Ya está en marcha, como todos los años por esta época, el Tour de Francia. Ya se escucha el rumor de los compatriotas desbocados que, sin salir de las cobijas, critican a los corredores “nuestros” por no ir más al ataque, por no apurar más el paso –“¡Dele mijo!”–. Y ante la perspectiva del desenlace de la carrera, que se antoja esta vez más promisorio que nunca, echo una mirada a la prensa especializada, reparo en las declaraciones de los corredores, me animo con los pronósticos que hacen los cronistas al pie del pelotón. “A Nairo se le ve muy fuerte”, coinciden todos, “mejor que el Tour pasado”. Los micrófonos y las cámaras acuden a los eternos sabios de la tribu, como en búsqueda de alguna certeza a la cual el público pueda aferrarse a lo largo de estos veintiún días de lluvias, pinchazos y caídas. Un periodista de la agencia EFE le pregunta a Bernard Hinault por su favorito, le pide que lance de una buena vez su quiniela para la carrera que ama y la que ganó en cinco ocasiones, y cuya caravana acompaña verano tras verano. “Quintana”, responde él, ay señor. Pero sus razones parecen atinadas: no solo el recorrido le viene bien al boyacense, dice, sino que también, mientras éste ha ganado un año de madurez y experiencia, sus rivales se han vuelto un Tour más viejos.
Quintana se siente con las piernas para ganar este Tour y por eso no teme decirlo en voz alta
Entonces, como si a estas alturas hiciera falta otra prueba más, queda claro de que Nairo está de primero en la baraja. Y su favoritismo, y el aval que le otorgan todos los que conocen bien ese deporte, nos arrastran en romería hacia los predios del entusiasmo. Los menos desmemoriados, en cambio, los que llevan bien las cuentas de los sueños rotos a manos del deporte, hacen llamados a la mesura, exhibiendo para ello viejas cicatrices, recordando pasadas decepciones. Comprendo su cautela, pero me resulta inútil. No veo posible esta vez permanecer ajeno al sueño al que convocan las piernas del ciclista colombiano. Tampoco hay nada de malo en emplearse a fondo en esta ilusión, ni hay razones para temerle esta vez al favoritismo, sobre todo cuando el encargado de sobrellevarlo es una persona como el corredor boyacense.
Nairo, dicen quienes le conocen, es un depredador con aires de bonhomía. Detrás de su rostro de muchacho humilde y campesino, se esconde un corredor ambicioso, que se sabe capaz de dejar colgado en la montaña a cualquiera de sus rivales, viendo estos cómo la espalda de aquél se hace cada instante más pequeña e inalcanzable camino hacia la cima. Quintana se siente con las piernas para ganar este Tour y por eso no teme decirlo en voz alta, sin matices ni atenuantes, aunque no estemos acostumbrados a tanto derroche de sinceridad. Incluso, él mismo se ha encargado de ponerle nombre a su empeño: #SueñoAmarillo. Es una expresión que él ha capturado para sí, y que, si se fijan, ya ningún otro de los aspirantes se atreve a emplear. La estrategia y la vieja arma de guerra de nombrar el objetivo como una forma de empezar a conquistarlo. El #SueñoAmarillo, además, como un conjuro de trece caracteres que le impida doblegarse, y que le recuerde, y nos recuerde a todos, las alas que Nairo lleva por piernas.
No creo, pues, que la presión de la prensa y la afición puedan hacerle mella. El objetivo y las expectativas se las ha impuesto él solo y es ser primero en París. Del sueño amarillo nadie lo baja. Y a nosotros tampoco. Vamos Nairo.