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[PODCAST] No estamos preparados: regreso a clases

Tras nueve meses de pandemia la reapertura ha iniciado. En Bogotá, la Alcaldesa Claudia López ha anunciado que, sin excusas, el regreso a clases debe ocurrir para enero del próximo año. Sin embargo, muchos colegios, sobre todo los de más bajos recursos, no están preparados para el regreso.

Tras nueve meses de pandemia la reapertura ha iniciado. En Bogotá, la Alcaldesa Claudia López ha anunciado que, sin excusas, el regreso a clases debe ocurrir para enero del próximo año. Sin embargo, tanto profesores, como estudiantes y padres de familia, aún no ven este escenario posible. María Fernanda Fitzgerald, periodista de Cerosetenta, habló con Camilo Correa, profesor de un colegio oficial del distrito, para entender mejor cuáles son las posibilidades de que algo así se haga realidad.

Aquí la transcripción del episodio:

«La educación el año entrante, yo se lo digo con todo el amor y el cariño a FECODE y a la ADE, pero en enero vuelve la educación pública a Bogotá sí o sí». 

En una rueda de prensa y acompañada por la Secretaria de educación del Distrito, Edna Bonilla, la Alcaldesa Claudia López anunció que para enero del próximo año todos los colegios debían regresar a clases, sin excusas que valgan: 

«No más excusas. Bogotá está preparada, responsablemente, para hacerlo con todos los estándares de bioseguridad que cuiden a los niños, niñas y jóvenes, maestros y maestras». 

Reapertura gradual, biosegura, garantizada para enero del próximo año. Para algunos colegios públicos, esto no podría estar más alejado de la realidad. 

«Lo que hay en Colombia para sí abrir y lo que hay para no hacerlo. Saludamos a Luz Karime Abadía, directora de este laboratorio de Economía de la educación. 

Otro aspecto principal que no favorece es que la mayoría de colegios en Colombia, colegios públicos u oficiales, no tienen por ejemplo los elementos que se requieren, que son obligatorios para tener un retorno pues con todas las medidas de seguridad, garantizando la vida y la salud de nuestros estudiantes». 

Quienes enseñan en estos colegios entienden las consecuencias académicas, emocionales y sociales de no asistir al colegio, pero al tiempo, temen que el regreso implique que las estructuras no den la bioseguridad necesaria. 

 

«El tema fue que desde un principio se entendió que no se podían hacer unas clases virtuales digamos que como en una universidad o en un colegio con recursos pues porque definitivamente contamos con una población que no los tiene». 

Él es Camilo, es profesor en un colegio oficial de la UPZ Lucero en la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá. Camilo es literato de pregrado, con maestría en literatura también. Llegó a enseñar en este colegio por una vacante temporal. Sin embargo, ya van dos años desde que entró y en esos dos años ha entendido los retos de enseñar en un colegio con tan pocos recursos: malas infraestructuras, cupos limitados, problemáticas sociales en la zona, desmotivación entre los estudiantes. 

Con la llegada de la pandemia Camilo cuenta que desde el principio tuvieron que adaptarse como pudieron para poder continuar las clases. 

«Todo se ha tratado de enviar una parte virtual y otra parte en físico para la gente que no pueda reclamarlo virtual, sólo creo que la segunda no se hizo en físico y ahí hubo muchos problemas porque evidentemente ahí hay chicos que no cuentan con las herramientas en internet. Y nada, para el envío de trabajos pues ha sido muy dispendioso». 

Los retos para acceder a la educación virtual son muchos. En el mapa de Bogotá el centro y norte están repletos de puntos con redes más rápidas, y muchos dispositivos conectados. Pero a medida que se transita hacia el sur, estos puntos se vuelven más remotos y la masa de conectividad se diluye.

Pero, para Isabel Segovia, quien ha trabajado desde hace más de 20 años en el sector de la educación, tanto privada como pública, esto no puede ser una excusa.

«Y asumiendo que uno tuviera todos los medios tecnológicos y la infraestructura y el software que se requiere para poder efectivamente para virtualizar la educación, nuestros maestros, ni siquiera los mejores, estaban o están formados para poder virtualizar todo el proceso educativo, entonces hay una perdida de aprendizaje significativa  que obviamente es muchísimo mayor en niños menos privilegiados que son la mayoría de la población colombiana».

Así lo vive Camilo, quien ha visto de primera mano la falta de recursos a la que están sometidos muchos de sus estudiantes. Por supuesto, las consecuencias más inmediatas han sido sobre los resultados académicos. 

«Académicamente hablando no ha sido tampoco un buen año, no se pueden decir mentiras, porque obviamente con unas cartillas pues usted no puede cubrir todo el contenido que cubren  sus clases o sea, pensar eso es ridículo». 

Porque para los estudiantes de Camilo muchas veces la educación virtual simplemente no es una opción. 

«Se han intentado cuadrar clases de vez en cuando o buscar horarios para resolver dudas, que los chicos se conecten pero pues siempre son muy pocos los chicos que se pueden conectar porque obviamente no cuentan, es decir hay chicos que le dicen a uno “no profe mire es que era recargar o era comer” o sea digamos no es posible, no es viable». 

El barrio Lucero tiene tres zonas: baja, media y alta. Es un barrio que, como varios de la periferia bogotana, inició como una invasión. Por esto sus casas, sobre todo las que están en la parte alta, son pequeñas, están construidas sin espacio entre ellas, sobre laderas empinadas y entre calles estrechas. 

En medio de las casas está el colegio. Se destaca por su estructura, de techos redondeados y portones azules, con murales en la entrada que, entre otros mensajes, incluye uno que dice: lucha por lo que quieres. 

Se ve grande, en medio del barrio. Sin embargo, para los 1.200 alumnos que reúne, es un espacio bastante reducido, sobre todo para las exigencias que se han hecho para poder regresar a la presencialidad:  

«Son salones, no pequeños, pero si son pequeños para la cantidad de estudiantes  que hay en algunos cursos  si, en algunos cursos hay 30, treinta y pico estudiantes  y por nada en el mundo se puede cumplir el tema de los cuatro metros cuadrados, son salones que, algunos de ellos ni siquiera cuentan con una sola ventana, algunos tienen una o dos ventanas otros las tienen tapiadas, es decir con vidrio, entonces tampoco se cumple lo de la ventilación». 

También tienen filtraciones, goteras, se inundan con la lluvia, y todo esto causa que se hayan creado humedades. 

Los baños están dañados, muchos de ellos no tienen flujo de agua, por eso, lavarse las manos sería un problema para todos. Sin embargo, el Distrito dispuso un rubro de ayuda para el regreso a clases con el que se deben cubrir todas estas necesidades:  

«Por ejemplo en el colegio en el que yo estoy, para la sede en la que yo estoy se habilitaron $3.400.000. Qué pasa, pues que cuando usted tiene un colegio que la infraestructura no es la mejor, que los baños están en mal estado, que tienen que estar arreglando cada rato, que no tiene una buena cobertura de agua potable, $3.400.000 no alcanzan para nada».  

Camilo considera que para reparar todas las fallas del colegio se requieren, mínimo, 20 millones de pesos. Para Isabel, la atención a este tipo de colegios debe ser prioritaria. Porque el problema más grave de todos está en la deserción que resulta de la falta de recursos. Sólo este año en Colombia al menos 13 mil estudiantes han abandonado sus estudios, según el Ministerio de Educación. 

«Los que llevamos años trabajando en esto sabemos lo difícil que es recuperar un niño en el sector  y entonces aquí cuando hablo de una generación perdida es muy complicado porque los niños que empiezan a desertar, normalmente no  vuelven, porque además son niños que desertan principalmente por razones económicas y entonces son niños que ya todo el proceso de educación lo truncan en este momento, no terminan su bachillerato, no tienen posibilidad de educarse en ningún tipo de educación superior, sea técnica, tecnológica o universitaria y entonces desde este momento ya están condenados a recibir muchísimos menos ingresos y eso pues empieza a afectar a toda una generación».

Buscamos a la Secretaria de Educación de Bogotá, Edna Bonilla para que nos explicara cómo estaban manejando el regreso a clases. Mucho más ahora con el anuncio de la alcaldesa.

Al acercarnos al Distrito logramos respuesta, aunque no en audio. Sin embargo, aquí les contamos. 

La Secretaria de educación nos contó que desde el principio se empezó a pensar en la reapertura y el eventual regreso a las aulas y que en muchos colegios han hecho las adaptaciones necesarias para cumplir los temas de bioseguridad: han instalado puntos de desinfección, han invertido en mejorar la ventilación de los salones y han planeado todo para que los alumnos vayan en grupos pequeños y en distintos horarios. 

De acuerdo con la Secretaria, además de esas adaptaciones, se ha pensado en un consenso con las familias, que flexibilice el pénsum, mantenga la motivación de los estudiantes y les permita continuar con sus estudios. Por eso, además de empezar el regreso a las aulas, van a mantener el proceso de educación virtual. 

«Eso demuestra justamente la poca importancia que le están dando a la prioridad de regresar a los colegios a pesar de todo lo que dicen y ahora poniendole responsabilidades a los papás, es el colmo que el Distrito, es el colmo que una ciudad como Bogotá, teniendo los recursos no haya aprovechado 6 meses de encierro para darle los recursos a los colegios para prepararse para el retorno a los colegios»

Sin embargo, desde la misma Secretaría reconocen que para padres de familia, profesores y estudiantes ha existido un proceso de resquebrajamiento de la confianza en el sistema educativo. Por ello, aseguran que además de entregar kits para conectarse a las clases virtuales y hacer seguimiento a quienes han dejado de asistir a clases, en algunas localidades están rastreando a los niños y jóvenes de manera virtual e, incluso, yendo casa por casa. 

Lo que le preocupa a Isabel Segovia, la experta en educación, es que el Distrito no parece entender el sentido de urgencia que implica la decisión. Para ella el problema ha estado, principalmente, en la falta de voluntad política. 

«Simplemente confirma lo que decía originalmente, que pues los niños son los que están pagando y no son prioridad para las administraciones y que obviamente es mucho más cómodo para el Distrito en este caso, pero en general para el gobierno, pues encerrarlos y no asumir las responsabilidades que les corresponden».

Faltan 26 días para las vacaciones de los estudiantes, casi un mes. Faltan 71 días para el 20 de enero, un poco más de dos meses. Ese día, como dijo la alcaldesa: “sí o sí, vuelve la educación pública”. Eso significa que en un poco más de dos meses, colegios como el de Camilo tendrán que resolver problemas de infraestructura, de bioseguridad, de mejora en pedagogía virtual como complemento a pedagogía presencial, y además, no menos importante, tendrán que convencer a los estudiantes de no botar la toalla. 

«Pues ha sido un año muy largo, los estudiantes este año están mucho más cansados que en los años anteriores, obviamente no se como explicar eso, no sé a qué atribuirlo, pero los chicos, ya  muchos están mamados, ya están que botan la toalla, no se  vuelven a comunicar, se pierden».

Es el desgaste que da el encierro. En 070 contamos que, durante la pandemia, los cuadros depresivos y ansiosos han aumentado en un 60 % entre los jóvenes. Isabel señala que este es uno de los problemas más graves: 

«Los niños están deprimidos, están perdiendo la capacidad de socialización, se sienten discriminados y un poco parias, porque además los han, los hemos juzgado como vectores del contagio y nos hemos metido en esta excusa de tratar de protegerlos o sobreprotegerlos y está terminando siendo peor la cura que la enfermedad».  

Las repercusiones pueden ser a mucho más largo plazo del que padres y políticos han pensado.

«Y entonces todos estos problemas emocionales y de crecer con miedo y además de sentirse el culpable, el que no puede abrazar  a su abuelo, a su tío, a su papá, el que no puede salir, etc; son niños que van a ser una generación con mucho temor».  

Además, de acuerdo con Camilo, se suman los problemas que trae la zona misma. 

«Los peligros de los estudiantes que no regresan pues son varios, son complejos y son graves, pues es una zona delicada, una zona de alto riesgo, están expuestos a bandas de microtráfico o bandas delincuenciales, incluso también los peligros  pueden no estar necesariamente en la calle, hay chicos con problemáticas familiares muy pesadas; de maltrato, de explotación».

Y aunque el colegio puede no ser la salvación, al menos es un alivio: 

«Yo no estoy diciendo que el hecho de ellos estar en el colegio los “salve” entre comillas de esas cuestiones pero si los aleja un poco porque están más metidos en la dinámica, quieranlo o no, en la dinámica de lo académico, pero el hecho de estar todo el tiempo por fuera, primero los hace más propensos a caer en esos riesgos, de hecho incluso yo tuve la oportunidad de hablar con una mamá el periodo pasado que me dijo que el hijo no pensaba presentar nada más porque él quería era irse para la calle».  

La preocupación no es sólo de padres y profesores. También, los jóvenes que viven allí, conocen los riesgos a los que están expuestos. 

«Bueno, también alguna vez tuve la oportunidad de, en un espacio fuera del colegio, de conversar con un chico ya de décimo, el chico me contaba pues que en esos barrios se da mucho el tema de la limpieza social, la pelea de bandas criminales, bandas delincuenciales. Entonces si obviamente el tema de que los chicos no vuelvan al colegio pues es bien perjudicial sobre todo para ellos, para ellos puede resultar tenaz, puede ser una pérdida muy complicada, para ellos y para las familias en general».

Para los profesores también ha sido difícil. No ha sido únicamente el cansancio.

«Digamos que en ese sentido el trabajo de los profesores ha empezado a parecer también un call-center porque uno tiene que estar ahí pendiente todo el tiempo, por Whatsapp, llamando». 

Eso, sin contar el impacto emocional para los profesores de no saber si, en efecto, tendrán empleo el otro año pues la alta deserción entre los estudiantes puede causar que se necesiten menos maestros, y por eso mismo, algunos, temen un despido masivo el próximo año: 

«Ha sido muy complicado e inquieto pues porque obviamente ahorita el tema laboral para los profesores se va a poner muy complicado por toda la deserción escolar y cansado porque aunque la  gente no lo crea el trabajo si se ha aumentado».

A Camilo lo invade un sentimiento de frustración ante la incertidumbre de lo que va a pasar ahora, de lo que puede pasar después. Porque además de todos los problemas que quedan por resolver en estos 71 días, su puesto no está asegurado.  

«Nada, son muchas sensaciones al mismo tiempo, cansancio ya acumulado, bastante, también como incertidumbre  de cómo se va a afrontar ahorita el final de año pues porque se supone que todos los colegios tienen un índice de pérdida de año, anual y pues si uno aplica la norma  a rajatabla el índice este año se va a disparar y eso se supone que no debe pasar en ningún colegio, entonces pues también surge la incertidumbre de qué acuerdos o que normas se van a aplicar para que no haya un descalabro académico masivo ahorita a final de año». 

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