Con guantes de látex y tapabocas puestos se arrodilló ante el Sagrario y se persignó. Luego con pasos lentos subió a limpiar al “paciente” con más años en la iglesia: la imagen del Señor Caído de Monserrate –el santuario más antiguo de Colombia–. “Señor, te voy a limpiar el hombro, tu pierna tiene un poco de polvo que voy a quitar. Señor este surco en tus costillas, que representa los azotes que recibiste, se ve opaco, sucio. Ahora que estás limpio voy a cambiar tu faldón, esta semana te pondré el de color rojo”. El sacristán desciende del altillo donde reposa la imagen, se retira los guantes y con satisfacción vuelve a entrar a los recovecos detrás del altar para preparar la misa que está por comenzar.
El sacristán de Monserrate
Wilson Darío Gómez Vanegas lleva trece años de sacristán. Es bogotano, habitante del municipio de Soacha, de estatura mediana, tez blanca y cabello muy corto. Parece más un militar que un religioso. Hace parte de una familia católica conformada por Gloria y Eugenio, sus padres. Wilson está próximo a cumplir 24 años. Asegura tener un eje transversal que ha guiado su vida: la fe en Dios, el servicio pastoral y el gusto por tocar guitarra y cantar. Por eso sus días, desde que tenía 11 años, transcurrieron en parroquias de la diócesis de Soacha cantando, haciendo catequesis, o sirviendo de guía espiritual. Todo lo tuvo claro luego de su paso por el Seminario Mayor de Bogotá. Ahora, desde su oficio de sacristán en la diócesis de Monserrate, vela por el cuidado del templo, asiste al sacerdote en cada eucaristía, recoge la limosna y se encarga de limpiar el polvo a las imágenes de la iglesia.
El cerro de Monserrate es el símbolo por excelencia de Bogotá. La cima de la montaña está a tres mil ciento cincuenta y dos metros sobre el nivel del mar y su Santuario alberga la imagen del Señor Caído. Es lugar de peregrinación para nacionales y extranjeros que visitan este atractivo turístico y religioso. El Cerro, por ejemplo, según cifras del Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD), recibe en Semana Santa un promedio de 180 mil visitantes por día. Hoy, el Santuario tiene como Rector al Padre Sergio Pulido y como Vicario al Padre William Ibagué, ambos orientan en su oficio a Wilson desde hace dos años.
Luego de descender de la montaña continúa su vida, y alejado de lo divino, pasa a vivir como cualquier terrenal. En las noches estudia Filosofía en la Universidad de La Salle, un claustro educativo de ascendencia confesional. Allí comparte con amigos una cerveza o asiste a una cita con su novia. Cada mes recibe 535.600 pesos de sueldo, lo que corresponde al salario mínimo en Colombia. Dice que cuenta con un subsidio de estudio y todo el apoyo familiar. En resumen, sólo con lo que gana no podría subsistir.
Entre lo humano y lo divino
A partir de 2005, un año después de terminar su colegio, Wilson decidió iniciar su proceso vocacional en el Seminario Mayor de Bogotá. Su familia estuvo de acuerdo y fue además impulsado por su abuela paterna Lola y su tío Roberto, la primera devota de los ángeles, el segundo de la Virgen alemana de las tres rosas y quien en su juventud también pasó por un proceso vocacional. Su mamá, luego de una charla íntima, lo despidió convencida que habría de volver muy pronto. Su padre, un poco más sentimental, lo abrazó y le dejó claro su esperanza de verlo vestido algún día con una elegante sotana sacerdotal.
El día de su ingreso lo llevó hasta la puerta del Seminario su tío César Vanegas y aún recuerda las palabras que él le dijo: “encomiéndese al Señor, él le va a iluminar el camino y le va a traer la respuesta” y aunque en ese momento no supo cuál sería, a principios de 2007 lo entendió.
En el seminario le fue fácil destacarse en lo académico y ser reconocido como un buen compañero por su facilidad para interactuar, escuchar y amenizar una eucaristía con la guitarra. Wilson nunca responde con una negativa y a la hora de referirse a su familia, sus gustos, sueños y expectativas, no demuestra desconfianza; responde pausado, siempre amable y con buen léxico.
El objetivo de este joven era encaminar su vocación al sacerdocio. En el 2006, se destacó en sus estudios de teología y cumplía con sus horas de catequesis y servicio pastoral. Entonces se perfilaba como el primer miembro de los Gómez Vanegas que se ordenaría como sacerdote. Sin embargo, a inicios de 2007, habló con su guía espiritual, Padre Jaime Mancera, pues sentía que no había logrado desligar su vida de hombre y consagrarse por completo a la santidad. A pesar de su devoción y responsabilidad, la verdad es que los votos de castidad lo atormentaban. El problema empeoró después de conocer a Carolina, la sobrina del sacerdote donde hacía su servicio pastoral y con quien tuvo una relación sentimental durante dos años.
El Padre Jaime Mancera, sacerdote bogotano de 57 años, suelta una risa recordando ese momento: “este muchacho sentía que un lazo lo estrangulaba, de un lado jalaba el séquito de ángeles y del otro el proyecto que él en su mente tenía y cobraba más fuerza”. Así fue su partida del seminario, su guía espiritual lo sigue acompañando y sirviendo de padre confesor y además, de amigo confidente.
Un salto de fe
Cuando regresó a lo que él llama “vida civil”, William se enfrentó al reto de procurarse una vida por sus propios medios, pero apenas con título de bachiller académico, un año en el seminario y estudios teológicos, no le quedó más remedio que seguir cantando en su parroquia y pedir trabajo en el Banco Arquidiocesano de Alimentos de Bogotá, una fundación que se encarga de salvar los productos perecederos y no perecederos de las grandes cadenas de alimentos. Trabajó junto al Padre Daniel Saldarriaga cargando bultos de comida de una bodega a otra. Con el apoyo de él, obtuvo su empleo de sacristán en la Iglesia de Monserrate.
Mientras se acostumbraba al mundo laboral, y pasados seis meses de haber salido del Seminario, Wilson escuchó la historia de un sacerdote que por muchos años mantuvo una vida consagrada, paralela a su faceta de padre y esposo. Siempre trabajó en distintas parroquias y se trasladaba a ellas con la que presentaba como su hermana y dos niños, que por consiguiente eran sus supuestos sobrinos. Formó ese hogar durante su primer año como sacerdote en una vereda cercana a Bogotá, no se sabe si por accidente o porque así entendió que era la vida sacerdotal. Sí bien es cierto que nunca ha dejado de lado ninguna de sus responsabilidades con Dios y su familia, la institución eclesial, desde el Vaticano, deja una prohibición explícita para que los sacerdotes se casen, tengan hijos o forniquen. “Al enterarme de esa historia pensé si tal vez yo hubiera andado el mismo camino de haber sido sacerdote, las noches las habría pasado preguntándome qué se siente ser hombre terrenal, y durante el día llevando una sotana como un grillete que me coartaría mis ganas de libertad”, confiesa Wilson.
Sacerdote a su manera
Cada mañana este joven y carismático sacristán, asciende al Cerro de Monserrate a trabajar tras bambalinas para que el templo se conserve como ese recinto sagrado. Es allí en donde hace visible su fe y devoción ante Cristo Sacramentado. Confiesa que algunas veces se imagina oficiando una eucaristía y la nostalgia le invade el corazón, pero de inmediato en su cabeza recuerda las razones por las que claudicó en su intento de consagrar su vida a la iglesia.
Y allí entre cánticos y rezos pasa el tiempo con cada imagen, quitándoles el polvo y hablando con ellas. Esto le ha servido para valorar ese instrumento pedagógico que ha evangelizado a generaciones enteras y que a él lo acerca a una materialización de ese Dios que celebra en cada eucaristía. Cuando desciende de ese lugar santo y divino, sin sentirse diferente pero sí actuando de un modo más terrenal, se deja atrapar por su familia y su profesión. Wilson, un sacristán que quiso portar las llaves del cielo pero en el camino encontró su verdadera vocación: ser hombre.
*Oscar Durán Ibatá es estudiante de la Maestría en Periodismo del CEPER. Este trabajo fue producido en la clase Seminario de géneros.