Hoy parece que el feminismo se ha convertido en un tabú: una mala palabra que no se menciona en situaciones sociales, una garantía de que quien la pronuncia tiene pensamientos que pueden ser incómodos a sus interlocutores. «Yo no es que sea feminista» es hoy una manera común de empezar un argumento. «Yo no soy feminista», aseguran muchos, «yo no tengo nada en contra de los hombres». Tal vez, a fuerza de repetición, de usos peyorativos y de visiones superficiales, la palabra feminismo ha perdido en algunas esferas su fuerza y su razón de ser. Y eso es peligroso. El feminismo no es la lucha de algunas mujeres sobre algunos temas. El feminismo –una palabra amplia y con muchos significados– tiene como piedra angular una idea tan simple como genuina: no existe ni una sola razón sobre la faz de la tierra que valide que un sector de la población tenga más privilegios que otros. Creemos que el feminismo es una manera de ver al mundo, de exigirle rectitud, de enmendar procesos erróneos que se han enquistado en nuestras sociedades.
Esta manera de ver nuestras sociedades, este compromiso por hacer al mundo un lugar mejor para todos, no es una discusión nueva. En la antigua Grecia, Lisístrata, la de Artistófanes, promovió una huelga sexual para terminar la guerra entre laconios y atenienses. En 1908 quince mil mujeres recorrieron las calles de Nueva York y, bajo la consigna “Pan y rosas”, hablaron de mejores salarios, recorte de horas laborales y derecho al voto. Más tarde, la Internacional Socialista proclamó un día para pedir que las mujeres puedan participar en política. En 1911, una fabrica de camisas se incendió en Nueva York y cerca de 150 mujeres murieron.
En Colombia una mujer es violada cada media hora. Es muy poco media hora. Cada doce minutos y treinta segundos un hombre arremete a golpes contra su pareja. Lo que tarda en promedio una persona en la ducha. Cada treinta y seis horas se comete un feminicidio.
La historia se cuenta sola. En 1977 la Asamblea General de la ONU proclamó el 8 de marzo como Día internacional de la mujer. Un día para reivindicar derechos, para protestar contra la violencia y denunciar injusticias. Para hablar de feminismo entendido como la lucha por la igualdad entre géneros y no como una fecha para recibir flores y felicitaciones. En países como el nuestro hay razones para celebrar: hoy las mujeres alrededor del (casi todo) mundo cuentan con derechos con los que no habrían soñado en tiempos aterradoramente cercanos a los nuestros. Pero aún queda mucho por hacer: las mujeres reciben sueldos inferiores, son víctimas de un tipo de violencia que solo las afecta a ellas y, en países como Colombia, son botines y armas de guerra. El día de la mujer es un día para hablar de equidad. Para seguir hablando de equidad. Estas son cuatro razones por las que creemos que, tanto como en los tiempos de la antigua Grecia, tenemos que seguir hablando de feminismo.
Por violencia
En Colombia una mujer es violada cada media hora. Es muy poco media hora. Cada doce minutos y treinta segundos un hombre arremete a golpes contra su pareja. Lo que tarda en promedio una persona en la ducha. Cada treinta y seis horas se comete un feminicidio. El mismo tiempo que demoran las empresas de telefonía en dar respuesta a una falla técnica. Las cifras son escandalosas: según la Corporación Sisma Mujer, el año pasado 41.802 mujeres fueron agredidas por su pareja o ex pareja, 17.966 fueron víctimas de violencia sexual y 145 fueron asesinadas por razones de género.
La mitad de los colombianos son mujeres y el cerca del 85 % ha sido víctima de algún tipo de violencia sexual. Pero el número solo cuantifica casos denunciados y muertes con condenas declaradas. Las agresiones de género están llena de silencios individuales y colectivos, de sesgos sociales y políticos, de vergüenzas y culpas. No se denuncian para evitar estigmas porque “a todas les pasa y es normal” o porque son situaciones lamentables, pero culturalmente aceptadas.
Hasta este punto solo se trata de violencia física. El acoso callejero, el acoso laboral que no deja marcas evidentes y el sesgo sutil que las considera menos capaces para ciertos oficios siguen rondando discretamente. ¿Y los hombres? ¿Contra ellos no existe violencia sexual? Sí, existe. En proporciones de 1 a 6 con respecto a las mujeres y de 1 a 11 si se trata de asesinatos. Ninguno de los casos supera el 15 %. Hoy muchos ponen en duda el término «feminicidio» y aseguran que podría tratarse de una forma de discriminación positiva. Que homicidio es homicidio, dicen, y que no importa quien sea la víctima. Sin embargo, el feminicidio no es un homicidio cualquiera sino un homicidio específico, tipificado, en el que los motivos (infidelidades, faldas cortas, faltas al «oficio de ama de casa», control sobre su voluntad sexual) están asociadas a las expectativas –reduccionistas y peligrosas– que como sociedad hemos instaurado sobre la mujer. A las mujeres las siguen matando, y las siguen matando en una alarmante mayoría de los casos por ser mujeres.
Por Salarios
La brecha salarial entre hombres y mujeres es una realidad: los hombres ganan más que las mujeres por hacer exactamente el mismo trabajo. Si el azar de la singamia —cuando un espermatozoide fecunda un óvulo— resultó en que usted recibió un cromosoma ‘Y’ en el par 23, ¡felicitaciones!: usted tiene la oportunidad de ganar en Colombia un 20 % más que quienes recibieron dos cromosomas ‘X’. Tiene menos posibilidad de estar desempleado, ya que según el Departamento Nacional de Estadística (DANE) la tasa de desempleo de las mujeres casi duplica a la de los hombres. Tiene durante un periodo de inactividad laboral, entre otras oportunidades, una mayor posibilidad de estar estudiando y no de estar dedicándose al hogar sin ninguna remuneración.
No importa que la tasa de desempleo de las mujeres en los últimos seis años haya disminuido un 4,2 %, ni que en los últimos 30 años las mujeres hayan aumentado el número de horas laborales. Incluso, no importa que las mujeres colombianas hayan sobrepasado a los hombres en el promedio de años escolarizados. Sí, las mujeres estudian más que los hombres, pero en promedio ganan mucho menos.
Pero no solo es un fenómeno colombiano. Según cifras de la Comisión Europea (CE), las mujeres en el otro lado del Atlántico, ganan en promedio 16 % menos que los hombres por hora de trabajo. Allí, ellas también estudian más a nivel de secundaria y a nivel profesional, pero por hacer los mismos trabajos ganan menos. La brecha es preocupante en países como República Checa, Estonia y Alemania, en donde supera el 20 %. La diferencia no disminuye sino que aumenta en Hungría y en Portugal. La CE estableció que los principales generadores de esta inequidad en Europa son la discriminación laboral, la predominancia de mujeres en sectores con menores salarios, la subvaloración de las capacidades laborales de las mujeres, la escasa presencia de mujeres en cargos de rango alto y la conciliación que las mujeres deben tener cuando quieren ser madres: trabajar o criar a sus hijos, pero no las dos al tiempo.
Los efectos de estas diferencias son simples: las mujeres ganan menos a lo largo de la vida, lo cual hace que obtengan peores pensiones y que además tengan un mayor riesgo de pobreza en la tercera edad.
Porque son botín de guerra
En el 2000, 16 mujeres musulmanas se reunieron en el tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia para testificar en contra de tres miembros de la armada Bosnia Serbia (VRS): Kunarak, Kovac y Vucovic acusados de violación, tortura y esclavitud.
La voz de la testigo 99 estaba distorsionada. Sobre la cabeza llevaba puesta una manta. Había pedido que se le guardara su identidad. Empezaba a contar su historia. Tenía 52 años. Era musulmana y había sido violada al igual que más de 20.000 mujeres durante la guerra de los Balcanes entre 1990 y 1999.
En ese conflicto, la violación sistemática de mujeres fue utilizada como arma de guerra. Como una estrategia de depuración étnica y de destrucción de un pueblo.
De acuerdo con Refik Hodzic, periodista y portavoz del tribunal internacional de crímenes para la antigua Yugoslavia, “las violaciones –en la guerra de los Balcanes– no solamente se usaron para generar un impacto inmediato en las mujeres, sino como la destrucción a largo plazo del alma de la comunidad”.
El rol de la mujer, equivocadamente construido, la presenta como alguien vulnerable que necesita un protector. En épocas de guerra, esa idea tiende a reproducirse; el hombre es quien sale al campo de batalla y la mujer debe permanecer en el hogar. Pero, en la práctica, de acuerdo con un estudio realizado por la Cruz Roja Internacional, ocurre completamente lo contrario en el renglón “protegida”. Las mujeres son blanco de ataques precisamente por ser mujeres. Violarlas es una muestra macabra de poder. Son el premio del ejército vencedor o una lección para el vencido que no pudo protegerlas. Para la testigo número 99 la violación es la peor manera de humillar a cualquier mujer y agregó que la meta de los militares serbios era acabar con su dignidad.
De acuerdo con un estudio de Oxafam Internacional, en Colombia, durante 50 años, grupos guerrilleros, paramilitares y fracciones de las fuerzas militares del Estado también han utilizado la violación como arma de guerra. Pero pocas mujeres lo denuncian. De acuerdo con el estudio, menos del 18 % lo hacen y solo dos de cada cien casos reciben una sentencia. Ante esto, la Corte Constitucional calificó la violación en el marco del conflicto como “una práctica habitual, extensa, sistemática e invisible”. Sin embargo, a partir del cinco de mayo de 2014 el Senado de la República en Colombia, aprobó el proyecto de ley que declara la violación como un crimen de lesa humanidad.
Por prejuicio
Las mujeres trans son víctimas de violencia por prejuicio, por haber nacido en el cuerpo equivocado. Hoy, en Colombia, hay sectores de la sociedad y de la política que no reconocen que ellas pueden ser mujeres por el simple hecho de sentirse mujeres. Pero la realidad es que la violencia por discriminación hacia la población trans en el país, que ejercen particulares, agentes del estado y el mismo sistema judicial, es histórica.
Colombia Diversa ha denunciado que las mujeres trans en Colombia son las principales víctimas de la violencia por prejuicio y del abuso de autoridad, especialmente por parte de la fuerza pública. Según el informe de Colombia Diversa Cuando la Guerra se va, la vida toma su lugar, el 50 % de las 240 personas de la comunidad LGBTI que fueron víctimas de violencia policial entre 2013 y 2014, fueron mujeres trans.
Este prejuicio que desemboca en violaciones sistemáticas a los derechos humanos, según el informe, “consiste en la exclusión o rechazo al reconocimiento público de las personas trans. Se trata del rechazo de la posibilidad de mostrar públicamente el cuerpo, con una expresión y un nombre que no se ajustan al ordenamiento heterosexual”. Pero esto no es todo, estas mujeres también son agredidas por decidir sobre su cuerpo –bien sea por ejercer su propia agencia o por la misma exclusión de la que son víctimas– y trabajar en la prostitución. Hacia ellas, especialmente, hay un patrón de violencia por parte de los agentes de policía que aplican la ley de manera selectiva y desproporcionada, reitera el informe de Colombia Diversa.
Históricamente, la población trans no han obtenido el reconocimiento que requieren por parte del estado colombiano. Solo hasta junio de 2015 esta comunidad logró el primer avance legislativo con la expedición del Decreto 1227 con el que, por primera vez, una persona en el país pudo cambiar el componente ‘sexo’ de su documento de identidad. Pero este aún no es un logro completo. Actualmente el Consejo de Estado —ante la demanda del procurador Alejandro Ordóñez en contra del Decreto— tiene en sus manos la decisión de anular o no esta decisión que ha permitido que más de 340 personas trans tengan documentos oficiales que reflejen el sexo con el que realmente se identifican.
Y a la impotencia de que se pueda ver frustrado este primer avance legislativo para la diversidad en el país, se suma otra importante discriminación judicial a la población trans y, más específicamente, a las mujeres. La Ley Rosa Elvira Cely, que busca castigar con severidad la violencia contra la mujer, no especifica la condición de “mujer” para validar la tipificación de feminicidio. Esto impide que la justicia aplique la norma en crímenes contra personas trans que se identifican como mujeres.