Por Pepa Pérez*
El año que acaba de pasar fue el más solitario de mi vida.
Y no porque mis amigxs me odiaran o mi familia ya no me quisieran, sino porque decidí hacer de mí mi mayor prioridad. Siempre se nos ha enseñado que hay que estar pendientes de los demás, estar disponibles ante cualquier drama ajeno, o incluso inventar cualquier excusa para hablarle a ese amigx del que hace rato no sabemos nada. Pues este año me mamé de eso.
Así suene egoísta, me cansé de estar detrás de todo el mundo precupándome por sus vidas como si la mía no valiera un peso. Creo que esta sensación está ligada a un estereotipo de madre cuidadora que sacrifica su vida por el bienestar de los demás y que debe ser complaciente siempre.
¡Pues no! Yo no quiero seguir replicando esos estereotipos de sumisión que lo único que dejan es insatisfacción personal.
Ahora solo me importa mi bienestar y el de un círculo muy pequeño de personas. No me interesa complacer a nadie que no quiera.
Me di cuenta de que era importante dejar de jugar a la buena samaritana cuando en el fondo estaba triste, insegura, destrozada, dañada, intoxicada y enferma porque no había tenido tiempo para sanar. Me empezó a dar mucha mamera estar todo el tiempo dando consejos de autosuperación, creyéndome Mia Astral, cuando personalmente estaba teniendo episodios de ansiedad, mil vídeos en la cabeza y convencida de que me estaba volviendo loca.
Aprender a estar sola ha sido el regalo más poderoso que me he dado a mí misma como mujer feminista.
Así que este año decidí estar bien, y digo “decidí” porque creo que como seres humanos tendemos a estar mal. Ese es nuestro estado natural: ser darks. Somos autodestructivos; nos gusta lo malo, lo perverso, lo que nos daña. Por eso estar bien es una decisión que tomé, como acto revolucionario de amor propio.
¡Estoy dichosa! Hace mucho tiempo no me sentía tan orgullosa de mí misma, me conocí y me dí cuenta de que soy cool y, lo más importante, de que no necesito la aprobación de los hombres para sentirme plena y segura. Ahora más que nunca me siento linda, he logrado ponerme curitas en las partes del cuerpo que más me dolían y de las que me sentía más insegura. Aprendí a disfrutar de mi compañía, y la verdad es que no lo cambio por nada. Como sola en lugares públicos y me encanta. Entro a cafeterías a tomarme un café sin esperar a nadie, no me tengo que ajustar a los horarios de las otras personas, me demoro lo que quiero en donde quiero, camino sola por la ciudad mientras me detengo a ver chucherías, no me desgasto cuadrando reuniones por grupos de Whatsapp cuando sé que nadie va a poder, no me importa dejar a todo el mundo en visto. Ya no me preocupa en lo absoluto que nadie me pueda acompañar a hacer mis vueltas cotidianas. Y pueden transcurrir días sin que pase nada emocionante en mi vida, y así parezca aburrido: M E E N C A N T A.
Sonará extraño, pero amo que no pase nada en mi vida, porque he podido enfocarme en cosas que realmente me interesan. Antes, por andar jugando a Bogotá Shore, no les prestaba atención.
En fin, ya sé que muchos van a pensar que soy una egoísta que va a morir sola por ser una asocial antipática, pero debo decir que aprender a estar sola ha sido el regalo más poderoso que me he dado a mí misma como mujer feminista que antes vivía envideada por todo.
Porque escojo ser mi propia farra, mi propia cita, y eso me da plenitud: no depender de nadie para sentirme bien.
Sé que abrazar la soledad es un arma de doble filo: por un lado te muestra cosas maravillosas que antes no habías visto por andar resolviéndole la vida a los demás, pero por el otro, te aleja de muchas situaciones y personas que a veces anhelas y recuerdas con nostalgia. Lo importante es que mis amigxs a quienes amo profundamente saben que siempre estaré ahí, que será buena amiga. Porque no es que me haya convertido en una vieja amargada. Sigo teniendo delirios de descontrol de vez en cuando, porque como dice C. Tangana “Yo no quiero hacer lo correcto, pa’ esa mierda ya no tengo tiempo”. Y la juventud se desvanece pronto.
Así que igual sigo siendo divertida, me gusta perrear en la disco, darme besitos con chicos de vez en cuando, llegar de madrugada a la casa, tomarme unos tragos de más y ni se diga de ir a toques. Solo que ahora también disfruto cuando estoy todo un fin de semana en casa, viendo Gravity Falls con mis perritas, o tomando avena con galletas mientras escucho Melodía Estéreo. Porque escojo ser mi propia farra, mi propia cita, y eso me da plenitud: no depender de nadie para sentirme bien.
Siento que ahora soy una mujer que tiene control sobre su vida, y que atrás quedó esa chica despilfarrada y rota sin control de sus actos y con guayabos morales cada ocho días. Ahora me siento muy conectada con mi cuerpo y mi alma, y esto me ha traído la felicidad y seguridad que tanto anhelaba. Después de mucho tiempo, este principio de año puedo decir que me siento genuinamente tranquila.
*El título del artículo es un fragmento de la canción “Soledad y El Mar (En Manos de Los Macorinos)” de Natalia Lafourcade.