Los milagrosos muertos del Cementerio Central

El Cementerio Central tiene sus fantasmas: unos que no espantan en las noches sino que, con el rezo adecuado, curan males de salud, protegen criminales y salvan negocios.

por

Carolina Jiménez


28.10.2013

Foto: Cerosetenta

El lunes es un día agitado en el Cementerio Central de Bogotá.  Isidro Barrantes implora para conciliar el sueño, Carlos Bojacá para que su hermana le devuelva una parte de su herencia,  Blanca Carmona para quedar embarazada,  Julia Rendón para que sus hijas tengan salud siempre. No le piden a Dios en la capilla. Le piden a santos populares en sus tumbas. Y lo hacen el lunes por ser el día de las almas en pena.

El Cementerio Central tiene la forma de un óvalo y existe hace 181 años. Cuando lo contruyeron quedaba a las afueras de Bogotá, pero con el tiempo la ciudad fue rodeándolo hasta dejarlo en su  centro, sobre el comienzo de la Avenida 26, aquella que conecta el oriente con aeropuerto El Dorado.

El arco que forma el enorme portón de entrada da a un corredor con mausoleos de políticos importantes en el medio. Allí están enterrados el ex presidente Enrique Olaya Herrera, el ex dictador Gustavo Rojas Pinilla y el candidato presidencial asesinado Luis Carlos Galán. Se camina en medio de obras imponentes, algunas de mármol gris o de granito ladrillo, todas cuarteadas por el tiempo. Una del lado derecho tiene ataditos de pequeñas flores moradas en sus seis tumbas. Otra tiene un ramo de rosas rosa, y otra más, algunos claveles rojos que deben estar allí desde hace tres días.

Después de pasar doce mausoleos de ilustres nacionales, al final del corredor, hay una capilla. Sus paredes blancas de cal, y su tapete limpio y rojo aterciopelado, contrastan con el ambiente desolado que se percibe afuera. Al lado derecho, debajo de dos pinos que orientan a los devotos, se encuentran los santos populares más rezados del cementerio: Leo Sigifredo Kopp, las hermanitas Bodmer y Julio Garavito.

El cervecero milagroso

Leo Sigifredo Kopp fue un alemán que llegó a Colombia, y no sólo fundó la cervecería Bavaria, sino que también -en tiempos donde eran escasos los servicios públicos-, construyó el barrio La Perseverancia -con agua potable y energía eléctrica- para todos sus trabajadores. Le profesan tanta fe que ya tiene su propia oración con tintes masónicos:

“Señor Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, 

Creador inefable y gran arquitecto del universo, 

que nos diste el Siervo de Leo. S. Kopp…”

Leo Sigifredo nació en Offenbach, Alemania, y llegó a Santander, Colombia, según Horacio Rodríguez, estudioso de la inmigración alemana en Santander, porque “perteneció a una generación de jóvenes europeos de grandes iniciativas y deseosos de realizar en su país y en el exterior, proyectos de vastos alcances”, y para la época -1880- se rumoraba que el país ofrecía buenas oportunidades de progreso. Estas condiciones y los contactos que tenía con otros alemanes que ya vivían en los Estados Unidos de Colombia (nombre del país en ese momento), lo condujeron a América.

Se instaló en El Socorro, un pueblito cercano a Bucaramanga. Allí fundó Fenicia, un importante almacén de su tiempo. Después instaló, en una esquina de la plaza del pueblo, la fábrica de cervezas Cervecería Alemana Kopp & Cía. Un tiempo después se trasladó a Bogotá donde el 4 de abril de 1889, fundó finalmente la “Kopp’s Deutsche Brauerei Bavaria”.

La fábrica quedaba en la Carrera 13 con Calle 30, en el barrio que mucho tiempo después tomó su nombre: el Parque Central Bavaria. En el terreno montañoso más cercano, Leo Kopp compró –en 1894– 200 “varas cuadras” para construir las casas de sus trabajadores. Pero al contrario de lo que muchos piensan, no se las regaló: se las descontaba de sus salarios.

“…nos diste el Siervo de Leo. S. Kopp” sigue la oración que le dedican sus fieles:

“una persona que ayudó mucho a sus trabajadores pobres 

y a los campesinos comprándoles siempre a buenos precios sus cosechas de cebada. 

Y otras buenas obras, aún siendo de origen judío en unos tiempos muy difíciles”

Su mausoleo es un rectángulo gris, protegido por una reja negra bajita abierta en el centro para poder entrar. En él están enterrados también su esposa Mary Castello y sus hijos Guillermo y Juanita Kopp. En sus placas se pueden ver las inscripciones: “que nos de tranquilidad y prosperidad, amen”, “leer Juan 15:7 y éxodo 20”, y una más grande que las otras: “cuide de todos los ladrones”. Sobresale una estatua humana dorada, de un hombre flaco, demacrado  de la que muchos creen que es el mismo Kopp. No es así. Es en verdad una copia de la famosa escultura El Pensador de Rodin, sólo con una pequeña diferencia: tiene la cara de Bolívar. Leo Kopp tenía en realidad una cara regordeta, y lucía una barba prominente. En ocasiones, vestía de traje de paño a rayas y sombrero de ala corta. El escultor español Victorio Macho, autor de la escultura, vino a Colombia en 1939 a traer la de Rafael Uribe Uribe, hoy instalada en el Parque Nacional. Es muy probable que en ese viaje también haya traído la escultura que hoy posa en el mausoleo Kopp.

Dice Carlos Bojacá, creyente de 63 años, que a Leo S. hay que pedirle un favor a la vez. Y en el oído izquierdo, porque en vida escuchaba poco. Sólo cuando ya le haya cumplido uno, puede pedirle el otro, continúa diciendo Carlos, quien antes le rezaba por un milagro para su mujer y ahora para que su hermana le devuelva la parte de la herencia que le corresponde. El milagro para su mujer, efectivamente se cumplió: ella llevaba 18 años trabajando en la Clínica de la Mujer y no la iban a pensionar. Después de pedirle con mucha fe, y cumplirle la promesa de llevarle flores, la mujer salió pensionada.

“…te pedimos con toda la confianza que nos dan los diversos favores recibidos por tus devotos

Que han susurrado sus peticiones en el oído de tu estatua de bronce

Durante muchas décadas,

Los cuales se han visto favorecidos con el cumplimiento de lo pedido por su intercesión”

Un lunes, frente a su mausoleo, hay  una fila de unas 15 personas. Hay una señora bajita de unos 60 años, pelo corto y teñido de negro. Mira al frente y susurra alguna oración. Detrás hay una persona que no parece mujer, lleva jeans y el pelo largo y café claro, recogido. Se para sostenida en un pie y cruza los brazos. Detrás de ella, hay un anciano de pantalones y zapatos cafés y una chaqueta azul oscura. Avanza con dificultad, y mantiene la mirada altiva. Al rato llega una joven de piernas gruesas y chaqueta abullonada, con gafas oscuras y el pelo apretado en una moña. Lleva cinco rosas rojas y parece más inquieta que los demás. Después llega una pareja con su hija de unos 6 años. Ella lleva jeans oscuros, botas altas negras y chaqueta de cuero del mismo color. Tendrá unos 35 años. Su pareja parece más joven, y lleva un abrigo de terciopelo veteado de blanco y marrón. Mientras uno de ellos está en su turno hablándole al oído a la estatua, todos ellos miran al suelo, cruzan los brazos, esperan en silencio. Cada uno va poniéndole ramos de flores: astroemelias amarillas y rojas, rosas rosadas y blancas. Se las ponen en las manos, en el cuello, en las piernas.

Detrás de la fila, y de una mesita de madera cubierta por un mantel desgastado, de tela raída que fue blanca, se encuentra un cura falso dando misa. Delgado, bajito,  ojos redondos y verdes y piel descascarada por el frío. Recita en voz alta los nombres de las personas que han hecho ofrecimientos y oraciones a Kopp. Lee de un cuaderno escrito a mano que parece tener varios años de uso, y a veces le toca detenerse un poco antes de pronunciar la siguiente sílaba porque se le enredan las palabras. La fila de devotos le da la espalda y muy pocos responden a sus salmos.

MTA -como se hace llamar- da esta especie de misa en este lugar hace 7 años. Al final, reparte entre sus feligreses la “oración por el alma de Leo Kopp”  y que al final indica: “se rezan tres Padrenuetros, un Avemaría y una Salve por nueve lunes, mandando a celebrar la Santa Misa Comunitaria”.

Él, como tantos otros autoproclamados sacerdotes de la fe popular que oran en el Cementerio Central, no está certificado por la iglesia católica. Eso asegura el sacerdote Alexander Rojas, este sí ordenado y encargado de las misas dominicales. No tiene más de 27 años, y se prepara para su misa de las 10 de la mañana. Tiene el pelo peinado con gel, la nariz recta y los ojos oscuros. Mientras pone encima de su camisa a cuadros y sus jeans una sotana blanca, me dice:

-Son ortodoxos o romanos, pero tienen derecho. La libertad de culto está amparada en la Constitución, entonces uno qué les puede decir.

De cervecero a milagroso, a Leo S. Kopp le piden ahora favores que tienen que ver con la salud, el trabajo, recuperar algo perdido, y hogares que estén por desintegrarse. “Aseguran muchísimas personas que sus peticiones han sido cumplidas a cabalidad”, recita la pequeña reseña que hay en el papel de su oración.

…estaremos siempre agradecidos a Ti Señor Dios y al Siervo de Dios Leo S. Kopp,

ya que estamos seguros se encuentra disfrutando de tu gloriosa mansión celestial.

Amén”.

 

 

Las misteriosas hermanitas Bodmer

Al final del corredor central del cementerio, a mano derecha en toda la esquina, y también bajo los dos pinos que orientan a sus visitantes, se encuentra el mausoleo de las cuatro hermanitas Bodmer. La historia de estas tres niñas es la más difícil de encontrar. No hay más que rumores de cómo murieron:  nada en los archivos, nada en las academias y bibliotecas.

Su mausoleo es una pequeña montaña de cemento pintado de blanco que cubre los cajones de mármol del mismo color donde reposan sus cuerpitos. En su cima, se erige la estatua  dorada de dos de ellas: Elvira y Victoria, casi en tamaño natural. Es por esto que quedan más altas de quienes les rezan. La estatua del lado derecho está arrodillada y mira hacia arriba a la cara de su hermana que está de pie. Esta última levanta su mano izquierda y señala con su dedo índice al cielo. Las dos tienen el cabello suelto y ondulado, y tienen un vestido a la rodilla muy parecido. “Fueron las delicias del hogar”, dice en su mausoleo.

Muchas personas se arriman al pie de la reja que las protege. Allí les hacen su petición, y les dejan “colombinas y bombones”. Una joven de cabello negro y largo, con jeans claros y blusa fucsia se empina para intentar ponerle a la niña que está de pie un caramelo en la boca. Lo humedece con su boca para que se pegue a la estatua. Pero no es posible. Entonces una mujer mayor, regordeta y bajita le dice:

-Pongáselo entonces en la manito.

Como ellas, muchas mujeres y hombres, piden a las hermanas protección y salud para sus hijos. Escuchando el sonido lejano de los cantos de la misa que se celebra en la capilla del cementerio, Sandra Barbosa agradece el favor recibido de las hermanas. Tenía un problema de salud en el cuello de su matriz y los médicos dijeron que no podía quedar embarazada. Hoy espera un bebé.

El Cementerio Central es de dos manzanas de grande, y en toda esta extensión, son muy pocas las tumbas o mausoleos que tienen estatuas. Es muy probable que estas hermanitas hayan sobresalido por esto y por el curioso dato de que murieron el mismo año -1903-, con un día de diferencia. Muchos dicen que son gemelas, sin advertir que una es mayor por un año, según sus obituarios. Hablando con el padre Alexander Rojas de la creencia en estas hermanitas milagrosas, me dice:

-Eso es superstición de la gente.

Mientras continúa vistiéndose para dar la misa, esta vez poniéndose la estola, el padre me cuenta que la fe popular es una malinterpretación de la fe cristiana. Es una fe desvirtuada, dice. Pero que, de todos modos, es importante como base para hacer un cambio. “La fe cristiana es diferente, es una fe de compromiso y responsabilidad frente a la justicia y los derechos humanos”, dice como si me estuviera dictando una lección.

De esta fe popular nacen dos rumores de cómo murieron las hermanas. El más recurrente entre sus adoradores es que murieron quemadas. Su mamá las dejaba encerradas en una pieza, y allí las alcanzó un incendio. La otra razón, menos difundida, es que fallecieron de una enfermedad en la sangre y que una madre cuyo hijo tenía este mismo mal, les pidió por su recuperación, y ellas le cumplieron. El niño misteriosamente se curó. Puede ser por esta historia que madres y padres les piden por la salud de sus hijos.

Ambos rumores se fueron regando entre los visitantes del cementerio y cada vez más gente llegó a rezarles.

-Yo les rezo por la niña de mi socito- dice Eber volteando a mirar a una niña de unos cinco años, menuda y con el pelo enroscado que estaba al lado de su padre, un hombre evidentemente drogado. -También les rezo por mi hijo que tiene 12 años.

Terminaba de fumarse un porro cuando me dijo esto. Luego miró atento a las estatuas, destapó un bombón y se empinó para alcanzar a ponerlo en la mano de una de las estatuas

Por no saber cómo murieron, o más aún, por suponer que murieron quemadas, por pensar erradamente que son gemelas, porque fallecieron con un día de diferencia, porque son niñas y tienen una estatua, los devotos populares piden favores y milagros a las infantes.

 

 

El santo del hampa

De Julio Garavito es la cara impresa en el azul billete de 20 mil pesos colombianos. Y es tal vez esta una causa de la veneración que se le profesa a su tumba en el Cementerio Central. Fue ingeniero civil, matemático puro y director del Observatorio Astronómico Nacional  y ahora lo adoran muchos ladrones, travestis y prostitutas.

Aún siendo muy joven, descifró correctamente las posiciones espaciales por las que -34 años después, en 1910- pasaría el cometa Halley. Hizo numerosos estudios que publicaba en la revista que después dirigió: Anales de Ingeniería. En 1902, junto a algunos familiares y amigos, conformó el grupo Círculo de los Nueve Puntos, para discutir e intentar resolver problemas matemáticos y científicos. También estudió ciencias sociales, el estado de las finanzas en el país, las crisis económicas por las guerras. Fue un hombre muy reconocido nacional e internacionalmente, en especial cuando en 1970 la NASA le asignó su nombre a uno de los cráteres de la cara oculta de la luna.

-A él se le pide prosperidad y dinero y buena suerte en los negocios- dice Deyanira Carreño.

A diferencia de los mausoleos de Kopp y de las hermanitas Bodmer, esta es una tumba. Su cuerpo yace solo. Y no tiene estatua. Su lugar de muerte es un rectángulo de cemento gris, rodeado de cuatro bolardos en cada esquina e inclinado en la parte superior de donde se desprende una columna trunca, cortada en diagonal. En este corte se ve tallado el cometa Halley.

Frente a la columna dos mujeres le rezan.  Una  tiene un billete de 20 mil doblado y lo frota en la columna del cometa y cierra los ojos mientras susurra su petición. La otra no detiene el movimiento de su mano con el billete, mientras mira al piso con los ojos aguados. Inscritos sobre su tumba están otros ruegos: “Julio ayúdame a dilatar las deudas y concédeme buen trabajo”, “intercede por mí para que mi negocio progrese”, “que lleguen a mi negocio buenos clientes con mucha plata”.

Detrás de los dos floreros de piedra que tiene fijos en tumba, está escrito: GARAVITO 1865 – 1920. Y delante arden cuatro atados de velas azules, a pesar de que está prohibido entrarlas al cementerio.  La cera derretida de días anteriores se riega más allá de la tumba y la tumba está manchada de hollín.

En ese momento, llega Pamela a pedirle que nunca le falte la plata. Hace unos años, ella era un hombre, hoy es una mujer negra con la piel de su cara llena de una base que intenta cubrirle los cañones de pelos que le salen de su barbilla. Sus ojos están delineados de azul y negro, y su pelo largo está teñido de rubio. Muy convencida, me dice:

-Si uno le reza a Garavito, nunca le falta el billete de 20 en el bolso.

A los espíritus en general siempre les pide por protección, que la “libren de todo mal y peligro”. “Nosotros estamos en situación de peligro”, asegura Pamela. Pero fue Kopp quien le cumplió poderse hacer las cirugías necesarias para cambiar de sexo. Ahora tiene dos senos grandes que muestra en un amplio escote.

Más tarde, desde el mausoleo de las hermanitas Bodmer, llega Eber, quien ahora me confiesa:

-Es que la verdad, yo soy ladrón. Entonces a veces yo le traigo fajos grandes de billetes de 20 y se los froto todos.

Los lunes vienen además «todos los del Santa Fé» dice Poveda, el vigilante de la entrada. Se refiere al barrio que limita con el Cementerio Central y hogar de prostíbulos y ollas de drogas. Él los requisa pero si encuentra drogas o un arma “no se les puede decir nada, lleva uno las de perder”.

-Viene mucho marihuanero- agrega en voz baja, mientras mira a su alrededor.

A las 3 de la tarde, mientras las señoras frotaban el billete de 20 en la columna, había un joven abrigado con un saco de dos o tres tallas más que la suya. Con su mano derecha quitaba las semillas, “pelaba” la marihuana que tenía en su mano izquierda. Se veía la hierba verde, medio seca.  Había tirada una tarjeta empresarial rasgada a los lados, lo que significa, según Pamela, que han usado los pedacitos para hacer los filtros de los baretos. A las cinco de la tarde había tantos chicos en parches que ya daba miedo ir hasta la tumba.

La muerta que adoraban a su lado, y que fue otra de las razones por las que ahora veneran a Garavito, era la de “Salomé Muñoz de Parra”. Esta señora fue “una mujer del pueblo que murió el 5 de septiembre de 1955 en olor de santidad”. En 1971, cuando este campo santo aún  permanecía abierto en las noches, esta tumba era la más visitada y de la que aseguran que a media noche emanaban llantos y lamentaciones alcanzaban un acento delirante.

En una pequeña alcancía dos mujeres recogían la limosna de quienes pedían milagros a la señora:

-Eso era un invento chimbo, como la gente es tan guevona, soltaba la platica- dice Julio Cordero, tallador de lápidas de las decenas de marmolerías que hay en las afueras del cementerio.

“Todo el mundo se comió el cuento y por esto les fue tan bien que pudieron comprar un lote en el óvalo central -donde están los políticos- que era costoso y difícil de conseguir”. Esto me lo contaban, entre risas y bromas sobre los santos populares, tres señores mayores en su pequeño local lleno de losas. Unas que no han terminado de tallar, otras  listas reposando junto a  un escritorio diminuto en el que escasamente se instalaba uno de ellos. Al verlos no queda duda de que son hermanos.

Uno de los tres, Jorge Cordero, explica que como este local hay más de cincuenta y todos están allí, sobre la Carrera 20,  desde que en 1956 el alcalde de entonces, Fernando Mazuera, construyó la Calle 26 y los reubicó. Hay también locales de flores atendidos por mujeres. Con las que conversé aseguraron que tampoco creen en los santos populares. “Yo creo es en nuestro Señor y en la Virgen”, dijo una de ellas.

A la tumba de Salomé Muñóz de Parra ya llegaba tanta gente que los propietarios de los mausoleos vecinos se quejaron y reclamaron hasta que al fin exhumaron sus restos y los pasaron al cementerio del sur. Muchos de sus devotos quedaron sin santo a quien rezarle, y poco a poco fueron fijándose en el muerto del lado: Julio Garavito.

 

 

Santos populares, una construcción de la gente

Al Cementerio Central la gente con su devoción lo volvió sagrado. Antes no era así: para quienes vivían en 1828, cuando Bolívar mandó a construirlo, era un lugar profano. Nadie quería enterrar a sus seres queridos allí, pues siempre lo habían hecho dentro de iglesias y conventos. Todo empezó a cambiar cuando Santander decidió enterrar el cadáver de su hijo en este cementerio, dando ejemplo al pueblo.

Para los años cincuenta, tiempos de gran violencia en el país, empezó ya en el Cementerio Central la difusión de la adoración a santos populares. Este período concuerda con  el aumento de migrantes del campo a la ciudad, que traían consigo su fe popular. Hacia 1970 el culto a santos hechizos se afianzó y fue cuando se volvieron masivos los rezos a Salomé. Julio Garavito apareció recientemente en la escena de la fe popular y hay santos más consolidados como Leo Kopp y las niñas Bodmer. Muchos bogotanos hacen un recorrido por los tres, van del mausoleo de las hermanas, al de Kopp y por último pasan a la tumba de Garavito. Algunos llegan directo a él. Pero lo que sí es cierto es que, quien le reza a Kopp, le reza antes a las Bodmer.

-Cambian a Dios por los espíritus- dice con cierto desazón Ricardo, uno de los tenderos del frente del cementerio

Los jueves, cuando la gente no adora a sus  santos populares, las tumbas están tan solas, tan desoladas que ya dan miedo. Las palomas llegan atravesando el viento frío y se les escuchan sonidos que los lunes no se perciben. Las flores que pusieron el lunes ya están marchitándose, algunas están caídas, a algunas sólo les queda el tallo. Así pues, a los santos populares no les queda más que esperar a que sea lunes otra vez.

*Carolina Jiménez es estudiante de la Maestría en periodismo del CEPER. Esta nota se produjo en la clase Géneros II.

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