Luces en Boyacá En el departamento de la papa y la ruana, la fría noche de esta época brilla más que sus esmeraldas.
En el departamento de la papa y la ruana, la fría noche de esta época brilla más que sus esmeraldas.
En el departamento de la papa y la ruana, la fría noche de esta época brilla más que sus esmeraldas.
Uno de los planes decembrinos que se ha venido popularizando en los últimos años en el altiplano de la región, es la ruta por los pesebres boyacenses. Este año me he propuesto echarle gafa a lo que hacemos durante el último mes del año, por ello, acepté la invitación familiar de embarcamos en un viaje de más de 15 horas para ver los pueblos boyacenses que en estas épocas suben el taco y prenden las festividades en la región.
El recorrido es maratónico. Recorrer más de 200 km, en la comodidad de un bus intermunicipal y con un grupo de desconocidos, sumándole la resistencia física y mental necesaria para poder ver la última parada -a las 2 am- con el mismo entusiasmo de la primera –de las 6 pm-, también es de valorar. Pero ya, en serio, vale la pena aclarar en qué consiste la ruta para poder tener una visión más clara de lo que se habla cuando se mencionan los Pesebres Boyacenses.
De los muchos lugares enumerados en la publicidad que nos enganchó en el paseo, visitamos 6. De estos, dos fueron por comida (Ventaquemada y Paipa), en tres la protagonista se podría decir que fue la luz (Corrales, Puente de Boyacá y Pueblito Boyacense) y en tan sólo uno hubo un pesebre que hizo que valiera la pena pegarse el viaje (Nobsa). Dicen que Tibasosa también se jacta de tener un pesebre espectacular, pero este año, con todos los retrasos que hubo en la instalación de la decoración, nos lo quedaron debiendo.
Decidí desprenderme de la promesa de la publicidad y en lugar de esperar que me cumplieran los prometidos destinos, aproveché el recorrido. Ir de un lugar a otro, ver cómo cambian los paisajes, las personas, las comidas y los ambientes. Cada uno de los lugares tiene lo suyo; sus atracciones, sus particularidades, sus sinsabores e interrogantes. Al final de cuentas eso es lo que hace interesante este plan familiar navideño ya que, haciendo un balance, lo chévere es ir a un imaginado espacio homogéneo para encontrarse con muchas diferencias, algunas similitudes y un mismo principio rector: ser un atractivo turístico.
Como era de esperarse dos fueron las constantes durante todo el recorrido: el frío y el decorado. Para lo primero, no fue nada más que ponerse una ruana o tomarse un tinto endiablado con Líder. En cuanto a lo segundo, a eso era a lo que veníamos, y aunque estuvieron presentes siempre en el recorrido, lejos estuvieron de ser deceoraciones monótonas o repetitivas; cada lugar tenía su estilo y la atracción turística se tejió de forma única en cada uno de ellos (acá algunas fotos).
En el pueblo artesanal de Nobsa se muestran sus habilidades, no sólo elaborando las tradicionales ruanas, sino también en esta época con los pesebres que instalan en el parque principal. Y no es sólo la genialidad de las figuras con acabados pulidos, ni la interpretación y recreación de la época napolitana del XVIII, lugar donde se da El Nacimiento. Es también la osadía de quebrantar la ortodoxia del montaje navideño, en donde se conjugan figuras religiosas con imágenes alejadas del rito, cosa que se ve en un segundo pesebre: el infantil. Este año la inspiración fue el cuento de Blanca Nieves en la versión de Disney. Entonces, para un pueblo artesanal la atracción es precisamente sus dotes en esta materia, demostrado en los grandes pesebres y en las filigranas de luz que adornan la iglesia central.
En el gigantesco campo de 25 km2 donde se encuentra el Puente de Boyacá, la decoración ya es muy diferente, y la intención es que esté dispersa por todo el monumento. Lo que se logra es una transformación del espacio simbólico de la libertad a uno mucho más banal, sin tanta seriedad ni grandilocuencia histórica. Además de estar lleno de colores y luces de figurillas fantásticas, está atiborrado de personas que buscan tomarse la mejor foto con sus celulares, cámaras o solicitando una instantánea –por cinco mil pesos- a cualquiera de los fotógrafos que se hacen su agosto en esta fecha. Podría decirse que la atracción en este punto es la transformación del monumento nacional en algo más cercano a las personas.
Corrales por su parte goza de una pintoresca arquitectura colonial, además de un envidiable mirador desde el cual se puede contemplar la decorada plaza central en su mayor esplendor. Los atractivos del pueblo son exaltados por lo que llamaré la arquitectura de la luz. Puentes, túneles y pérgolas lumínicas aparecen en el pequeño pueblo, haciendo que la entrada a la plaza central sea un abrebocas para lo que encontrará la turista: una iglesia totalmente contorneada con mangueras LED, figuras gigantescas de soldados de plomo, un mamut y Papá Noel en su carruaje con renos. La atracción en esta oportunidad es el paisaje integral del que hace parte el municipio, el cual es exaltado y resaltado por la sofisticadainstalación de luces y de las grandes figuras que adornan la plaza.
El corto tiempo que Saray, nuestra guía, nos daba en cada parada condicionaba totalmente la experiencia y el provecho que podíamos sacarles a cada uno de ellos. Sin embargo uno de los lugares visitados era perfecto para acomodarse a la restricción temporal, que fácilmente se vuelve una restricción espacial (no se puede ir muy lejos por cuestiones de tiempo): El Pueblito Boyacense. El conjunto residencial a las afuera de Duitama, en donde cada casa se encarga de recrear los diferentes municipios del departamento se presenta como un experimento urbano. Pienso que no alcanza a serlo. Dejémoslo en que es una maqueta aséptica y perfectamente ordenada para ser un atractivo turístico, para aquellos que van en modo visita-express.
El mejor momento del viaje fue cuando íbamos entrando a Corrales y la música de Los Hispanos nos daba la señal de entrada. Era la una de la mañana, sentía frío pero cada paso lo apaciguaba; la idea de llegar a una pista de baile y a una plaza llena de alegría, botellas y celebración navideña también daba ánimos de seguir adelante. Si tenía suerte podía encontrarme con algún Diablo, y por fin presenciar el seco sonido del saco de carne que a su paso deja escuchar. Sin embargo,c uando ya estuvimos ahí frente a una iluminada pero desolada plaza, me di cuenta que en un prematuro 11 de diciembre era muy difícil encontrarse con los ánimos festivos que me hubiera gustado encontrar. La verdad esperaba ver algo más que decoración en el recorrido, más que luces lindas y paisajes para contemplar.
Lo lindo de la luz es que es un instrumento que ilumina; ilumina lo que, o bien antes estaba en la penumbra, o aquello que aunque está visible, se potencia (y a veces, encandila). Aparece la pregunta ¿qué es lo que se ilumina en el recorrido? Una pregunta capciosa que induce a la trampa y que no se responderá en este momento. Acepto humildemente que mis impresiones del recorrido se restringen a una apreciación de los lugares intervenidos por decorados navideños, pero no a las prácticas, significados ni mucho menos conflictos que pueden ubicarse en ellos -con pretexto de la época pero no restringidos a ella. Condenar la autenticidad del Pueblito Boyacense es entonces un sinsentido, así como fruncirse por calcular la electricidad de más que allí se consume en plena temporada de sequía.
Desafortunadamente la luz de este viaje-exprés no me permitió ver la relación entre novena de aguinaldos – carpas de pesebres. Tampoco me permitió ver si la Plaza de Corrales, protegida por soldaditos de plomo de 4 metros de altura, en algún momento de la noche se vuelve una pista de baile pública. ¿Recibe ésta a lugareños y visitantes por igual? No lo sé. En algún momento tendré que volver, ojalá con un instrumento de iluminación más potente; las fechas rituales, quizás, durante las cuales se podría ver cómo cambian los espacios sociales por intercesión del espacio físico de la navidad.