Un hombre de un metro con 65 centímetros con un vestido gris impecable y corbata azul rey entra del vestíbulo de ascensores. Lleva una carpeta de cuero en su mano izquierda y afán en sus ademanes. El piso 31 del edificio Fonade en el centro de Bogotá se paraliza durante el primer segundo. Al siguiente, todo es revuelo. María Elena llega en dos zancadas de su silla a la oficina principal, Carolina corre hacia la sala de juntas, Kelina comienza a recitar a toda velocidad el programa de la próxima reunión. El resto de asesores, secretarias y ayudantes del equipo van de un lado al otro, reúnen papeles y aguardan el momento oportuno para tener una palabra con el hombre de gris, con Manuel Fernando. Son las 11 de la mañana y nadie esperaba que el jefe volviera tan temprano. Al final es de esperarse que con una carga mensual de al menos 12 viajes, 150 reuniones, conversaciones con alcaldes, con gobernadores, con parlamentarios, con el director, con el presidente, Manuel nunca esté en su oficina.
Manuel Fernando Castro Quiroz es el subdirector territorial y de inversión pública del Departamento Nacional de Planeación (DNP). Es su responsabilidad que las regiones de Colombia sean capaces de formular los proyectos que se materializarán en dinero para las entidades territoriales, pero también que exista el marco de confianza nacional e internacional para que sean posibles. Por eso, además, se entiende con organismos como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Su trabajo es coordinar, ordenar, disponer. Aun así, es posible encontrarlo en su oficina a las 10 de la noche adelantando los informes que sus asesores no alcanzaron a terminar.
El think tank
A sus 47 años Manuel Fernando es el funcionario de mayor edad de los que comandan el DNP. Mientras tanto, esta instancia del gobierno, que define el presupuesto de inversión del país, es manejada por jovencitos: economistas y abogados que apenas superan los 35 pero que tienen doctorados y varias maestrías cada uno. En palabras de Manuel Fernando, se trata del think tank de Colombia. Él, economista y politólogo de la Universidad de los Andes y con maestría en Políticas Públicas de Exeter es el menos estudiado, pero también el que más experiencia tiene. De pasar por el Banco Interamericano de Desarrollo y ser consultor internacional del Banco Mundial aterrizó en esta subdirección en el 2014.
La presión que supone estar en esa cúpula de donde salen todos los planes para el país es más de lo que algunos pueden soportar. Un ejemplo: la exdirectora de seguimiento y evaluación de políticas públicas que fue nombrada al mismo tiempo que Manuel Fernando ya renunció. Lo que se necesita para tener éxito en la subdirección del DNP y también impactar al país, entonces, es más que disciplina y dedicación.
Manuel Fernando tiene lo que a muchos les falta: experiencia. Le dio al Plan Nacional de Desarrollo “Todos por un nuevo país” el énfasis en integración territorial para la reducción de las brechas. Es decir que ahora las regalías que recibe un departamento se distribuyen entre las entidades territoriales que más lo necesiten en la región en lugar de concentrarse en un solo lugar. El proyecto que por estos días lo tuvo más inquieto fue el Seminario Internacional de Regalías y Calidad de la Inversión que estaba a cargo del DNP. Sin embargo, el mayor éxito de los últimos meses fue haber viajado a Paris para convencer a la OCDE de que los proyectos de gobernanza colombianos son pertinentes y haberlo logrado.
Fue de su padre, que en sus mejores años fue secretario de hacienda de Nariño y dirigente gremial, de quien sacó la vena del servicio público. “La tara del sector público” como lo llama Leyla, su esposa. De su madre, heredó esas ganas infinitas de nunca quedarse quieto. Desde sus épocas en el colegio Javeriano de Pasto era difícil que estuviera un momento en paz. Hoy, si no es la preparación para un panel o la coordinación de la bienvenida de los gobernadores electos, es la búsqueda de los accesorios perfectos para sus vestidos o de objetos únicos para su casa. Después del logro en París, salió a comprar libros. Encontró uno de mapas antiguos y otro de la obra de un artista abstracto francés de principios del siglo pasado. “No le gusta tanto lo exclusivo como lo diferente, que no se vea en todo lado”, cuenta Leyla.
Experiencia y control
Sus asesores, así como sus dos secretarias, no tienen sino palabras de elogio cuando se les pregunta por su jefe. Es un hombre competente, humano, flexible, amistoso, sin perder las distancias. “Jamás lo verá metido en ningún escándalo, a no ser de que sea para defender sus ideales y lo que cree que es justo”, cuenta María Elena, su secretaria más antigua, quien trabaja con él desde sus primeros pinitos en el DNP en 1993. Lo que todos dicen es que su trabajo es un apostolado: es tan comprometido y apasionado por lo que hace que sacrifica el tiempo de descanso y con su familia. Incluso, sus allegados presumen que dejó la comodidad y el prestigio que le representaba trabajar como consultor del Banco Mundial porque, más allá de sus ambiciones, quiere hacerse a una influencia sobre las decisiones nacionales para cumplir con el sueño de ver al país salir adelante.
Manuel Fernando comenzó su carrera en el DNP y fue allí donde adquirió sus habilidades técnicas y el compromiso por lo público. Comenzó en los cargos más pequeños, como analista de finanzas públicas y, a punta de trabajo y disciplina, se hizo a los puestos más importantes. Tal vez es por esta forma de escalar y de conseguir sus objetivos que Manuel Fernando pone por encima de todos los demás dos valores: la lealtad y el trabajo arduo. “A pesar de todo, Manolo no está aferrado al cargo”, afirma uno de sus asesores. Manuel mismo asegura que la institución debe renovarse y que su cuerpo y su mente necesitarán eventualmente un reposo.
Pero no es solo experiencia. Manuel Fernando está donde está porque se desenvuelve, porque controla. Se ha ganado su experiencia y sus contactos, pero también ha conservado su vida personal a punta de manejo. Su apostolado parece estar enfocado solamente a su trabajo, o al menos en mayor medida. Todas las horas extra que Manuel Fernando le dedica a su subdirección se las resta a su salud y a su familia. Leyla Ponce de León es periodista y si ella no fuera workaholic como él, no habría amor que aguantara, como no aguantó su anterior matrimonio. En una tarde típica podría encontrárseles cada uno en su espacio, con una copa de vino, ocupados en sus obligaciones. Respetan sus tiempos y sus carreras, disfrutan de compartir su pasión por el trabajo.
Es un Hulk con argumentos técnicos
Incluso así, dicen que, sobre todo durante la época del Plan Nacional de Desarrollo, Leyla tenía celos de los asesores de su esposo porque, según ellos, lo veían mucho más tiempo que ella y, probablemente, más que Federico, su hijo de 15 años. Federico es hijo de su primer matrimonio y Manuel Fernando procura dedicarle todo el tiempo que puede, aunque sus prioridades estén fijadas. Ya no parece tan extraño que Manolo haya decidido dejar a Federico de 5 años en Colombia para irse a la sede del Banco Mundial en Washington a aplicar su dominio y creatividad formulando sistemas de evaluación del gasto: uno de los trofeos de su carrera.
Durante los meses del Plan Nacional, ni sus secretarias sabían de él. Fue en esos momentos en los que Sebastián Restrepo, su aprendiz, consolidó la teoría de los 10 niveles del temperamento de Manuel Fernando. En el nivel 1 Castro levanta la voz y manotea. El nivel 10 se resume como el nivel Hulk: “desbarata moralmente a la persona” objeto de su ira. Aun así, nunca pierde el manejo de la situación, es un Hulk con argumentos técnicos. El nivel 10, sin embargo, no es frecuente, “de hecho es bastante atípico que Manolo lo alcance”, pero puede ser que el nivel 1 sea reiterado, más de lo que Manuel Fernando mismo cree. Fuera de su piso, “autoritario” y “no muy popular” son términos con los que algunos lo describen.
Todo sale como él quiere. Porque tiene cancha, se desenvuelve y puede hacer que los demás le obedezcan, pero también porque trabaja hasta el cansancio, que nunca le llega. Una década más viejo que sus compañeros y su jefe, con muchas más millas de experiencia pero con un doctorado de menos, con una personalidad que en gran parte se puede describir con números y con una mente que se ocupa más de las regiones de Colombia que de su casa, este hombre tiene lo que se necesita para soportar el peso de planear el país. Especialmente porque en su mente carga con ese país a cuestas y quiere hacer algo que lo transforme para bien.