Por: Cristina Mendoza Mora*
Recientemente hablaba con una amiga sobre qué significaba ser feminista hoy, dado que ella considera que esa etiqueta no aplicaba en su caso. Yo no lograba entender qué pasaba por su cabeza, pues ella es una persona convencida de la autonomía de las mujeres, de nuestra igualdad de capacidades y de la importancia de que las mujeres seamos actores activos en la construcción de sociedad. Tardé un tiempo en entender por qué ella creía que la causa feminista le era ajena. A pesar de haber crecido en una región de Colombia profundamente machista, no se reconocía como una “perdedora en el juego social”. Para ella, la lucha feminista había sido exitosa en el momento en el que las mujeres habían logrado tener los mismos derechos políticos que los hombres. Era evidencia suficiente ver a mujeres ocupando altos cargos en compañías, en política, en universidades, etc. En su experiencia, influenciada por el hecho de haber crecido en un contexto privilegiado, no sentía que estuviera en desventaja de condiciones frente a los hombres.
Lo siguiente que me pasó fue que terminé teniendo una discusión con otra amiga sobre la narco-belleza. En este caso, la situación era muy distinta: ambas nos consideramos feministas y, sin embargo, no logramos llegar a un acuerdo sobre cuál debía ser la manera de abordar esta problemática. Para mí esto se reducía a un problema de agencia; en un contexto tan mediatizado las niñas que se hacen cirugías plásticas en realidad estaban forzadas a actuar según las normas sociales en las que estaban inmersas. Por el contrario, mi amiga sostenía que si una niña decidía que lo que quería para sus 15 años era operarse los senos, ¿quién era yo para decirle que eso no era una opción de vida válida? Si, incluso después de mostrarle otras alternativas de vida, las adolescentes escogían operarse para alcanzar ciertos estándares de belleza, no había problemas de agencia.
Aunque sigo teniendo serios reparos con esa lógica, me surgió una pregunta que hasta hoy me tiene pensando: ¿acaso mi forma de entender el feminismo me está llevando a invalidar las experiencias de otras mujeres solo porque no piensan igual que yo?
Más allá de tener una respuesta clara a esta pregunta, estos dos eventos me hicieron replantear lo que para mí significa ser feminista.
Concluí que ser feminista implica una actitud de humildad, de apertura frente a nuevas ideas y sobretodo implica juzgar menos y entender más.
¿De qué sirve toda esta lucha por la igualdad si no logramos simpatizar o escuchar a las mujeres que nos rodean? Creo que el problema está (o por lo menos en mi caso) en creer que ‘mi feminismo es más feminista que el tuyo’. Este tipo de lógicas pueden hacernos suponer que hay una forma correcta de ser feminista, cuando en realidad la gracia de este término es que cobija una infinidad de experiencias.
*Cristina Mendoza Mora feminista empedernida. Estudiante de economía de la Universidad de los Andes y aficionada a la filosofía política. Rola hasta más no poder, ala.