Nos encontramos a cinco días de las elecciones para Congreso. Estamos en un café del centro de Bogotá. En la semana final de la campaña se esperaría que un candidato no tuviera tiempo que perder en entrevistas largas. Pero el profesor Rodolfo Arango, hoy candidato al Senado por el Polo Democrático, ha aceptado conversar conmigo. Y, como si aún no lograra salir de los salones de clase, como si se tratara de un estudiante de su curso de “Poder, Gobierno y Estado” que le ha pedido continuar la discusión en la cafetería, Rodolfo Arango no tiene reparos en responder a mis preguntas con largas disquisiciones políticas y extensos recuentos cronológicos”.
En la mesa está también Santiago Pardo, un joven profesor de derecho en los Andes quien oficia como gerente voluntario de su campaña, y Camilo, un estudiante de cuarto año del Externado que pasaba por aquí, casualmente con un libro de Rodolfo en su morral, y se detuvo para una firma y unas palabras con el autor.
“El reto de esta campaña también ha sido que Rodolfo logre cambiar de chip y hable no como profesor sino como candidato”, me dirá luego Pardo. Esta campaña ha sido en cierta medida una lucha por la concreción, por cierta austeridad en el lenguaje. Incluso su esposa, profesora de Antropología en la Universidad Nacional, al ver los videos de los debates de esta campaña en los que participa su marido, se pone las manos en la cabeza y dice: “Ay Rodolfo, otra vez no, muy carretudo”.
Pero Arango no logra cambiar el chip y se extiende en sus respuestas. Hilando idea tras idea, el profesor se recrea en sus palabras.
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Todo empezó también en un café de Bogotá a mediados del 2013 en una conversación entre dos hombres de pelo blanco. El senador Jorge Enrique Robledo le propuso al profesor Rodolfo Arango postular su nombre por la lista del Polo para el Senado de la República. Su primera reacción fue de sorpresa: Arango es un hombre poco conocido por la opinión pública más allá de las aulas del derecho y la filosofía política y del círculo de lectores de sus columnas de opinión en El Espectador. “Jorge, –le dijo– les voy a quitar votos, no les voy a poner. Es más: mi familia no vota por mí: son uribistas”. Robledo insistió. Le dijo que su perfil académico le daba altura a la lista del partido de izquierda en Colombia. Arango le pidió unos días para pensarlo y consultarlo con su familia.
A la semana vino la respuesta: “me suena”, dijo. “En buena parte –cuenta haberle dicho– porque creo que puedo aportar algo a la política en el buen sentido, a la ‘más digna actividad del ser humano’ en términos filosófico aristotélicos”. Sin embargo, le advirtió a Robledo que no iba a aplazar el semestre sabático que tenía previsto para la segunda mitad del 2013 en universidades de México y Alemania. “Eso sí es muy complicado –le respondió Robledo–, llegas muy tarde a la campaña”. Arango, entonces, dijo que ni modo. Empacó sus maletas y se fue un mes para México y tres meses más para Alemania.
Pero la propuesta seguía dándole vueltas. “Esto no tiene pies ni cabeza –pensó ya en Alemania– no tengo ningún trabajo político, no tengo ningún electorado, y no voy a ir a feriar mi patrimonio para llegar a una curul”. Llamó a Carlos Gaviria y le dijo: “no creo que lo haga”. Pero finalmente entró en una reflexión de una semana, consultó a amigos alemanes y aceptó la propuesta.
El 6 de noviembre de 2013, todavía desde el exterior, se despidió de sus lectores de El Espectador: “Considero que ha llegado el momento de pasar de la reflexión filosófica y la crítica política al ejercicio de las funciones públicas”. Al poco tiempo regresó a Bogotá y pidió una licencia en el Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes, donde ha sido profesor por más de veinte años. Arango se alistaba así para su campaña al Senado.
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De joven Rodolfo Arango no militó en ningún partido político. Él creía que había que tener conocimientos teóricos para hacer reformas verdaderas del país, y se dedicó entonces a estudiar. “Antes de salir de la universidad hice parte de grupos que hacían trabajos sociales en barrios marginales de Bogotá”, recuerda. “Eran grupos carismáticos que estaban convencidos que con la literatura de Leonardo Boff de la Teología de la Liberación podía uno con los pobres modificar las circunstancias de vida y transformar esa realidad de pobreza. Pero llegó un momento, como en sexto semestre, en que dije: esto no tiene ningún sentido, es como dejar caer gotas de agua sobre piedras calientes, se evaporan totalmente los esfuerzos. Lo único que serviría es la acción política estructurada”.
Al regreso de un intercambio en Alemania donde estuvo realizando estudios de filosofía y derecho comparado, fue nombrado en el Proyecto de Reforma Constitucional de 1991 conformado por el presidente Gaviria y el cual estaba encargado de la redacción de algunos artículos constitucionales sobre derechos fundamentales y mecanismos para su protección.
La experiencia de Arango en esa comisión y sobre todo el haber sido magistrado auxiliar de la Corte Constitucional durante 7 años –involucrándose en la redacción del reglamento interno de esa corporación, contribuyendo en el desarrollo de la jurisprudencia del derecho al mínimo vital en Colombia, entre otras cosas– lo llevan a pensar que desde el diseño de las instituciones él ha estado siempre “con un pie en la práctica, en la política de alto vuelo”.
–¿Qué lo llevó al convencimiento que desde el ejercicio político se podía hacer más que desde la academia?
–Fíjese por ejemplo que cuando uno trabaja en clase un autor como Maquiavelo…
En este punto el profesor se pierde en una explicación de porqué este pensador era un hombre maravilloso, un hombre de acción política, y de qué manera el Maquiavelo de Los discursos sobre la primera década de Tito Livio fue un precursor de la institucionalidad. Y entonces retoma:
–…Cuando yo le transmito todo eso a los estudiantes me miran con perplejidad y dicen: usted nos está abriendo el mundo. Y los cursos son muy bien calificados, hay una magnífica aceptación, y yo creo que modifico vidas humanas en esas clases. Pero digo: ¿Y esto se queda en esta dimensión? No puede ser. Si uno tiene la posibilidad de incidir también en otros ámbitos que estén fuera de las aulas, se va a quedar otros 20 años con esa resignada posición del profesor que cree en la ciencia, que cree en el conocimiento, y se resigna a que su alumno lo haga mejor más adelante. Me parece inaceptable.
–¿Cree que la academia termina volviéndose un diálogo de yo con yo, debatiendo entre los mismos sin que trascienda al país?
–La academia ha estado un poco al garete en Colombia. Hubo gente intelectual muy vinculada a la política y eso se ve en la universidad pública. Pero con la despolitización del Frente Nacional y con esta actitud de que la política es el mundo de la corrupción y que nosotros somos dignos y no nos metemos a la política cuando estamos en la academia… esa actitud es muy negativa en sus efectos, es un elitismo que en últimas se desentiende de las responsabilidades que tiene para con el país. Es inaceptable.
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Rodolfo es militante del Polo Democrático desde el 2005 de la mano de Carlos Gaviria, a quien conoció en la Corte Constitucional en el año 92 y del que fue asesor político en su campaña presidencial. En el acto de lanzamiento de la candidatura de Arango, Carlos Gaviria exaltó las calidades de su amigo: “Yo no conozco un teórico de los derechos sociales entre nosotros de la calidad de Rodolfo y en América Latina no conozco uno igual. Es un académico, un escola pero que además ha dado un paso tan importante como es decir ‘voy a militar en un partido político’, que no le dé miedo, que no le dé vergüenza, en una sociedad donde los partidos políticos están tan justamente desacreditados”.
Rodolfo Arango se ve a sí mismo como un heredero dentro de su partido de las ideas de Gaviria. Y justamente, dice, el propósito de la campaña es en buena parte retomar y consolidar las banderas del excandidato presidencial dentro del Polo.
–Carlos es un demócrata, alguien jugado al estado social constitucional y democrático de derecho, sin ningún extremismo. Más bien un liberal social. En ese sentido contrasta mucho con posturas más socialistas y de izquierda radical que hay dentro del Polo. Esa ala del Polo que representamos con Carlos Gaviria es la que debe mantenerse viva dentro de la izquierda.
–Hace unas semanas el Polo sacó un comunicado muy tibio sobre la crisis en Venezuela. ¿Usted suscribe ese comunicado?
–Yo tuitié mucho cuando hubo la discusión. Claramente estoy en desacuerdo con el comunicado del Polo. Fue inconsulto. Lo firman Clara López, el Secretario General Gustavo Triana y Jaime Dussán. Es una cosa a título personal de ellos. Pero claro, ejerciendo la representación del partido. Y en ese instante fue una metida de patas porque eso no refleja la posición del Polo en su integridad. Entonces ahí “salvo el voto”, mi conciencia me dice que eso está mal enfocado, pues se basa en los rumores de golpe y no condenan decididamente la violación de derechos humanos. Le concluyo con esto: eso demuestra la precariedad de la institucionalidad democrática del Polo y que nuestros partidos son terriblemente desestructurados. Ese es uno de los proyectos que tengo en mente: hay que democratizar los partidos. Ya suficiente de improvisación, de adolescencia de los partidos. Ahora hay que asumir las responsabilidades que se tienen en una democracia consolidada.
–El Polo carga con el lastre de haber sido el partido de los hermanos Moreno. Usted ha reivindicado la decencia en la política. ¿Cómo conciliar las dos cosas?
–Dos consideraciones. Una es: hay que dejar de lado el tema de la corrupción y en abstracto preguntarse: ¿ideológicamente soy afín a cuál partido? Claramente mi conclusión es que yo soy afín a un partido que quiere la transformación social, la inclusión, la lucha contra la pobreza, contra la desigualdad y yo comparo el ideario de los diferentes partidos, y algo me siento inclinado a pensar en un liberalismo social tipo López Pumarejo en los treinta; pero claramente en el escenario actual el único partido que refleja mi posición ideológica es el Polo. Lo segundo es cómo concilio eso con mi condena a la corrupción. El Polo nace en el 2005, es un partido que está gateando, incipiente, y uno no puede estar juzgando con tal rigurosidad a un partido por haber cometido errores políticos. Yo lo he dicho abiertamente: el Polo cometió un error político garrafal y hemos pedido perdón a la ciudadanía por no habernos desmarcado a tiempo de los Moreno. Cuando empezaron los rumores de corrupción, el Polo hizo oídos sordos diciendo: bueno, si lo están acusando de delitos pues que sean los jueces los que lo condenen, nosotros nos resguardamos en el principio de presunción de inocencia. Error político. Jurídicamente es sostenible, pero políticamente no.
Dice Arango que el Polo está pagando las consecuencias de ese error, pero que también ha habido un doble rasero: «Coja los candidatos sospechosos de tener vínculos con paramilitares: 28 en el Liberal, 27 en el de la U, 19 de Cambio Radical. Y no hay escándalo contra esos partidos”.
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A pesar del tiempo que le resta a la campaña, Arango aún tiene tiempo para leer. Puede gastar varios minutos hablando de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Dice que es un libro de un humanismo profundo: “Marco Aurelio, un emperador ya en sus años finales luchando contra su cuerpo que ya no le funciona, que empieza siendo su amigo más fiel y acaba siendo un monstruo que termina por devorar a su amo”. Habla de la autoconciencia de la muerte, de la calidad de Yourcenar. Hilando idea tras idea, el profesor, de nuevo, se recrea en sus palabras. “Pero también tengo varias cosas hojeadas. Por ejemplo, una biografía de Albert Hirschman excelente que salió el año pasado”.
De la biografía ha leído los capítulos sobre la época en que Hirschman vivió en Colombia. “Él tiene una vida fantástica –cuenta-. Judío, perseguido, acaba en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, y luego llega a Colombia en una época donde hay un desarrollo importante en los años cincuenta y se enamora de este país, sobre todo de sus zonas rurales. Y el tipo viene con debates ideológicos del desarrollo, y él lo que es es un pragmático y acuña la idea de que hay que hacer lo que es posible dentro de las circunstancias. Es decir, tener el norte muy claro de cuáles son las transformaciones que se requieren, pero no jugarse a un proyecto ideológico grandioso que acaba siendo imposible sino más bien buscando lo que es posible en determinada coyuntura. Eso se llama el posibilismo.
–Usted tiene varias propuestas de carácter legislativo, pero según las encuestas, el Polo va a seguir siendo una minoría de oposición, lo cual los deja reducidos a ustedes a la función del control político. ¿Cómo lograr materializar esas propuestas?
–Eso exactamente concuerda con el posibilismo. Y es que hay dos tipos de iniciativas legislativas que uno puede promover. Los grandes proyectos estructurales para lo cual el Polo no va a tener mayorías, y lo que son pequeñas iniciativas de tres, cuatro artículos para lograr posiciones para ir avanzando en esa lucha. En lo segundo sí se puede negociar con otros partidos que sean sensibles a eso. Un teórico que me gusta mucho es Philip Pettit y en un libro que se llama Republicanismo él dice que uno tiene que convertirse en un “fontanero de la democracia”: ponerse las botas, meterse al barro, e ir a taponar como si estuviera uno arreglando los desagües de la ciudad para que ésta funcione. Meterse en las cañerías para taponar las fisuras de forma tal que se mantenga fuerte el edificio. Eso puede uno hacerlo muy inteligentemente mediante proyectos de ley de tres o cuatro artículos. Decir hay que tapar esta fisura, hay que avanzar este paso, y eso encuadra perfecto con el tema del posibilismo de Hirschman, y es que si usted dice “bueno, no voy a hacer un estatuto de garantías de la oposición como tal, pero voy a decir que la oposición tiene que tener una silla en el Consejo Nacional Electoral que hoy no la tiene”, pues uno la vende como “oiga, pero a ver, una mínima garantía, piense que ustedes podrían ser oposición, venga Liberal, venga hagamos este acuerdo”. Lo de litigio estratégico pasarlo a acción estratégica legislativa. Hay que ser inteligente en cómo entrarles a estos tipos.
–Este Senado va a ser uno del que va a dar gusto ver los debates. ¿Qué debate se ve teniendo con Álvaro Uribe?
–Yo ahí tengo una cosa paradójica, y es que yo creo que puede ser que haya convergencias con Álvaro Uribe en ciertas cosas.
–¿Como en qué?
Si dejamos de lado su conservatismo y su mogijatería moralista de quinta, a él le duele el país en ciertas cosas sociales que creo yo que podría converger con ciertas propuestas nuestras. Por ejemplo, yo no veo a Álvaro Uribe queriendo no tener un Ministerio del Trabajo que sea eficaz en el control de la gran empresa para efectos de hacer realidad los derechos de los trabajadores. Yo veo que hay una vena liberal progresista en él de su juventud que lo llevaría apoyar ese proyecto. O que yo diga que el Ministerio del Trabajo tiene que convertirse en el ministerio más importante de todo el gobierno, generador de una bolsa de empleo, que es lo que hace un ministerio del trabajo en los estados sociales de derecho desarrollados, y no lo veo a él oponiéndose a eso. Entonces yo no voy a desgastarme simplemente dando debates morales de paramilitarismo, cuando me toque darlos sentaré mi posición, pero lo mío es lo social y si esos tipos le caminan a esa vaina, la verraquera.
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Es la hora de almuerzo y Rodolfo Arango y su equipo de voluntarios reparten volantes en los alrededores de la Universidad de los Andes. Algunos estudiantes lo reconocen y se acercan a asegurarle que el próximo domingo su voto será por él. Otros rechazan el volante que Arango intenta entregarles. “En esta plaza se siente uno más tranquilo porque es gente joven y receptiva, –dice– pero hay plazas durísimas. Por ejemplo, al pie de los juzgados la gente sale amargada y odia todo lo que tenga que ver con la política. Incluso lo miran a uno como si fuera escoria. Es difícil –dice mientras se acerca a un grupo de unas cuatro estudiantes, volantes en mano– pero hay que romper el hielo y convencer a la gente, importunar: ‘Miren, las invito a votar por mí para el Senado de la República. De pronto se animan’”.
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El tope del dinero que se puede gastar una campaña al Senado equivale a 740 millones por candidato. En principio era de 420 millones pero ante los reclamos de los diferentes partidos políticos el Consejo Nacional Electoral tomó la decisión en enero de este año de doblar sobre la marcha ese límite. Antonio Navarro, cabeza de lista por la Alianza Verde, dijo al diario La República el 31 de enero de 2014 que ese cambio era razonable: “No todos llegaremos a ese tope, pero el anterior era irreal”. Arango por su parte, critica ese cambio: “Me parece que es exactamente la quiebra de las reglas democráticas que sabemos que son reglas ciertas para resultados inciertos. Aquí lo que sucede son las reglas inciertas para resultados ciertos. Doblan los topes porque las campañas que quieren que ganen se estaban gastando mucho”.
La austeridad económica, que no del lenguaje, ha sido la regla en la campaña de Rodolfo Arango. Cuando él aceptó ser candidato se puso como límite de gasto 20 millones de pesos, que finalmente obtuvo de un préstamo de su mamá y los cuales aspira a pagar con lo que obtenga de la reposición de votos. En donaciones, que reciben hasta un máximo de 100 mil pesos, han recogido unos tres millones de pesos adicionales. No hay de Rodolfo Arango una sola valla en el país ni un solo aviso publicitario en prensa. La campaña está integrada exclusivamente por voluntarios (unos cuarenta en Bogotá y alrededor de setenta a nivel nacional) y la sede de campaña es su propia casa. El dinero fundamentalmente lo han gastado en la impresión de volantes diseñados por su hija, almuerzos para las jornadas de voluntariado y los viajes de campaña a los que va él solo. Para ir a Ibagué, por ejemplo, Rodolfo se fue manejando su propio carro sin ningún acompañante.
Los voluntarios que acompañan a Rodolfo son en su mayoría jóvenes estudiantes de Derecho, Ciencia Política y Filosofía que han pasado por alguna de sus clases, asistido a alguna de sus conferencias, o leído alguno de sus libros. “Me gusta mucho el derecho constitucional– asegura Carlos Randazzo, estudiante de Derecho en la Javeriana– y Rodolfo es unos de los grandes constitucionalistas de Colombia. Cuando supe que había la posibilidad de trabajar con él, no lo pensé dos veces”. Cuenta que hoy le cancelaron una clase y entonces se vino a ayudar en la campaña aquí al centro. “Esta mañana madrugamos a las 6:30 a volantear en el Transmilenio”. Le pregunto que cómo cree que van a salir los resultados el próximo domingo. “Estamos metiéndole toda la fe a que sí va a quedar”.
“Lo más gratificante es la generosidad de los voluntarios, – dice Rodolfo– cuando uno ve que están haciendo todo lo que están haciendo día tras día: organización, movilización, planeación de manera totalmente voluntaria. Uno queda sin palabras. ¿De dónde aquí el conocimiento, la mística, el ánimo? ¿De dónde lo sacan? Se supone que todos deberíamos estar escépticos con esta mano de delincuentes. Pero resulta que no. Cuando veo esa vaina digo: ¡miércoles! Qué responsabilidad la que se me viene encima”.
Un vendedor ambulante cargado de bom bom bunes en su morral se acerca al corro de estudiantes que rodea a Rodolfo. “Decía mi abuelita que los ojos son el reflejo del alma y uno sabe quién es bueno y quién es malo en los ojos, y este señor tiene una cara de buena persona…”
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Según un estudio de Cifras & Conceptos, el Polo Democrático tiene tan sólo tres curules entre los setenta candidatos más opcionados para resultar elegidos el próximo domingo: Jorge Robledo, Iván Cepeda y Alexander López. De acuerdo al sondeo más reciente de Datexco ese partido tendría el 10% de la composición del próximo Senado. El panorama es bastante incierto para Arango.
Son las dos de la tarde en los alrededores de la Universidad de los Andes. Veo a Arango acercarse a un grupo de cuatro profesores de derecho que hacen fila en un café. Aunque no escucho la conversación, el encuentro es cordial. Uno de ellos, asegura uno de los voluntarios, donó para la campaña. Rodolfo les muestra uno de los volantes en su mano. Él es en ese momento, para ellos, un colega que se tomó el atrevimiento de lanzarse a la política. Este Doctor en Derecho de la Universidad de Kiel (Alemania) podría estar ahí, con ellos, mirando el país desde el cándido jardín de la academia a esta hora de almuerzo. Sin embargo, Rodolfo Arango volantea. “Hay que involucrarse en la política”, le escuché a Rodolfo Arango decirle hace un rato a un grupo de estudiantes. “No podemos seguir pasándola bomba aquí, publicando en revistas indexadas, luciéndonos en el extranjero, mientras el país se despedaza”.
*Juan Sebastián Serrano es estudiante de Derecho e hizo la Opción en Periodismo en la Universidad de los Andes.