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Más allá de una máquina de odio

El politólogo Daniel Angarita, a través del metal extremo, registra y contribuye a mantener la memoria histórica del conflicto armado en Colombia.

por

Eduardo Rendón


03.03.2016

Foto: Hate Machine @ Facebook

Tenía ocho o nueve años cuando ella desapareció. La violencia se recrudecía en el Meta, departamento de Colombia ubicado en la región central del país. Nunca se supo quién fue el responsable. De un día para otro se perdió su rastro. Hasta hoy no ha habido comunicación oficial sobre el paradero de su abuela materna o sus restos. Su mamá fue a hacerse cargo de la situación dejándolo solo en la casa, no le explicaron nada ni le dijeron cuándo volvería. Se había ido de noche a un viaje de siete horas por carretera entre Sogamoso, ciudad a más de 200 km de Bogotá, y Yopal, capital del departamento de Casanare. Solo tiempo después, Daniel fue consciente de lo que pasó.

Hoy Daniel Angarita se expresa a través de canciones. Es uno de los cientos de artistas que según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) ayudan a contribuir, desde el arte, en la reparación y el derecho a la verdad de las víctimas en Colombia. Son más de 50 años de conflicto armado en el que han participado actores como la guerrilla, las fuerzas paramilitares y entes del Estado que entre el año 1958 y el 2012 han causado la muerte de más de 200.000 personas, 81 % civiles y 19 % combatientes, dejando hasta la fecha un total de 7’902.807 afectados según el Registro Único de Víctimas (RUV).

Las letras de las canciones de Hate Machine —su banda de death metal, subgénero extremo del heavy metal— describen masacres como la de El Salado (asesinato masivo en el año 2000 que dejó más de 100 muertos según la Fiscalía General de la Nación), la de El Tigre en el Putumayo (28 muertos según el Centro de Memoria Histórica) o la de Las Bananeras en Ciénaga, Magdalena (número desconocido de víctimas). Estas letras se suman a trabajos como el del activista César López, famoso por convertir fusiles de asalto en guitarras; el de El Cáliz de mi Sangre, libro de poesía de Marta Lucía Mora con el que ha conseguido sanar las heridas del asesinato de su esposo por el Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia en el año 2000; o las acciones impulsadas por el CNMH que buscan mantener vivos los hechos con un registro de memoria y narración oral. “Hemos lanzado trabajos como los CD’s Cantos del Carare, Les voy a cantar la historia o Las voces de El Salado, con los que hemos trabajado desde la memoria oral y autóctona de las regiones”, afirma William Guzmán del Centro de Documentación y publicaciones del CNMH mientras admite desconocer de incursiones en géneros extremos como el metal. Sin embargo el rock, en sus diferentes expresiones, ha servido como vehículo para sanar heridas, aliviar tensiones o reparar conflictos políticos, económicos y raciales. Así lo demuestran festivales en el mundo como el One Love Peace Concert (1978) en Kingstone, Jamaica, en el que el artista reggae Bob Marley logró que los líderes políticos de dos partidos enmarcados en una guerra civil se dieran la mano; el The Wall – Live in Berlin de Pink Floyd en 1990 para conmemorar la caída del muro de Berlín; o el U2 Concert in Sarajevo de la agrupación irlandesa en 1997 tras la guerra en Bosnia.

Cómo fueron realmente las cosas

Angarita es politólogo de la Universidad Nacional de Colombia con Maestría en Política Pública en Argentina. Alterna su vida entre ser padre de familia de tres hijos, ser coordinador del proyecto Kioscos Vive Digital del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones  —un proyecto que busca la masificación del uso de internet para reducir la pobreza y generar empleo en el país— y ser el baterista de una banda de metal. Angarita ensaya semanalmente con Hate Machine que en 2015 lanza su disco debut The Suffer Of The Forgotten Ones.

Hate Machine se formó en el año 2004 —en la localidad de Suba, al noroccidente de Bogotá—  con  Diego Díaz (bajo y voces),  Oscar Ruiz (guitarra y voces) y Angarita (batería y letras). En la ciudad, según cifras de La Escena Rock, hay más de 3.000 grupos de rock activos en géneros como blues, jazz, rock, hard rock, punk, heavy, thrash, death, black, gothic, grind, con subdivisiones y ramificaciones. Pero lo que hace que Hate Machine sobresalga entre todas las demás bandas es el tratamiento que le ha dado a este género, originario de Estados Unidos y Europa en la década de los 80, trayéndolo a la realidad colombiana con letras que buscan dejar registro de hechos violentos y dolorosos para el país. Desde la portada del álbum, pasando por los nombres de las canciones, las voces guturales, las distorsiones y los bajos firmes y acelerados, se busca señalar acontecimientos del conflicto armado colombiano. “Nunca se va a llegar a la verdad o a la explicación total de algo, pero lo que queremos con la música es tratar de calcar y describir de la mejor manera posible los hechos como pasaron en el momento. Habrá víctimas que lo quieran recordar y otras que no. Pero es bueno que existan referencias que expliquen cómo fueron realmente las cosas. Queremos que por medio de la música se puedan describir los momentos violentos y las masacres”, afirma el baterista sobre el porqué de la temática de sus canciones.

Angarita ha conseguido poner en letras el dolor de aquellos que han sufrido por la situación del conflicto en Colombia

 

“Eso es una moda y se le va a pasar”

Su amor por el metal llegó cuando tenía alrededor de 13 o 14 años, pero su madre nunca lo apoyó con sus gustos musicales, ni con la compra de discos ni con la de una batería. La familia típica conservadora del departamento de Boyacá, epicentro de las batallas fundamentales de la independencia colombiana, nunca esperó que Daniel se fuera a estudiar a Estados Unidos antes de acabar el bachillerato, ni que decidiera estudiar en la capital del país Ciencias Políticas y mucho menos en la Universidad Nacional. Pero a pesar de los miedos, de las ganas de protección y de la objeción constante hacía su preferencia por el metal, su mamá le enseñó a no estar en la casa, a salir y conocer el mundo. Hoy en día incluso ha ido a conciertos de Hate Machine, pero recalca que no le gusta ni ese tipo de música ni el ambiente. A Nelly Audrey Cojo Rodríguez le hubiera gustado que su hijo hubiera estudiado medicina o que hubiera decidido tocar guitarra o violín.

Tan convencido ha estado siempre de su música que –con el pasar de los años– Angarita ha conseguido poner en letras el dolor de aquellos que han sufrido por la situación del conflicto en Colombia. Tal vez sea esa determinación la que explique su papel como baterista y letrista de su banda. Según cuenta, siempre se vio interesado por el tema de la memoria histórica –incluso casi hace una tesis sobre el tema– y habla con total propiedad de algunos ensayos de Gonzalo Sánchez (abogado, filósofo y Director General Centro Nacional de Memoria Histórica) o de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (Ley 1448 de 2011).

Pero la expresión directa y sin censura parece exclusiva de canciones como “Abu Ghraib” o “Amok”, porque en lo personal es silencioso y discreto. Tanto su madre como su esposa lo describen como una persona callada y reservada. De igual forma lo ven en la oficina. Catalina Posso, coordinadora de proyecto en Kioscos Vive Digital, dice que es muy misterioso, que para sacarle información de cualquier cosa es complicado y que además a veces es un poco despistado.

 

 

Radiografía hecha disco

Y esa ambivalencia no es exclusiva de su temperamento. A pesar de que las letras de su banda están sustentadas por imágenes, escenas y hechos que tienen directa relación con las millones de historias tras las víctimas del conflicto colombiano, Angarita nunca ha trabajo con ellas directamente como sí lo han hecho César López o incluso Juanes, quien ha ofrecido conciertos en El Salado o en las fronteras del país. “Más allá de trabajar con las víctimas me ha nacido la idea de ir a conocer los lugares donde ocurrieron las matanzas, encontrar a Don Samuel en El Salado, quien canta en la introducción de nuestro CD. También me gustaría conocer Bojayá. Quiero ir a ver cómo son hoy en día”, asegura.

Y esto es más que importante cuando según María Eugenia Morales, Directora Técnica de Reparación, la Unidad de Víctimas sustenta gran parte del proceso en actividades lúdicas y pedagogía social. Sobre el cuestionamiento Daniel Angarita explica: “He leído mucho sobre víctimas y es un tema que me da miedo, sobretodo la cuestión psicológica del afectado. El tema es una cuestión complicada”.

De una cosa Angarita sí está seguro: es importante dejar una radiografía hecha disco a manera de documento histórico, es importante contar —a través de la música— la realidad de un país golpeado por décadas de violencia constante. Ese es su aporte.

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