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Mariana no quiere una tumba

Le dicen catadora de cementerios, pero no quiere tener una tumba propia. Entre estatuas, lápidas, bóvedas y mausoleos esta escritora argentina cuenta las historias que están detrás, y sobre, el espacio dedicado a los cuerpos después de la muerte.

por

Juan Camilo Chaves


22.02.2018

Ilustración: María Elvira Espinosa Marinovich

Una lápida con el escudo de Millonarios. “Era un pibe”. Una estatua dorada de dos niñas con decenas de dulces pegados. Un entierro, el duelo y las lágrimas. Una mujer trans que fuma tabaco y le reza a La Piedad. Una misa. Un hombre le cuenta un secreto a Leo Kopp, otro le pega cuatro golpes a la tumba de Julio Garavito mientras la rodea y fuma marihuana.

Mariana sólo observa. No hace muchas preguntas.

Con una cámara digital compacta Mariana Enriquez, escritora y periodista argentina, registra cada cosa que le llama la atención del Cementerio Central de Bogotá, el más antiguo de la ciudad construido en 1836. Es su primera vez acá.

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El perfil de la escritora argentina Hebe Uhart escrito por Mariana Enriquez y Eduardo Carrera para la Revista Anfibia.

Click acá para ver

Mariana, en los últimos 20 años, se ha dedicado a recorrer cementerios del mundo y a contar sus historias a través de la crónica. El necrófilo del cementerio de Montparnasse en París, su amor con un italiano en el Staglieno de Génova, el entierro de los huesos de una mujer desaparecida en la dictadura argentina.

A Mariana la han llamado ‘Catadora de cementerios’ y dice que sueña con conocer el Osario de Sedlec en República Checa, una capilla decorada con huesos de 700 mil personas. También, Mariana sueña con ir el 8 de diciembre al Cementerio General de La Paz a ver a las ‘Ñañitas’ una fiesta en la que se veneran a las calaveras de familiares y amigos.

Su más reciente libro publicado en Colombia es Alguien camina sobre tu tumba (2017) de Laguna Libros, una selección de 15 de sus crónicas de cementerios, que son a su vez crónicas de viajes o “dulces envenenados”, como ella las llama: “Parece una historia de fantasmas, pero al final es una historia sobre la dictadura argentina y las fosas comunes”.

Yo en ese momento pensaba que si tomaba el modelo de escritora mujer que trabaja con lo siniestro, como Flannery O'Connor o Silvina Ocampo, podía escribir personajes de mujeres en un formato corto y así podría tener más control sobre el texto

 

¿A qué le tiene terror?

Yo creo que mis terrores son muy comunes. La enfermedad me da miedo. No quiero sufrir. La violencia también me da mucho miedo y cómo nos acostumbramos a la violencia me da mucho más miedo. A cosas sobrenaturales no les temo. No es que diga que no me vaya a asustar si las veo, pero no es que lo piense como algo que me da terror.

¿Usted cómo llega a la literatura de terror?

Empecé por gusto y por lectura. Creo que lo primero que pasó fue que me regalaron un libro de Stephen King cuando chica y me gustó mucho y no paré. Antes de eso había leído los clásicos como Lovecraft y Poe, que no son mis grandes influencias. Desde entonces comencé a leer mucho terror escrito, sobre todo en Estados Unidos, porque en español no hay mucho.

Después usted entra a estudiar comunicación y periodismo, ¿en qué momento decide que el terror, aunque no sea el único, va a ser el filtro que usted quiere tener para contar sus historias?

Lo que pasa es que mi primer libro lo publiqué a los 20 años. Ahí yo ya estaba estudiando periodismo. Luego me gradué y conseguí trabajo como periodista, entonces atrasé mucho mi carrera. Después de esa primera novela dejé de escribir por mucho tiempo, unos 10 años. En verdad escribía pero no funcionaba. Mi primera novela Bajar es lo peor (1994) es bastante realista, pero tiene tonos sombríos, siniestros. Es un poco gótica de alguna manera, pero es muy callejera, muy punk.

La segunda novela, Cómo desaparecer completamente, es del 2004 y también es una novela realista. Y recién para los cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009) fue que comencé a escribir terror. Ya era grande y en verdad fue por una cuestión técnica. Primero, yo siempre tuve ganas de hacerlo: pensar cómo es el terror en español, en argentino. Y eso sólo lo encontré en algunos cuentos aislados de Cortázar, pero no una tradición, así que de alguna forma quería inventarla. Y la cuestión técnica fue que los protagonistas de las dos primeras novelas son varones. Casi todos los personajes son varones y no me gustaban cómo salían las mujeres porque se parecían mucho a mí. Yo en ese momento pensaba que si tomaba el modelo de escritora mujer que trabaja con lo siniestro, como Flannery O’Connor o Silvina Ocampo, podía escribir personajes de mujeres en un formato corto y así podría tener más control sobre el texto. Entonces así empecé a escribir cuentos de terror con protagonistas mujeres, que era lo que siempre había querido hacer. Y esto ocurrió al tiempo que encontré a las protagonistas femeninas, pero esto fue una búsqueda muy técnica porque no le encontraba la vuelta a qué decir en el género que me gustaba.

¿Escribir ficción le sirvió para tener un espacio en donde pudiera contar historias que no podía contar desde la no ficción?

Mi práctica periodística es básicamente periodismo cultural. Así que en realidad trabajo mucho más con la realidad desde la ficción que en el periodismo. En el periodismo trabajo con objetos culturales, no hago muchas crónicas políticas o sociales, no es el periodismo que me interesa hacer o que yo sepa hacer. Así que en realidad es como inverso: en la ficción trabajo más con noticias que en el periodismo.

Me di cuenta que había algo en el objeto-tumba que a mí me resultaba tranquilizador de una manera personal y general

En la reedición de Alguien camina sobre tu tumba (2017) para Colombia usted nos cuenta cómo surge el interés de su gusto por los cementerios –en el viaje que hace con su mamá a Italia–, pero ¿en qué momento se da cuenta que este libro existe, que ya es un libro y no textos sueltos?

Los cementerios siempre los había mantenido como un hobby. Tomaba notas, sacaba fotos, era como mi pequeña colección de cosas raras que a mí me gustaban, pero que no había pensado literariamente. Lo que le dio una narración fue la aparición de los huesos de la mamá de Marta Dillon, una periodista que trabaja conmigo, eso le dio una capa de sentido más profundo que para mí tenía que ver con cosas más narrativas, profundas e históricas. Hasta ese momento eran crónicas muy de flâneur, de viajero, de observación, que me parecían bien, pero no algo que me interesara publicar. Pero cuando apareció esta otra dimensión entendí el interés. Yo, personalmente, lo entendí literariamente. Entendí el porqué de contar estas historias, que son en un formato muy lúdico, muy de observación, de leyendas urbanas, de retazos. Historias con mucha curiosidad y con historias dentro de las historias, con recorridos que tienen que ver con la crónica de viaje, pero después entendí el verdadero interés.

En el entierro de la mamá de Marta me di cuenta que había algo en el objeto-tumba que a mí me resultaba tranquilizador de una manera personal y general. Ahí hay algo de cierre de una historia política y personal, que con ese objeto, esa instancia del cuerpo en el lugar con nombre y fecha se cerraba. Yo no me había dado cuenta que eso era lo que me fascinaba de los cementerios, que era un lugar que iba en contra de la historia. Que era una venganza de esa historia o algo así.

¿Por qué decidió usar el terror como un género para contar este tipo de historias? Un género aparentemente ‘light’ para contar un tema tan duro, pensando en el contexto de los cementerios latinoamericanos, unos lugares que en la historia reciente han sido usados para enterrar miles de desaparecidos y NN, de las dictaduras y de los conflictos armados internos.

No fue un proceso sencillo, la verdad. Todos estos temas en nuestros países son temas que precisamente no están cerrados. No están cerrados socialmente, políticamente, familiarmente, ni intimamente. Son temas que provocan un respeto lindante con lo sagrado, entonces aplicarle a estas historias un ‘género menor’ o de entretenimiento, como el terror o el fantástico, puede ser provocador o desfachatado. Esto nunca fue mi intención porque a mí no me interesa lo provocador, porque realmente hay muy pocas cosas que me parecen tan serias como el terror, los fantasmas, el miedo y todo lo que rodea este tipo de narraciones, que son las más antiguas que nos venimos contando desde que vivíamos en cuevas. Estas narraciones siempre tienen de fondo poner las fobias y los traumas sociales. Desde los cuentos de hadas, que son cuentos de terror: “No vayas al bosque, porque el bosque medieval era un lugar donde pasaban cosas terribles”. Las narraciones de terror, orales y literarias, siempre trabajaron sobre eso. Entonces a mí en ningún momento me parece un gesto provocador, sino una manera de tomar estas historias y ponerlas en común con una lectura que no es la lectura tradicional del testimonio, del realismo o de la crónica, sino una lectura en común que tiene mucho que ver con géneros más populares a los que el lector se puede aproximar. De alguna manera trabajar ese gran trauma sin toda la carga que tienen los géneros grandes. Que resulte de alguna manera más sencilla e incluso más provocadora la conversación. Que lo saque de todos los corsés ideológicos que tiene.

¿Cómo fue el proceso de investigación de este libro?

Un poco es charlar con la gente. El cementerio es un lugar muy poco transitado. En la mayoría de mis paseos por cementerios estaban vacíos, excepto algún domingo. Son lugares que se están muriendo también. Pero a pesar de esto, la gente que vive cerca y la  gente del lugar conoce historias sobre el cementerio. Si yo te pregunto cosas sobre el Cementerio Central a lo mejor no sabes mucho, pero si te pregunto historias vas a conocer un montón. La investigación fue hacer un reporteo básico con la gente ahí, para que me contaran cosas. La gente que vive cerca que tiene otra visión, sobre todo de los cementerios que quedaron en barrios peligrosos. Por ejemplo el Presbítero Matías Maestro en Lima, entonces está la gente que te cuenta las leyendas del niño milagrero o la que te cuenta que ayer tiraron el cuerpo de un dominicano sin cabeza.

La investigación partió de los libros que tienen algunos cementerios monumentales europeos. De muchos de estos hice una búsqueda literaria. Los cementerios son lugares donde no va mucha gente del lugar, pero están llenos de turistas. En el Père-Lachaise de París no vas a ver un sólo francés, están sólo turistas.

Después de revisar estas fuentes vino una buena parte de obsesiones y fantasías mías. Por ejemplo en Montparnasse hay un necrófilo famoso, yo podría haber llegado a ese cementerio por sus personajes famosos: Sartre y Simone de Beauvoir, por Vallejo, ¡por Cortázar! Pero por donde yo llegué fue por el necrófilo, una historia que está muy silenciada.

En Alguien camina sobre tu tumba hay un tema que es transversal a todo el libro. Me refiero a lo corpóreo, que aparece en las marcas, las estatuas, las descripciones de lugares donde va a estar el cuerpo. ¿Cuál es la relación con el cuerpo en sus escritos?

Es algo que fue apareciendo. Yo tengo mucha conciencia del cuerpo y no veo cómo uno puede escribir sin tener una relación a él. Y los cementerios están llenos de cuerpos, entonces pensé que debería utilizarlos hasta en las formas más desagradables. Porque en general tenemos colectivamente una sobreexposición de la muerte, de una cosa violenta, morbosa, muy detallista y al tiempo los efectos reales de la muerte: la ausencia, el dolor y el duelo. Y es que la muerte no sólo le ocurre primero al que se muere, y luego le ocurre a los que están cerca, al que siente el duelo. Se habla siempre del desmembrado, de la violada, del descabellado. Es una espectacularización que, por lo general, tapa lo que verdaderamente nos horroriza de la muerte, que es dejar de existir, el cuerpo inerte. Me interesaba llevar esa conciencia del propio cuerpo y sus procesos para que estuviera en primer plano esa sensación de “eso que le pasa a esa gente ahí [en el cementerio] nos va pasar a todos”. Y probablemente no vamos a morir en una explosión o una masacre que va a quedar en una crónica premiada, sino que la mayoría nos vamos a morir en una cama meados o en un vulgar accidente de carro, como se muere la gente. Creo que en general estamos en un momento histórico en el que se puede tener una conversación sobre la muerte en esos términos. Es sencillo hablar de cómo se muere la familia Stark degollada, pero no es fácil hablar de cómo es el proceso cuando se muere un familiar. La muerte más cercana es un tema del que no se habla.

En el libro usted asegura que quiere que sus cenizas sean lanzadas a la tumba de Mendoza de Paz en La Recoleta, ¿por qué con esa obsesión por los cementerios no quiere una tumba propia?

Esa tumba es linda. Y porque creo que ya exorcicé eso. Eso es un trauma del pasado y creo que es algo que le pasó a cuerpos determinados de un momento histórico y que felizmente, espero, que no se vuelva a repetir en Argentina. Yo no quiero perpetuar ese trauma. Es mi historia y las historias también se terminan. Sé que es algo sobre lo que vuelvo y vuelvo, que me perturba y me resulta muy cercano, pero que dentro de mi vida personal no quiero seguir heredando ese trauma. Bueno… y también me parece que La Recoleta es un lugar bárbaro para estar y yo no tengo plata para tener una bóveda ahí.

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