Hace año y medio Colombia se encontró con uno de los panoramas políticos más impensables hasta el momento: el “No” había vencido en las urnas del plebiscito; los acuerdos firmados con las FARC eran rechazados por el pueblo colombiano. En medio de esa realidad se especuló mucho sobre el futuro del país. La paz estaba en jaque y, después de dos meses de deliberación, el gobierno redactó un nuevo documento en el cual se recogían ciertas posturas de la oposición. A partir de este insólito evento político, gran parte de la opinión pública comenzó a preguntar qué tan factible era una paz estable y duradera medio de la incertidumbre y la polarización. ¿Acaso la Paz provenía de este acuerdo o como sociedad debíamos esforzarnos también, mediante otras vías, para alcanzarla?
La paz no proviene de un acuerdo sino de vencer el odio, el resentimiento y la indiferencia. Lo firmado con las FARC es el inicio de una nueva Colombia donde no prime ni la codicia ni el exterminio; donde el campesino y el empresario se vean de igual a igual; donde los oprimidos vean al Estado como el defensor de los derechos y no como un perpetuador de la violencia. Colombia debe ser un país cuyas leyes no sean para los más poderosos sino para la formación de una sociedad en la que haya acceso a salud, educación y vivienda. El proceso inacabado de presencia estatal dentro del país ha creado un monstruo llamado corrupción, el cual nos ha condenado, como diría García Márquez, a cien de años de soledad. La gente no ve mejoras en su situación y las personas se sienten abandonadas.
Es hora de unirnos como nación y superar el pasado, perdonar a los demás y a nosotros mismos y perfilarnos, unidos, para transformar el futuro
El perdón es ese mecanismo mediante el cual se engrandece el alma del individuo y la de la sociedad. El verdadero poder de una sociedad no reside en su respaldo militar, político o económico, sino en su capacidad de imponerse a las dificultades, derrotar lo existente y transformar lo intransformable. Los «odios heredados» nos han llevado a décadas de fuego y sangre; miles de personas han muerto en nombre de partidos e ideales. Este tipo de violencia no es legítima en ningún caso. Han sido nuestros compatriotas los que han muerto luchando entre sí. Colombia no puede seguir siendo un país dividido. Esto trasciende lo firmado con las FARC, va más allá de quienes votaron “No».
Es hora de unirnos como nación y superar el pasado, perdonar a los demás y a nosotros mismos y perfilarnos, unidos, para transformar el futuro. El debate, como afirma Humberto de la Calle, debe trascender del plano pasional y llegar al de las ideas. Es hora de derrotar la indiferencia y los males endémicos de un país que, desde su surgimiento, ha vivido cientos de conflictos. Nadie ha dicho que esto sea fácil, ni algo que se pueda realizar en el corto plazo. Algunos dirán que esto es una utopía pero es un sueño alcanzable. Las Farc y los sectores que históricamente han sido marginalizados deben dejar de ser vistos como una otredad, como un enemigo. Antonio Gramsci explicaba que se debe deconstruir y resignificar el lenguaje. Debemos incluir a estos grupos en el «Nosotros». Más allá de simpatizar o no con estos sectores, la base de un sistema democrático nace en el respeto a la diferencia y al otro. La grandeza de un sistema político no yace en la capacidad de que los grupos mayoritarios se impongan a los minoritarios o en la capacidad de construir un discurso hegemónico que someta al oprimido. Por el contrario, es mediante el consenso y el diálogo que una sociedad puede dejar atrás los demonios del pasado y perfilarse para un futuro más esperanzador. Aceptar al otro sin importar sus preferencias políticas es uno de los grandes retos para la sociedad colombiana.
Vencer al odio se presenta como uno de los desafíos a afrontar más importantes durante los próximos años
Hablar de un país en paz no radica exclusivamente en el hecho de que un grupo armado deje las armas. Se necesita urgentemente una reconciliación nacional entre los diversos grupos políticos y sociales. Vencer al odio se presenta como uno de los desafíos a afrontar más importantes durante los próximos años. Más allá de la posición política de algunos candidatos, es innegable que la mayoría de estos comparten el sueño de la paz y con el apoyo de la nación esto se podrá volver una realidad. El debate debe girar entorno a las soluciones para los males endémicos de nuestra sociedad, no alrededor de ideas infundadas como lo la ideología de género o el castrochavismo. Los verdaderos males son la concentración de la tierra, la corrupción, la falta de tecnificación en el campo, el insuficiente acceso a vivienda y educación y otros temas necesarios para mejorar la calidad de vida de los colombianos.
Si logramos engrandecer el debate y pasar de propuestas populistas que dividen, es posible que el país pueda salvarse de sí mismo. Es deber de la ciudadanía y los políticos desescalar la violencia en el lenguaje. Eso pasa por el respeto al otro. La política no es de absolutos. Es a partir de la negociación y el diálogo que se llega a puntos en común.