Licorice Pizza: una carta de amor

#RESEÑA La nueva película del director Paul Thomas Anderson es una oda a su propia juventud y sobre todo, una carta de amor a los setenta, a la juventud y a California.

por

Laura Garzón


06.04.2022

Situada en la California de los años setenta, Licorice Pizza parte de una premisa simple, de la que también parten gran cantidad de comedias románticas: un chico conoce a una chica. Sin embargo, y a diferencia de esas comedias, la premisa se vuelve la sustancia de una historia mucho más interesante que dibuja la manera en que se construye el vínculo entre dos personajes magistralmente delineados. De un lado, Gary Valentine, protagonizado por Cooper Hoffman (sí, el hijo de Phillip Seymour Hoffman), es un joven actor y emprendedor, carismático y envolvente (de esos hombres capaces de encantar a punta de autoconfianza y encanto verbal, llamémosle). Del otro lado, Alana Kane, protagonizada por Alana Haim (sí, del trío musical de hermanas HAIM), una asistente de fotografía directa y decidida, al tiempo que nerviosa e insegura, quien trata de frenar los avances de Valentine, haciéndole notar la diferencia de edad que los separa. Pero esta diferencia, cuya problemática no ha pasado desapercibida por la crítica, va volviéndose más difusa a medida que los dos crecen. Como buen coming-of-age (es decir, una película sobre madurar y volverse adulto) estos dos personajes van evolucionando y así su vínculo, el cual pasa de ser un flechazo a una verdadera relación de complicidad y apoyo mutuo. Ambos van encontrando, lentamente, su lugar en el mundo y su lugar junto al otro.

¿Por qué esta película estuvo nominada a un premio Oscar si hay cientos de películas con una premisa semejante? Por una parte, el ritmo con el que avanza está muy bien calibrado, el crecimiento de los personajes no se siente forzado ni tampoco salta bruscamente de una etapa a otra, sino que fluye entre los cambios que ambos sufren. Falla, quizá, en lo anecdótico que puede resultar este crecimiento, una serie de pequeñas historias atadas por el eje de la relación entre Alana y Gary: discutir sobre quién maneja el carro, ser apresado por la policía por ningún motivo (evento que le sucede a Gary), discutir con la familia. Esos eventos dan cuenta de la manera en que Alana y Gary sienten amor por el otrx, sin embargo algunas de ellas sobran y podrían eliminarse sin que se afectara significativamente la historia. Por otra parte, el hecho de que exista un foco tan fijo en Haim y Hoffman se compensa por la gran química entre los dos, la calidad de sus actuaciones, y en el hecho de que sus personajes están construidos con fineza. A eso hay que adicionarle el humor con el que se va desenvolviendo la historia. 

Sin embargo, en cuanto al humor, algunos comentarios de espectadores en Twitter, así como de críticos de la industria, han tildado de racistas ciertos chistes. Tal es el caso de la historia de Jerry Frick, un ejecutivo de Los Ángeles, quien tiene un restaurante japonés en el valle de San Fernando. Frick, protagonizado por John Michael Higgins, tiene no una sino dos esposas japonesas a lo largo del film y, en ambos casos, para comunicarse con ellas utiliza inglés con acento japonés. Luego parece traducir lo que las mujeres opinan solo para terminar confesando que no entiende nada de japonés. Considero que el chiste hace más mofa del personaje de Jerry Frick, haciéndolo quedar en ridículo, además de representar el humor de la época.

Otra crítica que ha recibido la película ha sido el trato que recibe Alana, construída desde una mirada masculina. Los personajes secundarios y el mismo Valentine a veces dibujan a Alana solo como un objeto de deseo. Alana lucha por salir de este encasillamiento tratando de poner las reglas de juego, de darle pie o no a los hombres de hacer sus “movidas”, como sucede cuando corta, incómoda, los avances de Jon Peters. Sin embargo, comenta sobre esto Elaine Cho, crítico para Mediaversity, que Alana solo existe desde el apetito que tienen los hombres alrededor de ella por ella, no tiene agencia real sobre su deseo. El cierre de la película retira solo parcialmente el velo platónico de su afecto por Gary (que, por lo demás, ya es problemático por la diferencia de edad que los separa) y es quizá el único momento en que Alana es una participante activa en sus decisiones sobre estar o no con alguien. Esto, claro, no termina de desarrollarse pues ese no es el interés de la historia, el interés es la tensión y la promesa.

En mi opinión, el trabajo del director, Paul Thomas Anderson (Punch Drunk Love, The Phantom Thread), es tan delicado que los elementos problemáticos que he mencionado resultan opacados frente al cuidado con que la historia se desenvuelve. No solo se trata de los matices en la trama sino del modo en que la nostalgia aparece sin volverse pesada. Nada más los aspectos visuales, el uso de lentes de la época retratada y una iluminación también de ese período, permiten una sensación de “autenticidad” que se añade a la historia. Es una oda a la juventud de Anderson y a la de su amigo, Gary Goetzman (en quien está basado Gary Valentine), pero sobre todo es una carta de amor (a los setenta, a la juventud y a California) capaz de conmover incluso a quienes, como nosotros, no tuvimos parte en este periodo ni hemos vivido en el valle de San Fernando. 

PD. Otra razón para disfrutar la película es la impecable banda sonora, la cual podría escucharse una y otra vez, igual que podría verse de nuevo y de nuevo sin que deje de ser fresca Licorice Pizza (cuyo nombre deriva de una tienda de música en California, de hecho). Escúchenla aquí:

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Laura Garzón


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