En Florencia, al sur de Colombia, una joven de 24 años se ha convertido en vocera de la comunidad trans. Activista, pedagoga y provocadora, se ha hecho escuchar en marchas, aulas y reuniones con el gobierno local. [Esta nota fue publicada previamente en Arcadia]
Un comunicado de la Secretaría de Gobierno Departamental de Caquetá, en Florencia, citó a los sectores LGBTI a una reunión «para construcción de las actividades que se aproximan y a la vez definir cómo se va a trabajar en el documento borrador para la Política Pública LGBTI». La cita es el quinto piso del edificio de la Gobernación de Caquetá, en el centro de Florencia.
Ella dice que no le gusta que la metan obligada en la sigla LGBTI.
–Que digan, ay, esta es la loca que representa a los LGBTI. Para sus papeles, bien. Pero yo soy disidente porque no me identifico con nada de eso que es normado y que es patologizante.
Ella se durmió ayer a las 4 de la mañana. Dictó clases hasta las ocho como parte de su práctica como estudiante de licenciatura de Ciencias Sociales, tuvo que hacer un trabajo para la universidad y le queda aún pasar las notas de sus estudiantes que debe entregar hoy a las seis. Ella está impaciente.
–Estas maricas no van a venir. ¿Ya les escribió al grupo?
'Yo no me hago llamar LGBTI –asegura– Que digan, ay, esta es la loca que representa a los LGBTI. Para sus papeles, bien. Pero yo soy disidente porque no me identifico con nada de eso que es normado y que es patologizante'.
La reunión debía comenzar a las dos pero, pasada media hora de la cita, sólo tres personas han llegado de las casi 15 convocadas.
La reunión la dirige Frank Páez, enlace LGBTI de la Gobernación. Dice que tienen proyectos ambiciosos. Uno de ellos es el diseño de una Política Pública en el que han trabajado desde el año pasado con el Ministerio del Interior y la OIM. Habla, también, de otras actividades como capacitaciones y talleres de proyectos productivos. Los asistentes a estos talleres, dice Paez, pidieron que el tema de esos proyectos fuera peluquería y maquillaje.
Ella, en la esquina de la mesa, parece incómoda.
Páez asegura que es un tema que le interesa mucho al sector.
–En el Caquetá, y a nivel nacional e internacional, las personas LGBTI se han destacado por ser pioneras en lo que es el modelaje, el maquillaje, el estilismo.
Dice que a los asistentes se les dará un capital semilla, un kit de peluquería y uno de maquillaje.
–¡Todas por el kit!–, vocifera Ella con ironía.
Páez asegura que el próximo año espera que se hagan proyectos más constructivos para la población.
En la planilla de asistencia que rota por la mesa Ella escribe su nombre: Zunga la Perra Roja.
***
El nombre de Zunga la Perra Roja apareció casi al mismo tiempo que su activismo, de sus ganas de «dar lora».
–Eso fue en una toma que se hizo en la universidad. Hubo una huelga de hambre. Un amigo incluso se coció la boca. Fue fuerte. Paramos la universidad dos meses. No dejamos entrar a los administrativos. Fue una cosa muy osada. Eso es lo más osado que he hecho. Eso y andar en tacones.
Todo empezó como un chiste. Alguien dijo, eso parece una dalmata. Mucha perra. Otro me dijo: usted sí es mucha zunga.
Zunga nació en 1992 en el pueblo de Curillo, a unas horas de Florencia, en una familia de seis hermanos y una madre soltera que trabajaba en una carnicería. Cuando niña la llamaban Herman Lara, el nombre con el que la bautizaron.
–No me gusta recordar esa época. Yo soy una sobreviviente del bullying. Mi infancia fue difícil. Tuve conciencia de mi identidad más o menos desde los cinco años. De la maricada, pues, del instinto rosa o la pluma que llaman.
En Colombia existe un término que encierra una trampa para las personas LGBTI: la marica de pueblo. Existen en los pueblos esas personas diversas que sus coterráneos aprenden a tolerar siempre y cuando cumplan con roles específicos. A las locas se las tolera si son predecibles. Las maricas bien si peluqueras o estilistas. Bien si saben cocer o cocinar. Bien si prostitutas. Maricas bien si maricas de pueblo: bien si son personajes que resumen las expectativas de la sociedad –donde expectativas son, en realidad, prejuicios: visiones reducidas.
Curillo es un pueblo de unos siete mil habitantes. Según Zunga, en los años de su infancia las mejores opciones para los curillences era ser raspachines, irse al ejército o dedicarse a la política. Zunga y sus hermanos trabajaron desde muy jóvenes para poder ayudar a llevar un plato de comida a la mesa. Una de las maneras en las que Zunga aportó a la economía de su casa fue vendiendo chocolates en el colegio.
–Yo era una marica flacuchenta. A escondidas me ponía las faldas del colegio de mis hermanas. ¡Me encantaban porque eran de cuadros! A mi me encantan los cuadros.
En el colegio la empezaron a llamar ChocoLaisa, en referencia al personaje trans de la serie Los Reyes.
–Yo no sabía por qué me pasaba lo que me pasaba. Por qué mi cuerpo reaccionaba así cuando estaba con hombres. Me acerqué a la Iglesia y me hice monaguilla. ¡Yo soy una marica confirmada!
Zunga no encontró en la Iglesia el sosiego que buscaba. La simbología del cristianismo, asegura, le pareció oscura. Zunga se aisló. Su infancia fue de muchos libros y pocos amigos.
–Me convertí en una marica lectora.
Cuando tenía unos 12 años una noticia golpeó a su familia. Mauricio, su hermano mayor, fue asesinado por los paramilitares en Nariño. Zunga se despidió de su madre en la orilla del río donde se toman las lanchas y la vio regresar destrozada, días después, con el féretro en el que estaba su hermano.
–Fue un golpe muy duro que acabó con la poca unión familiar que teníamos.
Unos meses más tarde, un tío de Zunga fue también asesinado.
Después de graduarse Zunga hizo un curso técnico en el Sena y como práctica trabajó en el programa Familias en Acción.
–Un programa que detesto. Pero ahí aprendí a tener unas lecturas críticas frente a ese mismo programa, frente a muchas realidades de la gente. Yo sabía que la manera de no ser la marica del pueblo era ser la marica inteligente, entonces me fui a estudiar.
Zunga viajó con su madre –con quien habla a todas horas del día– para estudiar Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad de la Amazonía en Florencia. Pero entonces era aún Herman.
–Era una marica incauta, apolítica. No tenía aún las lecturas y los intereses que tengo ahora. Llegué vestida de sastre, con agendita y mochila.
El bullying de la niñez la persiguió hasta la universidad, donde en los pasillos la chiflaban y le gritaban loca.
–Empecé a hacer activismo universitario. Me vinculé a la Mane. Fui a muchas universidades a dar lora. Creo que eso me permitió tener más acercamiento con todas las dinámicas del sector LGBTI y de diversidad a nivel nacional.
Fue entonces cuando ocurrió la toma de dos meses. Un grupo de estudiantes decidió hacer una marcha anti taurina. Zunga quería participar de manera creativa, así que se armó de pintura y una camisa blanca para hacer un disfraz de vaca.
–Todo empezó como un chiste. Alguien dijo, eso parece una dalmata. Mucha perra. Otro me dijo: usted sí es mucha zunga.
Clic. Zunga asegura que lo mejor que le pudo haber pasado en su vida fue ir a la universidad. De no haberlo hecho, dice, estaría en Curillo criando marranos.
–Habría sido la loca de pueblo. Ejerciendo la prostitución. Tal vez incluso ni estaría viva.
En la universidad, dice, Zunga se entendió como sujeta de derechos. Entendió que lo suyo era el activismo y que su activismo sería una forma de performance: un ejercicio de hacker, una intromisión en las reglas sociales del patriarcado. Su principal apuesta, lo repite una y otra vez, es «pedagojizar la maricada». Zunga sabía que debía exigirle a la homofobia del Caquetá un espacio y que debía hacerlo de una manera cercana al arte. Zunga sabía que sería activista trans, que lo haría desde una posición de izquierda, que lo haría por fuera de las convenciones. Herman ya no era Herman. En esa marcha antitaurina nació Zunga la Perra Roja.
–Pensé: tengo que poner en crisis todo, mi identidad y la identidad de los demás para lograr tener un efecto contestatario. Un efecto que me permite construir y ayudar a la gente a entender a las personas raras, a todas las maricas diversas como yo.
Zunga entendió que lo suyo era el activismo y que su activismo sería una forma de performance: un ejercicio de hacker, una intromisión en las reglas sociales del patriarcado. Su principal apuesta, lo repite una y otra vez, es “pedagojizar la maricada.
***
Zunga cree que si bien hay una deuda social con toda la comunidad LGBTI hay una más importante con la comunidad trans.
—Nosotras somos las que más visibilizamos al sector LGBTI. En las marchas, ¿quiénes somos las que más plumas echamos, las que hacemos más alharaca? Pero somos las que menos derechos tenemos garantizados en el país.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el 80 % de las mujeres trans de Latinoamérica mueren antes de cumplir 35 años. La razón más común de estas muertes es el asesinato. La muerte es la expresión más estridente de la exclusión violenta a la que esta comunidad se enfrenta desde la niñez. Según la CIDH: “las personas trans enfrentan pobreza, exclusión social y altas tasas de inaccesibilidad a la vivienda, presionándolas a trabajar en economías informales altamente criminalizadas, como el trabajo sexual o el sexo por supervivencia. Como consecuencia, las mujeres trans son perfiladas por la policía como peligrosas, haciéndolas más vulnerables al abuso policial, a la criminalización y a ser encarceladas”. Esto sin hablar del bullying, la expulsión del colegio, la segregación, la dificultad para conseguir trabajos y acceder a la educación o a la salud.
'No puede ser que marchemos sólo las locas. Cuando la marcha es para los niños salen todos. Las instituciones, el Gobernador y los generales tienen que salir a marchar con nosotras para ser equitativos'.
Mati González, abogada y una de las voces más elocuentes del activismo trans en Colombia, asegura que ha habido avances importantes para la comunidad trans en el país. El decreto 1227 de 2015 –con el que todas las personas trans adquirieron la capacidad de corregir su sexo en su cédula de ciudadanía– es sin duda el más importante. Pero para González aún falta mucho:
—El avance que ha habido con respecto a parejas del mismo sexo ha sido porcentualmente superior al avance que ha habido en temas de derechos de personas trans.
Zunga asegura que se trata de un problema de representación y de ausencia de liderazgos de personas trans en los colectivos LGBTI. Mati González agrega que además de la falta de representación hay también un problema de plata. En una columna para la revista Vice, González escribió: «[Un estudio publicado en 2015] demostró que los grupos liderados por personas trans e intersex tienen presupuestos más bajos que aquellos grupos que dicen trabajar con temas trans e intersex, pero que no están dirigidos por personas trans e intersex. Es decir, hay más plata para que hablen por nosotras y menos plata para que nosotras hablemos por nosotras mismas».
***
Uno de los temas de la agenda de la reunión en el quinto piso de la Gobernación es planear la marcha por el orgullo gay que se celebra el 28 de junio alrededor del mundo. Fausto Escobar, de Caquetá Diversa, toma la palabra. Luego lo hace Yaneth Perdomo, representante de las mujeres lesbianas en la mesa. La discusión se va por todos lados. Hablan de la importancia de las marchas, de la visibilización. Ha pasado casi una hora y no se ha superado el primer tema.
–Perdón, Yaneth– interrumpe Ella– acá hay un orden y seguimos mariquiando sin llegar a nada. Tenemos que definir un tema para la marcha.
Yaneth se ofende. Dice que si no la van a dejar hablar mejor se calla.
Zunga, en la esquina, empieza a pintarse las uñas de verde neón.
Fausto dice que el tema de la marcha debería ser en torno a las iglesias, que es el tema de todas las marchas alrededor del mundo.
Zunga dice que no. Que están en Caquetá. Que el tema debería ser territorial.
Hoy Zunga ejerce su activismo desde diferentes frentes. Hace parte del Colectivo LGBTI Marxista León Zuleta, de Marcha Patriótica y de LGBTI por la paz, un grupo de activistas que surgió para rodear los acuerdos de paz en La Habana. La voz de Zunga es una irrupción. Toda vez que asiste a un comité, a una reunión, lo hace para exigir un enfoque regional que busque soluciones reales para los problemas de su comunidad. Según ella, las instituciones hacen programas para cumplir metas.
–Yo propongo que el tema sea sobre la idea de familia. En el país nos están desconociendo como familias diversas. Además el próximo año con las elecciones se va a alborotar el temita de la ideología de género. Hablar de familias diversas es la manera de hablarle a un sector religioso que no es enemigo pero que sí puede ser una piedra en el zapato para nuestros derechos. ¡Tenemos que ser coyunturales!
Dice que si va a haber una marcha, las instituciones tienen que salir también.
—No puede ser que marchemos sólo las locas. Cuando la marcha es para los niños salen todos. Las instituciones, el Gobernador y los generales tienen que salir a marchar con nosotras para ser equitativos.
Sus argumentos –propios de alguien que entendió que no tendría mejores herramientas que el estudio– se ven amplificados por un sentido del humor que le sirve para interpelar a quien se le pare enfrente.
Su manera de vestir se aleja de las expectativas que se tienen de una mujer trans. Hace poco se cambió de casa y su colección inacabable de ropa, toda regalada por amigas, descansa aún en bolsas mientras logra encontrarles un espacio en su clóset. Cuando se trepa –así se refieren las mujeres trans al acto de vestirse, maquillarse– busca acercarse a una estética andrógina. La indefinición, asegura, es para ella una búsqueda:
—Para emanciparse, deconstruirse y aportar a la construcción de nuevos imaginarios de género, un género que no sea el basado en la biología que nos taxonomiza y nos clasifica y nos aparta del resto del mundo.
Pedagojizar la maricada, repite Zunga: exigir que la reconozcan, pedirle a generales de la nación y al gobernador del Caquetá que la llamen por su nombre –Zunga la Perra Roja– cuando asiste a la mesa de víctimas para la que fue escogida como representante LGBTI, ir a bares hétero y ser «tan marica y tan loca» como quiera ser. Se trata, para ella, de intervenir. De poner el tema. De hacerse visible.
—Yo creo que se tiene que dar un proceso educativo formal e informal. Para todos los ciudadanos: para los campesinos en esta región, por ejemplo.
Para ella es clave que se entienda que la lucha trans es una lucha por el respeto de los derechos humanos y no sólo programar eventos y talleres. Cree que una manera de lograrlo es insertar el tema en las aulas de colegios y las universidades.
—Yo ayudo a orientar una asignatura que se llama “Cátedra de paz”, grado noveno, en un colegio de acá. Y a mi la docente me pasó el plan de estudios y me dijo, ay, mire: hable de esto. El plan hablaba de huevonadas ahí: la convivencia entre niños y niñas, el porte del uniforme y del respeto. Y yo dije: ¿del respeto a quien? Entonces empecé a hablar de poblaciones y la profesora me intentó atajar. Le dije, no, déjeme. Pun: les puse un video en la que había población indígena y afro y una que otra marica. Y los niños como que ya van entendido eso. Yo me les voy así.
***
Según el informe “Contra las cuerdas” de la ONG Somos Defensores, 80 personas dedicadas a la defensa de derechos humanos fueron asesinadas en Colombia en el 2016. En lo que va del año, la cifra ya se acerca a los 50.
—Me siento muy expuesta. Tengo miedo de que no me dejen terminar, miedo de que me pase algo. Que mi mamá sufra. Eso es lo que me da más miedo.
Zunga ha sufrido varios atentados. En una ocasión la intentaron arrollar con un carro. En otro, unos hombres la persiguieron con un machete.
—La marica que corre. Iba pasando una amiga en una moto y le dije, Ana, rápido que me van a matar.
Hace poco llegó la última: un papel en el que le decían marica, loca, piroba, travesti y le pedían que se perdiera. Zunga sospecha que las amenazas y los atentados vienen de grupos de “limpieza social”.
Finalmente, y luego de recorrer dos puntos más de la agenda, en la reunión de la Gobernación queda discutir el asunto del borrador de Política Pública.
–Ay, sí, ya– dice Zunga– menos mal porque ya casi me tengo que ir.
Páez habla durante diez minutos del proceso que han hecho desde el año anterior para conseguir un borrador y reafirma la importancia de tenerlo para el próximo año y así, de golpe y sin mayores conclusiones, se da por terminada la reunión pero Fausto pide la palabra y habla de una escuela de formación para la comunidad.
Zunga interrumpe, pregunta quiénes van a ser los profesionales detrás de esos talleres.
–Si yo soy una marica jodida, y quiero educación gratis, tiene que ser educación certificada. Si no, no me interesa. ¡Tenemos que profesionalizar la maricada!
Fausto habla de talleres de mecánica para mujeres lesbianas o cursos de hotelería y turismo.
–¿Qué tal que hagamos un curso de etiqueta y protocolo? –pregunta Fausto– eso lo hicimos una vez con el Sena.
–Claro–, interrumpe ella, parece molesta– ¡A enseñarle a las maricas a sentarse bien!
La reunión, por fin, termina.
* Diana Rey Melo es fotógrafa con alma de antropóloga. Sus reportajes han aparecido en Semana y diferentes medios impresos y digitales.
**Esta nota fue publicada originalmente en el número 141 de Revista Arcadia.