Rio de Janeiro recibió los Juegos de la trigésimo primera olimpiada con un sinsabor en las calles. La ciudad maravillosa no cumplió las expectativas de muchos: estaba con menos turistas de los esperados, había menos obras de revitalización urbana de las prometidas y los atletas parecían hacer parte de una profunda segregación que vive la ciudad desde hace años. El entusiasmo con el que Brasil celebró los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica se diluyó en medio de la crisis política, económica y financiera del país.
Llegué a Rio con un entusiasmo más notorio que el de la mayoría de los que me acompañaban en el avión. Llegué en un vuelo lleno de delegaciones de Centroamérica y el Caribe que estaban con susto de algunos peligros que la ciudad podría representar: terrorismo, zika, protestas, desorganización. Algunas preocupaciones parecieron ser desestimadas con prontitud, el invierno del sur del Brasil había despejado de la ciudad buena parte de los mosquitos y zancudos, en casi todos los rincones olímpicos de Río había militares y la primera imagen que dio la ciudad, a través de su renovado aeropuerto, era el de una ciudad moderna y llamativa. Pero a los pocos minutos de salir del aeropuerto descubrimos que la verdad era otra: la Bahía de Guanabara, sede de algunas competencias acuáticas hedía a restos fecales y por las principales vías que conectaban al Aeropuerto Galeao con los lugares turísticos habían instalado enormes vallas de plástico para esconder a los pobres.
Los días previos a la llegada de la llama olímpica la ciudad seguía poniendo cemento en muchos de los escenarios y apenas estaban empezando a probar los servicios del tranvía —instalado en el centro de la renovación urbana del puerto de la ciudad— y la línea 4 del metro que hasta octubre sólo podrá ser usada por la denominada “Familia olímpica”, es decir, los deportistas, entrenadores y voluntarios de los juegos olímpicos y paralímpicos. En algunos lugares de Río las filas se habían vuelto insoportables, debido entre otros, a los nuevos procesos de seguridad a los que se debían enfrentar los turistas, algo absolutamente inédito en Brasil.
Para ubicarse en Rio: en la Zona Centro se encuentran los barrios históricos, el puerto, los museos, el sector financiero y las playas de Flamengo y Botafogo. La Zona Sur es la más conocida de la ciudad: comprende las playas y barrios de Copacabana, Ipanema y Leblón, además de los accesos al Pan de Azúcar y el Cristo Redentor y la laguna Rodrigo de Freitas, uno de los lugares más exclusivos de América Latina. En la Zona Oeste se encuentra el gigantesco barrio de Barra da Tijuca, las preciosas playas de Recreio y algunas favelas como Jacarepaguá y la mundialmente famosa Cidade de Deus. Finalmente, la Zona Norte es el área residencial más grande de Río, muy cerca de la Bahía de Guanabara, engloba a los complejos de Maré y Alemao, además de Madureira, Penha e Irajá, el aeropuerto internacional y la Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Un tiquete que antes costaba $3,8 reales ($3.444 COP) pasó a costar 7,8 reales ($7.070 COP) por los juegos
Mi intención de ir a los Juegos Olímpicos empezó hace más de un año: compré tiquetes aéreos a precio muy por debajo del normal, me puse en contacto con mi familia brasilera para alojarme con ellos y empecé a buscar boletas. Ahí empezó el sufrimiento. La organización de los Olímpicos puso a Cartan Global como operador logístico para la compra de tickets en Colombia, pero esta únicamente reservó entradas individuales para fútbol, baloncesto, tenis y un paquete para varios otros deportes que costaba una fortuna. Adquirí mis primeros ingresos en esa página para evitar riesgos de que las entradas se agotaran. Ingenuo. Pagué un 30 % adicional en las entradas por ser colombiano y al llegar a Rio pasé media mañana encontrando el local que habían dispuesto para entregar las boletas. Después, aprovechando mi familia brasileña, compré boletas a través de la plataforma para los locales.
Los ingresos para los Olímpicos eran costosos. En total, había cerca de 10 millones de ingresos disponibles, de los cuáles había 3 millones reservados para los patrocinadores (entre ellos la alcaldía de Río) y 7 millones a la venta. Pude constatar que a los chicos y chicas de colegios públicos les regalaron entradas para eventos con baja venta de boletería como boxeo, levantamiento de pesas y golf. Sin embargo, en la mayoría de las competencias solo se veía gente blanca, con facciones propias de las clases adineradas del sur de Brasil. De igual forma, la mayoría de los voluntarios eran de pieles claras y buena parte de los operarios de los puestos de ventas y de limpieza eran personas de raza negra. La segregación era radicalmente notoria, incluso la forma en la que se hacía barra en las competencias a la que tenían acceso personas más pobres era elocuente. También fue notorio, para mí que estaba hospedado en una casa de familia de clase media, el poco impacto que los juegos tuvieron sobre la ciudad. A la mayoría de los locales que conocí ni siquiera les importó revisar la página de los juegos, saber si había boletas para algún deporte interesante o si habría actividades culturales adicionales por cuenta de los juegos. Muchas personas con las que hablé decían que lo único bueno de las competencias eran los días adicionales de vacaciones en sus calendarios o la posibilidad de quedarse en casa para no tener que lidiar con el tráfico y la congestión olímpica.
Tu vai morrer
Mi programa olímpico incluía boxeo, levantamiento de pesas, fútbol, baloncesto, balonmano, voleibol de playa, esgrima, polo acuático, rugby y opción para la ceremonia de inauguración. En cinco días, planeaba sacarle el mayor provecho posible a los juegos. Al evento principal en el Maracaná no pude entrar, nunca conseguimos entradas de menos de US $1.500 y ese precio por un evento de pocas horas me parecía escandaloso. Resulté yendo con mi primo y mi hermana al Funfest instalado en la Plaza de Mauá, uno de los lugares del renovado centro de la ciudad. Allí, a través de una pantalla gigante y rodeados de personas de todas las nacionalidades, vimos el evento de apertura de los juegos. En medio del ambiente festivo fue muy divertido acompañar a cientos de turistas en un fuerte chiflido contra el presidente en funciones de Brasil, Michel Temer, y en un aplauso colectivo y profundo a favor de la delegación de los refugiados. Al ondear mi bandera colombiana aparecieron más compatriotas en la plaza, entre ellos amigos que no veía hace años. Puro espíritu olímpico.
Como las boletas habían sido adquiridas con anticipación no teníamos idea exactamente de a quiénes íbamos a ver competir. El primer encuentro con el deporte fue en boxeo y allí pude ver cómo en las pantallas de repente aparecía el nombre de Yuberjén Martínez enfrentándose al brasileño Patrick Lourenço, a quien lo acompañaba toda su familia en las tribunas. Casualmente, ellos estaban ubicados a mi alrededor. “Ivete Sangalo va a derrotar a Shakira”, decían en forma de chiste antes de comenzar el combate. “El colombiano no tendrá la mayor opción”, agregaban. Pero comenzó la pelea y Martínez con una impresionante precisión fue desbaratando al brasileño. A los gritos de “Tu vai morrer” (te vas a morir) y “É Vide Gal” (es de Vide Gal, una de las favelas más famosas de Río) la torcida quiso desconcentrar a Yuberjén, pero sus golpes de repente dejaron a las graderías en silencio. «¡VAMOS COLOMBIA!», grité en un osado gesto que fue recibido con intensos gritos de abucheos en mi contra. Al final, Yuberjen ganó y con ese triunfo empezó su camino para ganar la medalla de plata.
Después de ese emocionante inicio pude ver cómo, sin importar el oponente, los barristas de todos los deportes harían gala de sus mejores gritos en contra de Argentina, Estados Unidos, Alemania o Portugal. En fútbol, durante el partido entre la albiceleste y Argelia escuché al estadio olímpico gritar cosas como: “somos los únicos pentacampeones” y “Chi-Chi-le-le-le”. En todo caso, cuando Brasil entraba en escena era una fiesta sin parar.
Botellas sin tapa
Quienes no van a los juegos poco saben de algunos absurdos que suceden en Río 2016. Por ejemplo, Rio de Janeiro es una ciudad costosa con un servicio de transporte impresionantemente caro, al que le subieron el valor de los pasajes para usar los transportes que llevaban a los Parques Olímpicos. Un tiquete que antes costaba $3,8 reales ($3.444 COP) pasó a costar 7,8 reales ($7.070 COP) por los juegos. Por otro lado, era absolutamente imposible encontrar información creíble para moverse en la ciudad: las páginas web decían cosas que era imposible cumplir, no había nadie que supiera qué había que hacer para ir a algún lugar o cuál sería la mejor forma de llegar a alguna parte. Yo hablo un portugués bastante bueno y podía comunicarme con facilidad con los locales y los voluntarios, tarea mucho más difícil para aquellos que apenas hablaban una lengua foránea.
Dentro de los parques olímpicos, ubicados uno en cada una de las zonas de Río de Janeiro, era imposible comunicarse en algo diferente al portugués, aquellas personas que de repente descubrían que uno hablaba inglés y portugués trataban de sacar el mayor provecho de conversaciones pequeñas en la fila o en los puestos consecutivos. La comida era absolutamente desastrosa, había muy pocas opciones para aquellos que comemos carne, una sola para vegetarianos y en los dos primeros días la comida se acabó en todos los puntos de venta poco después del medio día. Ridículo pues las competencias iban en promedio hasta la 1 de la mañana. Había venta de cerveza y de gaseosa, el primer día descubrimos que era una buena idea cargar con una tapa PET en el bolsillo pues los vendedores estaban obligados a entregar las botellas sin tapa.
También descubrimos con rapidez que el llamado por el medio ambiente era apenas un llamado publicitario para la televisión. Dentro de los centros de competencia, y en general en Río de Janeiro, no había prácticas amigables con el medio ambiente: poca iluminación con LED, muchos vehículos particulares (para los Juegos de Río, Nissan dispuso 4.200 carros particulares nuevos), poquísimas canecas que dividían los residuos entre reciclables y regulares. La ciudad tampoco hizo un esfuerzo particular por mejorar la calidad de los motores de los buses ni se optimizó la producción de emisiones en las fábricas. Además, al menos una vez al día uno veía incendios forestales y quemas de basura.
Poco sabor carioca
Recorrí los espacios de renovación urbana que hizo la ciudad para los juegos, el principal ya lo mencioné, fue el Boulevar Olímpico que resultó en el recambio de la zona portuaria y la Plaza de Mauá, la construcción del Museo del Mañana y la renovación del Museo de Arte de Rio MAR. Mucha publicidad para algo que no exploró una nueva fórmula que mejorara a la ciudad: una plazoleta peatonal con el tranvía, un túnel vehicular para evitar el trancón y una enorme estructura de Santiago Calatrava, poco sabor carioca y en cambio parecía haber una enorme necesidad de ganar el aplauso de los turistas. En la zona norte de Río se hizo una profunda transformación al Parque de Madureira que quedó maravillosa y que será con seguridad un lugar de encuentro para los locales, en general residentes de barriadas pobres. Finalmente usé las dos nuevas líneas del Transmilenio de Rio —BRT (Bus Rapid Transit)— construidas con motivos de los juegos y son desastrosas. En los pocos meses que llevan en funcionamiento ya lucen peor que el Transmilenio bogotano, tienen estaciones pequeñas a las que se cuelan cientos de personas, se han vuelto un espacio para comprar drogas y si hay operativos militares en contra de las pandillas, las primeras víctimas son los buses y las estaciones.
Con tristeza también descubrí que sigue dando miedo andar en Rio por las noches. En especial, andar en carro, uno siente que en cualquier momento podrá ser atracado. También, que hay varias zonas absolutamente vetadas para todo el mundo, por ejemplo, un día andábamos tratando de esquivar el tráfico de la Avenida Brasil al pasar por el barrio Bonsucesso y de repente hicimos un cambio abrupto de dirección para evitar una vía que es usada como campo de batalla por pandillas de varias favelas.
Colombia
Finalmente, quería referirme a la supuesta falta de apoyo de Colombia a los deportistas olímpicos. Es cierto, siempre se puede hacer más, sin embargo, hace apenas una década era imposible soñar con que Colombia estuviera en varios podios en unas mismas justas. En las dos últimas competencias, el país ha logrado casi lo mismo que en toda la historia del olimpismo moderno, eso no se genera espontaneamente. También se nota en otra cantidad de aspectos. Por ejemplo, Colombia tenía en todas las competencias a un equipo técnico amplio, los deportistas contaban con buenos uniformes (tuve que ver cada cosa que me dejó sorprendido) y estaban dando la pelea codo a codo por posiciones en la tabla de medallería alrededor de países con niveles de desarrollo muy superiores al nuestro. Si no lo creen, revisen las posiciones que tenían México, Perú o Chile, por solo mencionar algunos.
Volví de Río cargado de esperanza, en cada arena y estadio al que entré me encontré con gente maravillosa, unida por un genuino sentimiento de amistad deportiva. Conocí a personas de todo el mundo y llegué recargado de esperanza, lástima que no pudimos invitar a muchos pesimistas del futuro de este país a los Juegos, sería una bella lección de paz y fraternidad.
* Rodrigo Sandoval es periodista sogamoseño, amante de Bogotá y escribe un blog.