“Nada más dañino para la vida política de una sociedad que contagiarnos de la idea de que las cosas nunca van a cambiar, de que todos los políticos son iguales, de que las instituciones y la democracia no sirven para nada.”
Mucho se ha hablado del creciente fenómeno de las candidaturas por firmas para las elecciones presidenciales del 2018. Pero más allá de las obvias conclusiones –como el hecho de que los partidos atraviesan una profunda crisis, debida no sólo a la inmensa desconfianza que les han llegado a tener los colombianos sino también a su propia falta de coherencia e institucionalidad- cabe preguntarnos cómo hemos llegado, hasta donde hemos llegado, y a dónde vamos a parar si seguimos por el mismo camino.
Los principales representantes de los partidos políticos en Colombia han optado por abandonar los partidos cuyas maquinarias les permitieron posicionarse en algunos de los más importantes cargos del país. Bajo aquel panorama, lo primero que cabe preguntarnos es para qué sirven los partidos políticos, si es que sirven de algo. Para resolver esta y varias otras dudas, Cerosetenta consultó a la directora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes y co-directora de Congreso Visible, Laura Wills Otero a quien tuve la oportunidad de preguntarle, entre otras cosas, para qué sirven los partidos:
En este momento, para organizar elecciones. Los candidatos que se postulen a cargos de elección popular lo tendrían que hacer a través de los partidos políticos, que con sus maquinarias facilitan la posibilidad de hacerle obtener votos a sus candidatos. Por otro lado sirven para organizar la vida política, para gestionar programas conducentes a cumplir con sus propuestas programáticas
La coyuntura actual nos indica que en ambas funciones, los partidos han fallado abismalmente. Por un lado, las elecciones presidenciales para el 2018 ya cuentan con el mayor número de candidatos por firmas que haya tenido cualquier elección presidencial en el país, con el total de 27 candidatos hasta el momento.
Si bien el sistema de las candidaturas por firmas se creó para ampliar la representación, lo que vemos en la realidad es a un grupo de candidatos que, cuando les fue conveniente aprovecharon la maquinaria y la financiación de partidos institucionalizados para alcanzar puestos de poder, tan sólo para abandonarlos y proclamarse como independientes cuando aquel árbol dejó de darles sombra. Según la Dra. Wills, la problemática tiene qué ver tanto con una falta de coherencia como con una falta de confianza:
“En Colombia es evidente que los escándalos de corrupción que permean a los partidos los han castigado. La ciudadanía los está castigando por eso. Pero además probablemente también porque no vemos que haya coherencia entre un proceso electoral por parte de un partido y su desempeño político más adelante a través de agendas programáticas claras.”
Pareciera pues, que como en todo aquello que tiene qué ver con política en Colombia, los partidos se hallan en una especie de círculo vicioso. La falta de institucionalidad y de coherencia en las agendas programáticas, sumada a los reiterados escándalos de corrupción, conducen a que se genere una enorme desconfianza por parte de la ciudadanía en los partidos. A su vez, esta desconfianza hace que la política sea cada vez más personalista, poniendo en peligro la institucionalidad, desvalorando el desarrollo de agendas programáticas y generando condiciones que facilitan los actos de corrupción.
No obstante, esta desconfianza generalizada en los partidos no es una cosa nueva. Basta con recordar hace ya 15 años, de qué manera el movimiento Primero Colombia, creado y liderado por Álvaro Uribe, quien antes había militado toda su vida y accedido a importantes cargos desde el partido liberal, llegó al poder tras recoger más de un millón de firmas para la postulación de su candidatura. Prometiendo, como todo buen caudillo, hacer todo lo que otros no habían hecho antes, liderar al país con mano dura; acabar con los enemigos de la democracia y hacer a Colombia grande de otra vez. La llegada de aquel movimiento al poder, y de la política personalista centrada en la figura de Álvaro Uribe, es el reflejo claro de una inmensa desconfianza en las instituciones, así como un enorme desapego a los políticos y partidos tradicionales.
La desconfianza en los partidos se puede observar con mayor claridad en el comportamiento electoral de la población. Elementos como los niveles de abstención en las votaciones, que en las presidenciales de 2014 alcanzaron niveles históricos, con un 59.93% de los colombianos que no ejerció su derecho al voto.
A este respecto, hay quienes se preguntan si aquel es un problema de forma o de fondo. En otras palabras, si se trata de un problema fundamental en el sistema electoral, la estructura de los partidos, y las leyes que se emplean en los procesos democráticos, o si es una cuestión de idiosincrasia. Con respecto a ello, la Dra. Wills afirma:
En el plano institucional se han hecho muchos esfuerzos para lograr que los partidos vuelvan a ser aparatos funcionales y evitar la fragmentación. Los partidos son mucho menos fragmentados que lo que conocemos antes del 2002. El problema es que existe un desencanto por la política tradicional y la clase dirigente. Los ciudadanos no están viendo que se suplan sus necesidades más inmediatas. Ya la agenda de la Paz quedó superada y empezamos a ver que hay otros problemas que también son relevantes.
A lo largo del proceso de Paz daba la impresión de que el único aspecto sobre el que se establecían las agendas programáticas partidistas era el estar o no de acuerdo con una solución negociada al conflicto con las FARC, así como con lo acordado en la Habana. Una vez finalizado el proceso, se perdió casi cualquier indicio de coherencia en los movimientos políticos, la desconfianza de los ciudadanos comenzó a relucir de nuevo. Pero lo más grave de todo esto es de qué manera muchos políticos, en lugar de trabajar desde sus partidos para crear agendas coherentes, están sencillamente pretendiendo desligarse de la imagen desfavorable de sus bancadas y tomando provecho de la crisis proclamándose como candidatos independientes.
Adicionalmente, existe una variedad de ventajas estratégicas que puede tener un candidato que decida lanzarse por medio de un movimiento civil independiente en lugar de hacerlo a través de los partidos establecidos. En principio, dichas ventajas se pensaron como una forma de apertura democrática, bajo la presunción de que los candidatos independientes serían justamente eso, independientes. No obstante, no se previó que la situación política pudiese haber llevado a que muchos de los candidatos del establecimiento pudiesen tomar provecho de la figura de la candidatura por firmas, utilizando las maquinarias que construyeron previamente con sus partidos, para apoyarse como figuras personalistas en sus propios movimientos civiles. La propia Laura Wills es enfática en afirmar:
Es una estrategia, sin duda. Que les ayuda a no tener que cumplir las reglas que tendrían que cumplir en caso de que se presentaran bajo partidos políticos, y una de ellas es que no podrían empezar a hacer campaña sino solamente hasta la fecha que dicten sus partido.. Es estratégico comenzar unos meses antes a acumular votos. Y no sólo es estratégico en ese sentido, sino también por el hecho de pensar que el discurso del “outsider” vende mucho.
Adicionalmente, los partidos tienen un límite legal en la financiación de sus campañas, en la cantidad de recursos tanto públicos como privados que se pueden obtener, el cual es mucho más laxo para los movimientos ciudadanos.
Otra razón más para guardar cierta suspicacia ante esta proliferación de candidatos por firmas. Lo que se vende a sí mismo como una alternativa a las políticas de siempre, no es en muchos casos sino una estrategia política de oportunismo y una maniobra para pasarse las normas por la faja. Las leyes, no son claras en cuanto a los límites de la financiación de las campañas de los candidatos independientes. La ley 130 de 1994 establece “Los gastos que generen las actividades aquí previstas serán de cargo de la organización electoral.”
Como se dijo en un principio, esta crisis de los partidos, pareciera enmarcarse en una suerte de círculo vicioso, en el que a medida que se da vueltas al círculo, la democracia va quedando más y más relegada, la política se hace cada vez más personalista y los discursos anti-institucionalistas conducen a agravar los problemas en las instituciones más a que a resolverlos.
Se ataca al establecimiento pero no se hacen propuestas y se apunta a utilizar la desconfianza de la población como un arma política, en lugar de apuntar a recuperar su confianza.
La gente ya no cree en ideas y programas sino en personas. En promesas y palabras bonitas. En la posibilidad de un mesías que llegue a arreglar el país como por arte de magia. Poco a poco parece menos factible, y para algunos, incluso menos deseable la posibilidad de salir ese espiral del personalismo y la desconfianza en el que venimos cayendo desde hace décadas.
De modo que cabe preguntarnos si existe la posibilidad de hallar soluciones a nivel institucional o a nivel social, si existe algún camino que debamos seguir con el fin de enfrentar el problema de la confianza en el establecimiento y los poderes políticos. A lo que Laura Will opina:
Hay que seguir apostándole a los partidos. Siguen siendo organizaciones importantes que deberían fortalecerse, para lo cual sin duda hay que pensar en un nuevo diseño institucional. Pero más que eso, ellos mismos si quieren sobrevivir deben replantear sus discursos, replantear su forma de actuar, sus agendas programáticas y estar a la vanguardia, tomándole el pulso a la sociedad sobre cuáles son sus necesidades. Asimismo, La sociedad debe entender los riesgos de estar eligiendo ruedas sueltas con potencial para acumular mucho poder.