Danna Salomé ya no es el señor Martínez. Danna Salomé decidió que su vida no daba espera, y armada de valentía, decidió emprender una batalla para que en su colegio la dejaran ir vestida como la mujer que siempre fue.
-Sí, se llama Danna Salomé. Es un mujeronón de 1,79 metros y pelo liso hasta la cintura. Tiene manos delgaditas y una voz de quinceañera impensable en un hombre.
-Pero es que siempre fue así. ¿No? En el colegio decían que era muy femenina, incluso cuando todavía era Martínez. ¿Cómo era que se llamaba?
– ¡Qué importa! A ella no le gusta hablar de eso ya. Dice que es una curiosidad malsana. Un morbo heterosexual.
-Ya… ya… Bueno, pero si era un muchacho muy amanerado. Se ponía hebillas en el pelo, se hacía una línea negra debajo de los ojos y se pintaba las uñas. Detestaba el uniforme. La camisa apuntada hasta el cuello no lo dejaba respirar y le daban ganas de ahorcarse con la corbata. Una vez rompió todo y quemó los pedazos. Sólo iba en sudadera porque las niñas también iban en sudadera.
-Sí, sí. Y tenía el pelo largo. Bueno, hasta las orejas. Largo para ser hombre. Pero le tocaba embadurnárselo con gel y echárselo todo para atrás porque si no, la coordinadora de disciplina lo sacaba gritos. ¡Señor Martínez!, le gritaba en las formaciones de las siete de la mañana. Así, a todo pulmón, en plena fila y delante de los 1600 estudiantes del Costa Rica IED, un colegio distrital en Bogotá. Que yo lo dejo venir en falda el día en que me digan que es una mujer. Que se quite esa línea de los ojos. Que usted es un hombre.
¡Ay, locaaaa! ¡Amigaaaa!, le decían todos. Le tiraban balonazos a la cara cuando pasaba por las canchas de futbol. Le pateaban las onces. Le echaban agua helada en el pelo que se cepillaba para los jean days. Los más chiquitos pasaban corriendo y le untaban los ojos con Vick VapoRub, el ünguento ese mentolado de los que tienen gripa. ¡Eso cómo duele! Aunque ella dice que duele más el “señor Martínez”. Es que es muy duro cargar con un “señor” cuando uno se siente señorita. Es violento. Alguna vez me contó que escucharlo le helaba todo, le daba ganas de llorar. Si en las citas médicas, ya vestida de mujer, la llamaban con su nombre de “señor”, no era capaz de pararse de la silla. Las piernas no le obedecían, se negaban a semejante humillación. Esperaba y esperaba hasta que por casualidad se levantara algún hombre y, despacito, caminaba detrás.
Siempre supo que era un muchacho homosexual. Uno sin éxito. Al parecer, entre hombres homosexuales se discriminan cuando son muy afeminados. El “señor Martínez” era un gordito chiquito de ademanes suaves. Sin voz gruesa y sin barba. Una loca, una boleta, un plumero. Un marica. Sexto, séptimo y octavo fueron los años más duros, del 2002 al 2004. No lograba encajarse ni en el espejo y las burlas de sus compañeros eras despiadadas.
070 RECOMIENDA...
Oir, entero, el álbum ‘Transgender Dysphoria Blues’ de la banda americana Against Me! Un trabajo en el que su cantante, Laura Jane Grace, cuenta su tránsito de hombre a mujer.
-Ahí fue. Es que cada que salía del colegio la chiflaban: ¡ay, locaaa!, mariconaaa, peluqueraaa. Esa vez, había ido a recogerla un amigo gay…
-¿El novio?
-Dije que un amigo. No todos los gais que andan juntos son novios. Había ido a recogerla un amigo gay y el colegio entero arrancó su ritual de burlas, pero esa vez le sumaron piedras. ¡Los cogieron a pedradas! Danna dice que ninguna alcanzó a tocarla, pero que todas le dolieron. Ese día no pudo más. Llegó llorando a su casa y comenzó a cortarse. Una vez me mostró los brazos, están llenos de cicatrices de los codos para abajo. Le escribió una carta a sus papás y les dijo que estaba cansada.
-¿Y en el colegio no hicieron nada?
-Sí. La rectora de ese entonces pidió hablar con el papá de Danna y le dijo que lo mejor era que la cambiara de colegio. Que había uno que les quedaba más cerca de la casa y que, bueno, ella no era “una buena imagen para la institución”. ¡Ese señor se puso furioso! Le pegó a la mesa y le dijo doctora, mi hijo no se va. Así me toque traer al mismísimo Dios. Y eso que él nunca estuvo del lado de Danna, siempre le dijo: si usted escogió vivir así tiene que luchar solo. Yo no voy a mover un dedo por usted. Si ella se ponía una hebilla, el decía: los hombres no se ponen cosas en el pelo. Si se delineaba los ojos: los hombres no se maquillan. La primera vez que salió en falda a ese señor casi del da un infarto.
-Pero es que lo de las piedras ya fue muy lejos….
-Claro. Danna no quiso volver al colegio. Dejó de ir como veinte días y si no es por Yadira, no habría vuelto nunca. En el mundo transexual, ella es su madre. La que la protege, la que la defiende, la que le aplicó hormonas por primera y le enseñó como maquillarse, caminar en tacones y ser mujer. Yadira es famosa en el barrio Fontibón. Desde hace 26 años tiene una peluquería que con el tiempo se convirtió en la segunda casa de Danna. Allá llegaba luego del colegio, con ella se sentía segura y con ella entendió que iba a ser transexual. Vístase de mujer, le dijo un día. ¡No! ¡Mi papá me mata! Vístase. Confíe en mí que yo sé lo que le pasa.
Se trepó regia, como dicen ellas. Tenía peluca, zapatos de tacón y minifalda de jean. Danna se miraba en el espejo y no lo podía creer. Ese reflejo sí le encajaba. Esa muchacha de piernas largas era todo lo que quería ser. Ahora solo faltaba probar. Probarse. Ella y Yadira salieron a bailar. En la discoteca, Danna se llevó todas miradas. Le sobraron parejos, le llovieron piropos y le robaron besos. Al final de la noche, de regreso en el espejo para quitarse el maquillaje, decidió su camino.
Es que es muy duro cargar con un “señor” cuando uno se siente señorita. Es violento.
Cuando cumplió 17 años, pidió como regalo que la dejaran cambiarse el nombre. Quería llamarse Danna Salomé, como la hija de unos amigos suyos. Una princesita de siete que andaba con su brillito y su carterita para todas partes. El papá casi se va para atrás. Que cómo se le ocurría, que ella era el varón de la casa. La mamá estaba más tranquila y entre ella y su hermana, la de Danna Salomé, lo convencieron. Le dijeron: vea, él va a seguir siendo su hijo. Hombre, mujer, gay. Lo que hay que hacer es apoyarlo para que sea una persona de bien porque si se vuelve ladrón, matón o puta, también va a seguir siendo su hijo.
-Y además, fue por el embarazo de la hermana. Al papá le nació el primer nieto y por fin le llegó el varón de la casa que tanto quería.
-Pues sí, pero lo importante es que el “señor Martínez” hizo once con el uniforme de las mujeres y recibió su diploma como Danna Salomé Martínez Ramírez en el 2007. Y que nadie volvió a decirle “señor Martínez”, eso también. La primer vez que entró con falda al salón hasta fotos le tomaron por la ventana. El problema siempre fue el mismo. Danna iba todos los días en sudadera y el Manual de convivencia pedía ir cuatro veces a la semana con el de diario. Nadie había dicho que era una mujer, como tantas veces le reclamó la coordinadora de disciplina y ella, ni de riesgo se iba a echar la soga al cuello con esa corbata otra vez.
Tenía desde llamados de atención hasta rumores para sacarla del colegio, pasando por todas las sanciones y castigos habidos y por haber. ¡Pero ahora sí! Su registro civil decía Danna Salomé y Danna Salomé no tenía que ponerse corbata. Dicen que la junta del colegio se reunió, que alguna orientadora hizo un par de concientizaciones entre los alumnos, que había profesores en contra y que alguien recogió firmas para no recibir un hombre vestido de mujer. Nadie sabe algo a ciencia cierta porque las decisiones venían desde arriba y ningún profesor estuvo invitado. Los directivos de eso no hablan, por supuesto.
Un vez le dijeron: tiene que cumplir con el uniforme, el de mujer, si quiere, pero tiene que cumplir. Danna mandó hacer todo. Zapatos, jardinera azul, blusa blanca, chaleco de rombos. Lo tuvo entre los cajones de su casa hasta que un día, cuenta, amaneció rebotada y se lo puso. A las 6:30 a.m. las voces de sus compañeros se amplificaban en ese eco característico que tienen los pasillos de colegio. La primera clase del día no empezaba y el profesor encargado no llegaba aún. Danna Salomé apareció en la puerta y el salón entero quedó en silencio. Caminó hasta su silla sabiendo que la miraban todos y se sentó fingiendo que no lo notaba. La escena se repitió al día siguiente y al siguiente y al siguiente… Hasta que a todos dejó de importarles.
-No, a todos no. Había un profesor de filosofía que se burlaba con los estudiantes.
-Por la maleta rosada…
-Sí, por la maleta. Es más, una vez lo escucharon decir que ella no era una mujer, que ese era un varón y, dijeran lo que dijeran, iba a serlo siempre.
-Me acuerdo. Claudia Hernández, de matemáticas le reclamó por eso. Es que Danna siempre sacó buenas notas en todo y se ganó la simpatía de muchos profesores. Claudia dice que siempre le admiró tanta valentía. Que la única queja que tiene es que se ponía la falda muy alta.
-Tenía buenas piernas. En eso sí estaban de acuerdo. A todas estas, ¿cómo hizo con el servicio militar?
-Ella no fue con los demás. Yo no me presento con esta jauría porque me tragan viva, así dijo. Le ayudó el sicólogo. Habló con el Mayor y le contó que en colegio había un muchacho homosexual que no se sentía cómodo presentando el examen en grupo. Acordaron uno personalizado y en otra fecha. Danna “se trepó regia” para ese día. Se puso extensiones, aretes y tacones altos. Cuando entró todos la chiflaron y de “mamasita” no la bajó nadie. ¿Se acuerda, mi Mayor, del caso que le comenté?, preguntó el sicólogo. Este es el muchacho. ¡No, pero si ella es una mujer! ¡No se puede ir! ¡Que le hagan las evaluaciones, pero no se puede ir!, ordenó el Mayor. La enfermera ni la examinó. Le dijo que no se quitara nada. Llenó los formularios correspondientes, puso los sellos, anotó su concepto y la eximió del servicio militar. Ese día Danna salió feliz, pero ahora se acuerda y se le revuelca el estómago. Se le atraganta el aire y la rabia le arde en el pecho.