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2016: el año en que el periodismo se perdió

El siglo XX en política y el periodismo al estilo del siglo XX murieron en 2016. Los grandes medios y los periodistas solemnes no pudieron reportear, comprender, explicar y narrar ni a los populistas con sentido común sentimental, ni las creencias histéricas de las redes. Así fue 2016 para el periodismo.

por

Omar Rincón


17.01.2017

Foto: Kristopher Harris @ Flickr

El año 2016 fue cuando se terminó el siglo XX en política y periodismo. En política murió el gran líder de ese siglo, Fidel Castro, y Trump, el ceo-crático y ego-crático llegó a la presidencia del país más poderoso del mundo; muere la política, triunfa el capital, bienvenidos a la ceocracia. El periodismo al estilo del siglo XX llegó a Cuba a contar la crisis y encontró que murió Fidel y nada pasó, la transición ya se había iniciado seis años antes; este mismo periodismo no supo contar a Trump porque en su performance no encontró coherencia como storytelling y los marcos de referencia de sentido y formato que se tenían por periodismo no daban cuenta de su performance; lo mismo pasó en Colombia con el plebiscito por la paz, en Inglaterra con el Brexit, el referendo en Italia. El periodismo de grandes medios, grandes reportajes, equilibrismo y autoridad moral-intelectual murió.

El 2016 fue el año en que nació la política del siglo XXI, esa de la ceocracia, o cuando los empresarios dejaron de apoyar a los políticos y se convirtieron en políticos que manejan la nación como una empresa, pongamos que hablamos de Macri, Trump, Kuczynski, Peñalosa; una reforma tributaria en Colombia que le quitó a los pobres para darle a los ricos, que prefiere enfermar pueblo que ponerle impuestos a las gaseosas

El 2016 fue el año en que la noticia fueron las redes digitales y sus clics, likes y trending y eso que llamaron posverdades o cuando el mentir es más creíble que los hechos y las razones. Por eso nos estrellamos contra lo que creíamos lo glorioso humano: ganó la estupidez, triunfó la manipulación emocional y el chantaje religioso, se erigieron reyes sin reino intelectual pero con egotecas enormes. El mundo fue secuestrado por Trump y Colombia por Uribe. Y ambos triunfaron vía la mentira con creencia emocional.

El año 2016 fue el de Cuba. Muere el último político del siglo XX llamado Fidel Castro, Obama va a La Habana, Hollywood filma Rápido y Furioso 8, Chanel desfila modas extrañas, Mick Jagger canta, la paz de Colombia se firma y el papa Francisco se encuentra con el patriarca de la iglesia ortodoxa Kirill. Y todo en Cuba, y allí sigue todo lo mismo, como dice el escritor Pedro Juan Gutiérrez “el cubano promedio que sufre riéndose (…) A pesar de lo extrema que ha sido nuestra situación económica, siempre nos divertimos (…) Esto es lo que te ha tocado, así que vamos a disfrutarlo, siempre puedes tomarte una botella de ron, jugar al dominó, tener un poco de sexo y darle gozadera a tu vida”.

El 2016 fue el año en el que nos equivocamos en todo: perdimos libertades, derechos, utopías en nombre de los miedos y la indignación. Y los medios y la indagación son sentimientos que nos graduaron de reaccionarios y odiadores. Pero aquí queremos ensayar pensar el periodismo, y así como se hizo tan mal cubrir, reportear, hacer sentido sobre las realidades políticas y  las agendas serias (economía, minería, justicia), el periodismo lo hizo muy bien sobre las redes digitales y las agendas leves de la vida (farándula, deporte, espectáculo, semen, sangre y melodrama). Veamos…

Tal vez, para hacer el periodismo del siglo XXI se debería dejar que los personajes, los hechos, los datos, las microhistorias, la gente se hagan relato, y el oficio del periodista sería “encontrarle la forma a esa realidad” (un periodismo mutante) y dejar de hacer “caber” la realidad en los formatos periodísticos ya normalizados

El 2016 fue el año en que el periodismo del siglo XX dejó de existir

El 2016 fue el año en que el periodismo perdió la realidad, no entendió nada y solo quedó feliz con el sensacionalismo o las redes del matoneo y la indignación. 

Martín Caparrós, tal vez el mejor periodista en español, ese de La crónica (2016) y El hambre (2015) lo escribió muy bien: el 2016 fue el año en que chocamos con nosotros mismos y nos invita a hacer una auto-crítica sobre los modos como estamos haciendo el periodismo:

«El 2016 fue el año que demostró que muchos de los que nos dedicamos a contar y pensar nuestro tiempo no entendemos lo que pasa en nuestras sociedades, y que la realidad es tan taimada como para actuar sin preguntarnos».

Andamos desconectados de la gente, de esos otros, de esos ignorantes… porque vivimos prisioneros de nuestros prejuicios ilustrados y de nuestro ego de ser la gran prensa. Tal vez sea el momento de bajar a la tierra y caminar la autocritica:

«Una vez más, el mejor periodismo (?) se dedicó a confirmar lo que creía saber, a contar lo que lo confortaba y confortaba a sus lectores. Una vez más, el mejor periodismo (?) se enfrascó en un campeonato de ombligos, una conversa de besugos. Una vez más, no entendimos: no supimos leer lo que estaba allí delante».

Y eso que no supimos leer por andar prisioneros de nuestra experticia en el mundo de los otros y las ideas de los otros, nos ha llevado a hacer un periodismo un-plugged, desconectado de la gente: 

«(hay) tantos viven distinto, piensan distinto, imaginan distinto. No menos, no peor: distinto. Y nosotros, los dueños supuestos del discurso, no procuramos siquiera saber cómo».

La solución: la re-invención del periodismo. Y esto solo puede ser posible, si hacemos el oficio de siempre:

«Nuestra parte de la solución es hacer mejor periodismo (…)  buscar,  mirar,  escuchar,  contar (…) Se trata, aunque parezca puro perogrullo, de buscar lo que no sabemos en vez de ir a confirmar lo que creíamos». 

Contrario a la crítica de Caparrós analistas como Lee Siegel en el Columbia Journalism Review explica que lo que pasa es que para el periodismo <es difícil escribir sobre Trump porque no presenta una historia coherente, ya que él es como una pintura cubista que cambia de idea en cada minuto>. O sea, que si no está la historia como solíamos verla y hacerla en el  periodismo, no podemos contarla. Y dice:

«At Wednesday’s news conference, he (Trump) went from being a gracious president-elect, to spiteful winner, to briefly charming self-deprecator (“I’m also very much of a germaphobe, by the way”), to accuser, to bully, to defender of jobless Americans and neglected veterans, to wily evader, to…disappearing back up into his Ayn Randian tower. While his lawyer was talking, he could be seen looking out over the crowd with wariness and curiosity, as if searching for clues to who he was at that moment (…) It is almost impossible for a journalist to get an effective handle on actions guided by nihilistic irony (…) A press without a story to begin with is like a sculptor with clay but no idea what to do with it«

En la misma línea, Andrew Tyndall en The Hollywood Reporter, aconseja a sus colegas periodistas que para las futuras conferencias de prensa de Mr Trump: “Keep questions simple, seek specifics”. Esto es paradójico porque, desde siempre, el periodismo ha sido el oficio de “ignorantes que aprenden en público” porque preguntan simple, especifico y concreto. Pensar que porque es Mr. Trump hay que hacer preguntas simples, específicas y concretas significa reconocer que se estaba haciendo deficientemente el oficio porque se elaboraban preguntas para hacer argumentos de ensayo académico y no desde la perspectiva de la gente. 

Los medios y los periodistas no han encontrado el storytelling de Trump. Y no es que el periodismo ha fracasado, es que Trump, Uribe, Beyoncé, Madonna, Maradona, Brangexit… y todos los demás exitosos de la realidad… no se ajustan a las lógicas de la coherencia de los héroes que sabe contar el periodismo, ni a la lógica racional argumentativa propia de la modernidad; cada uno es su propia lógica y la gente si sabe leerla y creerla y amarla. Estos héroes no buscan interlocutores, que es lo que nos gusta ser a los periodistas, interlocutores del poder en condiciones igualitarias; estos ídolos buscan y gozan es con fans, groupies, creyentes, que es lo que odiamos los periodistas. Entonces, cómo contar desde el periodismo a esos creyentes fanatizados y sus seductores líderes, esa es la cuestión a resolver. Tal vez para hacer sentido a la realidad de la política haya que aprender del periodismo de farándula y espectáculos. Por ahora, el periodismo riguroso, serio y solemne ha demostrado que es  incapaz de leer en otros modos estos performers que juegan en diversos planos de emocionalidad. 

Pero, los grandes medios siguen insistiendo en hacer el periodismo del siglo XX: buscando grandes historias que develen en un relato la complejidad de la realidad, personajes con vidas dramatúrgicamente coherentes, lineales, análogas. El periodismo del siglo XXI vuelve a lo elemental: hacer reportería, asistir a la vida de la gente, encontrar las preguntas simples para contar la vida pública. Tal vez, para hacer el periodismo del siglo XXI se debería dejar que los personajes, los hechos, los datos, las microhistorias, la gente se hagan relato, y el oficio del periodista sería “encontrarle la forma a esa realidad” (un periodismo mutante) y dejar de hacer “caber” la realidad en los formatos periodísticos ya normalizados. Tal vez, la culpa no es de la realidad, sino del periodismo.

El 2016 fue el año en que la realidad son las redes, la posverdades y las celebrities

El periodismo exitoso fue ese que no contó lo importante en cuanto opinión pública, ese que creyó en las redes, ese que se emocionó con las mentiras que podemos creer, esos que supieron leer que los sujetos del siglo XXI son marcas hechas de fragmentos emocionales dispersos y contradictorios. Por eso en el 2016 los medios y los periodistas se hicieron harakiri a sí mismos y al oficio al convertir en noticia los clics, likes trendings de redes digitales, las mentiras en que se puede creer (posverdades) y las celebrities en que encontramos sentido (Beyoncé y Brangexit).

LAS REDES DIGITALES nos gradúan en indignación, nos convierten en practicante del matoneo, nos llevan al cinismo social y, de vez en cuando, nos pone en modo solidaridad. Nada extraño, nada grave, hasta que los medios y el periodismo perezoso convirtieron la indignación, el matoneo, el cinismo y la solidaridad de redes en noticia. La indignación se construye con base en el bullying o matoneo de los conectados en las redes, y no pasaría a mayores, si  los medios no hicieran del matoneo, la noticia.

Solidaridades, indignaciones, matoneos y cinismos de redes son las noticias de los medios que no investigan, no preguntan, no contextualizan, no hacen periodismo. Las redes no pueden ser la noticia. El estar indignado no sirve para nada; es una emoción engañosa porque nos hace sentir que hacemos pero es la ausencia de acción: pura emoción, poca pausa, nada de política. El periodismo debe ir más allá y buscar cómo hacemos para desindignarnos y silenciar los tuit-matoneos que no tengan verificación de realidad, dato, hecho o decir. El periodismo debe recuperar el contexto, volver a los datos, pausar las redes, analizar qué nos está pasando como país. El periodismo en el siglo XXI debe servir para pausar y ayudar a comprender esa velocidad informativa que nos habita. El periodismo debería ser a noticia, no las redes.

LA POSVERDAD siempre ha existido pero ahora tiene una palabra. La posverdad se da cuando un decir “se siente verdad” pero no hay dato, hecho, argumento que lo compruebe. “La posverdad  puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una sociedad” explica Rubén Amón en El País. Ese invento de noticias falsas pero que desde la creencia propia se valora como verdad, se dice es un asunto de las redes y de políticos como Trump, pero la obviedad está en que en Colombia la ha practicado con alto éxito y desde hace mucho tiempo Uribe y sus seguidores, en USA la practicaron Bush I y II y sus guerras reales basadas en mentiras. 

El asunto periodístico está en que los medios “las emiten” como noticias verdaderas, luego el problema es de los periodistas que les encantan las posverdades porque dan clics, likes y trending topic. No es que se convenza a la gente para creer, sino que las personas se hacen preguntas y las posverdades proporcionan respuestas que se pueden creer, y los periodistas las cuentan como noticias. 

Menos mal el New York Times por fin se dio cuenta que el problema es del periodismo, por eso, ha renunciado al famoso principio periodístico del equilibrismo, eso de dar dos versiones enfrentadas y equivalentes; no siempre las dos versiones tiene la misma validez y valoración. El periodista debería antes de emitir una posverdad comprobar su veracidad, su grado de verdad, su contexto, sus datos y hechos. La posverdad existe porque los medios las creen, luego no fallan las creencias precarias de la gente, sino el mal periodismos de los medios.

CELEBRITIES. En el 2016 las estrellas de nuestro cielo pop & cool dominaron los trending topic, los likes, los clics, luego fueron las noticias del año. Y las estrellas fueron en su orden: Beyoncé y su Lemonade, Brad y Angelina y su BrangexitPokemon y su toma de las calles, los 15 años de Rubí en México y toda con el perreo del reguetón. 

Lemonade, el disco de Beyoncéfue el acontecimiento cultural del 2016, no sólo fue éxito en todos los rankings de lo cool & pop, sino que fue objeto de interpretaciones alucinantes como si fuese una obra de arte o filosofía que debía ser interpretada al infinito. La historia es breve: Beyoncé tuvo una crisis matrimonial con su esposo, Jay Z; ambos estrellas de la música y el espectáculo de la cultura mainstream. Beyoncé lanza una obra con 12 canciones y 12 videos que se transmiten en directo por HBO. Los analistas comienzan a interpretar cada canción y cada video y construyen un relato de profundidades humanas, sociales y políticas inéditas.  La revista Fucsia comenta sobre Beyoncé y su LemonadeCuando estamos ante algo que es realmente bello lo que sucede se le parece mucho a la magia (o al amor): el corazón late fuerte, las piernas tiemblan, la pasión se apodera del cuerpo. Hay un deleite sensorial e intelectual lleno de sentimientos estéticos de placer. Después viene una desazón profunda producto del reconocimiento de una grandeza superior a la propia y la subsecuente evidencia de nuestras propias limitaciones (es este caso: “Odio a Beyoncé. Yo quisiera ser como ella”). Pero, casi al mismo tiempo nos habita un irremediable anhelo de elevación, una aspiración a igualarnos, a llegar alto”. Lemonade fue el disco del año para la revista Rolling Stone y Beyoncé la mayor “influencer” en la cultura mundial porque no solo se expone en reflexión profunda sobre las fragilidades del sí mismo en estos tiempos de extimidades y banalidades, sino que habla por la comunidad afroamericana y asume una voz pública ante los problemas raciales en los Estados Unidos. Desde los tiempos de Madonna, una estrella no se había leído con tanta atención semiológicas y búsquedas de sentido existencial. Una auténtica figura del storytelling pop & cool, que dice mucho, mucho a sus fans, groupies y creyentes.

Brangexit. Existió el Brexit (Britain exit), pero la noticia más conocida en el mundo fue el Brangexit (Brad Pitt y Angelina Jolie exit). Era la pareja de los más bonitos en cada sexo. Tenían 6 hijos. 3 propios, 3 adoptados. Una pareja correcta y multicultural: sus hijos adoptados son de Camboya, Etiopía y Vietnam. Se conocieron en el set: un amor de Hollywood. Brad dejó a la pobre de Jennifer (Friends). Pero nació la pareja del cielo mainstream del siglo XXI: estaban juntos desde el 2004. Ella era embajadora de voluntad de la ACNUR para llevar mensajes de paz al mundo que sufre. Ella se enfrentó a la silicona y ese mundo falso. Él hacía películas haciendo de buen actor. Hasta el buenazo del Dalai Lama, que los quería mucho, sintió dolor por esta separación. Y los comunes seguimos paso a paso los modos de sufrir de Angeline, que se convirtió en una más que sufre porque extraña al amado aunque era violento y mujeriego: identificación plena. La gran telenovela de la farándula mainstream ha tenido un triste final y todos estamos tristes.

Pokemon Go. Y pasó algo extraño, los videojugadores salieron de sus cuartos, se tomaron las calles y parques, hubo estampida humana para cazar pokemones, y fue la aplicación que derrotó al sexo en número de “bajadas” o descargas. Los datos fueron alucinantes: superó a Tinder la aplicación más exitosa. Pokemon Go cumple la promesa del éxito en internet: generar engagement (vínculo, ya que más del 60 % que descargaron la aplicación la usaron intensivamente); se usa más que Whatsapp, Instagram, Snapchat; reivindica a Nintendo y le hace subir sus acciones en la bolsa; crea negocio paralelo que atrae visitantes a negocios físicos; puso a hablar a psicólogos, padres, profesores y a toda la sociedad.  Pokemon go fue la noticia, el juego, la conversación, el fenómeno que nos trajo los video juegos a las intimidades del celular. Produjo algo que el buen periodismo debe lograr: vínculo, engage, conversación.

Los 15 de RubíLas fiestas de 15 años para las señoritas es un acontecimiento familiar y social muy importante en las culturas latinoamericanas: los ricos las disfrazan con viajes, los populares las gozan en grande. Don Crecencio invitó en Facebook a los 15 de su hija Rubí Ibarra García: “Los invitamos a los 15 años de nuestra hija Rubí, en la comunidad de La Joya. Estará tocando el grupo de Juan Villareal, Los Indomables de Cedral, Grupo Innegable. En la comida estará tocando Relevo X y habrá una ‘chiva’ creo que es de 10 mil pesos el primer lugar, y para los demás lugares ahí nos acomodamos”. «No es casual que en un lugar llamado La Joya una chica lleve el nombre de Rubí, aunque quizá la elección no se deba a la geografía sino a una telenovela», comenta con gracia Juan Villoro

La cosa fue que aparecieron más de 30.000 celebrantes. El comentarista de México, Juan Villorio, escribe un análisis fascinante: 

«Si Europa vive bajo la angustia de posibles atentados terroristas, México vive amenazado por sus festejos (…) Se diría que en México lo que no estalla no causa gracia. Pues bien: este país de excesos ha llevado el delirio de las redes sociales a la realidad (…) Como los mexicanos somos ociosos crónicos, el convite en una apartada ranchería se convirtió en urgencia nacional. El año más violento en la gestión de Peña Nieto coincidía con la algarabía de su pueblo. Carnaval en el apocalipsis (…) Los quince años de Rubí revelan que México ha cambiado poco desde mediados del siglo XX. Veinte mil desconocidos fueron a La Joya a bailar la quebradita y entrarle al mole. El ágape confirmó que nada es más contagioso ni más arriesgado que el desmadre. Hubo carreras de caballos y una persona perdió la vida al ser arrollada (…) Resulta emblemático que el muerto de la fiesta se apellidara como el presidente. Félix Peña murió entre la felicidad general, en un país sin rumbo, donde el carnaval no siempre se distingue del apocalipsis».

Nada mejor que agregar, solo que es alucinante que un vídeo de cumpleaños de una niña desconocida generase tal conmoción, fiesta y juego. Las redes movilizan si se mueven por los tiempos del efecto, la fiesta y el jolgorio. Para sufrir se va a las noticias que siempre nos hablan de corruptos, empresarios desalmados, mafiosos criminales y poco del pueblo que sufre y goza para sobrevivir. 

Reguetón. Y para ponerle un poco de tumbao latino, el mundo de los celebrities y los populares se juntan en torno a Maluma y sus amigos y su sonsonete sexual, ese de matar la metáfora y llamar a las cosas por su nombre: al culo culo, al meter meterlo y al darle darle. Simple. Directo. Corporal. Gozoso. La bloguera cubana Yoani Sánchez hace un excelente análisis de este fenómeno del reguetón  y afirma que: 

«El reguetón se ha convertido en una manera de mirar la vida, en una cosmogonía sin delicadezas ni medias tintas. No importa si se sigue o no, si gusta o no, no hay manera de taparse los oídos y obviarlo. Está aquí, por todos lados (…) El reguetón es también una lengua franca, un lenguaje común, como una vez lo intentó el esperanto y lo logró el código html. Todos sus seguidores descienden o ascienden al mismo nivel cuando lo bailan. Las caderas que se tocan bajo su influjo no entienden de ideologías, clases sociales, explotación del hombre por el hombre ni plusvalías. Es el idioma universal de la gozadera, la jerga aprendida antes de nacer y con la que transmitimos el desparpajo (…) Las letras crudas y los sonidos de metralleta en sus producciones refuerzan la sensación de combate. Una contienda donde todo se logra con el sudor de la pelvis».

Y estos mundos de la gozadera, del pensar con las tetas o el culo, del pasarla bien y compartir por redes sociales es lo que moviliza. Mejor si la emoción se llama Beyoncé, Angelina, Pokemon, Rubí, Reguetón. Se busca engage, juego, vínculo emocional; conexión entre pares; nihilismo fiestero

Si como dice Fiona, la diferencia entre los millenials (nacidos entre 1980 y 1995) y ellos (nacidos después del 2000), es que los millenials creen que se lo merecen todo, todo lo quieren fácil, todo es para ellos… y por eso viven en las redes y la fiesta… en cambio los del siglo XXI ya saben que todo anda mal, que el mundo se puede o va acabar, y que hay una conspiración cósmica entre empresarios, políticos y mafiosos contra los humanos: luego no hay nada que esperar. Y cuando no hay nada que esperar para qué ir a la política o al periodismo solemne.

Eso así como fracasó políticamente el mundo de los ilustrados y los periodistas solemnes, también fracasó el mundo celebrity y el periodismo de farándula que lo acompaña. Y fracasan por lo mismo: su falta de conexión con los sentires de la sociedad adulta, rural y religiosa. Y es que los celebrities y la farándula viven felices en su burbuja de redes pero desconectados de la sociedad de los comunes, por eso su discurso antiTrump o a favor del SI en el plebiscito colombiano no llevaron a que los que votan les siguieran sus mandatos. Tal vez, cuando los que viven en la joda y en las redes salgan a votar podrá ser diferente; por ahora la fiesta se vive en las redes y el espectáculo y los medios las siguen y las vuelven noticia.

Mejor el periodismo de farándula que el de la solemnidad

El 2016 fue el año en el que nos equivocamos en todo: perdimos libertades, derechos, utopías en nombre de los miedos y la indignación. Y los medios y la indagación son sentimientos que nos graduaron de reaccionarios y odiadores. Al ensayar pensar el periodismo concluyo que así como se hizo tan mal el cubrir, reportear, hacer sentido sobre las realidades políticas y las agendas serias (economía, minería, justicia), el periodismo lo hizo bien sobre las redes digitales y las agendas leves de la vida (farándula, deporte, espectáculo, semen, sangre y melodrama).

Y tal vez es así porque el mundo ha devenido una feria de las apariencias, un carnaval de espectáculos, una fiesta de excesos y el perreo que siguen el evangelio pop & cool y tienen como iglesia a las redes digitales, las aplicaciones y el celular. Este es el mundo que convoca conversaciones y discusiones, que genera las noticias de los medios, que construye la opinión pública. Y la verdad es que como dice el escritor tropical y cubano del realismo sucio Pedro Juan Gutiérrez, ya no queda nada de utopía, idealismo, revolución, ni política… A los jóvenes lo que les interesa es hablar inglés, francés y montar un negocio para ganar dinero (…) y darle gozadera a su vida”. Y si esto es en Cuba donde la fiesta es lo único con lo que se vive, el consumo capitalista no es libre, todavía, y estar en las redes es muy costoso, pues es un reflejo de lo que el mundo ha devenido.

Tal vez esto nos indica que hay unas agendas otras que nos juntan como cultura y que tal vez, ahí debería ir el periodismo de rigor, de fuerza, de pasión… Tal vez debemos ir a la realidad como fans, cheerleader, groupies, militantes apasionados por los personajes y asuntos que queremos contar y obsesionados por los sentidos que debemos develar de nuestra sociedad.

Tal vez es el momento de asumir en serio que la realidad dura (política, justicia, economía) requiere y exige periodismo de farándula: emocional, espectacular, colorido, con historias y sin coherencia… historias que habitan la inestabilidad y duelen desde y en el ego y en el balance financiero de la teocracia... Y es que tal vez el error está en hacer periodismo serio sobre un personaje tan payaso como Trump o periodismo de farándula sobre algo tan profundo como Beyoncé, Angelina, Pokemón, Rubí y el regguetón. Tal vez debemos hacer todo al revés en el periodismo.

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