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Telecolegio x 3: el reto de educar trillizos en pandemia

Esta semana arrancó el plan piloto para que 203 instituciones educativas de Bogotá regresen a clases de manera semipresencial. Así es como una familia de trillizos se enfrenta a la decisión de volver o no después de ocho meses de encierro.

por

Antonia Díaz y María José Lizcano

Estudiantes de segundo semestre de ciencia política y de séptimo semestre de economía en la Universidad de los Andes.


24.10.2020

Ilustración: Ana Sophia Ocampo

Esta semana arrancó el plan piloto para que 203 instituciones educativas de Bogotá regresen a clases de manera semipresencial. La mayoría son colegios y jardines infantiles privados, pero ya hay 19 colegios públicos que están trabajando con la Alcaldía para crear protocolos y diseñar espacios seguros para que sus estudiantes también puedan volver. Este trabajo se ha hecho de la mano con los papás y las mamás, que son quienes han sentido la carga extra de educar a los niños en casa tras ocho meses de encierro obligado. Pero muchos todavía tienen miedo. 

“Nos pusimos de acuerdo con Herman en que los niños no salen hasta que mejore o se supere este tema, hasta que haya un norte más claro”, dice Marisol. 

Marisol Rodríguez y Herman Vargas son papás de trillizos: Daniela, Isabella y Samuel. Tienen siete años y estudian en dos colegios privados de Bogotá –uno femenino y uno masculino–. Desde que arrancó la pandemia se vieron enfrentados a una decisión difícil: para ahorrar gastos, solo Samuel mantuvo la matrícula en el colegio, mientras Isabella y Daniela reciben clases virtuales particulares que supervisa Marisol.  

“No las desescolarizamos, sino que estamos tratando de nivelarlas, porque Samuel va más avanzado. No debería comparar, pero tengo que hacerlo porque necesito que todos vayan adelante. Tomamos esta decisión y nos está funcionando”, dice. Luego, hace una pausa y explica: “Antes les leía todas las noches un cuento y desde que están con las profesoras particulares ellas leen una hoja y yo la otra. Se demoran y leen como a-m-a-r-i-l-l-o pero ahí vamos, ¡ahí vamos!”. 

Detrás de ella, en la pantalla de Zoom, se ven los trillizos revolotear. Isabella, Daniela y Samuel cantan “Don Pepito” con guitarra en mano. Samuel se pone las manos sobre los oídos y se bota de espaldas sobre la cama. Ni Isabella ni Daniela se inmutan. Hacen esto todos los días. El volumen va sube tanto como las carcajadas de los niños.

Los interrumpe un grito: “¡YO YO YO!”. No se sabe quién ganó la pelea pero los tres se apuran a contar que les encanta hacer arte e incluso tienen un espacio designado en la casa para hacerlo. Y es que en estos momentos es necesario encontrar pequeños lugares donde la normalidad parezca solo eso: normal. Una normalidad en la que no se tenga que tomar la difícil decisión de mandar a un solo hijo al colegio y dejar a las otras dos en la casa, sobre todo cuando el apoyo de los colegios –o al menos de uno de los dos– tampoco ha sido normal. 

Los niños no salen hasta que haya un norte más claro

“El colegio pregunta cómo están, cómo se sienten y hacen los refuerzos y toda la cosa pero hmm, uno tiene que ayudarse”, dice Marisol. Cuenta que mientras el colegio de su hijo ofrece charlas de inteligencia emocional para los padres, de manejo de niños, de la tolerancia, del  respeto al espacio personal, y hasta cómo manejar el estrés y la ansiedad en pandemia, el colegio en el que estudiaban sus hijas les manda correos que preguntan “¿ya pagaste la matrícula?, no se te olvide, ¿ok?”.  

La rutina cambió notablemente, “180 grados”, dice Marisol. “Yo trabajo, mi esposo trabaja, entonces estamos en la casa todo el tiempo, en home office. Detrás de ella los tres niños hablan sobre su próximo proyecto. “Cuando los chiquis se conectan le toca a cada uno en un cuarto, ¿y si ves la interferencia? El nivel de decibeles es muy alto”, dice entre risas.

La decisión de mantener a solo uno de los niños matriculados ha causado que no todos aprendan lo mismo y, claro, cada uno va a su ritmo. Por ahora hacen refuerzos en escritura, español e inglés. 

Todos, además, tienen horarios distintos y eso implica que si uno está en una actividad, el otro interrumpe. “Eso me parece complejo”, dice Marisol, mientras Daniela se apoya en sus piernas e intenta tapar la cámara con una mano. “Mi esposo Herman ahora está en una actividad de la oficina y claramente está escuchando este relajo. Es que a la edad de ellos todo es divertido, todo es risa, entonces a uno le toca manejar la cuestión con paciencia”.

Antes de la cuarentena, la familia contaba con la ayuda entre semana de una nana y de la abuela. Ahora, sin ayuda extra, cada uno de los trillizos ha asumido ciertas responsabilidades: se levantan, se bañan cada uno por separado y Marisol les controla el tiempo, cada uno tiende su cama, recogen sus juguetes y “el que no lo hace pues…”. 

En ese instante Daniela se apodera de la cámara y Marisol no tiene más remedio que reprenderla: Oye, gorda, mi amor, maneja el espacio, ¿si? Eso se llama respeto. Una vez más y a la tercera te cancelo los privilegios”. 

Los ‘privilegios’ es un sistema reciente que inventaron los papás para hacer más llevadera la convivencia durante el encierro: comer helado, los toppings que le pueden poner al helado, la cantidad de regalos que le pueden pedir al Niño Dios en Navidad, etc. Un sistema de premios y castigos dependiendo de cómo se comporten y que les ha funcionado para mantener una suerte de orden. Si tan solo fuera así de fácil para todos motivarnos a estas alturas.

Está un poco triste porque quería ir a ver a los amigos. Al principio lloró

La pandemia obligó a Marisol a ser maestra, madre, esposa, amiga, psicóloga y pacificadora, entre una larga lista de etcéteras. Herman la apoya cuando ella está en reuniones de su trabajo –es diseñadora de interiores– pero al final del día la responsabilidad recae sobre todo en ella. Ha aprendido a hacerlo todo y de paso a descifrar a cada niño y atender sus necesidades: “las niñas son de alto voltaje. Daniela, es muy artística”, dice, mientras Daniela baila con una guitarra imaginaria. “Isa tiene una imaginación que no te imaginas y el más tierno, tranquilo y relajado es este hombre, ¿cierto, Samu?”

Hace dos semanas, después de la semana de receso, el colegio de Samuel anunció que iniciaría clases semipresenciales después de cumplir todas las condiciones de bioseguridad que exige la Secretaría de Salud. El plan funciona así: solo 4 de 15 alumnos del curso de Samuel pueden regresar al colegio un día a la semana, al menos durante el primer mes. Al entrar, a todos los niños se les mide la temperatura e incluso implementaron una aplicación móvil para que los padres diariamente registren temperatura y síntomas de los niños y de otros miembros de la familia. En las entradas de salones y edificios hay ‘mini lavamanos’ digitales y les obsequian tapabocas que se deben cambiar varias veces durante el día. 

“Muy bien, muy organizados con los chiquis”, dice Marisol. Sin embargo, la pareja decidió que, por ahora, no quieren enviar a Samuel de regreso al colegio. Están asustados, sobre todo después de que la trabajadora doméstica de una familia cercana a ellos fue diagnosticada con coronavirus y murió.  

A Samuel le costó trabajo aceptar la noticia: “Está un poco triste porque quería ir a ver a los amigos”, cuenta Marisol. Para los niños como él, que aún no regresan, el colegio abrió un curso para el manejo de las emociones, sobre todo la frustración y la angustia. “Me imagino que por eso es que están manejando todo lo de las emociones. Ya está más tranquilo, es un poco más consciente del tema, pero al principio lloró. Se le aguó el ojo”.

Para Daniela e Isabella también ha sido difícil mantener contacto con el mundo en modo virtual. El colegio de ellas sólo le mandó a la familia el pensum para que las profesoras particulares sigan el programa y les dijo que cuando quieran volver, solo deben presentar un examen. En el entretanto, sus papás se han inventado de todo, hasta piñatas virtuales para que se sientan acompañadas. 

“Samu es más, cómo lo digo… de contacto. A las niñas les gusta hablar, entonces lo hacen todos los días pero por Whatsapp”. 

Reconoce que no ha sido fácil pero que ha aprendido a usar la palabra de moda: “reinventarse”. Estamos esperando a ver qué dice el Gobierno. Todo lo que uno decide en familia es para que los niños estén tranquilos, porque ellos son la prioridad. En esas estamos”, dice Marisol con una sonrisa. 

La videollamada terminó con una nueva ronda de gritos: Isabella salta del sofá a la cama, Daniela jala una hamaca que se encontró en el piso y Samuel admira un castillo de bloques que acaba de construir. Marisol se despide con una advertencia: «es por eso que no se les puede dar dulces después de las tres de la tarde». 

 

*Esta historia fue producida durante la clase de Crónicas y Reportajes de la Opción en Periodismo del Centro de Estudios en Periodismo, Ceper, de la Universidad de los Andes. 

 

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