Foto tomada por Isnardo Ariza, miembro del Comité de Paz del CEU
Hace dieciséis años Julián Calderón vivía con su familia. Eran campesinos en Amalfi, «el lugar donde nacieron las autodefensas». A su casa llegó el Eln cuando tenía siete años y asesinaron a su familia en frente suyo. Su mamá murió de una bala directa al cráneo y a su hermano y su papá les cortaron la garganta.
Ese mismo día lo reclutaron en las filas del Eln. Estuvo solo un año que terminó cuando entre once personas lo violaron y después lo deshecharon en el río casi muerto.
Así como nadie lo socorrió, él ha tenido que superar por su cuenta el asesinato de su familia. Se dice a si mismo que es un caminante. Quizás para encontrar la vida que le arrebataron. Le huye a la violencia, pero irónicamente ésta se las ha arreglado para encontrarlo. Tanto en la ciudad como en el campo ha sufrido golpizas y chuzadas que han marcado su cuerpo. Una cicatriz en particular está en la muñeca de su mano izquierda y atraviesa sus venas perpendicularmente.
Cuenta la historia de su familia para que no queden en el olvido. Porque para que no haya más violencia piensa que «se debe hablar y escuchar». Dice que no es fácil. Pasará el tiempo pero nunca va a olvidar lo que le pasó.
Este caminante que se mueve entre la ciudad y el campo es un campesino. Orgullosamente dice que le gusta estar con los animales, las vacas, los cerdos y los caballos. Se hace una vida trabajando así porque a él le enseñaron que «la tierra es para trabajarla».
Quiero compartir las memorias de Julián, porque es su voluntad que la gente sepa estas cosas. Por extraño que parezca la palabra, hablarla y escucharla, es lo único que se puede hacer. Para que no se repita. Nunca más.