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Omar Vanegas y las realidades digitales inmersivas

Colombia es un país que se caracteriza por ser productor y exportador de petróleo, carbón y oro, así como de productos agrícolas. La exportación de tecnología siempre ha estado en segundo plano, pero Vanegas le apostó a emprender en la creación de nuevas realidades digitales.

por

Juan Manuel Ospina Sanchez

Abogado y estudiante de la Maestría en periodismo del Ceper


16.07.2018

Sobre la mesa de la sala de juntas hay un oso de anteojos. Alrededor de sus ojos sobresalen dos manchas que parecían un test de Rorschach —ese en el que un psicólogo te muestra unas pinturas negras informes y luego pregunta ¿qué ves?—. El oso levanta sus patas como si quisiera saludarnos, mientras su terso pelaje bruno, como fieltro, se bamboleaba al son que pone el viento. De la nada sale un conejo pardo que se posa justo al lado de la bocina del intercomunicador. Mis ojos no dan crédito, pero los dos animales del páramo están ahí, o por lo menos existen en la manera vicariamente real en la que tienen cuerpo todas las cosas virtuales.

“Se ven muy reales, ¿cierto?”, dice Omar Vanegas, fundador y director de la empresa AllBreaker —especializada en la producción de contenidos de Realidad Virtual (RV) y Realidad Aumentada (RA)—. “Es parte de uno de nuestros principales proyectos que estamos desarrollando con las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR), la entidad que se encarga de cuidar los ecosistemas y crear conciencia en los niños en torno a la biodiversidad de especies en Colombia: es Realidad Aumentada. Descargas la aplicación y en tu pantalla se proyectarán los animales sobre cualquier superficie a la que apuntes la cámara de tu celular, parecido al Pokemon GO. A los niños les encanta”. Vanegas también produce contenidos de RV en los que, a través de un visor, que todavía recuerda la manera en la que en la década de los ochenta pensaban que iba a ser el siglo XXI, el usuario interactúa con realidades y entornos digitales animados en 3D; una diferencia clave con la RA que no crea espacios virtuales, sino que sobrepone objetos virtuales en el espacio real.

Desde los 26 años, Vanegas se dedica a la creación y exportación de software de productos de RV y RA. Este joven publicista, especialista en gerencia de mercadeo y bogotano de nacimiento, se dio a la difícil tarea de hacer emprendimiento en Colombia en un sector de la industria tradicionalmente asociado a países como China, Japón o Estados Unidos. Pero, la verdad sea dicha, Vanegas ha sido partícipe, y en cierta medida artífice, de la reciente bonanza de exportación de contenidos digitales por la que Colombia atraviesa. Según Juliana Villegas, Vicepresidente de Exportaciones de ProColombia, entidad encargada de fomentar el turismo y la exportaciones no minero-energéticas, el 2017 ha sido el año de mayor crecimiento de exportaciones para las industrias digitales, ya que se registraron ventas al exterior por 169,9 millones de dólares: un 28 % más respecto al 2016.

La exportación de tecnologías digitales tan solo constituye un 0,44 % del total de las exportaciones de Colombia

Las cifras pueden parecer escandalosas pero lo cierto es que este sector de la economía, a pesar de experimentar un crecimiento vertiginoso, sigue siendo marginal. Durante el 2017, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), las exportaciones colombianas fueron de 37.800 millones de dólares (el equivalente al precio aproximado de 450 Edificios Bacatá, el más alto de Bogotá). De acuerdo con el Observatorio de Complejidad Económica, el 28 % de las exportaciones nacionales responden a la venta de petróleo, 16 % a briquetas de carbón, el 6,3 % al café y el 5,9 % al oro. En esa lógica, la exportación de tecnologías digitales tan solo constituye un 0,44 % del total de las exportaciones del país. En el contexto global, es posible evidenciar todavía más el rezago nacional en esta industria: China, por ejemplo, exporta $560.058 millones de dólares (o 6.667 Bacatás) en productos de tecnología.

Si bien el panorama resulta contrastante, Vanegas llega todos los días a las siete de la mañana, en su Mercedes Benz C300, a su oficina ubicada en el popular sector de Barrios Unidos, con el ahínco de seguir creciendo. “Al principio fue muy difícil, como cualquier empresa. No había tantos clientes, pero el Dr. Omar nunca desfallecía. Salía a buscar clientes: es obstinado, trabajador y le gustan las cosas para ya”, dice Martha Sánchez, su secretaria de toda la vida.

Pero ahora, Vanegas parece estar cosechando los frutos sembrados en los primeros años. Entre sus clientes figuran la Ford, para quien desarrolló un simulador en RV de las calles de Chicago para probar los carros de la marca; la CAR, con quienes realizaron el proyecto de protección de la biodiversidad; y el Ministerio de Defensa, su primer cliente, y a quien le creó un simulador de misiones aéreas enfocado hacia la toma de decisiones militares en consonancia con el Derecho Internacional Humanitario. “En las misiones, el simulador obliga al piloto a pensar que tan cercanos están los pueblos o caseríos de civiles al objetivo que se debe bombardear. Así, el piloto debe preparar su entrada y tener en cuenta el radio de afectación de la bomba que va a lanzar para proseguir con la misión o cambiar de estrategia”, dice Vanegas.

Quizás es este punto el más controversial en la industria de Vanegas. En 1981, la famosa feminista estadounidense, Andrea Dworkin, publicó su libro seminal: Pornography: Men Possesing women (algo así como Pornografía: hombres que poseen mujeres), una demoledora crítica hacia cómo las representaciones de las mujeres en los medios, como la pornografía, desensibilizan a los hombres y son cómplices de la violencia física y sexual hacia el género femenino. Anita Sarkeesian, politóloga canadiense, tomó esta misma idea y la aplicó a los videojuegos. Su diagnóstico es igualmente contundente: la interactividad y la inmersión del sujeto en el videojuego, acompañados de narrativas violentas y sexistas, desensibilizan al jugador y alteran su percepción del mundo real. La RV y la RA no son ajenos a estas críticas: ¿podría acaso un simulador militar ser también una herramienta que distorsiona la realidad y nos adormece hacia la violencia, como lo hacen las noticias en televisión? De hecho, las similitudes entre la RV y la manera en la que se controlan remotamente los drones que usa Estados Unidos para sus bombardeos internacionales, resultan atemorizantes. La experiencia de inmersión combinada con la distancia que provee la pantalla son los ingredientes de un coctel de dilemas éticos.

Los videojuegos encausan la violencia natural del hombre y permiten generar espacios de diálogo

Jaime Borja, doctor en Historia de la Universidad Iberoamericana de México, profesor de la Universidad de los Andes, y experto en cultura digital y gamificación, considera que hay un desfase epistemológico cuando se piensa en los artefactos propios de la cultura digital, a la luz del sistema de valores propio de la cultura analógica. Para el académico, las críticas a las nuevas tecnologías son manifestaciones de una sociedad en crisis —o en transición— en donde ciertos grupos expresan ideas que pueden ser reaccionarias a la luz de una naciente —aunque todavía sin cristalizar— cultura digital, pero consonantes con el paradigma ético de la cultura análoga “en la cual valores como la privacidad, por ejemplo, tienen un significado distinto”.

Según Borja todavía es muy temprano para hacer diagnósticos contundentes sobre el impacto moral y cultural de la RV y la RA. Estamos en el preciso momento “en el que los valores se encuentran en constante reajuste”, dice, y aunque reconoce que dichas tecnologías tienen un potencial social y pedagógico inmensos –ya que pueden ser una herramienta educativa poderosísima para la formación de las nuevas generaciones, tanto así que incluso videojuegos violentos (que tantas veces han sido el chivo expiatorio de la violencia con armas en Estados Unidos)–, según Borja, no reproducen ni engendran más violencia, sino que “encausan la violencia natural del hombre y permiten generar espacios de diálogo”.

A Vanegas, el asunto tampoco le resulta nada sencillo: “Yo no permito que mis hijos usen las gafas: los usos comerciales y de entretenimiento de la RV y RA me asustan un poco. Pero en cuanto a los usos industriales, creo que estos permiten ahorrar costos y no creo que la psicología de un adulto se vea afectada hasta el punto de perder el sentido de la realidad”.

Este millenial, que apenas supera los treinta, suele vestir con buzo de capucha, zapatillas Nike y jeans claros marca Levi’s. Odia la corbata y evita al máximo vestirse de traje, un rezago quizás de su época de guitarrista de banda de rock. Sabe que su juventud y su informalidad pueden ser una desventaja de cara a los clientes, quienes “suelen esperar a una persona mayor vestida de manera formal”. Con todo, Vanegas prefiere el estilo casual que tan predilecto le resulta a titanes de la industria de la tecnología como Mark Zuckerberg, Sean Parker, Bill Gates y Steve Jobs, con quienes, además del estilo, comparte cierta actitud reacia hacia la educación tradicional.

Desde pequeño, Vanegas siempre fue un niño muy inquieto, precoz e impaciente. “Le gustaba desbaratar el radio de la casa y volverlo a armar”, dice con nostalgia su madre, Marisol Vallejo. Sus profesores, en el colegio La Salle, confundieron su inquietud con indisciplina. Su madre, cansada de recibir llamadas del colegio dándole quejas del comportamiento de su hijo, decidió sacarlo de allí y lo puso a hacer décimo y once en un solo año en el popular Colegio Retos. “Omar quería graduarse lo más pronto posible. En el Colegio Retos, afortunadamente, entendieron que las habilidades de Vanegas no necesariamente pasaban por lo académico, entonces fomentaron su creatividad”, cuenta Marisol con cierta añoranza.

Después de graduarse empezó a estudiar música en la Javeriana motivado por su pasión por la guitarra. Hizo seis semestres y se retiró: no le interesaba tocar jazz ni música clásica. Lo suyo era el rock. De hecho el nombre de su empresa es un homenaje directo a la canción Ballbreaker de AC/DC y una manera de decir que él “desarma hasta un balín”, como asegura jocosamente Vanegas.

Vanegas, frustrado de nuevo al sentirse sin rumbo en la vida, undívago, se fue a estudiar publicidad en Argentina en dónde se graduó. De vuelta en Colombia se encontró con Laura Correa, una amiga de la infancia, su actual esposa y encargada del departamento de ventas de AllBreaker.

Su irrefrenable ímpetu para los negocios, que le sacó a su padre —experto negociante en la industria de los textiles—, lo llevó a independizarse rápido. A los 25 años ya había trabajado en el negocio familiar y se había salido por diferencias con sus progenitores en la forma de administrar el negocio. Este tímido bogotano es como un pedernal cuando se trata de hacer negocios: “Eso se lo sacó al papá. Él va y habla personalmente con los clientes y les vende la ideas hasta que ellos le dicen que sí”, cuenta su esposa.

Hoy, Vanegas sigue rompiéndolo todo —paradigmas, esquemas y obstáculos— en la compleja industria de la tecnología digital colombiana.

*Juan Manuel Ospina Sanchez es abogado de la Universidad de los Andes. Periodista en formación. Fotógrafo diletante. Guitarrista ocasional. Me gustan las canciones de The Who y John Coltrane, las películas de Sergio Leone y el helado de vainilla. Esta nota se realizó en el marco de la clase Perfil de la Maestría en periodismo del Ceper y cuenta con la edición de Alejandra de Vengoechea y 070.

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