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Una bandera contra la homofobia

Rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul y violeta son los colores de la bandera LGBT. Una que celebra la diferencia, el respeto y la igualdad. Que reivindica derechos y protege la vida. Una con un lugar para todos.

por

Laura Galindo M.


07.07.2017

Fotos: Ana Cristina Ayala

1. Rojo. Vida

Habla Santiago: Que él no está matando a nadie, me dice Andrés, mi mejor amigo. Y que no le diga homofóbico porque no es así. Que lo tiene sin cuidado en quién pienso antes dormir. Que me calme, que somos como hermanos, que me quiere. Que sólo me pide no darle besos a mi novio en frente de su hija porque Elisa es muy niña y no va entender. Se va a confundir. Que en este mundo ya hay mucho odio para que nos odiemos también los dos. Me pide respeto, que no me exhiba, que por favor, que es por Elisa. Que no lo grite que no es para tanto. Pero Andrés, Andrés querido, me estás matando a mí.

2. Anaranjado. Salud

Habla Julián: Ay, mijo, ojalá se le quitara tanta maricada, me dijo mi mamá. Lo dijo con tristeza. Con impotencia. No quiere que me hagan daño, que se burlen, que me pidan vivir a medias. No lo dijo con odio, ni con asco. Lo dijo porque le duele. Porque no entiende del todo y cree que algo salió mal conmigo. Lo dijo como cuando Cecilia, la empleada de la casa, pidió llorando que a su hija no la matara la leucemia.

3. Amarillo. Luz

Habla José: A todos les dije siempre que Fernando era mi amigo. Y es cierto. Uno que vive conmigo, que duerme en mi cama y que me abraza en la ducha. Eso, por supuesto, si no lo dije siempre. Cuando nos enamoramos eran otras épocas. Nos perseguían en el trabajo si se enteraban, nos señalaban porque seguro teníamos sida y ni pensar en casarnos o tener hijos. Eran amores viciados, enfermos, tóxicos. Amores de armario. Ya estamos viejos, Fernando y yo, pero ayer entramos de la mano a un restaurante. Así, de día y con todos viendo. Nos sentamos en la mesa de la ventana, pedimos un postre y le di un beso.

4. Verde. Naturaleza

Habla Camila: Hoy me dijeron que cuando uno crece en una casa sin papá algo queda faltando. Algo no se aprende o se aprende mal. Que cuando no has visto nunca un hombre afeitándose en las mañanas te vuelves lesbiana. Que a veces, hasta llegas a odiarlos. Que no me juzgan, claro, pero que piense bien, si no, ¿por qué los homosexuales no pueden tener hijos? Que trate de entender, si no ¿por qué se necesita de ambos sexos para eso? Y hago caso. Y lo pienso bien. Y he visto hombres afeitándose en las mañanas. He visto hombres que fueron míos afeitándose en las mañanas. He visto a la ciencia hacerse nebulosa intentado explicar lo natural. He visto lo supuestamente natural hacerse antinatural al mirarlo de cerca. Y vuelvo y lo pienso. Y sigo sin entender.

5. Azul. Serenidad

Habla Manuela: Ya no me importa. De verdad. Se que cuando alguien se me queda mirando es porque duda si decirme señorita o señor. Me gusta el pelo corto, la ropa ancha y nunca me maquillo. Me siento con las piernas abiertas, jamás uso tacones y compro mis camisas en la sección de caballeros. Siempre me han dicho que soy poco femenina. Un camionero, un marimacho, un machito. En la universidad, tuve un compañero que a todas saludaba de beso en la mejilla y a mi me estiraba la mano porque entre hombres es mejor un buen apretón. Pero, de verdad, ya no me importa. No sigo reglas para sentarme o para vestirme. No sigo reglas para ser mujer porque para ser mujer no hay reglas.

6. Violeta. Espíritu

Habla Lucía: A mi novia le digo “que Dios te bendiga”. Se lo digo porque eso quiero. Que Dios la bendiga. Que nos bendiga a las dos. Que nos cuide, nos llene de paciencia y nos alargue la vida. Ella se ríe, me dice que Dios no existe y que si existe odia a las lesbianas. Pero yo estoy segura de que no odia a nadie. Ni a las lesbianas, ni a los negros, ni a mí, ni a ella. También le digo “si Dios quiere” o “gracias a Dios”. Y ella vuelve y se ríe. Se ríe con fastidio. Una vez salió dando portazos cuando no supe explicarle por qué necesitaba rezar antes de dormir. Y es que Dios y religión no son lo mismo. Y es que no hay que cagarse en la Santísima Trinidad para ser lesbiana. Ojalá algún día me entienda. Dios quiera que lo haga.

 

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