“Que la música y las luces nunca se apaguen, que no lleguen los pacos pidiendo documentos, que nada ocurra esta noche mágica que parece Año Nuevo”, relata Pedro Lemebel desde una disco gay en Valparaíso. Y luego: “Pero la música y las luces que nadie las apague; ni siquiera la bomba incendiaria que un fascista arrojó en la entrada”.
La fiesta gay: marginada, perseguida, a oscuras y violentada. La fiesta inventada, pues la fiesta del mundo, que era un mundo de hombres y de hombres heterosexuales, con su machismo y su destrucción, no tenía espacio para la diferencia; la fiesta en el rincón, aislada y oculta. Y entonces se inventaron su propia música, crearon sus propios ídolos y aprendieron también a bailar mejor. Y fue año nuevo cada viernes, y para algunos –inolvidables y esplendorosos– fue también el último año. La bomba los disminuía y, a la vez, hacía más resistentes a los que quedaban.
Es de gente distinguida decir pride, pero es importante también recordar Latinoamérica y marcharla en su particularidad: por las sexualidades atravesadas por género, clase y raza.
Mucho ha ocurrido desde entonces y varios espacios se han ganado. Ya no está únicamente la fiesta gloriosa y amarga: se ha avanzado en derechos, en reconocimiento y en inclusión. Y a la vez que participamos en otro mundial –el de “otra homosexualidad tapada” escribe también Lemebel, pero ese es otro tema– el país se suma a la celebración mundial del orgullo LGBTI. Y es bueno ser parte del mundo, y es de gente distinguida decir pride, pero es importante también recordar Latinoamérica y marcharla en su particularidad: por las sexualidades que, atravesadas por género, clase y raza, no han encajado ni pretendido encajar en las clasificaciones, por las que no se han beneficiado de las aparentes reivindicaciones, por las que han permanecido marginadas.
Es preciso dejar la oscuridad de la fiesta –que esa viene después– para asistir a otra celebración, esta vez bajo el sol.
Mientras que el patrón del gobierno entrante se dirige a la población “no heterosexual” para anunciar “todo el respeto a la intimidad”, se hace necesario apropiarse del espacio público, demostrar que nadie será confinado a lo íntimo, y que cada vez más lucidos y lúcidos haremos de las calles un lugar más amable, más seguro y más incluyente. Es preciso dejar la oscuridad de la fiesta –que esa viene después– para asistir a otra celebración, esta vez bajo el sol.