Nombre: Petricor
Autor: Nicolás Paris
¿Cuándo?: del 20 de febrero al 16 de abril de 2016.
¿Dónde?: NC-Arte (Cra. 5 #26 – B 76).
¿A cómo?: entrada gratuita.
Esto es el Petricor de Nicolás Paris: distintos lenguajes provenientes de una cantidad torrencial de tierra; de un nuevo piso con listones de madera vieja; de un jardín interior sembrado con helechos y otras plantas de sombra; de un video con texto a cuatro manos con Álvaro Robledo; de un segundo piso con tesituras de dibujo sobre elementos orgánicos; de tiempo y de bastantes otros elementos bien acoplados en el espacio. Lenguajes que al unirse y reaccionar entre sí, tal como lo haría la tierra seca con el agua, estallan en un satisfactorio aroma de lluvia. El olor del conocimiento.
Esta es la estrategia que usa Paris para mostrarnos un salón de clases de esos que hubiéramos querido tener en el colegio. “Un salón de clases para la dislexia” en palabras del su autor, por considerar cualquier resultado de la experiencia como “exitosa”.
“El público quiere apropiarse del espacio, en ese sentido un museo no puede ser estático, debe necesariamente ser cambiante”, afirma Claudia Segura, curadora de la muestra, refiriéndose al famoso “giro pedagógico” que están teniendo galerías como la que tiene a cargo.
“Eso me parece interesante —responde Nicolás— porque yo creo que una de las responsabilidades de esta época, especialmente de quienes trabajamos con áreas de la cultura, es repensar las instituciones a todo nivel; me atrevería a decir que desde la institución familiar hasta la educativa, pasando por todas las demás”.
Petricor, por fortuna y por desgracia, intentar sosegar por cuenta propia una sed cultural. La misma que ya varias instituciones y artistas están teniendo en cuenta: la de reconocer al arte como una dimensión del saber y por ende, considerarlo bajo su propio lenguaje como una necesidad humana
Varias son las preguntas que surgen del matrimonio Paris – Nc Arte ¿Cuál es el lugar del arte? ¿Tiene el arte alguna función? ¿Es responsabilidad del arte enseñar? ¿Vale la pena convertir las galerías en centros educativos?
Por un lado, Petricor nos regala una experiencia atmosférica, una sensación de extrañeza armonizada con la sonoridad de las maderas y el olor a tierra mojada. Nos dislocamos porque con mirada reflexiva descubrimos los objetos íntimos de Nicolas incrustados en la madera con rigor, y de repente estamos frente a un jardín o a una masa inmensa de tierra mojada.
Pero por otro lado, es un terreno domado por su autor, estéticamente ascético, eficiente para la pedagogía y demasiado preparado para el Petricor. El arte, por ser una forma de conocimiento, enseña, señala y acierta por inherencia. Establecerlo en la función pedagogía es ponerle los blinkers para evitarle cualquier distracción.
Nicolás, montado sobre su caballo de paso, coordina con maestría sus propios ideales pedagógicos. Un sistema cuyo método es la arquitectura y su herramienta el dibujo. Un jinete que con la multiplicidad de lenguajes dirige a sus visitantes en un juego lúdico, como quien deja suelto en el terreno de competencia a un pura sangre, con un montón de obstáculos, para que descubra su propia libertad: aquello que solo cada cual pueda entender como Petricor.
“Esta es una exposición que pretende tener muchos centros —dijo Nicolás en medio de un diálogo con aproximadamente 30 personas—, quizá el centro sean estas plantas o las personas que visitan la exposición o esta conversación que luego explotará cuando nosotros nos reguemos por la ciudad… O tal vez simplemente sean las cosas que pasan por abajo o por arriba de esta madera, no lo sé”.
El espectador puede apreciar Petricor en paso sincopado con el intelecto de su jinete, asistir a las charlas, captar las ideas interesantes que brotan de los diálogos o comprender las amalgamas de dibujo geométrico sobre lo orgánico, con las que nos enseña a contemplar la naturaleza: “Para mí, observar estas ramas es observar algo idéntico a mis pulmones. Es decir, no idéntico en forma, pero si en estructura”, dice señalando unas ramas de árboles invertidas, cuyas terminaciones ha unido con hilos formando un enmarañado de líneas rectas.
Petricor, por fortuna y por desgracia, intenta sosegar por cuenta propia una sed cultural. La misma que ya varias instituciones y artistas están teniendo en cuenta: la de reconocer al arte como una dimensión del saber y por ende, considerarlo bajo su propio lenguaje como una necesidad humana. Esto, llevado a términos de “políticas culturales” significa que la creación no debería ser evaluada como si fuera una ciencia (o una ciencia social). O que en los colegios, universidades y demás instituciones pedagógicas deberían darle la misma importancia a la enseñanza desde lo sensible y lo intuitivo como se la dan a la racional e intelectual. (ver: II encuentro de creación, pedagogía y políticas del conocimiento)
Quizá es por ello que la parte neurálgica de la exposición-pedagógica está en las conversaciones que se llevan a cabo con profesionales de distintas áreas del conocimiento. Conversaciones que semana a semana resuelven el insistente “arte al servicio de la pedagogía” que ha fundamentado esta y otras obras de Paris, y que ha portado como etiqueta artística.
Vea toda la programación de charlas y encuentros alrededor de Perticor acá.
*Las fotografías de esta nota son cortesía de David Guarnizo.