Textos del curso de Arte y Cine (2016-I) sobre Paciente (2016), documental de Jorge Caballero. El Minotauro Nubia mira a su alrededor. Un escenario desesperanzador se presenta ante ella. Bajo la obra del destino ha resultado en un tenebroso lugar. Lucha por la vida de Leidy, a quien acompaña paso a paso, piedra por piedra, explorando […]
Textos del curso de Arte y Cine (2016-I) sobre Paciente (2016), documental de Jorge Caballero.
El Minotauro
Nubia mira a su alrededor. Un escenario desesperanzador se presenta ante ella. Bajo la obra del destino ha resultado en un tenebroso lugar. Lucha por la vida de Leidy, a quien acompaña paso a paso, piedra por piedra, explorando el laberinto. Interminables pasillos son testigos de su travesía. El oscuro lugar en el que se encuentran es premonición de un sin fin de dificultades, de un aberrante ser que acecha cada esquina. El inmundo hedor del monstruo inunda toda la construcción, un fétido olor a muerte.
Nubia continúa su travesía. La tensión se siente en el aire… de pronto aparece la bestia, una gigantesca figura con grandes cuernos de ineficiencia, vapor de negligencia que sale de sus fosas nasales y cuerpo de inoperabilidad. Sin vergüenza ni misericordia el monstruo ataca, desenfunda su hacha forjada a base de trámites y atraviesa a Leidy.
Leidy ha muerto, tras un sin fin de problemas vividos en el laberinto. A pesar del coraje con el que Nubia la ha impulsado para encontrar la salida hacia la vida, al fin ha caído en las manos del monstruo. La leyenda cuenta que al monstruo le dan el nombre de Empresa Prestadora de Salud y el lugar en el que mora, aquel en el que Nubia y Leidy quedaron atrapadas, dicen, recibe la denominación de Sistema de Salud Colombiano. ¿Existirá un Teseo capaz de derrotar al monstruo, o el monstruo y el laberinto permanecerán eternamente consumiendo las vidas del pueblo colombiano?
—Daniel Ochoa
Obras completas de otro paciente, muy paciente, acerca de una larga espera
Entras al edificio, observas el rostro de la gente que yace sentada en filas interminables de incómodas sillas de la sala de espera. Hay un hombre a la entrada de unos 25-30 años con un uniforme cuya insignia es un águila y debajo de este dice “Seguridad Atlas”. Aquel exclama, “coja turno y espere que lo llamen”. Obedientemente lo haces, te acercas a un aparato rojo y circular y halas un papel. Dicho papel con forma de parábola inversa tiene escrito una(s) letra(s) y un número. Lo miras y tomas asiento.
Te sientas en una de las sillas de aquella fila interminable. Efectivamente, es incómoda. Cambias tu mirada hacia un extraño aparato con dos casillas, “turno” y “módulo”; el tiempo pasa y no cambian las casillas. El tiempo sigue pasando, finalmente el número se modifica, pero todavía está lejos del tuyo. No pierdes la calma, pues por lo menos estás sentado.
Escuchas sutiles voces provenientes de un televisor, tornas tu atención en este elemento. Están presentando una novela, seguramente mexicana, sobreactuada y demasiado dramática para tu gusto. Recuerdas que tienes tu celular, lo sacas del bolsillo. Este muestra un mensaje, “queda 15% de batería”. Piensas, “mejor lo guardó para escuchar música en el bus”. Lo guardas. Devuelves tu mirada al extraño aparato, el número está lo suficientemente lejos para mortificarte, pero lo suficientemente cerca para no dormir.
Te dan ganas de morir. Pasa el tiempo, la silla incómoda no deja de ser incómoda, miras el televisor. Presentan las noticias. Te fijas que han captado la atención de todos. No obstante, no te importan y devuelves tu foco al extraño aparato. Tu número es el siguiente, “mi turno está cerca”, piensas regocijado. Buscas el papel con el turno. No lo encuentras. Te pasa un sudor frío. Vuelves a buscarlo, nada, no lo encuentras. Te acercas a uno de los módulos y expones tu situación. La señora te entiende y exclama, “¿en qué le puedo ayudar?”. Recitas un complejo algoritmo que tu madre te dijo, algo acerca de órdenes y citas. La señora amablemente responde, “para solucionar esto debe acercarse a la sede principal”. Regresas a la silla incómoda, te dan ganas de morirte. Te mueres.
— Simón Alba Pinilla
Pues polvo eres…
“Con el sudor de tu rostro
Comerás el pan
Hasta que vuelvas a la tierra
Porque de ella fuiste tomado”
Génesis 3:19
Cuando salimos la séptima está trancada. Las luces amarillas y rojas de los carros lo hacen ver más pálido, sus ojos húmedos parecen más rojos. Esta no es como la vez que lloramos de la risa viendo videos de gatos a las 3 de la mañana, medio delirando del sueño; o como la vez que después de dos cajas de vino barato, lloramos viendo a Kate Beckinsale enamorándose de Ben Affleck en Pearl Harbor. Esta vez, sus manos están temblorosas y mojadas de sudor y no puede evitar los suspiros desconsolados que le salen del pecho.
“Yo odio los hospitales”, me dice con voz entrecortada. Y es algo apenas lógico, una verdad que yo ya entendía. Sin embargo, nunca había visto cómo los corredores blancos y las sabanas de las camillas le desbarataban la armadura en forma de sonrisa que siempre lleva puesta. “Lo peor es que no hay donde dormir. A mi hermana se le quedaban marcados los huequitos de la silla en la espalda, pero a mí me tocaba en el piso, y eso, si las enfermeras se descuidaban”.
Porque cuando el doctor le estaba diciendo a la señora Nubia que llevara a su hija a la casa para que estuviera tranquila, no estábamos escuchando lo mismo. Lo que para mí era un relato, para él era un recuerdo. Porque él también sabe lo que significa ver cómo una persona se desvanece, cómo se vuelve cenizas de nada y se desliza entre los brazos con los que lo abrazaba. Él también tuvo que maniobrar en medio de tantos ‘peros’ y requisitos, recorrer día y noche corredores infinitos de promesas rotas y diligencias inventadas. A él Dios tampoco le hizo el milagro, él también tuvo que aprender a dejar ir cuando fue necesario.
“Ojalá a la gente buena sí le pasaran cosas buenas”.
“Amor, la cuestión es que la muerte nos pasa a todos”.