Nuestra orilla: estas ganas de querer contar. Una historia oral del bajo Atrato
El Chocó es un lugar de Colombia del que se habla mucho, pero al que se le escucha muy poco. Nuestra orilla es una serie sonora de ocho episodios que cuenta la historia del Bajo Atrato desde las perspectivas de sus habitantes y a través de la experiencia de vida de la narradora: Ana Luisa Ramírez Flórez.
por
Ana Luisa Ramírez Flórez & Henry Serna Córdoba
Líderes sociales afro-colombianos del Bajo Atrato. Fundadores de Ronca el Canalete, una escuela de formación en liderazgo y comunicación.
27.08.2024
Navegando el río Atrato. Foto: Felipe Rodríguez-Moreno
Venimos del bajo Atrato, Chocó, río que desemboca al golfo de Urabá. Somos de los que no podemos vivir sin río porque para nosotros el río es vida.
Si ustedes entran a Google y buscan Operación Génesis, todo lo que van a conseguir es negativo. Claro, fue negativo porque por esa Operación Génesis nos sacaron del territorio. Pero no todo lo que se ha vivido es malo: también se han vivido muchas cosas bonitas. Para nosotros es importante que la historia que se ha vivido en el Chocó se conozca
Pero nosotros siempre hemos vivido en la resistencia con un actor armado como con el otro para que nos dejaran siquiera entrar al territorio. Y nos declaramos como comunidad de paz y decidimos contar la historia para que ustedes, que nos leen, puedan conocer otra versión del Chocó y puedan sacar sus propias conclusiones. Eso es “Nuestra orilla” (disponible en podcast y YouTube). Este documento sonoro para nosotros es muy significativo y es un placer poder compartirlo con ustedes y que ustedes puedan escuchar de primera mano eso que se vivió y eso que es nuestra orilla.
ESTAS GANAS DE QUERER CONTAR LO QUE PASABA EN EL TERRITORIO: ANA LUISA RAMÍREZ
¿Por qué nosotros hacemos podcast? Porque es importante que la historia que se ha vivido en el Chocó se conozca, porque desde hace mucho tiempo vivíamos en la voz del silencio y nada de lo que nosotros hacíamos se conocía en el país. Muchos no saben qué es Riosucio, nuestras dificultades, nuestra diversidad, nuestra hermosura.
En 1997 pasó el desplazamiento más grande de la historia en Colombia, el de Pavarandó, en el bajo Atrato. Pavarandó es un corregimiento que pertenece al municipio de Mutatá, Antioquia. Al municipio llegamos 7000 personas. No teníamos qué comer, no teníamos en dónde dormir, nos tocó dormir a tierra pelada, desenterrar yucas de los incendios para comer. En este éxodo estuve yo. Fui desplazada por la violencia, fuimos desplazadas porque no fui yo sola, estoy hablando de toda mi región, fuimos desplazados.
Al mismo tiempo arrancó el proceso de liderazgo y empezamos con estas ganas de querer contar lo que pasaba en el territorio. Comenzamos el proceso de comunidades de paz que en ese entonces se llamó San Francisco de Asís. Una figura que nosotros utilizamos para poder retornar a nuestro territorio y para que el gobierno, también de alguna manera pudiera escucharnos y decir: vamos a apoyarlos. Esa fue una de las estrategias que se utilizaron para nosotros poder decir que no nos fuimos del territorio, que el territorio es nuestro y aquí estamos y queremos regresar nuevamente a él.
Fui torturada muchas veces, fui sacada del territorio, incluso estuve viviendo dos meses en Bogotá, pero en esa vivida aquí en Bogotá me sentí como un pez fuera del agua, o sea, como cuando uno se está quedando sin oxígeno y se está ahogando. Lo sentí así porque tenía muy poca edad y me trajeron y me dejaron sola en un apartamento. Yo sentía como que me estaba ahogando, como que este no era mi lugar y me tocó regresar nuevamente. Me quedé en Medellín, allí duré unos meses más y luego retorné nuevamente a la comunidad.
Continúa el proceso organizativo porque es algo que nos apasiona, es algo que llevamos en la sangre y desde allí, desde las organizaciones de base y resguardos indígenas, empezamos a mirar qué podíamos nosotros hacer para visibilizar las realidades que se estaban viviendo en nuestro territorio. Nos encontramos con el compañero Jenry Serna Córdoba y empezamos a preguntarnos ¿qué podemos hacer? Queríamos hacer algo, pero las posibilidades no eran muchas, eran muy pocas debido a que la ola de violencia que se vivía en ese entonces, y que todavía se sigue viviendo, nos limitaba.
TENÍA MUCHO TIEMPO QUE YO NO SONREÍA, TENÍA MUCHO TIEMPO INCLUSO QUE YO NO BAILABA
Y es que reinaba la voz del silencio: alguien moría, no se podía llorar, a alguien lo mataban, no se podía denunciar, sino ahorita enseguida tocaba hacer el hueco y enterrarlo porque nadie podía decir nada. Estábamos viviendo en una encrucijada, pero nosotros seguimos diciendo, tenemos que hacer algo, el país tiene que saber qué es lo que nosotros acá vivimos. Esas ganas y ese deseo de nosotros querer hacer cosas en nuestro territorio, contar historias en nuestro territorio, empezó hace mucho rato. Todo se materializa cuando nos postulamos a las becas Viva Voz 2021, donde nos postulamos con el compañero Jenry Serna Córdoba y afortunadamente nos la ganamos los dos.
Empezamos a hacer una investigación sin saber. No sabíamos ni siquiera cómo hacer una entrevista, pero sin embargo nos medimos a la tarea porque teníamos muchas ganas de hacerlo, queríamos estar con nuestra gente, hablar con nuestra gente porque sabíamos que habían pasado muchas cosas y que la gente no las hablaba, que la gente no lo decía. ¿Cómo hacer, entonces, para que esta gente hable? Nos ingeniamos para utilizar los celulares. Les preguntamos a algunas personas que si querían que nosotros habláramos con ellos. Algunos al principio se notaron un poquito nerviosos y tímidos, ¿por qué? Porque a nuestro territorio ha ido mucha gente, han cogido sus historias y testimonios y se han quedado con ellos y nunca lo han regresado, y peor, muchas personas fueron amenazadas a raíz de las entrevistas que se les hicieron. Entonces, ya la gente no quería dar más versiones de nada, no querían hablar más nada. Muchas personas ya estaban cerradas y decían: no hablo más.
Entonces nosotros fuimos a las comunidades y dijimos nosotros no venimos a entrevistar, nosotros venimos a dialogarsobre lo que nos pasó, igual nosotros somos víctimas también de todo lo que ha pasado acá en el territorio, pero queremos saber. Entonces ya la gente se abre y empieza a contar lo que le pasó, mujeres que fueron violadas, personas que les desmembraron su familiar ahí mismo y que ellos nunca habían podido hablar de esa situación. Y nosotros hicimos una serie de diálogos que nos sirvieron para empezar a hacer nuestros pininos con la beca Viva Voz 2021.
Pero resulta que quien les habla pues también vivió una situación bastante difícil, que es la historia que cuenta el podcast Nuestra orilla. Yo soy la que pongo la historia que guía el podcast. No les voy a contar mucho porque la idea es que también ustedes se escuchen el podcast. Lo cierto es que no es mi historia, es la historia de miles de personas que vivieron la misma situación que yo y que hoy se ven reflejados allí en ese podcast. Muchas de las personas que hablaron con nosotros hoy en día dicen «yo soy otra por haber contado». Para mí eso es un orgullo que a través de mi historia se pueda haber visibilizado todo eso que muchas personas tenían guardado y que no lo habían podido hablar.
Este trabajo que nosotros hicimos no fue simplemente decir voy a ir a recoger una historia, sino que también se ha hecho un proceso psicosocial, un proceso de escucha, donde muchas personas dicen: wow, tenía mucho tiempo que yo no sonreía, tenía mucho tiempo incluso que yo no bailaba, tenía mucho tiempo que yo no hacía esto, no hacía lo otro, pero gracias a hablar hoy me siento de otra forma, me siento con más ganas de vivir, con más ganas de luchar. De hecho, muchas personas murieron con cosas sin decir, a muchas mujeres les dio cáncer, muchas mujeres estuvieron mal porque sus hijos fueron desaparecidos y no saben en dónde quedaron, sus familiares fueron muertos que tampoco los pudieron enterrar, ni llorar, ni hacerle sus duelos a como nosotros estamos acostumbrados a hacerlo… El hecho es que ellos hoy nos están diciendo: gracias a esas voces de ustedes, a ese trabajo que ustedes han hecho, podemos decir que en Colombia se pueden hacer las cosas de maneras diferentes.
LA VOZ DE JENRY SERNA CÓRDOBA
Nuestras vidas han estado en peligro por hacer trabajos como estos. Como nosotros existen muchísimas personas que están desarrollando este tipo de actividades o este tipo de procesos en el territorio que permite que conozcamos la historia.
Nosotros siempre pensamos en dar a conocer la historia hacia afuera, pero nos olvidamos que la historia también la tienen que conocer nuestros renacientes, nuestros jóvenes. Y desde ahí partió la primera palabra para hilar todo este proceso de construcción o de contar las historias de nuestro departamento, especialmente de Riosucio.
Así mismo, nos pusimos en una posición que el trabajo que íbamos a hacer tenía que ser colaborativo y que necesitamos que la academia llegara, pero para aportarle al trabajo que estábamos haciendo nosotros hacía más de 17 años dentro del territorio y que no sabíamos cómo sacarlo del territorio para que generara impacto positivo hacia afuera y hacia adentro. Esa fue una de las posiciones que nosotros colocamos. Y además de eso planteamos que este ejercicio tenía que generar capacidades en las comunidades. La universidad llegó, pero no desplazó el conocimiento ni las capacidades que nosotros teníamos, sino que dijeron «nosotros llegamos a apoyar lo que ustedes tienen» y para nosotros esta fue una oportunidad de contar y de poder compartir esta historia hacia afuera. La profe Catalina Muñoz de la Universidad de los Andes y la colectiva NORMAL nos oyeron y acompañaron.
Decidimos hablar así como hablamos nosotros desde un territorio étnico donde está la población indígena, la población negra. Nosotros hacemos parte de una organización que se llama ASCOBA y la otra ACAMURI, las cuales hacen parte de unos consejos comunitarios donde nosotros nacimos. El trabajo que nosotros veníamos haciendo dentro del territorio nos mostró que era importante que se contaran esas historias. Las entrevistas salieron tan naturales porque fuimos a conversar, a reírnos, a llorar. Ana es la narradora y pone su historia y yo soy el productor de campo.
La historia se llama Nuestra orilla, porque estamos ahí a la orilla del Atrato, y si nos íbamos a la comunidad de Ana, estaba a orillas del río Chicao, y si nos íbamos a mi comunidad, estábamos a orillas del Truandó. No fue una cosa impuesta, sino que fueron conversaciones que se fueron teniendo entre la academia y los líderes sociales comunitarios donde encontramos que nos reconocemos a orillas de ríos y como líderes comunitarios.
Una persona me preguntó ¿tú eres periodista o comunicador social? Y yo le digo no. Y me dice, ¿y entonces, quien editó eso? Entonces le digo: Yo sé editar. Y me dice, pero ¿cómo aprendiste tú a editar ese proceso? Yo le aclaro que fue para hacer el proceso que necesité aprender, lo mismo con los guiones. Cuando iniciamos a hacer las grabaciones dije, grabemos acá en mi casa, y estábamos grabando pero resulta que Riosucio es un municipio alegre, de rumba, chirimía, fiesta y todo lo demás, y eso hacía que fuera casi imposible grabar por el ruido. Luego encontramos un lugar lleno de chatarra donde nos dimos cuenta que las grabaciones salían sin ruido, y ese fue entonces el estudio de grabación. Para nosotros todo proceso que se desarrolle en nuestras comunidades tiene que dejar procesos de empoderamiento a la mujer, a los jóvenes, a los niños, a los líderes; eso sí es importante para nosotros.
Soy historiadora, profesora en la Universidad de los Andes y fui una de las integrantes de este proyecto. Estoy aquí con la voz de la historia pública colaborativa, de un semillero de investigación que se llama “Historias para lo que viene”, desde el cual nos dedicamos a aplicar el pensamiento histórico, no solamente para comprender lo que ocurrió, sino muy importante para pensar cómo construir futuros diferentes en perspectivas de una sociedad más justa. Mi rol desde nuestra orilla “académica” fue traer esas preocupaciones a la construcción de esta historia.
En Colombia se han contado muchas historias del conflicto armado, pero nos unió con Jenry y Anita un objetivo común, y es que ellos querían contar su historia desde un lugar que no se centrara en la victimización, que no fuera únicamente una historia sobre las violaciones a los derechos humanos en su territorio, sino que ellos querían encontrar una historia más amplia de lo que ha pasado en su territorio. Y nos encontramos allí, porque yo traía la preocupación también de que la manera como la historia entra a la justicia transicional es exclusivamente a reconstruir ese qué ocurrió de la violencia, pero entra menos para explicarnos historias de más larga duración, de un por qué y también a explicarnos estos territorios desde un lugar que no les quite la agencia política: un lugar donde podamos ver cómo estas comunidades han no solamente resistido, sino persistido en vivir dignamente en su territorio, desde mucho tiempo atrás.
Recuerdo que cuando empezamos y yo les decía a Anita y Jenry, bueno, ¿qué archivos hay? Porque soy historiadora, yo siempre busco papeles. Pero Anita nos dice: “no hay papeles”. Entonces bueno, ok, yo sé hacer historia oral, hagamos historias orales. Las hicimos, pero recuerdo que me hablaban mucho de cómo la historia estaba sí en la oralidad, pero también en el territorio. Las conversaciones volvían a que la historia estaba en el río y en los árboles y, entonces, a que había que hablar de prácticas como la ombligada, donde las comunidades imprimen en ese territorio la historia de las personas desde el momento en el que nacen. El proceso implicó abrirme a dialogar con formas diferentes de entender y hacer la historia.
Y también implicó reconocer la intención activista de nuestra práctica de la historia, el reconocer que contamos historias no solo para comprender sino también para transformar, y que no por ser activista y política pierda rigurosidad, sino que fortalezca un proyecto de historia pública.
Anita y Jenry se concentraron en recoger las voces del territorio. Pero no fue lo único que hicimos. Hay una producción sonora importante detrás del podcast. Jenry se volvió un experto en recoger paisaje sonoro, porque nos interesaba mucho que el oyente pudiera sentir el bajo Atrato, ir al lugar, que el audio lo transportara. Cada animalito que ustedes escuchan es del bajo Atrato. La música para la serie fue una composición que se basa en los instrumentos y ritmos locales. Se diseñó una página web donde para cada uno de los episodios, ustedes encuentran materiales adicionales de fotografía para poder ver el lugar, paisaje sonoro para oírlo, fuentes de archivo para profundizar, mapas que encontramos en el Archivo General de la Nación del Río Atrato desde el siglo XVI hasta hoy, hay bibliografía que utilizamos para los distintos episodios y una guía pedagógica que elaboramos para que los maestros puedan incorporar la serie sonora en sus aulas.
Los invitamos a explorar ese material porque hicimos una curaduría para poder profundizar en la historia. Hicimos un proceso con seis emisoras de radio comunitarias en distintos lugares del Chocó, algunas en el bajo Atrato, pero otras más al sur, para difundir la serie sonora y despertar conversaciones a partir de ella. Anita y Jenry recorrieron el bajo Atrato con un parlante haciendo eventos de escucha también en varias comunidades.
ANA LUISA LE DICE A LA ACADEMIA
Queremos decirle a la academia que en conjunto se puede hacer un trabajo mejor, en conjunto podemos decir vamos a investigar, pero también queremos que las voces de las comunidades, que son las que realmente viven la historia o que realmente viven las situaciones, ellas mismas también puedan hablar y puedan decir yo lo siento y yo también quiero que esto se sepa, porque muchas veces no se cuentan las versiones tal y como son, no se cuenta la realidad, se cuenta desde la otra orilla, la académica o periodística, y queremos contar nuestra orilla como lo hemos venido diciendo. Decirles que esta vez nosotros queremos que se cuente desde nuestra orilla de lo que nosotros realmente vivimos.