado muisca y ha elegido al “cabildo” como su autoridad tradicional. Molestos, interpusieron una querella penal por injuria en contra de la locutora y el director de la emisora. No pasó nada. Ninguno de los dos ha desmentido sus afirmaciones.
Pero la oposición al “Cabildo Muisca de Suamox” no sólo se ve en los medios locales. Margarita Silva Montaña, Directora del Museo Arqueológico Muisca de Sogamoso, habla de los “neomuiscas” como “una payasada”. “Son unos desadaptados, que les dio un día por decir que eran muiscas y, como el museo es muisca, dicen que les pertenece y que deberían tener permiso de estar allí y celebrar sus fiestas ancestrales,” afirma. Ella es la hija del antropólogo, etnólogo y académico Eliecer Silva Celis, fundador del Museo e investigador de la cultura muisca por más de 60 años. Reconoce “que le ofende” que otros intenten tomarse el fruto del trabajo “de toda una vida dedicada a la investigación”. Además insiste que no quiere tener ninguna relación con ellos. Recalca que ella también “podría autoproclamarse muisca y seguramente con más argumentos”. “Es cierto”, dice, “tenemos sangre muisca, ¡pero somos mestizos!”
La otra piedra en el zapato es la recuperación de la lengua muisca. Las intenciones del “cabildo Suamox” son muy limitadas, según la investigadora de lingüística indígena del Instituto Caro y Cuervo, María Stella González de Pérez. “Sería una lengua artificial para la comunicación de un grupo de ciudadanos del siglo XXI que quizás no lleguen a conocer las ideas, la cosmovisión y los intereses de la antigua sociedad muisca”, reconoce . María Stella conoció hace 20 años la tesis de grado de la profesora del “cabildo”, Mariana Escribano. Escribano llevó su trabajo al Instituto buscando que éste se lo publicara, pero fue rechazado. María Stella fue una de las encargadas de tomar la decisión: “coincidimos en que no reunía los requisitos mínimos de una investigación seria”.
A la espera de un veredicto
La última palabra la tiene la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior, ente encargado de certificar el reconocimiento de las comunidades indígenas. Desde 1991 hasta la fecha, ha acreditado 4000 comunidades indígenas en todo el territorio nacional y actualmente hay 270 solicitudes esperando para ser evaluadas. Regidos por la buena fe que la Constitución ampara, la Dirección recibe todas las solicitudes que llegan a su despacho. Pero primero, deben pasar el estudio etnológico, es decir, un examen realizado por un equipo de ocho antropólogos de la Dirección. Para esto, deben demostrar que tienen “cohesión de grupo, arraigo a un territorio ancestral, cosmovisión propia, relaciones de parentesco y sistema normativo propio que los diferencia del resto de la población colombiana” según la normatividad de la entidad.
“No tenemos un indiometro para determinar quien es indígena y quien no”, asegura Carlos Orjuela, antropólogo del Ministerio. En realidad, reconoce, se aceptan más solicitudes de las que se rechazan. Desde el 2005 sólo se han rechazado 7 de 100 estudios etnológicos realizados. Pero también han quitado el reconocimiento a comunidades ya certificadas en dos oportunidades: a los Mokaná de Tubará, Atlántico y a los Muiscas de la Localidad de Suba, en Bogotá.
Vale la pena preguntarse cuántos de los grupos que han obtenido el reconocimiento son realmente indígenas y cuántos no. La apertura de la legislación colombiana para la protección de los derechos de los pueblos indígenas responde tanto al carácter de nación pluriétnica y multicultural que consagra la Constitución, como también a los compromisos que adquirió en el marco de las Convenciones Internacionales frente al tema, como las de la Organización Internacional de Trabajo y la ONU.
Desde esa apertura legal, en 1991, los auto reconocimientos indígenas en el país han aumentado: “el proceso de apertura que abrió la Constitución de 1991 es peligroso, sobre todo cuando el reconocimiento oficial se asocia a la obtención de tierras, recursos y autonomía para gobernarse” reconoce la antropóloga Yolanda Bodnar, investigadora del Área de Demografía y Estudios de Población de la Universidad Externado de Colombia.
Las cifras lo corroboran. El censo de población del DANE, en 1993, incluyó por primera vez la pregunta del auto reconocimiento indígena. Dicho censo reveló que el 1,6% de la población total del país se identificaba como indígena. El número se duplicó en el censo del 2005: 3,4%. El aumento de resguardos también es impresionante. En tres años, de 1993 a 1996, la cifra pasó de 302 a 408. La cantidad se incrementó aún más en 2005, cuando el DANE registraba 700 resguardos, equivalentes al 22.32% del territorio nacional.
La cruzada Suamox
A esta realidad se suma el caso del “Cabildo Muisca Suamox”. Hoy trabajan arduamente en construir el censo de su comunidad para después presentar su solicitud ante el Ministerio del Interior. Pero tienen un inconveniente: por estar asentados en el casco urbano de Sogamoso, deben incrementar los esfuerzos para que su comunidad sea constituida por personas o familias rurales. De lo contrario, la entidad no tomaría en cuenta su solicitud: el protocolo para el reconocimiento de cabildos urbanos apenas está en construcción.
Para esto hacen almuerzos comunitarios e invitan a los campesinos a sus eventos y celebraciones de tradición muisca. “¿Usted es muisca?” preguntan. “Sí, yo creo que usted si es muisca. Jártese una totumadita de chicha” les dice Alexandra a sus comensales. Ella está segura que así despierta algo dentro ellos, los hace interrogarse: “¿Será que yo soy muisca?” El caso es que al final, los campesinos exclaman, con la chicha y la cerveza en la mano, “¡yo también soy muisca!”
A los ojos de la antropóloga Yolanda Bodnar, los “Suamox” se parecen más a un grupo mesiánico que a otra cosa. Es decir, un grupo de resistencia, que se caracteriza por promulgar un rechazo contra la sociedad mayoritaria, de la que se sienten marginados. Son además temporales; su lucha termina cuando muere su líder. Esto, según ella, porque carecen de elementos fundamentales como tener un pasado común, compartir una visión del mundo y mantener relaciones de parentesco -por sangre o por afinidad- que respalden sus reivindicaciones. El problema, dice ella, “es que según la ley, no hay otra alternativa que lo que la gente se reconozca”. Y así, recalca, se abre la puerta para que “cualquiera pueda ser indígena”.
Habrá que ver qué opina el Ministerio del Interior. Su dictamen se dará luego del estudio etnológico de los Suamox. Un Estudio que a precios de hoy, tiene, por si sólo, un costo de 36 millones de pesos.