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Los hijos de Orión

Desde esta semana en La Escombrera, el basurero de la Comuna 13 de Medellín y una de las fosas comunes más grandes de Antioquia, se desentierran los restos de una guerra entre el Ejército, las guerrillas y los paramilitares. A propósito de este hecho revivimos este reportaje, ganador del Premio Simón Bolivar, que retrata el lugar que es la sepultura de cientos de desaparecidos y que hasta ahora es símbolo de impunidad.

por

Eduardo Briceño


30.07.2015

Foto cortesía de Jesús Abad Colorado

La tarea inocente de elevar una cometa, de dejarla llevar por una ráfaga de viento, de verla volar por el cielo azul de la ciudad, terminaría por sorprender a un niño de once años con una bala perdida que acabaría con su vida. El hecho ocurrió  el 20 de junio de 2012 en el barrio Nuevos Conquistadores de la Comuna Trece de Medellín. En las calles estrechas que se elevan por las montañas occidentales de la ciudad, donde se acumulan casas de ladrillo una junto a otra cerrándose al paso del desconocido, hoy habita la incertidumbre. La muerte para muchos de sus habitantes es una posibilidad pavorosa, pero cotidiana. El recuerdo de caminar tranquilamente por ciertos barrios altos de la comuna, no es más que eso, una memoria del pasado que hoy se ve interrumpida por el control territorial de los «combos» (pandillas) y por fronteras invisibles que para sus habitantes son muy reales.

Una imagen que podría ser el símbolo de muchos años de violencia en la Comuna Trece es La Escombrera: un territorio en la parte alta de ésta donde, desde 2000, se han vertido cerca de 4 millones de metros cúbicos de escombros, el equivalente del volumen de 33 veces la Torre Colpatria de Bogotá (el edificio más alto del país). Es una gran montaña árida manejada por “una compañía privada conocida con el nombre de Escombros Sólidos Adecuados Limitada”, donde se han vertido las ruinas de la ciudad pero también es un lugar donde están los cuerpos de cientos de desaparecidos, segun informes de la Alcaldía de Medellín.

Tanto la Operación Orión como La Escombrera son un símbolo de impunidad. En 2002 se reportaron 77 casos de desaparición. Sin embargo, desde enero a noviembre de ese mismo año (fechas que coinciden con los operativos militares) hubo 62 casos.

Julián Marín es un joven tímido de pelo largo y crespo y ojos oscuros. Recuerda las tardes de cometa en los terrenos de la actual Escombrera: “había unos charcos donde uno iba y tiraba nado, la gente iba a hacer sancocho, uno iba a elevar cometa, a coger pomas y mangos. Era un lugar donde la gente se recreaba e iba a divertirse”. La Operación Orión, un operativo militar que con alianza del paramilitarismo (según versiones libres del proceso de Justicia y Paz y habitantes de La Comuna 13) tenía como objetivo expulsar a las guerrillas urbanas del territorio. El resultado fueron tres días de enfrentamientos militares, el sobrevuelo de helicópteros que disparaban indiscriminadamente sobre las casas y muchas víctimas civiles. Orión haría de La Escombrera, ese lugar de recreo en el pasado, la sepultura de cientos de desaparecidos.

Tanto la Operación Orión como La Escombrera son un símbolo de impunidad. En 2002 se reportaron 77 casos de desaparición. Sin embargo, desde enero a noviembre de ese mismo año (fechas que coinciden con los operativos militares) hubo 62 casos . La verdad está separada por un millón y medio de metros cúbicos de escombros que habría que remover y de 30 a 40 millones de dólares que esto costaría. Un grupo forense de Argentina, Perú y Guatemala entregó a la oficina de atención de víctimas de la Alcaldía de Medellín un estudio sobre las posibilidades de acceder a los cuerpos de la zona. La decisión está en manos de la fiscalía.

Felipe Medina vive en El Corazón, uno de los barrios más alejados de la comuna y vecino de La Escombrera. Es moreno, de ojos oscuros y habla con mucha propiedad de la situación de su barrio. Tiene un término propio para describir la situación de muchos jóvenes vecinos, “yo los llamo los hijos de Orión porque cuando tenían diez u once años les tocó vivir de manera aterradora todo eso (los operativos). ¿Qué hacen hoy? Ellos controlan el territorio”. Felipe también es un hijo de Orión, para su suerte y a diferencia de muchos de sus contemporáneos que nunca han salido del barrio, él estudió trabajo social en la universidad. Es hijo de Orión, no porque controle el territorio, por el contrario afirma: “hoy yo salgo de mi casa y hay un combo. Tres o cuatro cuadras más allá hay otro, sigo bajando y diez cuadras más allá hay otro”.

La policía de la ciudad de Medellín identifica dos cabezas líderes de las redes delincuenciales: alias Valenciano, que fue capturado en territorio venezolano en noviembre del año pasado y alias Sebastián, que fue capturado el ocho de agosto en una finca en el departamento de Antioquia. En total se reconocen 19 organizaciones delincuenciales integradas al narcotráfico (ODIN) entre las que se cuentan «Mondongueros», «La Sierra», «La Agonía», «Calatrava», «San Javier», «Aures» y «Belen Rincón”, a cargo de “Valenciano”; y “Los Triana», «San Pablo», «Los Chatas», «Picacho», «Robledo», «Caicedo», «La Divisa», «Los Marines», «Bariloche», «Los Gómez», «Alta Vista» y «La Raya, a cargo de “Sebastián”. Estas a su vez controlan a cerca de 92 combos aunque otras fuentes afirman que podría haber cerca de 300. La policía reconoce que estas redes podrían llegar a tener cerca de 3.000 hombres, aunque la volatilidad de los mismos no pueda determinar una cifra demasiado confiable.

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Todo lo anterior resulta ser muy paradójico si se tiene en cuenta que La Comuna Trece de Medellín es la zona más militarizada de la ciudad. Este territorio tiene 14 bases militares de las 23 de la ciudad de Medellín y sus aledaños, haciéndolo el lugar con más presencia militar por número de habitante en el país (cifras: Policía de Medellín). Para Sandra González, socióloga de la Corporación Región, “La fuerza pública está deslegitimada en los microterritorios, lo que hace que la población acuda a los combos como controladores de justicia (…) ha perdido toda legitimidad, pues la gente de la comunidad los ha visto actuando de la mano de los combos”. Desde los operativos militares en 2002 la impunidad no ha podido ser superada. Existe una falencia significativa por parte de la fuerza pública y una atomización de poderes locales.

Son muchas las iniciativas para conmemorar los diez años de Orión. En conjunto de varias organizaciones no gubernamentales de la ciudad se organiza “La jornada por la paz, la memoria y la no violencia” que se llevó a cabo entre el 16 y el 24 de octubre. Esta iniciativa propone tres ejes de actividades: uno académico, donde se desarrolló un foro periodístico para hablar de cómo se trató la Operación Orión a nivel mediático y abrir un debate alrededor de la prensa en el conflicto. El segundo, un eje cultural que propone crear espacios de conciertos, cine y teatro como medios de memoria y catarsis del conflicto. La última de las propuestas es la más simbólica de las tres: un flashmob por toda la Comuna Trece que consiste en la izada de grandes telas blancas, con el propósito de crear un impacto de memoria y de no repetición en los habitantes.

Así mismo, bajo la dirección de la Corporación Jurídica Libertad se propone una “Comisión de esclarecimiento” que se viene desarrollando desde julio pasado para recoger testimonios de violaciones de derechos humanos en la Comuna Trece. La idea es hacer un acompañamiento a las víctimas de las operaciones militares del 2002 e intentar develar las responsabilidades de los diferentes actores que tuvieron protagonismo en éstas.

Tomar el metro hacia la estación de San Javier, la última en la línea occidental del metro de Medellín y comienzo de La Comuna Trece, es algo que cualquier extranjero disfrutaría. El Metrocable que se eleva hacia los barrios más alejados e intrincados de la comuna hace que sus habitantes se muevan con tranquilidad y de manera muy eficiente. Los alrededores de la estación podrían ser el escenario de cualquier barrio de clase media del país: panaderías, venta de ropa, restaurantes o pollerías, las campanas de una iglesia que anuncian que pronto va a comenzar la misa. La biblioteca de la comuna hace que los niños olviden sus arduas condiciones y puedan jugar y aprender en comunidad. Sin embargo, la maraña anaranjada de ladrillo que crece a lo largo de las montañas esconde en sus laberínticos barrios el terror de la violencia. Bastaría con no pertenecer al lugar para temer con justificadas razones subir a los barrios altos de La Comuna. Perder la vida, podría ser el resultado de una simple tarde de cometa.

De la misma forma en que la vegetación del departamento sorprende por su verde intenso, por su riqueza y diversidad, los barrios de casas de ladrillo que se acumulan día tras día escalando las montañas, ocultan a lo lejos la desgracia del desplazamiento forzado, la violencia y la muerte. La situación de la Comuna Trece se replica en muchas comunas de la ciudad mostrando un descontrol por parte de las autoridades estatales. El alcalde de Medellín, Aníbal Gaviria, anunció el aumento del píe de fuerza en la Comuna Ocho así como el patrullaje aéreo de helicópteros sobre ésta. Son dos barrios que se miran sus caras desde montañas opuestas, territorios que viven una guerra en las calles, que obligan a sus habitantes a vivir en el encierro bajo amenaza de muerte. Un nuevo desbordamiento de violencia como el de la Operación Orión es una hipótesis que nadie quisiera llegar a corroborar.

*Eduardo Briceño es estudiante de historia y está terminando la Opción en periodismo del CEPER. Además es Co-editor de la revista REC. Esta historia fue producida para el curso Periodismo de terreno del Ceper de la Universidad de los Andes con la colaboración del Centro de Memoria Historica. Esta historia fue también publicada en La Silla Vacía

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