Idea para un capítulo de Black Mirror: los asistentes a un evento cultural comienzan a expresar sus opiniones. Su gusto o su disgusto —pulgares arriba o pulgares abajo como si se tratara de un híbrido entre un circo romano y el ícono de like de Facebook— y se van manifestando a medida que el evento transcurre. Una selfie dentro del auditorio: like. La panelista hace un comentario sobre lo hermoso que es Colombia: doble like. La entrevistadora hace una pregunta que no es la que esperaban los asistentes: dislike. La panelista se demora en responder: dislike. La entrevistadora hace otra pregunta que no me interesa: dislike. La panelista no responde lo que quiero oír: dislike. Al igual que en las pasadas elecciones, siento que la entrevistadora “no me representa”: dislike. La panelista no da una respuesta que yo considero lo suficientemente feminista: dislike. Importa poco si la entrevistadora y la panelista son mujeres con una carrera reconocida. Si están intentando tejer una conversación que conlleve a un pensamiento que complejice la experiencia del mundo. El público quiere ver a la feminista de Youtube —probablemente le han dado infinidad de likes al Ted Talk— y no a la escritora de novelas. Y la entrevistadora —a pesar de ser una periodista importante, de amplia trayectoria, que ha contado y recontado la historia de mujeres—no me parece lo suficientemente feminista: dislike.
La escena sucedió el pasado sábado 2 de febrero en el Hay Festival. La periodista mexicana Alma Guillermoprieto entrevistó a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie y durante una larga hora trazaron una conversación que giró en torno a la vida de la escritora en Nigeria, su biografía lectora, cómo se inició en la escritura y los temas centrales de sus novelas. En la charla —que también puede verse en streaming— las mujeres hablan sobre literatura, sobre esos primeros libros que despiertan la curiosidad en los escritores —Guillermoprieto se aventuró a preguntarle si había sido lectora de Harry Potter, aunque la nigeriana pertenezca a una generación mayor—y al hablar sobre el tiempo en la literatura y en la vida la mexicana habló de siempre tener afán y de tener que salir, al terminar la charla, al aeropuerto. Al final se abrió un espacio de preguntas como es usual en estos eventos.
Los comentarios le sugerían a la organización del festival que pusieran a hablar a Adichie con una feminista de verdad, como si el rol activista y político fuera ahora también un oficio.
Pero algunas personas del público quedaron insatisfechas con la charla. En redes sociales comenzaron a protestar porque Alma Guillermoprieto no era lo suficientemente feminista. Desconociendo que la periodista ha sido una de las voces más importes para denunciar las matanzas de las mujeres en Ciudad Juarez, la situación de las mujeres dentro de las guerrillas colombianas y la implacable violencia que se ejerció contra los cuerpos femeninos durante las guerras de Centroamérica. Los comentarios le sugerían a la organización del festival que pusieran a hablar a Adichie con una feminista de verdad, como si el rol activista y político fuera ahora también un oficio. ¿Acaso no basta con ejercer la profesión del periodismo, hacer la reportería dentro de las maquilas de Juarez, tomar el riesgo de internarse en la selva colombiana y escribir siempre desde una perspectiva que considera las dificultades de las mujeres dentro de estos contextos para pasar por feminista? ¿No resulta lo suficientemente fascinante (o feminista) escuchar durante una hora a dos mujeres hablar sobre las diferentes maneras en las que la creación de universos a partir del lenguaje las ha emancipado de las condiciones desiguales en las que crecieron? Habría que preguntarse entonces cuáles serían los temas o actitudes que debería tener una periodista para que el feministómetro de las redes sociales consideren a una mujer lo suficientemente feminista como para entrevistar a otra. ¿Necesitamos acreditarnos como feministas y luego como periodistas para poder ejercer nuestro activismo y nuestra profesión? Parafraseando al poeta dominicano Frank Báez, ¿puedo ser feminista de la cintura para arriba y periodista de la cintura para abajo, o solo las noches de luna llena, cuando me convierto en feminista completa, acercarme a hablar con otra mujer? Este enjuiciamiento del supuesto poco feminismo de Guillermoprieto me parece más una demanda que busca satisfacer una inquietud del momento. Una necesidad de un producto creado por los medios y por las redes sociales, que una reflexión seria que escuche y vea a la mujer. ¿Es acaso este un nuevo doblez al que nos somete el neoliberalismo? ¿Somos ahora clientes que demandamos que nuestro producto tenga 50 % extra de movimientos sociales para poder comprarlo y estar satisfechos?
¿No es acaso una postura homogeneizante el exigirle un contenido o una postura a dos mujeres, antes de al menos escuchar lo que tienen que decir desde su experiencia, su oficio y su subjetividad?
Siempre me ha inquietado la manera como, en los último años, el mercado pareciera haber hecho del feminismo un objeto y un instrumento. Me inquieta, sobre todo, porque desde mi lugar de escritora he visto cómo las editoriales han incrementado su interés por contenidos hechos por mujeres, privilegiando primero el potencial comercial de la imagen y la voz de la mujer bajo el rótulo de feminismo que su calidad. Me inquieta, también, porque he tenido que aprovechar esa ventana que permite que ahora haya un interés mayor en obras escritas por mujeres y desde allí he parapetado mi carrera literaria. Entiendo, por supuesto, que llevar el feminismo a un registro masivo permite que los discursos de igualdad se difundan y eso lo aplaudo. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el discurso se empaqueta para que sea de fácil consumo, para que sea likeable, y no para hacer con él una reflexión política que genere el cambio? ¿No es acaso una postura homogeneizante el exigirle un contenido o una postura a dos mujeres, antes de al menos escuchar lo que tienen que decir desde su experiencia, su oficio y su subjetividad? Estar siempre al acecho de un eslogan, un caption para el Instagram o un tuit perfecto demanda también una capacidad de síntesis y de simplificación que niega por completo los pliegues y las complejidades de las problemáticas de género. Reducir la discusión a si una mujer es más o menos feminista porque usa vestidos caros desvía la atención del verdadero problema. ¿No es acaso un camino mucho más interesante y curioso escuchar activamente lo que otras mujeres tienen por decir antes que descalificarlas como un cliente insatisfecho?
Soy escritora y soy periodista y si alguien se acerca a mi oficio encontrará que la pregunta por la desigualdad de género está latente en lo que escribo pero no de una manera explícita, de la misma forma en la que se encuentran mis posturas políticas y mis inquietudes estéticas. Y sin embargo, estas demandas del mercado me inquietan. ¿Dejarán de publicarme porque no soy solamente una feminista, sino porque mi identidad confluye en muchas otras cosas? ¿Me desacreditarán porque disfruto vestirme bien? ¿Debería buscar nuevas fuentes de ingreso? ¿Acaso me llegó el momento de comenzar a diseñar y comercializar camisetas con un eslogan tipo DENTRO DEL FEMINISMO TODO, FUERA DEL FEMINISMO NADA, parafreseando el lema de la revolución cubana—que censuró, exilió y silenció a miles de artistas?