Una decena de acusaciones de abuso sexual en una iglesia católica de Guayaquil sigue sin resolverse
Durante más de diez años, el reverendo Luis Fernando Intriago —hoy suspendido del sacerdocio— dirigió grupos juveniles. Al menos diez de los adolescentes que asistieron a ellos pasaron por un ritual físico que no es reconocido por la Iglesia Católica. Ni la justicia ordinaria —que lo investiga por abuso sexual— ni la eclesiástica han resuelto definitivamente el caso.
“Te hacía desnudar. Yo me quedaba desnudo, amarrado, porque te amarraba las piernas y las manos. La idea era hacerte sufrir porque si aguantabas, estabas haciendo una ofrenda. Cuando veía que se le estaba pasando la mano, paraba. En mi caso, me arrastró por una alfombra con los ojos vendados, las piernas amarradas, luego me llevó a la cama vendado. Esto es lo más asqueroso que me ha pasado, me da vergüenza… me trepó encima de él, como en una relación sexual. Nunca me penetró, no me tocó mis partes íntimas, por más que estuve desnudo. Pero me trepó encima de él, y con su barba como que me rozaba el pecho, el abdomen”. Quien habla es Gino P., hoy de 25 años, estudiante de Psicología. De quien habla es el reverendo Luis Fernando Intriago Páez, quien llamaba a estas prácticas la dinámica del pecado.
Por denuncias como esta, la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano ratificó la expulsión del sacerdocio del “Rev. Luis Fernando INTRIAGO PÁEZ, acusado de abuso sexual de diversos menores”. En el decreto en que lo decide, la Congregación dice que este delito debe entenderse —según la Ley de la Iglesia— como el acto cometido por un clérigo contra el sexto mandamiento con un menor que no ha cumplido 16 años. Para la legislación ecuatoriana es el acto de naturaleza sexual —excluyendo la penetración— que se hace contra la voluntad de otra persona, y que si la víctima es menor de 18 años, el que haya consentimiento es irrelevante. En la Fiscalía General del Estado hay dos investigaciones en contra de Intriago: una por abuso sexual y otra por tortura.
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Durante siete meses, recogimos 10 testimonios como el de Gino P. —jóvenes en sus veintes que fueron sometidos a la dinámica del pecado en su adolescencia. Conversamos con nueve conocidos y excolaboradores del reverendo Intriago, con los obispos que aún son sus superiores, con una autoridad del Sodalicio de Vida Cristiana —la orden religiosa fundada en Lima de la que Intriago fue asesor espiritual. Todos los entrevistados coinciden en las acusaciones en su contra.
Gino P. pidió ser citado así, pero ese es su nombre de pila verdadero y la inicial de su apellido. De los 10 entrevistados, Juan José Bayas, Diego Guzmán, Kevin Rivas, Andrés Viscarra, Gabriel Voelcker quisieron decir con sus nombres y apellidos lo que vivieron. Roger, Adrián, Lucas y Pedro* son nombres protegidos. Todos ellos dieron sus testimonios, de forma libre y voluntaria, fueron grabados, y las historias que contaron sucedieron cuando eran adolescentes —14, 15, 16, 17 años—, y coinciden con las prácticas por las que Intriago está suspendido por la Iglesia y es investigado por la justicia ordinaria. Sus relatos guardan similitudes con los de aquellos que fueron víctimas del fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari, en Perú, y del sacerdote Fernando Karadima en Chile.
Juan José Bayas conoció al reverendo Luis Fernando Intriago a los 16 años. El sacerdote había dado una charla en su colegio, el Espíritu Santo de Guayaquil, donde les había hablado sobre cómo vencer al mundo. “Yo dije ‘bueno’. Él me dijo ‘yo creo que tú tienes algo interesante, qué tal si hablamos. Te puedo aconsejar muchas cosas porque eres un líder’”. Así empezaron las consejerías, sesiones individuales que ocurrían, por lo general, por las noches o madrugadas en la casa parroquial de la iglesia Nuestra Señora de Czestochowa, al norte de Guayaquil, una ciudad portuaria —y la más poblada— del Ecuador. Al principio, dice Bayas, las sesiones se limitaban a charlas que iban “más que de un lado espiritual, de un lado psicológico”.
— Sabes qué, hagamos una dinámica.
— ¿En qué consiste?
— ¿Tú estás consciente de que tú puedes luchar por Jesús?
— Sí, obviamente.
— Pero, ¿crees que puedes vencer todo lo que tú quieras?
— Sí.
— Chévere, vamos a hacer algo: vamos a hacer la dinámica del pecado”.
Juan José Bayas dice que no recuerda cuántas veces fue sometido a esta práctica, en la que él —desnudo, atado de piernas y manos, con los ojos vendados— era golpeado por Intriago quien le decía “tú puedes vencer al mundo”.
En el 2013, Juan José Bayas fue la primera persona que enfrentó al reverendo Intriago
Adrián tiene 28 años y, aunque conoció a Intriago hace doce, recuerda con detalles su primera dinámica: “Tenía un problema muy fuerte con mi familia y necesitaba hablar con alguien. Me dijo ‘vente’. Llegué a su casa como a la una y media de la mañana. Él estaba en pijama. Fue un diálogo bastante enriquecedor, me ayudó en ese momento, pero después me dijo ‘vamos a hacer una dinámica. Vamos a hacer la dinámica del pecado’. Me pidió que me quede en bóxer, yo estaba llorando, bastante asustado, balbuceaba y creo que él escuchó que balbuceaba ‘no puede ser, no puede ser que este man sea homosexual’, entonces seguramente eso lo asustó. Ese día me amarró, me vendó los ojos, comenzó a picarme el tórax con el dedo, para que sienta dolor. No me tocó mis partes intimas gracias a Dios. La dinámica pretendía hacerme ver cómo el pecado me tenía atado, ciego y orillado. Luego me soltó, se fue al baño. Luego me dijo ‘tranquilo, no pasa nada’”.
A Pedro —hoy de 29— Intriago le hizo la dinámica a sus 17. “Terminaba la misa y allí comenzaba el tema de ver este plan de vida personal. Él entraba de esa manera. Las dinámicas eran primero suaves, ya chévere, te ato, te hago algunas preguntas, te voy a convencer, te vas a rendir, ya chévere. Hasta allí yo lo veía normal. Ya cuando él me hizo una vez la dinámica completa, desde allí pensé ‘esto no está bien’.
— ¿Cuál es la diferencia entre la dinámica suave y la completa?
— La completa tenía temas de electrocutarme, de hacerme llaves, de colgarme. Había una barra, entonces me colgaba en la barra, desnudo. Ese día sí terminé mal.
Lucas, hoy de 23 años, dice que a él lo bañó en agua hirviendo. “Me arrastró desnudo por la alfombra, me dejó guindando de un palo, desnudo, de las muñecas. Mis pies no tocaban el suelo”. Tenía 16. Dice que buscó a Intriago para que lo aconsejase. Estudiaba en un colegio católico, donde le habían enseñado que la homosexualidad era un pecado, y él había descubierto que le atraían hombres y mujeres por igual. “Sufrí mucho bullying en el colegio por mi orientación sexual, era muy feo, mi etapa de colegio fue bastante oscura. Me salía de clases para ir a rezar y llorar y le decía a Dios ‘No hago nada malo, ¿por qué me tratan así?’. Entonces, con esta situación, decidí conocer a Luis Fernando Intriago”.
El reverendo Intriago le preguntó si quería ir a consejería. “Mi primera consejería fue súper suave. Hablar de Dios, vidas de la Biblia, confesarme, todo ese tipo de cosas”.
Dice Lucas que después de la sexta sesión, Intriago le dijo que Dios y la Virgen a través de Pachi Talbot —una mujer que en la década de los noventa decía ver y hablar a la Virgen en el Valle del Cajas, al sur del Ecuador— le habían dado un aceite que olía a rosas y le habían enviado un mensaje: tenía que formar un ejército de ungidos.
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Andrés, Diego, Kevin, Gabriel, Juan José, Gino, Roger, Adrián, Lucas y Pedro eran ungidos del padre Intriago.
“El padre decía que cuando conocía a una persona, una voz que supuestamente era la de Jesús, le decía ‘con este sí, con este no, a esta persona tienes que cogerlo de aconsejado y a ésta no’. Él decía que cuando me conoció, le dijo que tenía que trabajar conmigo, que tenía que guiarme”, dice Gino.
Andrés Viscarra fue asistente personal de Intriago durante tres años. Dice que por su trabajo y la cercanía conoce en detalle la vida del sacerdote. Según Viscarra desde 2005 Intriago empezó a tener este grupo exclusivo. “Comenzó a haber una ola de chicos a los que él llamaba ungidos por la guardiana de la Fe. ¿Qué significaba esto? Que cuando él estuvo en el Cajas y tuvo esta ‘revelación’ de la obra de Nuestra Señora de la Reconciliación, una de las imágenes de allá comenzó a exudar aceite. Y ese aceite lo tenía en un algodón, y cada vez que veía un un chico con el que podía ser más cercano, lo ungía con el aceite. Pero para ungirlo, tenía que pasar por la dinámica del pecado.”
Antes de las dinámicas en las que terminaban desnudos o en ropa interior, el padre Intriago les explicaba cómo ellos eran parte de su misión. Porque él era el elegido, el especial, el que venía a cambiar las cosas. Y ellos eran los elegidos, los especiales, los que venían a cambiar las cosas.
Según los testimonios, su carismática y portentosa figura, su voz de trueno bíblico contando historias místicas (que una vez, contaba, una ostia se le había hecho carne en plena consagración, que, otra vez, había exudado escarcha), eran irresistibles. Juan José Bayas dice que quería agradarle a Dios, y que sentía que si decía que no, le estaba fallando a Jesús. “Y era técnicamente un juego, pero él decía ‘el que falla en lo chiquito, falla en lo grande’”. Por Dios, por Cristo, por salvar al mundo del pecado, por él, el padre, creía ser capaz de soportarlo todo. Entonces el reverendo le advertía que lo haría sufrir. Quería ver dónde estaban los límites de su amor por Cristo.
Los diez hombres que contaron su paso por la dinámica del pecado no se conocen todos entre sí. Unos tienen 27, 28 y 29 años y son amigos; otros 24, 23 y 22. Los que fueron sometidos a las dinámicas hace 10 o más años coinciden en que el discurso de Intriago era que ellos eran líderes, únicos, especiales. Los más jóvenes dicen que Intriago insistía en dos palabras: sacrificio y ofrecimiento.
Se suponía —se supone— que la dinámica del pecado era —es— una ofrenda para cultivar la reciedumbre y una forma de redimir al mundo, de resolver problemas domésticos, enfermedades terminales, crisis económicas. Para lograrlo, había que ofrecer un sacrificio.
Diego Guzmán conoció al reverendo Luis Fernando Intriago a sus 14 años; pasó una vez por la dinámica del pecado.
Lucas dice que en esa época su papá estaba enfermo de cáncer. “Y yo ofrecía algo que a mí me costara. Qué sé yo, yo peleaba mucho con mis hermanos y yo le decía ‘te ofrezco, Señor, no pelear con mis hermanos para que mi papá se recupere’”.
Lucas dice que el entonces párroco de Czestochowa le pidió ofrecer un dolor. “Me dijo ‘sácate la camisa’. Me la saqué. Primero siempre fue la camisa, luego una venda, una venda negra. Al comienzo te empujaba a la cama, y tú ya no podías moverte y él te explicaba con una metáfora ‘ahorita tú estás atado de manos y con una venda, no puedes ver, así es el pecado cuando entra en tu vida, luego te inmoviliza’. Y mientras te hablaba, te quitaba la venda, la soga de las manos, te ponía la camisa, y era inofensivo hasta eso”.
Confundido por tener sentimientos que le habían dicho eran pecado, Lucas siguió visitando al reverendo para más sesiones de consejería. “A mí estos ofrecimientos me hacían sentir ya incómodo porque Luis Fernando no estaba con su ropa de cura sino en pantaloneta, camisa y a veces se sacaba la camisa también y estaba en la cama. Todo ese tipo de cosas me empezaron a incomodar mucho, pero es difícil decirle que no a un cura”.
— La culpa te come vivo.
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Cuando pasaron por la dinámica, todos eran adolescentes varones entre 14 y 17 años, venían de hogares con figuras paternas ausentes o distantes. En muchos casos, tenían problemas económicos, carencias de afecto paterno, vacíos que el carisma y regalos del reverendo Intriago llenaban con facilidad. “Ocupó un lugar muy importante en mi vida, en mi corazón, era como un padre para mí, un segundo papá”, dice Adrián.
“Él buscaba gente psicológicamente débil. Yo encajaba en eso porque tenía padres ausentes, o sea, mi papá vivía allí pero era como si no estuviera, desde los trece hasta los diecisiete años. Entonces busqué refugio…comencé a ser full amigo de él”, dice Pedro.
Según Andrés Viscarra, exsecretario privado de Intriago y que también pasó por la dinámica, el cura llevaba una minuciosa cuenta de quiénes eran sus ‘agrupados’: tenía una carpeta por cada uno de ellos en su computador, y dentro de cada carpeta, un documento por cada dinámica hecha. Cuando identificaba el perfil vulnerable, dice su excolaborador, le proponía la consejería.
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Que el sacrificio llamado dinámica del pecado fuese secreto era un requisito indispensable. “Él me dijo, pero esto es súper sucio, esto sí es súper rata, decía que el ofrecimiento quedaba entre tú, tu consejero y Dios. Si tú le decías a alguien de tu ofrecimiento, por ejemplo, yo decía a mi mejor amigo ‘te cuento, estoy ofreciendo’, el ofrecimiento se rompía”, dice Lucas.
Juan José Bayas dice que Intriago le citó la Biblia como fundamento del secreto que debían guardar: “Que lo que haga tu mano izquierda, no lo sepa la derecha. Porque tal vez al enterarse, no va a entender tu lucha y te criticará”.
Diego Guzmán dice que cuando sintió el roce de la barba de Intriago en su omóplato desnudo, le exigió que lo soltara. El reverendo se habría puesto nervioso: “Me dice ‘no flaco, calmate. No pensaba que te ibas a poner mal, es la primera vez que hago esta dinámica’”. Guzmán asegura que le pidió que no se la hiciera a nadie más: “Le dije ‘Padre, tú eres mi pana, y si no quieres tener un problema no le hagas a nadie más, porque acá no pasó nada, pero esa vaina no está bien’. Intriago le habría prometido que nunca más la haría, “que alguien se la había enseñado y que la quería aplicar, que él no le veía nada de malo, pero al ver que yo reaccionaba así, no era adecuada”.
Los 10 testimonios coinciden que al terminar la dinámica, el padre Intriago les quitaba la venda y las sogas, y se iba al baño.
2
Pero para muchos, el reverendo Luis Fernando Intriago es un hombre inocente, casi un santo, atrapado por poderosos enemigos. Uno de sus abogados dijo que el único error que cometió “fue haber sido ingenuo, confiar demasiado”. Un joven que fue su agrupado y que iba a dar su testimonio pero luego se arrepintió, dijo que él solo se llevaba cosas buenas del sacerdote. Michael Manzur declaró a su favor en la causa canónica (ahora se ha retractado) y dice que se acuerda que Intriago les daba buenos consejos, “nos decía que nos educaba para que el mundo sea mejor. Nos ayudaba, nos hacía ver que ciertas cosas sí eran posibles…tuve amigos que fueron abusados pero yo al menos no viví nada de esto”.
Desde un sillón ancho en la sala de su casa, monseñor Antonio Arregui, arzobispo de Guayaquil entre 2003 y 2015, llamó a Intriago “un manipulador de primera”, poseedor de “una habilidad extraordinaria para enredar a la gente”. Marcos —un joven quien prefirió mantener su anonimato— lo llamó “un hombre malvado, en realidad diabólico”.
Pero Luis Fernando Intriago no siempre fue el personaje polémico que es hoy. Entre 1996 y 2013 fue el carismático párroco de la iglesia Nuestra Señora de Czestochowa. Ahí dirigía a decenas de agrupaciones juveniles por las que pasaron cientos (quizá miles) de adolescentes.
Fue, también, el hombre que trajo al Ecuador el Movimiento de Vida Cristiana (el MVC), una mancomunidad de grupos laicos bajo la autoridad del Sodalicio de Vida Cristiana, una organización católica fundada en Lima por Luis Fernando Figari, hoy viviendo en Roma y con una orden de prisión de la justicia peruana por delitos sexuales. El reverendo Intriago fue, también, parte de la dirigencia del movimiento Provida del Ecuador.
Luis Fernando Intriago nació en Guayaquil en una familia de clase media alta. Fue surfista, popular y alegre según un breve perfil titulado Padre Fernando Intriago vocación y convicciones, publicado en El Universo en 2005. Durante su juventud estuvo vinculado a los grupos apostólicos San Pablo, dirigidos por Gustavo Noboa, presidente del Ecuador entre 2000 y 2003. En el libro autobiográfico de Noboa aparece un joven Luis Fernando Intriago en una de las fotografías: sonriente, expresivo, la vida por delante.
Intriago, decía él y recogía El Universo en 2005, tuvo una novia con quien estuvo comprometido. Gino P. recuerda que el reverendo siempre contaba esa historia: tenía fecha para casarse con Marcela, iban a comprar un departamento para que sea su hogar, pero un día rezando de rodillas en el santuario de Schönstatt, una voz le dijo que su vocación estaba en los altares. A los 26 años, dejó a su novia, y se fue al seminario Nuestra Señora de la Esperanza, en Ibarra, una ciudad del norte andino del Ecuador.
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El cura que fue surfista y dejó a su novia por Dios era un imán de muchachitos: además de su rol protagónico en el Movimiento de Vida Cristiana, Luis Fernando Intriago fue parte de la comunidad Provida del Ecuador. La directora de una de las fundaciones más prominentes del movimiento (que pidió la reserva de su nombre) dijo que sabía que había una investigación abierta pero que no diría nada: “Es como si te llamen a ti a preguntarte sobre algo malo que haya hecho tu hermano. Tú elegirías no decir nada, ni malo ni bueno. Elegirías quedarte callada”.
En marzo de 2013, el reverendo envió una carta al editor de Diario El Universo. “¡Qué locura tan absurda la que alberga el corazón humano!” —decía en el texto su apasionada diatriba contra el aborto titulada Destrucción del ser indefenso— “El vientre materno, el lugar donde un niño debería, por lógica, ser el más seguro y el más protegido del mundo, por su madre, su padre, sus abuelos, los médicos que juraron salvar vidas, las leyes de los países, etcétera, hoy se ha convertido en el lugar más peligroso para cualquier ser humano.” En un tuit de abril de 2013, una usuaria promocionaba su intervención en un programa radial. “No te pierdas hoy… La verdad sobre la píldora del dp con el Rvdo Padre Luis Fernando Intriago”.
Roger —uno de los aconsejados de Intriago— era activo en la causa Provida: daba charlas, organizaba marchas, y hacía sketches sobre lo que él considera el valor de la familia y la barbarie del aborto. Dice que cuando al grupo Provida llegó el rumor sobre las denuncias de abuso, empezaron a preguntarse ¿cómo es que él defiende la vida de los no nacidos y destruye la vida de niños y adolescentes vivos?
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El reverendo Luis Fernando Intriago, enemigo de la píldora del día después, militante de la causa antiaborto ecuatoriana, fue también uno de los alumnos esmerados del fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari. Lo conoció a mediados de la década de los 90. “La gran noticia dentro de la familia Sodálite era el encuentro entre Figari e Intriago”, recuerda el exsodálite peruano Óscar Osterling.
El Sodalicio de Vida Cristiana es una comunidad católica conformada por laicos consagrados y sacerdotes fundada en Lima en 1971. Recibió el reconocimiento de la Santa Sede como Sociedad de Vida Apostólica laical de Derecho Pontificio en 1997. Del apostolado de sus miembros se creó el Movimiento de Vida Cristiana (MVC) que agrupa a laicos católicos. El MVC se fundó en 1985 como movimiento eclesial, también en Lima, y tuvo su reconocimiento pontificio en 1997 como Asociación Privada de Fieles de Derecho Pontificio.
Óscar Osterling perteneció al Sodalicio durante veinte años y dice que cuando Intriago llegó a Lima quedó claro que era la persona que Figari había estado buscando para expandir el Sodalicio —y con él, el MVC— en Ecuador. “Luis Fernando Intriago tenía sintonía con la espiritualidad y el estilo del Sodalicio. En una de las tantas venidas a Perú, una vez en Arequipa daba misa en la casa y se parecían mucho a las misas de los sacerdotes sodálites. Él iba aprendiendo del estilo sodálite: se hospedaba en comunidades sodálites, conversaba con muchísimos sodálites, quería hacer apostolado de manera sodalite”.
Intriago fue el principal encargado de llevar el MVC a Guayaquil, pero la oficina de comunicación del Sodalicio de Vida Cristiana con sede en Lima lo retrata como un asesor espiritual del Movimiento. “Tuvo algunos diálogos y reuniones para conocer las iniciativas apostólicas, pero no un proceso de formación. Siendo un sacerdote diocesano, manifestó una cercanía espiritual y apostólica con el Sodalicio, pero nunca fue miembro del Sodalicio de Vida Cristiana”, dice el correo electrónico en el que respondieron nuestras preguntas.
Osterling recuerda la relación de Intriago y Figari de otra forma. El fundador del Sodalicio veía en Intriago el vehículo ideal para la expansión de su organización. Figari lo rotuló como manifestación del Espíritu Santo. Dice Osterling que, en respuesta, Intriago inventó una palabra que se convirtió en parte del glosario sodálite: diosidencia —la voluntad de dios manifestada en una aparente coincidencia. En el perfil Vocación y convicciones, Intriago era retratado como el líder de los grupos juveniles del MVC en Guayaquil, que en ese entonces agrupaba a unos mil quinientos adolescentes: una versión mucho más cercana a lo que dice Osterling, y alejada de la comunicación oficial del Sodalicio.
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En el 2009, Luis Fernando Figari visitó Guayaquil. Más de mil jóvenes se congregaron a escuchar al fundador del Sodalicio de Vida Cristiana.
Eran los años climáticos del poderío y la popularidad de la organización limeña. Pero dos años después, la revelación de delitos sexuales, abusos psicológicos y torturas en el Perú hundiría a la plana mayor del Sodalicio de Vida Cristiana —y arrastraría con ellos a toda su organización— en las arenas movedizas del escándalo y el desprestigio.
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En 2001 murió Germán Doig, mano derecha de Luis Fernando Figari. Era una mano derecha que sabía muy bien lo que hacía la izquierda. Muy pronto se levantaron voces que pedían su canonización. Pero diez años después de su muerte, en medio de su proceso de beatificación, aparecieron las primeras denuncias de delitos sexuales en su contra.
El proceso de santificación se detuvo. Seis meses después, Figari, antes orador de masas, provocador de multitudes, fue también acusado de “abusos sexuales graves”.
Hoy él, Virgilio Levaggi, Jeffrey Daniels y Daniel Murguía —todos exmiembros del Sodalicio— tienen en su contra denuncias por abuso sexual, físico y psicológico. Figari vive en Roma, porque el Vaticano consideró, entre otras cosas, que —a pesar de los abusos, torturas y prácticas sacadas de la falange española— había sido un “mediador de un carisma de origen divino”.
En el libro Mitad monjes, mitad soldados, los periodistas peruanos Pedro Salinas y Paola Ugaz, recogen 30 testimonios de exmiembros del Sodalicio; la mayoría similares a los recogidos en Guayaquil. En Lima por Figari y en Guayaquil por Intriago, los jóvenes más cercanos eran llamados aconsejados, venían de hogares con padres ausentes, y les decían que para potenciar su rol de líderes eran sometidos a estas técnicas.
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Tras un paso breve por las parroquias de los barrios de Urdesa y La Alborada de Guayaquil, quiso la diosidencia que, en 1996, el reverendo Luis Fernando Intriago sea nombrado párroco de Nuestra Señora de Czestochowa. En junio de ese año, dice el departamento de Comunicación sodálite, llegó también el MVC a Guayaquil.
En esa parroquia ejerció su ministerio. Ahí se reunían los grupos juveniles que aconsejaba. Ahí les contaba sus experiencias místicas. Ahí hacía a algunos de ellos pasar por las sesiones de consejería individual y los sometía a la dinámica del pecado.
Ahí fue, también, el primer lugar donde Juan José Bayas y su madre, Sandra Gutiérrez, fueron a increparlo.
El domingo 6 de octubre de 2013 en el momento de la consagración, en la misa de siete y media de la noche, Juan José Bayas pisó, como no lo había hecho en años, la iglesia de Nuestra Señora de Czestochowa. Había ido con un grupo de ocho amigos. “Era la misa del MVC”, recuerda Bayas. Se plantó delante del reverendo Intriago que repartía las hostias. “Mi presencia era decirle que algo iba a pasar” dice.
Al día siguiente, su madre Sandra Gutiérrez fue a enfrentar a Intriago. Le dijo que su hijo le había contado que lo había abusado, y que quería evitar un escándalo. “Me lo aceptó. Y me llevó a un cuarto donde estaban las computadoras”, dice Gutiérrez desde un sofá de su casa; “y me puso a ver la imagen de una Virgen: que lo perdone como una madre que soy”.
Según Gutiérrez, después de la conversación, Intriago le pidió hablar con su hijo. Se citaron en un local de Sweet and Coffee de las calles Malecón y 9 de Octubre, en el centro de Guayaquil. Bayas iba con su madre. Intriago, con dos jóvenes. Subieron al segundo piso, donde hablaron solo los dos. Según Bayas, le pidió que dejase el sacerdocio y las actividades Provida. Intriago le habría pedido un mes para poner las cosas en orden y, además, le habría ofrecido 20 mil dólares por su silencio. Intriago dijo después, en una denuncia que presentó contra Bayas y su madre (y que ellos nos mostraron), que el joven le exigió “renunciar a su campaña Provida”. Sin embargo, según el reverendo, fue Bayas quien le exigió los 20 mil dólares. Bayas y Gutiérrez niegan esta versión.
En la denuncia Intriago afirma que se asustó ante las acusaciones porque el Congreso Mundial Provida que se realizaría arrancaría el 8 de noviembre y “tomando en cuenta que en Guayaquil soy uno de los líderes Provida más reconocidos”, Bayas podía utilizar el caso para desprestigiar el evento.
Un día antes de que se cumpliese el mes que Intriago les habría pedido a Gutiérrez y a su hijo para reflexionar, según los recuentos de varios jóvenes —entre ellos Andrés, Michael y Lucas—, Sandra Gutiérrez irrumpió en la parroquia de Czestochowa.
Eran pasadas las siete de la noche del 13 de noviembre de 2013. Intriago llegaba en su auto con Andrés Viscarra, Michael Manzur y un tercer joven. “Le dije todo lo que se me ocurrió, una sarta de malas palabras, porque no sabía qué hacer. Lo amenacé, sí”, dice Gutiérrez. Viscarra recuerda que Gutiérrez le gritó “Abusador sexual, violador, no puedes seguir siendo cura, eres un violador”.
Al día siguiente, Luis Fernando Intriago presentó la denuncia contra Juan José Bayas Gutiérrez y Sandra Gutiérrez Franco por delito de odio e injurias calumniosas. Sus abogados patrocinadores pertenecían a un renombrado estudio jurídico de Guayaquil encabezado por un excanciller del Ecuador. Entre sus defensores, figuraba alguien que no era parte de la firma pero cuyo nombre resonaría en cualquier corte del Ecuador: Gustavo Noboa Bejarano.
Noboa es un abogado guayaquileño dedicado a la docencia y a la formación de jóvenes. Era el vicepresidente de Jamil Mahuad Witt, tristemente célebre en el Ecuador por haber ordenado el feriado bancario de 1999, un congelamiento de fondos que dejó muertes, desempleo y una diáspora de dos millones de ecuatorianos. Cuando Mahuad renunció y huyó a Estados Unidos —tras la mayor crisis financiera y social de la historia— Noboa asumió el cargo.
Nombrar a un expresidente como su abogado, era un gesto de poder. Pero Noboa no firmaba el documento donde el sacerdote lo desginaba su defensor. En abril de 2018 dijo que Intriago no le había pedido permiso para incluirlo en esa lista. “Manipulación”, dice Noboa desde una de las salas de su casa, una mañana soleada. “Yo podría demandarlo por haber utilizado mi nombre”. Según Noboa, la última vez que ejerció la abogacía fue a mediados de los 80.
Pero en noviembre de 2013, el artilugio surtió efectos: A Juan José Bayas nadie, salvo su madre y un par de amigos, le creyó. Los que habían sido sus compañeros de agrupación, su mejor amigo —todos los que giraban alrededor del MVC y de Intriago— lo abandonaron.
Intriago repetía que Juan José Bayas estaba endemoniado. Incluso, llevaba unas fotos de sus tatuajes como prueba de la posesión. Se las mostró a Gustavo Noboa, a quien le dijo que “un joven diabólico le había dicho a la mamá que lo había violado”. Diego Guzmán recuerda que, durante una visita que le hizo al reverendo, le dijo que Bayas lo estaba demandando: “Dice que lo he violado”, recuerda que le dijo. “Y le digo ya, pero ¿cómo? Me dice: ‘Sí, flaco, Juan está mal desde hace mucho tiempo: yo creo que Juan está endemoniado’ y comenzó a mostrarme fotos de los tatuajes de Juan”.
Pero Guzmán no se quedó convencido. Cuando salió, lo llamó a Juan José Bayas para pedirle que le cuente su versión. Bayas le contó de la dinámica. Después, Guzmán habló con Pedro que le dijo que también había pasado por ella. “Le dije ¿es en serio?, ¿por qué nunca me dijiste? Me dijo ‘no sé, no sé’”. Guzmán recuerda que cuando Bayas le contó, encontró una manera de justificar a Intriago. “Pero cuando Pedro me lo dijo, dije ‘no, aquí hay un problema. Esto no está bien’”.
El cuñado de Diego Guzmán también fue un agrupado del padre Intriago. “Le pregunté ‘¿a ti alguna vez el Padre te hizo algo que se llama la dinámica? Y me dijo por qué. Yo le dije por tal cosa, tal cosa, y me dice ‘Sí, sí me hizo. Pero, ¿qué tiene eso?’”. Guzmán le puso un ejemplo práctico: “¿Tú permitirías que algún amigo mío lo ponga en bóxer a mi hijo (tu sobrino), que le amarre las manos, los pies, los ojos y haga lo que le dé la gana con el man?” Su cuñado le dijo que no. Guzmán le preguntó:
—Entonces, ¿por qué tú sí y por qué yo sí? Y ¿por qué el resto sí?
Guzmán se enteró que Adrián y Kevin Rivas también habían pasado por la dinámica. Se reunió con Rivas, quien le contó que Intriago lo había buscado a él y a Adrián para explicarles que Juan estaba poseído por el demonio, y preguntarles si contaba con su apoyo. “Yo le dije brother a ti te ha hecho, a Adrián le a hecho, ¿Y a quién más le ha hecho?”, recuerda Guzmán. Él, Rivas y Adrián empezaron a preguntarle a la gente de su colegio, el San José La Salle de Guayaquil, donde Intriago había sido capellán. “Preguntamos a gente que nosotros pensábamos que era cercana (a Intriago). Y le había hecho a casi toditos”.
Una mujer que se convirtió en la mano derecha de Intriago en sus proyectos Provida —y prefirió no ser nombrada—, recuerda la primera vez que un joven se le acercó a contarle lo que estaba pasando, no le creyó. Luego pidió reunirse con los adolescentes para escuchar sus versiones. “Todas las historias que escuché coinciden, entonces es imposible que se junten quince niños, que ninguno lo va aceptar delante del otro, a decir lo mismo. Después del tercer testimonio me dije ‘es verdad’. Además Luis Fernando no me enfrentaba, no me daba la cara”.
Sobre el caso de Intriago, el departamento de Comunicación del Sodalicio dice que el Consejo Superior “a inicios del 2014 conoció denuncias de conductas inapropiadas del Padre Intriago, y ante la gravedad de las mismas, procedió a formalizar su separación en febrero del 2014, y a informar al Arzobispo de Guayaquil”.
3
Cuatro meses después del escándalo afuera de la parroquia de Czestochowa y tras la conversación con Bayas, Guzmán y otros jóvenes que habían pasado por la dinámica, Kevin Rivas decidió que tenía que hacer algo. “Conversamos y les digo: si lo metemos preso al cura, se va a morir en tres meses en una cárcel”, recuerda que les dijo. “Yo creo que la Iglesia debería coger, mandarlo a un monasterio y que se muera purificando su alma en algún lado. Como es cura que haga algo por su vida. Yo pensaba así”.
Rivas, católico, militante del MVC, aspirante al sacerdocio en el Sodalicio de Vida Cristiana hasta 2011, denunció al reverendo Luis Fernando Intriago Páez ante el Arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui. Su denuncia escrita, fechada 10 de febrero de 2014, dice en uno de sus párrafos introductorios:
“El Objetivo de esta carta es que usted conozca la veracidad de eventos ocurridos con el P. Luis Fernando Intriago, y que esto pueda ser de gran ayuda para la búsqueda de la verdad y la aplicación de acciones correctivas y correspondientes para el bien de él y de la Iglesia. No está de más decir que el Padre Fernando es muy amigo mío, incluso que es mi padrino de confirmación y que es doloroso hacer esto, pero es mi deber como cristiano”.
En ella relataba cómo, en el 2006, cuando tenía 15, había entrado al MVC, y que muchas de las reuniones se hacían en la casa parroquial de Czestochowa. Rivas contaba cómo en ese mismo año, Intriago realizó con él la dinámica del pecado. El relato es consistente con los otros nueve testimonios recogidos en esta investigación: Intriago se quedaba en pantaloneta, les decía que la práctica a la que estaba punto de someterlos era para entender cómo el pecado dominaba a las personas y cómo se podían vencerlo.
“El P. me decía que me quite la camiseta; una vez sin camiseta él me ató las manos y me picaba el pecho con dedos simulando pequeños golpes como para que te rindas, y me pedía que ponga algún sacrificio en mi mente, que identifique “por quién estoy luchando esa batalla”, pudiendo ser estos familiares, agrupados, santidad, etc.
Una vez superada “esa etapa”, él me pedía que me quitara el pantalón a lo cual accedí, quedándome únicamente en interiores, en esta ocasión el vendó mis ojos y me ató colgándome de un palo travesaño que divide su oficina con la habitación de él, él ubicaba una silla debajo de mis pies para poderme suspenderme en el aire y nuevamente volver a la silla, simulando “una pequeña tortura” que en verdad no era así. En una ocasión habiendo pasado “esa etapa” el me recostó sobre su cama y pasaba su barba sobre mi hombro simulando “raspones”, luego de esto, de haber “superado las pruebas” simplemente te decía que te vistas y ya.
Monseñor Luis Cabrera en el despacho arzobispal muestra el manual que para el juzgamiento de abuso sexual de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
Al caso de Juan José Bayas, Kevin Rivas le dedicó un acápite especial llamado Sobre “el escándalo”.Según Rivas, en la Arquidiócesis de Guayaquil le pidieron que consiguiera más testimonios “para que sea válido. Adrián hizo su carta. Las entregamos. Por ahí nos llamaron.” Dice que fueron al edificio contiguo a la Catedral: “Vengo a entregar mi carta. Me llamaron a hacer declaración, preguntas, y volver a escribir mi testimonio”.
4
Andrés Viscarra estaba en el automóvil de Intriago la noche del 13 de noviembre de 2013, el día del ‘escándalo’. Viscarra dice que “uno o dos días después” monseñor Iván Minda, obispo auxiliar de Guayaquil, fue a la parroquia para hablar con Intriago sobre lo que había pasado. “Esto es ya un escándalo, usted se tiene que ir”, le habría dicho Minda al párroco, según el recuento de Viscarra.
Cinco años más tarde, en marzo de 2018, Minda dice –en su despacho del palacio arzobispal de Guayaquil– que no recuerda el ‘escándalo’, que el motivo de su visita había sido “porque lo queríamos trasladar de la parroquia”. Según el obispo auxiliar, Intriago no quería irse de Czestochowa: “Había quejas de que no atendía a la parroquia, porque también parece que era un poco enfermo. Y parece que a veces no bajaba a celebrar la misa, esos eran los comentarios nos llegaron ¿no?”, dice. Por esa época, dice Minda, aparecieron las denuncias. “No sé si inmediatamente después que salió de la parroquia. Ya fueron denuncias formales, eso me parece recordar”.
El obispo auxiliar de Guayaquil, monseñor Iván Minda, en su despacho del palacio arzobispal.
Monseñor Arregui, arzobispo de Guayaquil en esa época y retirado desde 2015, dice que hacía algunos meses (antes del escándalo) querían trasladar a Intriago: “Él no tenía mucho deseo de salir, y me pidió un año más. Tampoco se muere nadie por un año más.” Viscarra dice que a Intriago le habían propuesto moverse a la parroquia Padre Misericordioso o Guardiana de la Fe.
Pero tras otorgarle el año que pedía, recuerda monseñor Arregui, “justo en este momento llegaron denuncias de cinco, seis jóvenes, de unos tratamientos extraños que les hacía como para fomentar el arrepentimiento de sus pecados y la disposición para llevar una buena vida cristiana.” Los tratamientos extraños eran la dinámica del pecado.
Tras el escándalo y la visita que Minda no recuerda (pero Viscarra sí), el arzobispo Arregui suspendió al reverendo de sus deberes sacerdotales, salvo la celebración privada de misa y los sacramentos a los moribundos. “Digamos que fue una cuestión que tenía sus antecedentes, ¿verdad? Siempre alguna gente me explicaba que le llamó la atención cómo el Padre tenía alguna gente joven a altas horas de la noche”, dice Arregui.
El caso derivó en la causa Prot. 248/2014 de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El órgano vaticano autorizó a Arregui a iniciar un proceso administrativo penal para —en caso de que se confirmaran los cargos en su contra— emitir el “decreto de dimisión del estado clerical a cargo del Rev. Luis Fernando INTRIAGO PÁEZ, acusado de abuso sexual de diversos menores”. Arregui emitió el decreto en cuestión.
Intriago lo apeló el 22 de mayo de 2015 ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, que en un decreto firmado por su entonces Prefecto, el cardenal alemán Gerhard Müller el 5 de febrero de 2016, rechazó su defensa.
La Congregación rechazó uno a uno los descargos de Intriago.
Dice que no es cierto que haya sufrido indefensión, pues “consta en las actas que el reo fue repetidamente amonestado de manera no formal, primero en el 2003 a causa de su comportamiento homosexual activo y luego en el 2009, a causa de las noticias del Ordinario acerca del escándalo que provocaba en algunos los fieles los continuos encuentros nocturnos del reo con los jóvenes”.
La Congregación dice, también, que el reverendo Intriago conocía las acusaciones que pesaban en su contra, la identidad de sus denunciantes y, además, había contado con la defensa de un abogado.
Según el decreto firmado por el cardenal Müller, el reverendo Intriago había catalogado su comportamiento como “simple conducta morbosa y reprochable”. Para la Congregación, ese descargo debía desecharse porque “ex actis et probatis” (de lo alegado y probado) constaba la “violación grave de la norma y la plena imputabilidad del reo”. Según el decreto, el delictum gravius cometido por Intriago estaba demostrado porque de su modus agendi (su forma de proceder) “afirmado de modo concorde por sus numerosas víctimas” se deduce “el fin libidinoso de sus tocamientos a los menores, más allá de cualquier práctica o técnica pastoral juvenil tolerable”.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, además, se refiere a la acusación que Sandra Gutiérrez le hizo en noviembre de 2013: “aún siendo errónea su calificación de “violación”, por la concordancia con lo descrito por las otra víctimas quedan subsumidos en el reato contra sextum cum minore”: aunque no fuese precisamente una violación —resuelve la Congregación—, la dinámica del pecado es un delito grave y atentatorio contra la integridad sexual de menores de edad.
Intriago también se defendió, según el decreto de la Congregación, diciendo que no hubo escándalo “ni denuncia ante los tribunales civiles ni ante los medios de comunicación del País;”.
Otro de los descargos era su supuesta falta de conciencia de la gravedad “de los actos por los que ha sido imputado” —y fue desestimado porque, según el decreto de febrero de 2016, “consta en las actas que ha intentado en diversas ocasiones que las víctimas no declaren en su contra”. También dijo que la pena que se le imponía era excesivamente severa. Finalmente, la Congregación para la Doctrina de la Fe dice que ha quedado evidenciada “la desobediencia a las medidas preventivas que le fueron impuestas en el mes de noviembre de 2013 y en el septiembre de 2014 por su Ordinario, al continuar recibiendo a menores en su casa”.
Intriago tenía derecho a volver a apelar ante la misma Congregación vaticana y lo hizo. Monseñor Luis Cabrera, actual arzobispo de Guayaquil, dice —desde su oficina en el centro de la ciudad— que esa resolución llegó desde Roma en mayo de 2016: “Le entregué el documento el 15 de junio. A partir de esa fecha corren treinta días para que él pueda presentar argumentos apelando a eso. Y es lo que se ha hecho. Y allí estamos.” Allí estamos: cerca de cumplir dos años sin que el caso se resuelva, ni siquiera a nivel eclesiástico.
Dice Kevin Rivas que después de hablar sobre lo que había pasado con sus compañeros de agrupación, un sodálite llamado Carlos Muñoz le preguntó qué era lo que estaba diciendo. “¿Qué es eso de que el cura debe ir a un monasterio? ¿Qué te pasa?”
Rivas recuerda que le pidió a Muñoz que se reunieran. Se encontraron en el Deli del Oro Verde, en el centro comercial San Marino: “Comiendo un sánduche le conté. El man quedó mal porque el padre ha sido para él su consejero y no se imaginaba estas cosas”. Después de un tiempo, Muñoz lo habría vuelto a contactar. Le dijo que había entendido mejor la situación y que el reverendo Intriago aún frecuentaba jóvenes. Muñoz, dice Rivas, “creyó que esta denuncia de la curia al menos lo iba a detener en algo, pero no pasó así”. El Sodalicio le recomendó que iniciara una acción civil: “Teniendo como premisa la protección de la intimidad y la reserva de identidad de los afectados, el Sodalicio puso a disposición de ellos asesoría legal competente”, dice el correo de la oficina de Comunicación del Sodalicio desde Lima, “para que, en su ejercicio de derecho a la libertad, decida presentar o no su denuncia en la Fiscalía en el ámbito penal.” Rivas recuerda que fue a un bufete de abogados. “Me tocó a mí poner la denuncia. Mi caso es que han pasado casi 10 años, estaría prescrito. Para esto el padre estaba en su segunda apelación para dejar de ser cura, hasta ahí me enteré”.
En 2017, Rivas fue a declarar a la Fiscalía. Se presentaron escritos, fue un “ir y venir, dar pruebas de que no estoy loco. De ahí, declarar. La última vez que fui fue en la salita, en la cámara de Gessell”. Su caso fue desechado, explica, por prescripción, pero por él se abrieron dos causas más.
5
Monseñor Luis Cabrera es un obispo que escucha con atención. Hace pausas largas antes de contestar las preguntas que se le formulan. Le preguntamos por qué, si había noticias de comportamientos impropios (causantes de amonestaciones informales) por parte del sacerdote Intriago desde 2003, se le permitió seguir reuniéndose con adolescentes. Primero, monseñor Cabrera dice que está en su cargo desde diciembre de 2015, que de ahí en adelante puede responder sobre los detalles del caso. Después, explica que “esta toma de conciencia de la gravedad de los delitos sexuales se ha ido dando de una manera progresiva”.
Dice que, al principio, se pensaba que estos casos sucedían de forma aislada o esporádica, “algo que no afectaría demasiado a las personas. Pero conforme se ha estudiado no solo la parte jurídica sino también ética, psicológica, social y familiar se fue tomando conciencia de que el abuso sexual entraba en el campo de lo que se llama delito grave —incluso hoy se cataloga como un crimen. Pero yo digo, es un proceso que se ha dado”.
Monseñor Cabrera lo compara con la esclavitud: “Antes estaba legalizada y parecía normal. Después se tomó conciencia, se hizo todo lo posible para abolir la esclavitud porque eso un acto gravísimo. En el campo de la sexualidad es algo parecido. Hoy por hoy las cosas están muy claras, de tal manera que para la Iglesia católica el abuso sexual debidamente comprobado es considerado un crimen, un delito”, dice el arzobispo de Guayaquil, un franciscano de 62 años. “Estoy respondiendo su pregunta, cómo es que sabiendo por qué le confiaron… Quizás no era la época. No es para justificar de ninguna manera es simplemente para explicar el contexto”.
Monseñor Arregui, que era la cabeza de la arquidiócesis de Guayaquil en la época del escándalo, dice que el antecedente para la suspensión fueron las quejas de vecinos, feligreses y conocidos de que el reverendo Intriago recibía a sus agrupados “hasta altas horas de la noche”. La explicación que le dio el párroco de Czestochowa fue médica: “Me explicaba que tenía unas dificultades de salud muy considerables, que la columna, ni sé cómo, y que tenía que hacer unos ejercicios físicos, con pesas de no sé qué cosas, y que los chicos le ayudaban a estirar la columna y cosas”.
Sobre la mención que hace el decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre amonestaciones en el 2003, dice que —si existieron— no las hizo él: ese año llegó recién al arzobispado y que su antecesor —monseñor Juan Larrea Holguín, fallecido en 2006— no mencionó a Luis Fernando Intriago en el memorándum que le dejó para explicarle en qué estado le entregaba la diócesis. Fue solo en noviembre de 2013 que se enteró de lo que sucedía.
Lo que sucedía, dice monseñor Iván Minda —obispo auxiliar—, es que en Czestochowa “había unas cosas raras”. El reverendo Intriago tenía “una metodología que es extraña. Nos enteramos que se llama la dinámica del pecado. Parece que él llegaba a los jóvenes, convencía a los jóvenes, y les hacía unas cosas extrañas. Como que… bueno, les desvestía, se les latigaba, y algunas cosas más. Pero a él nunca se le ha comprobado de abuso, digamos, directamente homosexual, [sino] más bien de sus métodos extraños”. Monseñor Arregui dice que “todos los muchachos decían que no se les había abusado sexualmente. Que no era un asunto de una homosexualidad rampante, sino este tipo de situaciones de estar ahí tendidos en la cama encima, estirando no sé cómo, cosas que ni recuerdo bien cómo eran los procedimientos”. Dice que cuando le pidió explicaciones, el reverendo le contestó que eran “unos métodos pedagógicos así como para que se profundizara en un sentimiento de purificación. Y le dije ‘pero eso es absurdo, ese no es el procedimiento: eso más bien suena como a otras cosas muy poco recomendables’”.
Monseñor Arregui dice que lo que pasó “ciertamente es un abuso de confianza y tiene una connotación sexual. Pero no es propiamente el abuso digamos ya violento”. Para el exarzobispo, lo había “una falla psicológica del padre, que de alguna forma entra en el mundo de lo erótico. Una forma de erotismo desviado, raro, de aquellos que usted lee en el Marqués de Sade”.
Monseñor Cabrera dice que, cuando en 2015 se enteró de lo que pasaba, habló con algunos de los jóvenes que habían denunciado al sacerdote. “He conversado con ellos y lo único que puedo hacer yo, si ha habido un abuso, es pedir disculpas”, y a la vez ratificar todo el apoyo de la iglesia.” Una de las personas con las que monseñor Cabrera habló fue Adrián, que año y medio después dijo sobre el encuentro: “Me pareció bastante diplomático. Me pareció una burla y me ofendió”.
En su hablar pausado, monseñor Cabrera recuerda que le preguntó a los jóvenes por qué había prescrito el caso penal, y repite la respuesta que él encontró en su momento: “Quizás porque faltan pruebas contundentes de abuso sexual. Las víctimas hablan de una dinámica del pecado”. Dice que era la primera vez que escuchaba el término y que preguntó en qué consistía: “Y me dicen que es una manera de tomar conciencia de lo que significa el pecado. Y es un método absolutamente inaceptable para la Iglesia. Consistía en desnudar a las personas (no completamente), y a veces golpes y cosas por el estilo. A través del dolor físico tenían que tomar conciencia de eso. Pero, ¿hubo un abuso sexual directamente, por decir, una violación? Ninguno de ellos dijo que sí”.
— Monseñor, un abuso sexual es un delito diferente que una violación sexual.
— Dentro de las connotaciones actuales sobre abusos sexuales, hay otros tipos de expresiones también. Soy consciente de eso.
—Tenemos testimonios de chicos que sí estuvieron completamente desnudos.
— Eso no puedo decir…
—¿La iglesia reconoce que hay un abuso sexual solo cuando hay penetración?
— No, nosotros tenemos un manual donde prácticamente se dice que el acoso sexual es una forma de abuso. Y puede ser un abuso sexual o simplemente un tocamiento. Hasta una mirada morbosa. Ese concepto de abuso sexual es muy amplio. La violación es lo más grave que hay, pero también hay otras expresiones que están dentro de esto.
Monseñor Minda dice, también, que el concepto de abuso sexual es muy amplio. “Comienza ya desde algún tocamiento, alguna insinuación. En ese sentido parece ser que algo sí hay. No a ese nivel grave, a nivel sexual. Sino más bien en este sentido, ¿no? que parece que una de las cosas que ha hecho es que alguna vez se han acostado encima de él, pero no estamos tan seguros de eso”.
De lo que sí están seguros, dice monseñor Minda, “es que tenía métodos extraños”. Dice que en el proceso ante la justicia ordinaria “desistieron: alguien le acusó de abuso sexual, luego cambió la fórmula y le puso como tortura, por la brusquedad de los métodos como de conversión, digamos, como para que se arrepienta del pecado”.
Recuerda que antes en la Iglesia existían las penitencias, las disciplinas. “Creo que más bien va por esa idea, y exagera ¿pues no?”. En el caso del reverendo Intriago dice el obispo auxiliar de Guayaquil, “parece que les convencía a los jóvenes de que tienen que entrar por ese camino, que se arrepientan de sus pecados, etcétera y los métodos les decimos ‘extraños’ porque no son métodos aprobados ni usuales”.
Los tres monseñores coinciden en la desobediencia de Intriago: el reverendo no quería salir de la que había sido su parroquia durante dieciséis años. A Monseñor Arregui le dijo que sacarlo de la parroquia “era como darle la razón a la demanda”, y le pidió seguir un tiempo más. Según el entonces arzobispo de Guayaquil, Intriago “movilizó una serie de amigos míos para que me dijeran que no lo saque. Que toda la labor que está haciendo, que ni sé cómo, y toda la cosa, ¿verdad? Pero así, gente de mucho peso, gente a la que respeto mucho, y tuve que ir contra todos ellos”.
— ¿Recibió muchas presiones?
—Ya te he dicho.
—Pero cuéntenos de quién.
— No. Ahí no más.
Monseñor Arregui dice que, por alguna razón que no recuerda, la causa ante la justicia ordinaria no prosperó. “Pero el hecho es que se retiró la acusación”. La acusación a la que se refiere Monseñor nunca existió: el reverendo Intriago se adelantó a las advertencias de Juan José Bayas y su madre, y los enjuició primero por delito de odio e injurias. Monseñor Minda no recuerda el escándalo pero sí que “un chico que le denunció, y que después se echó para atrás. Parece que él también después ya no quería denunciar, no quería continuar con el proceso, que le daba pena de la mamá. Porque… en fin, todo este tipo de enredos que nunca se aclara bien como es el tema”.
— El joven del que usted habla es Juan José Bayas. Él nunca llegó a denunciarlo formalmente ante una autoridad civil porque Luis Fernando Intriago lo demandó a él primero.
—Eso sí me acuerdo que él contrademandó. Yo entendí que le contrademandó. [Bayas] solo le dijo que iba a demandar, ¿o no?
Los tres monseñores que esperan respuestas del Vaticano esperan también que la Justicia que llaman civil determine qué delito sería aquél en que se encuadran aquello que llaman prácticas extrañas. “Al nivel civil nosotros nada tenemos que hacer”, dice monseñor Cabrera, “a nivel canónico es otra responsabilidad”.
Monseñor Arregui explica que la Iglesia “tiene su su vida propia. Y tiene que colaborar con la Justicia pero no tiene una responsabilidad de ser fiscal, ni tampoco ser defensor público del régimen legal del país”. Dice, además, que “nosotros arreglamos las cosas dentro de lo que en la Iglesia es aceptable o no es aceptable, y de la manera como también lo procesamos. Si la autoridad civil pidiera una colaboración habría que ponderar si estamos en condiciones de darla y cómo podríamos darla”.
El arzobispo Cabrera dice que la Fiscalía les pidió cierta documentación, como el decreto de suspensión, pero que eso no le pueden entregar “porque es un documento interno”. Recuerda que en septiembre de 2016 envió un comunicado a los medios de comunicación (dice, puntualmente, a diario El Universo) y a sus párrocos advirtiéndoles del estado de la causa del reverendo Intriago.
—Pero la sentencia es muy explícita en cuanto a los cargos que se le hacen al reverendo Intriago, ¿no cree que podría ser una prueba contundente en la justicia civil?
— Si usted me pregunta por qué no envié este documento, es porque estábamos en un proceso. Tenía derecho a apelar, y ha apelado. Entonces esperamos la segunda sentencia. Y si se ratifica, todavía tiene el recurso extraordinario.
El arzobispo emérito de Guayaquil, Antonio Arregui, reconoce un desbalance de poder entre Intriago y sus acusadores: “Claro que hay. Para eso está la justicia. Para evitar que haya ese desbalance. O sea, nosotros le hicimos justicia a las víctimas a pesar de todas las presiones”.
— Entonces, Monseñor, desde el punto de vista del Derecho canónico lo que se espera es una resolución, pero mientras eso no suceda, ¿la Arquidiócesis no tendría la potestad, ya hizo todo lo que podía hacer?
— ¿Qué más se podría hacer?
—Algo en la justicia común…
—El que quiera hacer algo con la justicia común, el que se sienta maltratado, que vaya como cualquier ciudadano a quejarse al Fiscal.
6
En los siete meses de investigación, Michael Manzur pasó del anonimato a decir su nombre y apellido frente a una cámara. En ese tiempo también cambió su versión: dice que reconoció que lo que sufrieron sus compañeros fue abuso. Michael también se arrepintió de haber testificado a favor del reverendo Intriago ante la Arquidiócesis.
Michael Manzur declaró inicialmente a favor del reverendo Luis Fernando Intriago. Hoy se retracta.
Como él, decenas de jóvenes no le creyeron a Juan José Bayas. A diferencia de él, muchos aún siguen sin creerle a Juan José Bayas.
Cuando contactamos a Luis Fernando Intriago para tener su versión, nos advirtió: “Cuidado van a estar dando voces a personas que hacen denuncias desde la oscuridad y sean cómplices de una calumnia”. Un día después, su abogado nos llamó a decir que ni él ni su cliente darían declaraciones porque la ley lo prohíbe ya que hay una investigación en curso de la Fiscalía.
Aunque está suspendido y prohibido de reunirse con jóvenes y dar misas públicas, Luis Fernando Intriago no está precisamente de retiro. En marzo de 2018 publicó el libro Madurando en la fe, mirando con los ojos de Jesús bajo la guía de Santa María. Intriago lo firma como presbítero.
Monseñor Luis Cabrera dice que no tenía aprobación de la Arquidiócesis para publicarlo, pero según se lee en la portada, este es solo el Tomo 1 de sus escritos. El reverendo Intriago dirige una vez por semana un grupo de oración de señoras en el barrio de Urdesa.
Mientras tanto, al menos una decena de jóvenes que pasaron en su adolescencia por la dinámica del pecado esperan aún respuestas claras.
Y siempre ha habido alguien que les ha dicho por qué ahora. Como una sospecha. Como una velada forma de restar legitimidad a su decisión de hablar
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Es el Jueves Santo de 2018 y a la parroquia de Czestochowa comienzan a llegar cientos de fieles para participar en los rituales de la Semana Mayor. Del paso del reverendo Luis Fernando Intriago quedan visibles una capilla para la adoración del Santísimo y una estatua del papa Juan Pablo II que levantó con donaciones de familias enteras.
El calor de la tarde ha amainado, y una brisa ligera y tibia provocan sentimientos encontrados: ¿fue aquí, en esta parroquia tranquila, donde pasó todo esto que muchos jóvenes esperan aún que se resuelva?
La estatua de Juan Pablo II sonríe y tiene la mano alzada en gesto apostólico. La sotana parece volarle. La escultura marca un hito: fue a la iglesia de Nuestra Señora de Czestochowa donde llegó el Santo Padre en 1985, cuando visitó el Ecuador.
Más de veinte años después, fue declarado santo en un proceso que tuvo, como una de sus mayores críticas, la forma en que manejó los abusos sexuales de sacerdotes a menores de edad. “La canonización de Juan Pablo II es muy traumática para las víctimas de abuso sexual en la iglesia Católica, porque no lo ven como la figura unificadora como lo podrían ver otros católicos”, dijo Joelle Casteix, director regional de la Red de Sobrevivientes de Aquellos Abusados por Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés). “Lo ven como alguien que sabía de los abusos sexuales, los encubrió, ascendió a los agresores y permitió que más sacerdotes abusen a niños”.
Aunque estos casos ganaron notoriedad a inicios del siglo veintiuno, ya en 1985 había evidencia de que existían: el sacerdote dominico Thomas Doyle elaboró un reporte del abuso sexual dentro de la Iglesia en Estados Unidos. Pero como escribe Pedro Salinas en Mitad monjes, mitad soldados, “Juan Pablo II no hizo nada con esa información. Simplemente, la ignoró. La evitó. La evadió. La escamoteó. Pocas veces le entró al tema. Y cuando lo hacía, que fue en contadas ocasiones, el pontífice culpaba a los medios”.
Los casos de Luis Fernando Figari y Germán Doig en el Sodalicio de Vida Cristiana (o los casos revelados por la investigación del Boston Globe) se conocieron dieciocho, treinta, cuarenta años después de que sucedieron. En el caso de Luis Fernando Intriago, sus acusadores tardaron varios años —algunos más de una década— no solo en denunciar lo que había sucedido, sino en comprenderlo. Cuando Juan José Bayas le contó a su madre lo sucedido, habían pasado seis años desde la última dinámica. Cuando Kevin Rivas denunció al sacerdote en la Fiscalía, habían transcurrido ocho. Y siempre ha habido alguien que les ha dicho por qué ahora. Como una sospecha. Como una velada forma de restar legitimidad a su decisión de hablar.
Pero la demora en denunciar es casi un patrón en los casos de abuso sexual. Mónica Jurado, psicóloga autora del libro De la oscuridad a la luz, explica cuán complicado es para las víctimas romper el silencio. “Peor si pasó cuando eran jóvenes, peor si quien los perpetró era una figura de tanto poder como un cura”, dice. Jurado explica que las víctimas están en una situación de vulnerabilidad de la cual el adulto, en este caso el sacerdote, se aprovecha. “Los chicos se sienten atrapados en la situación, y el abusador los ubica de una manera para que duden de sus percepciones; les cuesta reconocer que es un abuso”. A nosotros jamás habría llegado este caso si uno de los jóvenes que pasó por la dinámica del pecado no hubiese ido a uno de los grupos de apoyo de la organización para combatir el abuso sexual contra niños y niñas Ecuador dice no más.
Jurado dice que en el proceso de reconocerse como víctima surgen sentimientos que van desde la vergüenza hasta la culpa. “Muchos chicos quedan tan frágiles, fueron tan manipulados que no logran ver ese acto como abuso. Otros se dan cuenta pero al haber formado parte, al no haber dicho que no o no haber contado a alguien, se sienten atrapados en una culpa. El chico se pregunta ¿por qué me lo hace? Y generalmente la respuesta que encuentran es ‘yo debo haber hecho algo, no me defendí, no hice nada’”.
El peor escenario para la víctima, sin embargo, se da cuando finalmente decide hablar pero no le creen. Como le ocurrió a Juan José Bayas a quien, salvo su madre y un par de amigos muy cercanos, nadie le creyó: en diciembre de 2013, semanas después de que su escándalo estallara, en la parroquia de Czestochowa le prepararon una despedida al párroco. Un video de ese día —colgado en Youtube— intercala imágenes y frases del sacerdote: “Hace 14 años en un confesionario, conocí a un ungido de Dios, el padre Luis Fernando Intriago”.
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CRÉDITOS:
Investigación y redacción: Isabela Ponce Ycaza y José María León Cabrera. Dirección de arte: Daniela Mora. Ilustración: Paula de la Cruz. Videografía: Antonella Carrasco.