Una idea de ganadería que pone en entredicho la oposición entre naturaleza y cultura
Mi primera visita a la finca familiar cambió la forma en la que entendía la relación entre naturaleza y cultura.
por
Anna Hofstetter
Estudiante de Antropologia y Música en la Universidad de los Andes
09.12.2025
Me acuerdo perfectamente de la primera vez que viajé a Las Esmeraldas. Tenía 8 años y llevaba toda la vida escuchando las historias sobre la familia del Caquetá y la finca: que era maravillosa, pero que no podíamos ir porque era muy peligroso. Sabía que era una finca ganadera al borde del río Orteguaza, que uno iba a montar caballo, a ordeñar vacas y a echar río, y que para llegar había que coger lancha por un par de horas. Eso a mí me parecía lo más emocionante y aventurero del mundo entero. Me moría de ganas de ir.
Por fin me llevaron, yo estaba absolutamente maravillada por el paisaje del camino, no me aguantaba las ganas de llegar, me imaginaba unos potreros enormes y pelados (como los de vacas en la sabana bogotana) por donde podría montar caballo sin parar. Sin embargo, cuando llegamos lo que encontré fue una casita tradicional (de esas que están rodeadas por un corredor lleno de hamacas) al borde del río. Tenía un corral a la derecha y un pequeño potrero detrás y entonces me pregunté “¿no que era una finca grande?”. Resultó que esa no era toda la finca, era solo el primer potrero y lo que parecía el límite del predio era un humedal que hacía parte de un corredor silvestre. Cuando ya nos adentramos me encontré con mucho ganado (como era de esperarse), pero también con muchos árboles, casi parecía una selva. Eso no coincidía con la idea que yo tenía de ganadería, y sin saber muy bien por qué, tuvo un impacto muy grande en mí.
Figura 1: foto del humedal y algunos terneros.
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Hace unos meses (11 años después de la primera visita a la finca), en una clase nos hablaron sobre la dicotomía entre naturaleza y cultura, sobre lo artificial e imaginario de esta separación. Cada cosa que decía la profesora yo la aterrizaba a mis experiencias en Las Esmeraldas y entonces entendí que la finca me había marcado tanto porque tenía que ver con algo mucho más grande: rompía con una forma tradicional de entender el mundo.
Resulta que en la cultura occidental solemos utilizar dos grandes categorías para pensar y organizar nuestras ideas: “naturaleza” y “cultura”.
Esto nos sirve para entender muchos de los fenómenos que nos rodean, pero también nos lleva a crear un imaginario que opone lo cultural a lo natural. Nos olvidamos que esta división es simplemente una forma de organizar la cabeza, pero no esla realidad.
Me gustaría entonces reflejar cómo estos dos conceptos van de la mano, y para hacerlo recurriré a Las esmeraldas, un paisaje que no solo conozco muy bien sino con el que siento una conexión muy fuerte. Una conexión que hasta que me pasó, no pensé que fuera posible sentir con un lugar. La finca ubicada en el piedemonte amazónico (Caquetá) es un sitio donde lo “cultural” y lo “natural” convergen a tal punto que es difícil decir donde se marca la división.
Ganadería extensiva, un lienzo sobre el cual se trabaja
Cualquier persona que haya viajado por las carreteras colombianas conocerá los paisajes ganaderos y sabrá que suelen verse en forma de grandes porciones de tierra con pocos o ningún árbol. A esto se le llama ganadería extensiva y es una cultura ganadera que entiende los potreros pelados con la mayor cantidad de animales, como la mejor forma de producción. En este formato, el “entorno natural” es visto como enemigo y entre más limpio (deforestado) esté el potrero, mejor. Entonces la naturaleza se vuelve el villano contra el cual la producción debe pelear. La dicotomía imaginaria entre “naturaleza” y “cultura” se traduce a la realidad, los conceptos se enfrentan como si la existencia de uno fuera sinónimo de la extinción del otro. Esto tiene como consecuencia una serie de problemáticas medio ambientales graves; la erosión de los suelos, la extinción de especies nativas, la deforestación, la contaminación de fuentes hídricas y generación de gases de efecto invernadero, que no solo ponen en peligro el medio ambiente, sino que acaban con la vida “útil” de la tierra y perpetúan la idea de que para producir hay que dominar y destruir el entorno.
Figura 2: Foto de tierra erosionada en finca de ganadería extensiva.
En este modelo, la tierra es simplemente un lienzo sobre el cual se trabaja, se entiende como un recurso sin voz ni voto del cual podemos extraer hasta que ya no tenga más que dar. Lo que acaba sucediendo es que pierde sus nutrientes y su capacidad de regenerarse, se vuelve una tierra infértil en la que es imposible producir. La ganadería extensiva es como un tiro en el pie, además de destruir el medio ambiente, destruye la capacidada de producción y por ende la capacidad de generar ingresos por un largo periodo de tiempo. Esta cultura ganadera es la expresión material de la división imaginaria que hemos creado, donde la selva es un ente pasivo que debe ser dominado, y el potrero pelado simboliza y materializa la frontera con la cultura.
Y entonces ¿qué hacemos? ¿nos volvemos todos veganos? ¿dejamos que la selva se vuelva a comer todo lo que le hemos quitado, dejando sin medio de vida a las familias rurales y sin carne a los consumidores? ¿Borramos unas categorías que tenemos tatuadas en la forma en la que todos los occidentales entendemos el mundo? No necesariamente, en realidad la producción y la coexistencia con el entorno pueden ir de la mano y la historia de la finca Las Esmeraldas es una buena forma de mostrarlo.
Ganadería silvopastoril
Las Esmeraldas existe bajo un sistema de ganadería silvopastoril, es decir una ganadería que es capaz de mantenerse durante un largo periodo de tiempo sin acabar o causar daños al medio ambiente; sin reducir la productividad, y cuidando del bienestar económico de los ganaderos. En un sistema como este, que busca armonía entre los finqueros y el entorno, se empieza a hacer borrosa la línea entre lo natural y lo cultural; la producción deja de ser un acto de dominación y se convierte en un diálogo con el medio. Para entenderlo mejor haré un recuento histórico de la finca.
El predio fue adquirido entre 1980 y 1984 como un proyecto familiar dedicado netamente a la producción tradicional de carne y leche. Sin embargo, el contexto y su ubicación geográfica complicaron el asunto. El Caquetá ha sido un territorio históricamente marcado por la violencia del país, pues el abandono estatal promovió el asentamiento de grupos armados al margen de la ley. Esto de por sí ya hacía difícil cualquier forma de vida, pero se le sumó el hecho de que la ganadería tiene un papel fundamental en el desarrollo del conflicto armado colombiano. La lucha por el control de la tierra y los recursos naturales llevó a que los grandes (pero pocos) terratenientes fueran protegidos por grupos paramilitares que encontraban en ellos un aliado muy poderoso. Mientras tanto, los pequeños ganaderos fueron condenados a una victimización que iba desde despojos de tierra y ataques contra su ganado hasta secuestros y asesinatos.
Desafortunadamente, la mezcla de estos factores hizo que Gerardo, el hermano de mi abuelo y dueño de la finca, fuera asesinado por los paramilitares en Florencia Caquetá en el año 2003. Entonces, la familia arrendó el predio durante los siguientes siete años y se alejó todo lo posible de la violencia inherente al sur del país y al negocio del ganado.
Al volver a la finca en el 2010, mi tía y mis primos (esposa e hijos de Gerardo) se replantearon el uso original de la tierra. Tenían la idea de cambiar la dinámica tradicional ganadera y apostarle a un futuro de equilibrio socioambiental. Dicha transformación no solo significó un cambio en el modelo económico sino un cambio simbólico; implicó pasar de una cultura que domina la naturaleza para explotarla, a una cultura que reconoce que la necesita y que es parte de ella, por lo cual busca formas para coexistir.
La finca tenía las condiciones ideales para comenzar un proceso de transformación sostenible: la tierra no había sido trabajada durante los últimos años, estaba ubicada en una vega inundable, es decir un terreno al borde el río con un suelo muy fértil. Esto, sumado con el conocimiento de sus habitantes sobre métodos de ganadería sostenible, llevó a un cambio hacia la ganadería silvopastoril. Lo primero que se hizo fue apartar un pedazo de tierra que se iba a dejar sin trabajar (30% de la finca), y el resto del predio iba a pasar por un proceso de adaptación a un modelo de producción amigable con el entorno.
El objetivo principal era encontrar una forma en la que los ganaderos y la fauna y flora pudieran coexistir sin acabarse mutuamente. La teoría es que: al reforestar los árboles dan sombra a las vacas y le aportan nutrientes a la tierra mejorando su fertilidad y condición, lo cual evita la erosión de los suelos. Adicionalmente, se reemplazan las cercas de alambre para separar el ganado, por cercas “vivas”; grandes corredores de árboles y arbustos que permiten controlar la producción, mientras crean caminos de biodiversidad. Todo lo anterior, le da una oportunidad de regeneración y conservación al entorno natural mientras garantiza la rentabilidad del negocio. Es un proceso circular en el que se cuida y entiende la tierra, esta se vuelve cada vez más fértil y el negocio es cada vez más rentable. Entonces empieza a haber una relación de codependencia entre lo cultural y lo natural, entre el ganadero y la selva.
Gracias a esta forma de cuidarlo, el suelo se mantiene extremadamente fértil; no requiere de químicos, gran cantidad de mano de obra, tractores, ni quemas. Con lo cual, la grama dulce (alimento principal del ganado de Las Esmeraldas) adquirió unas cualidades muy particulares y extremadamente nutritivas.
Esto quiso decir que la leche de las vacas también tenía unas cualidades que no se encontraba en otros sitios y por ser un producto lácteo tan único se crea la denominación de origen: Queso del Caquetá (la primera denominación de queso en Colombia).
Con esta denominación de origen, se le da un valor agregado al proyecto y nace la idea de dedicar un pedazo de tierra aún más grande a la conservación del piedemonte amazónico. Sin embargo, a diferencia del pequeño pedazo dejado inicialmente para que se lo “comiera la selva”, esta vez se recurre a la figura legal de Reserva Natural de la Sociedad Civil con el fin de obtener el apoyo estatal para la protección del territorio. Para recuperar la selva era necesario un proceso social y político que la protegiera, es decir cuidar y respetar lo natural requiere de una transición cultural.
Las Esmeraldas era la primera reserva de este tipo en el sur del país y por lo tanto el proceso fue largo y tedioso. Al concluir los trámites, y con la intención de crear un corredor de conservación para cuidar la cuenca de la red hídrica y ecológica del departamento; los habitantes de la finca se dedicaron a trabajar con otros finqueros y ganaderos de la región para crear una red de terrenos bajo la forma de Reservas Naturales de la Sociedad Civil. La aspiración era convertir la idea en un proyecto de alto impacto.
Sin embargo, en el imaginario de los ganaderos, la dicotomía entre naturaleza y cultura estaba muy arraigada, y la idea de una ganadería alternativa era entendida como una forma de complicarse la vida y reducir los ingresos. Estas tensiones sociales llevaron a la creación de la Fundación Ava Jeva Amazonía, dedicada a trabajar con comunidades para unificar fincas y armar una red de conservación. Hoy, 10 años más tarde, hay más de 320 reservas entre las que ya son legalmente constituidas y aquellas que aún están siendo tramitadas. La selva dejó de ser vista como una enemiga de la producción y pasó a ser una aliada para el bienestar de los reserveros y de su ganado.
Figura 3: potrero silvopastoril.
Con este proyecto de conservación de fincas en el departamento, se crea el Pacto Caquetá:
Un movimiento ambiental de la sociedad civil, que busca promover el espíritu de conservación y cambiar el pensamiento de los habitantes del Piedemonte Amazónico. Es importante que todos los ganaderos entiendan que la ganadería sin agua y sin suelos adecuados sencillamente no es viable. Es un tema que debe ser de interés de todos los actores económicos (Queso del Caquetá, s.f.).
Con estas reservas, la apuesta a futuro era crear corredores naturales por todo el departamento para acabar con el aislamiento de la fauna y flora nativa. El conjunto de Pacto Caquetá, la denominación de origen y la consolidación de Reservas Naturales de la Sociedad Civil, hicieron que la intención económica en una gran porción del departamento cambiara y se enfocara hacia una apuesta ambiental sostenible. Empezó a ser claro que la protección de la amazonía debe ir de la mano de un cambio en el entendimiento del entorno.
Entender el territorio de otra manera
Entonces, no es que la naturaleza lleve a la cultura o viceversa, es más bien que son inherentes, no se pueden pensar como agentes separados o independientes. En el ejemplo particular de la RNSC Las Esmeraldas, vemos que su modelo de producción requiere de la naturaleza pues sin ella no es posible crear corredores naturales ni potreros sostenibles, no es posible tener vegas inundables o tierras fértiles. Sin embargo, sin una cultura de conciencia ambiental y sostenibilidad socio ecológica, tampoco es posible alcanzar un sistema de silvopastoreo pues la selva acabaría con cualquier forma de agricultura o por el contrario la cultura arrasaría con la selva. Entonces la historia de la RNSC Las Esmeraldas no es solo la historia de una finca en el piedemonte amazónico, sino la historia de una cultura que entiende que no puede existir si no comprende que hace parte de su entorno.
Uno pensaría, o al menos yo por mucho tiempo pensé, que la tierra es simplemente algo que se trabaja para que produzca y luego ese producto se pueda vender. En este caso la división entre lo que es natural y lo que es cultural es muy clara. Sin embargo, la forma de ganadería sostenible adoptada en RNSC Las Esmeraldas cambia la forma de entender la tierra, lo entiende como un territorio, un agente, un actor que no se reduce a ser la materia prima para la producción. El territorio se entiende como una conexión con el suelo, como un ser; se cuida para que crezca y se pueda trabajar (debe ser económicamente viable), pero no se sobreexplota. Se respetan sus límites y necesidades y al no sobrepasarlos se vuelve una tierra mucho más apta para el trabajo, mejorando el producto final, beneficiando a los finqueros y cuidando de los demás seres que lo habitan. Las fincas ganaderas se convierten Reserva Natural de la Sociedad Civil productoras de queso y carne, y los ganaderos pasan a ser reserveros.
Compartir esta historia significa mucho para mí, no solo porque es la historia de mi familia, sino porque me cambió la forma de entender y vivir el mundo. Me gustaría pensar, que aunque no todo el mundo tenga el privilegio de ver y vivir Las Esmeraldas, leer esta historia le cambie a alguien (como me cambió a mi) la forma de entender nuestra realidad. Lo que nos cuenta esta finca es cierto en cualquier contexto en el que uno crea percibir una separación entre lo que llamamos naturaleza y lo que llamamos cultura, no se restringe a la selva y el negocio del ganado.
Para mí, más allá de ser una RNSC, Las Esmeraldas es un lugar con el que siento una conexión difícil de explicar. Aunque no la conocí hasta que tuve 8 años porque el conflicto armado hacía imposible ir a visitarla, desde la primera vez que estuve allí me pareció el sitio más maravilloso del mundo. Más adelante entendí, que para mí y para mi familia en realidad no es un sitio, es un ser al que necesitamos, con el que dialogamos y negociamos, es La Finca.