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Leer en pantalla: el futuro de los libros electrónicos

Con la llegada de las nuevas editoriales independientes y la apertura del mercado en internet todo apunta a que las bibliotecas de las casas pronto se medirán en Gigas y no en centímetros. Así está el libro electrónico en Colombia.

por

Andrés Franco Harnache


17.01.2013

Ilustración: Cerosetenta

Crisis y esperanza

En 2011 cerraba Norma y parecía que la industria editorial colombiana iba a quedar en manos de dos grandes editoriales españolas: Planeta y Prisa. Cada una, a su modo, publicando a los mismos dinosaurios de siempre y bajo las mismas formulas aprendidas en facultades de mercadeo y no de literatura. Pero calladas, en la sombra y esperando su momento, estaban las editoriales independientes que comenzaban a nacer en las ciudades colombinas. Tragaluz en 2005, Laguna Libros en 2007 y eLibros en 2011 acompañadas de muchas otras editoriales centradas en el diseño, el arte, la novela grafica y los comics. Todas ellas publicando libros de poco tiraje y sin gran ambición comercial. Tanto, que muchas sobrevivían prestando sus servicios a bancos y empresas que estuvieran interesadas en hacer catálogos o libros de lujo para sus clientes. De allí salía el dinero para hacer sus propias ediciones de autores o proyectos editoriales que ni por asomo hubieran aceptado en las filiales de las grandes editoriales españolas.

Lo independiente, lo que no le tiene miedo a lo establecido, es lo que permite la evolución. No sólo en las artes, donde es tan evidente (sin irreverencia no es posible superar a los maestros), sino en los negocios y en la vida empresarial. Ya es conocida aquella frase de Steve Jobs, “Think Different” (piensa diferente) y todas las implicación que ha tenido para el mundo tecnológico y la vida del ciudadano corriente. No es sorprendente, entonces, que la evolución en la industria editorial colombiana venga de aquellas editoriales que no anteponen el mercado al contenido. No sólo porque pueden producir lo que ya muchos críticos consideran es el libro del año, sino porque son los que han introducido el libro electrónico, como una posibilidad real, en Colombia.

Hace unos meses Laguna Libros publicó las cartas que Emma Reyes, pintora colombiana que desarrolló su obra en Europa y murió en 2003, le escribió a German Arciniegas en los años sesenta. Cartas emotivas donde le contaba su infancia bogotana llena de pobreza y desesperanza. La “novela” autobiográfica de Reyes se publicó con un tiraje de 1.000 ejemplares de los cuales cerca de un tercio fueron de cortesía para la prensa o ejemplares de donación al Ministerio de Cultura. Los que quedaron se fueron regando lentamente por el mundillo literario bogotano y de éste fue pasando a los medios de comunicación y a los lectores de a pie. Pasó lo que en la industria cultural se denomina como el voz a voz. Recomendación tras recomendación entre lectores que dio por resultado un pequeño éxito editorial.

Esa primera edición de 1.000 ejemplares se acabo en cuestión de meses y Laguna se vio obligada a hacer una segunda edición en octubre de 2.000 libros (algo que nunca antes había hecho en sus cinco años de existencia). Este éxito en ventas no escapó de los cambios en la industria editorial. Del libro se preparó una edición electrónica, con ayuda de la también independiente y digital eLibros, que entró a la tienda de Kindle de Amazon y en cuestión de un mes ya tenía cerca de treinta descargas (con compras no sólo colombianas sino de Chile, Estados Unidos y Europa). Al tiempo el libro entró en la recién abierta para Latinoamérica iBookStore de Apple y en cuestión de días ya estaba de primera en la listas de los más vendidos (superando a la inmortal Cien años de soledad y a la autobiografía del expresidente Álvaro Uribe Vélez). Ya no sólo se puede hablar del nacimiento y consolidación de las editoriales independientes en Colombia, sino del nacimiento del mercado del libro electrónico de la mano de ellas.

Un nacimiento tardío

El libro electrónico nació, como es entendible, con el computador. Desde que aquellas máquinas de computo tuvieron la capacidad para procesar textos, por más simples que fueran, en letras verdes y un fondo negro futurista. La primera novela escrita con un procesador de textos fue el thriller de ciencia ficción Oath of Fealty de Jerry Pournelle publicado en 1981 y para el finales de esa década ya era normal que los escritores compraran computadores y escribieran sus obras en ellos. Sin embargo, no fue sino hasta mediados de los 2000 que se comenzó a hablar propiamente de libro electrónico. Si bien la fotografía y la música ya habían madurado en el nuevo formato digital (ya Steve Jobs había hecho la mítica presentación de iPod y las cámaras digitales se iban imponiendo en todas las casas de occidente), el libro electrónico se tomó su tiempo. No eran sencillos los problemas que debía enfrentar antes de su popularización.

Con la invención de internet en su versión mundial (World Wide Web), a finales de los noventa se comenzaron a vender algunos libros para leer en computador. Stephen King, rey del marketing y de la innovación editorial, publicó en 2000 Riding the Bullet en una edición que podía ser leída en PC y que costaba $2.5 dólares de la época. El libro alcanzó las 400.00 descargas en 24 horas. Pero los PC de los noventa no era las cómodas tabletas de hoy en día. Sólo se podrían leer libros electrónicos en computadores grandes y de pantalla de rallos catódicos. Pantallas luminosas que cansaban e irritaban la vista. Además, ¿adónde estaba la portabilidad que permitía leer los capítulos más interesantes de, para seguir con King, The Shining en el bus o en el metro de camino a casa? Sin hablar de las conocidas lecturas de playa, sector tan lucrativo en la industria editorial estadounidense, con libros de bolsillo que podían aguantar caídas de un piso a otro o el café regado en un avión. Era imposible salir de paseo con un computador de torre en los noventa y, de tener el dinero suficiente para comprar un portátil, la pila de éste moriría cuando estuviera leyendo la mejor parte de un thriller policial. Había dos problemas básicos que debía enfrentar libro electrónico antes de convertirse en un fenómeno de masas como el mp3 y el iPod: comodidad de lectura y portabilidad.

Las respuestas a estos problemas surgieron de Sony. Los ingenieros de la empresa japonesa crearon un lector de tinta electrónica, el PRS-500. Una especie de agenda con una pantalla que reproducía las letras digítales, pero sin producir la luz que irritaba y cansaba los ojos. El lector de Sony, además, permitía la portabilidad deseada. Sería incluso más liviano que un libro de pasta dura de 500 páginas. Se comenzaba a perfilar el futuro de una industria que había permanecido dormida ante la embestida digital de las últimas décadas. Pero también empezaron a llegarlos temores.

Un ebook colombiano

Memoria por correspondencia de Emma Reyes se consigue en cualquier librería bogotana por 35.000 pesos. El formato es mediano, tipo libro de bolsillo, y en la caratula se puede ver una figura abstracta de manchas color beige y negro. El libro, a pesar de no ser excesivamente llamativo, sobresale por su sobriedad y estilo. El papel es cremoso, poroso, tirando a amarillo. El texto bien diagramado se alterna con algunos dibujos de la artista. Dibujos infantiles que acentúan el contenido emotivo de las cartas. Son 192 páginas de un libro bien construido, que no se deshoja después de leído, liviano en la mano y fácil de abrir. Todas las ventajas y comodidades del invento de Gutenberg.

La versión digital de Memoria por correspondencia se puede conseguir en la Kindle Store o en iBookStore por $8.99 dórales (cerca de 16.000 pesos colombianos). Es decir, 55% menos que el precio del libro impreso. Para comprarlo debe contar con un lector electrónico de Amazon (el famoso Kindle) o un dispositivo Apple con iOS (un iPod Touch, un iPhone o un iPad). Luego debe tener una cuenta en Amazon o Apple, con una tarjeta de crédito asociada a ella, más una conexión a internet. El resto es pan comido, como ya saben los que hayan comprado aplicaciones o música en cualquiera de estas dos portales electrónicos. Desde el mismo dispositivo se puede entrar a la “librería” donde podrá buscar el libro, hacer click o tocar en el botón “comprar”, marcar la contraseña y bajar el libro automáticamente. Es cuestión de, literalmente, cinco minutos, si no menos. Una vez se ha bajado el archivo se lo podrá abrir y comenzar a leer de inmediato.

La versión electrónica de Memoria por correspondencia es la segunda edición del libro y viene con una corta pero emotiva introducción de Piedad Bonnet. En ella la poetisa y narradora colombiana resalta la calidad literaria de esta “novela” epistolar. Tal como en su versión física, el libro combina el texto con los dibujos de la artista. Acá mucho más claros, facsimilares de los cuadernos donde Reyes los dibujó. En el libro digital, a pesar de seguir la paginación referencial del impreso, puede variar en el número de páginas. Ya todo depende del tamaño y el tipo de la letra que usuario configure, así como de en qué orientación use el dispositivo (vertical u horizontal). En un menú de opciones se pueden encontrar las herramientas para subrayar o para comentar el pasaje que se quiera. Sobre todo en la versión de Apple donde se trata de imitar la sensación de tener un libro real las manos, con pases de hojas animados o con subrayados de un resaltador no muy preciso.

Memoria por correspondencia, en su versión digital, es un libro electrónico que supera, incluso, la factura de ebooks hechos por casas editoriales de Estados Unidos o Europa, donde sólo pasan el texto por el escáneres OCR y no corrigen errores de transcripción sencillos (dobles espacios, caracteres mal leídos por la máquina, etc).

El mercado de libro electrónico

Se ha dicho que el libro digital acabará con el libro impreso. Es el miedo absoluto de los bibliófilos y la ilusión de amantes de la tecnología ¿Para qué tener libros impresos si los podemos guardar cómodamente en los amigables dispositivos electrónicos que siempre llevamos en el bolsillo? ¿Para qué un libro gordo y pesado de 700 páginas cuando se pueden tener mil libros de mil páginas en un pequeño celular de 122 gramos como el iPhone 5? Confirmando esto, cientos de artículos de prensa han afirmado en los dos últimos años que Amazon ya vende más libros electrónicos que libros en papel. Eso sería, entonces, una penetración de más del 50% en el mercado editorial, por lo menos, en Estados Unidos. El temor se vuelve real y todo aquella gente del mundo editorial ha entendido que lo que tanto temían está por suceder. Una era digital donde no habrá libros de papel, donde todo será cuestión de bits que le abrirán paso a la piratería a gran escala. La misma piratería que arruinó la industria musical y que ahora llegaría a una industria que poco ha cambiado desde los días de la invención de la imprenta.

¿Pero que Amazon venda más libros electrónicos que libros en papel es un síntoma real de un cambio inminente en la industria editorial? Las cifras de Amazon sólo se remiten a Estados Unidos e, inclusive dentro de este país, Amazon no es todas las librerías. No es la única librería de las grandes ciudades, ni de los pequeños pueblos del Medio Oeste. Es cierto que Borders, una de las grandes cadenas de librerías en Estados Unidos, tuvo que cerrar en 2011 por no haberse adaptado al nuevo formato. Es cierto que su competencia, Barnes and Nobel, tuvo que crear su propio lector digital para hacerle competencia a Apple y a Amazon (con el menos famoso Nook). Es un hecho, sobre todo en Estados Unidos, que el libro electrónico despega, pero ¿qué tanto?

Según el estudio The Global eBook Market, publicado en 2011, las cifras del mercado de libros electrónicos, en comparación con de libros en papel, es aún bastante reducido. Los países donde más avance ha habido son Estados Unidos e Inglaterra, donde de cada 100 libros publicados unos seis son digitales. La cifra se reduce significativamente en Europa continental donde el porcentaje no suele superar el 2%. El libro electrónico comienza a madurar, pero lo va haciendo a su ritmo. Sería imposible decir que los libros impresos vayan a desaparecer y mucho menos a corto y mediano plazo. Sin embargo, su acenso es indiscutible.

Contenidos, la clave

Para Julio Paredes, escritor y editor colombiano, el futuro de los libros electrónicos está necesariamente mediado por los contenidos que éstos ofrezcan. Si los libros electrónicos se siguen reduciendo a libros autoeditados, libros de autoayuda y best sellers sin calidad, como se puede ver en la Kindle Store, su futuro próximo seguirá siendo limitado. Si el lector ávido no encuentra algo bueno para leer dentro de ese mar de libros banales, comprará algunos, pero luego volverá a su librería o librero de confianza. Es necesario que los contenidos aseguren la calidad del nuevo formato para que éste tome vida propia.

Una de las grandes ventajas del libro electrónico es la eliminación de intermediaros. Al eliminar el soporte físico se elimina al impresor, al distribuidor y a la librería. Y con ellos, se reduce el precio final del libro que antes se incrementaba por la larga cadena de distribución. De ahí que los libros electrónicos sean más baratos que los de papel y que, como si fuera poco, puedan atravesar las fronteras que antes no eran capaces de traspasar. Mientras que hoy es imposible conseguir autores colombianos en Argentina que no sean Gabriel García Márquez o Juan Gabriel Vázquez, en las tiendas de Amazon y Apple la oferta es inagotable.

Pero la ilusión de eliminar intermediaros se vuelve, en muchas casos, un problema. Ya no sólo basta con eliminar al impresor, al distribuidor y al librero, sino que se vuelve necesario eliminar al editor. Así  se reduciría la producción y distribución del libro a dos partes: el escritor y la empresa de distribución y venta  (Amazon o Apple). Es decir, el autor se autoedita y publica su libro digital por medio de las herramientas que Amazon y Apple le ofrecen (Kindle Direct Publishing y iBooks Author). De este modo, del precio final de un libro electrónico, digamos en promedio diez dólares, tres serían para estas empresas y siete para el escritor. Una oferta jugosa, sobre todo cuando hoy en el viejo esquema editorial se le ofrece a lo sumo un 10% de ganancias al autor.

La autoedición ha dado como resultado una explosión del libro electrónico. Según cifras de Bowker, empresa que asigna los ISBN (International Standard Book Number, por sus siglas en español) en Estados Unidos, ha habido un incremento en la publicación de libros electrónicos de un 265% del 2006 al 2012. Profesores que reúnen sus textos de clase y montan un ebook gratuito para que sus estudiantes lo usen en sus cursos. Veteranos de guerra que hacen sus malas memorias y las publican sin que nadie les advierta sus errores narrativos. Amas de casa desesperadas que hacen terapia escribiendo libros llenos de lugares comunes e historias intrascendentes. Pareciera que el lector aún necesita del viejo filtro que ejercían las editoriales dando su opinión y diciendo, esto es bueno y esto no tanto.

De este mar de libros sin sentido han salido algunos best sellers como 50 sombras de Gray, cuyo éxito podría indicar, sin embargo, que en efecto hay futuro en la autoedición. Esta trilogía fue primero publicada en la página web de la autora, FiftyShades.com, y luego en la editorial de autoedición The Writers Coffe Shop. Pero su éxito real sólo se dio cuando fue fichada por la editorial estadunidense Vintage, perteneciente al conglomerado internacional Random House, que se encargó de pulir el texto y distribuirlo a todo el mundo.

Para Ricardo Silva Romero, escritor colombiano, una novela nunca es el resultado o creación de una sola persona. Si bien es cierto que la idea y gran parte del trabajo recaen sobre el autor, hay partes importantes que son trabajo exclusivo del editor. Para Silva, el editor es como el productor de una grabación musical. Aquél que pule y arregla la música para que sea digerible y la calidad de los músicos pueda ser apreciada. No hay nada peor que un disco mal mezclado, donde la voz casi no se escuche y la batería suene más alto que la guitarra. Asimismo ocurre con un libro mal editado, un libro sin corrección de estilo, con una diagramación confusa y sin, tal vez lo más importante, el sello editorial que le dé la credibilidad necesaria en el mercado editorial.

Simón Posada, periodista y exeditor de Planeta en su filial colombiana, va más allá. Es consciente de la importancia del proceso editorial, pero cree que la autoedición es el futuro. El filtro que ejercen las editoriales es excesivo ya que sólo responde a prácticas de mercado. Posada asegura que Planeta no publica un libro, por bueno que éste sea, si no pronostican que llegará a vender más de 5.000 ejemplares (cifra que es imposible de alcanzar en Colombia a no ser que el autor sea Castro Caicedo o Jorge Franco). Con este tipo de filtros, que son económicos y no de contenido, la autopublicación se presenta como una posible salida a la dictadura que ejercen dos o tres sellos editoriales en Colombia. El papel del productor de discos, como dice Silva Romero, lo puede ejercer, según Posada, la naciente figura del editor independiente. Editor, no editorial, que le dé forma al libro para que pueda ser autopublicado directamente en Amazon o en Apple.

Son los contenidos, reafirma Julio Paredes. De ese mar de libros auto publicados es imposible saber lo que es bueno o malo. En el mundo digital pueden estar las críticas que hacen los mismo usuarios en las plataformas de venta, pero éstas son un espejismo. Hace unos meses la prensa estadounidense descubrió la empresa de Todd Rutherford, GettingBookReviews.com. Página web donde se ofrecía hacer 20 reseñas positivas de libros para colgar en Amazon por $499 dólares. El asombro continuó cuando descubrieron que muchos de los libros autopublicados, y con ventas asombrosas en Amazon, habían hecho uso de los servicios de Rutherford.

Los libros digitales, entonces, abren la puerta a miles y millones de libros a los que de otra manera no se tendría acceso, pero dentro de ese mar se hace necesario un filtro. Alguien de confianza, un sello editorial, que muestre qué puede llegar a ser bueno y qué no. Se necesita un Laguna Libros.

Un futuro lleno de dudas

¿Cuál es el futuro del libro electrónico? Los nostálgicos del papel se pegan a las cifras de The Global eBook Market arguyendo que la penetración del libro electrónico es nula en Europa, de modo que el futuro seguirá siendo de papel. Planeta, por ejemplo, no apuesta por lo digital a corto plazo. Simón Posada cuenta cómo las cifras en España los han desalentado. En Planeta publican libros electrónicos, pues de un .doc a un epub hay poco trecho, pero la cantidad vendida no justifica un negocio basado sólo en el formato digital. Haciendo eco a Posada, salen artículos en El País de España o en ABC con cifras no muy prometedoras. El descenso en la venta de lectores digitales y el asenso de tabletas (que aunque sirven para leer, como iPad, no aseguran ventas de libros electrónicos).

Por otro lado, los de espíritu digital se quedan con las cifras de Amazon y dicen, según un estudio de PricewaterhouseCoopers, que para 2016 Estados Unidos alcanzará una cuota de libros digitales del 50%. Arguyen, además, que el hecho de que haya más tabletas que lectores electrónicos no es negativo para la industria, pues le da la oportunidad de comprar eBooks a alguien que tiene un aparato para diversos usos. Ya se tome una u otra posición frente al futuro de los libros electrónicos, es obvio que éstos no abandonarán a la industria editorial en los próximos años. Es imposible pensar un futuro donde éstos no aparezcan de una u otro forma, pero aún deben enfrentar varios problemas que ya no sólo se reducen a la portabilidad o comodidad de lectura.

Los problemas que ahora enfrenta el libro electrónico se centran más en su proyección a futuro. Dando por descontado la calidad de los contenidos, hay que crear un mercado, junto con su proceso de venta y distribución, que se adapte a las nuevas necesidades. En realidad cuando alguien compra un eBook no lo compra, sino que lo licencia. Este problema salió a la luz hace algunos meses cuando Bruce Willis, el actor hollywoodense, demandó a Apple porque toda la música que había comprado en iTunes no se la podía heredar a sus hijas. En efecto, lo que hace cualquier usuario cuando compra música digital en iTunes o Amazon es comprar el permiso para reproducirla de por vida. No está comprado un CD, un objeto, que podía ser heredado, regalado, etc. Sino que compra el derecho a su reproducción. Esto mismo se aplica a los libros electrónicos, ya sean de Apple o de Amazon. No se los puede regalar ni se los puede heredar, pues no se compra un objeto físico.

Esto no sólo le quita todo aquel encanto romántico a los libros y CDs, sino que tiene problemas mucho más profundos. ¿Cómo se conservarán los libros, ahora que además sólo están en la nube, si desaparece lo impreso? ¿Qué pasa si un usuario que ha gastado miles de dólares en libros que sólo los puede conservar en los servidores de una empresa que es susceptible de quebrar o de desaparecer por contingencias históricas (guerras, desastres naturales, etc) termina perdiendo todo el material?

Ahora, si los libros se licencian y no se compran, ¿tiene sentido pagar tanto por ellos? Es cierto que su precio con respecto a la versión impresa se reduce, pero no lo suficiente para sólo tener el derecho de leerlos. Una opción es el streaming, que es la solución que se va asentado en la industria musical con servicios como Spotify o Deezer. Si no se posee ni siquiera esos bits intangibles, ¿por qué se debe pagar tanto por ellos? Sería mejor pagar una mensualidad para que se pueda escuchar la música o leer los libros que se quiera y cuando se quiera por el periodo de tiempo que se haya pagado.

El streaming de libros es en realidad antiquísimo, o ¿qué otra cosa son las bibliotecas? Pero acá las ventajas serían mucho mayores. No sólo se tendría un ejemplar que está condenado al mal uso de los lectores (que lo rayan, mojan y rompen). Estamos ante el panorama de un ejemplar que se puede multiplicar infinitas veces, cada vez como nuevo, sin rayas o comentarios molestos de usuarios anteriores. El streaming será una opción posible, que además elimina el problema de la piratería. Sin embargo, sigue siendo molesto el no ser el propietario de un bien único, con notas propias que no descansen en servidores ajenos. Esto deja aún vivas las ventajas del objeto, el libro como objeto que seguiría siendo propicio para el que aprecie aún la antigua libertad del papel.

Son aún muchas las dudas que hay frente al libro electrónico, pero es una realidad que acompañará a la industria editorial en su futuro inmediato. Tal vez las mejores respuestas vengan de ideas nuevas y opciones que no estén atadas al modelo antiguo y tradicional. Estas ideas vendrán, necesariamente, de las editoriales independientes. No sólo de la autoedición, que parece un fenómeno efímero si no encuentra contenidos de calidad, sino de las personas o empresas que comprendan las ventajas de una buena edición a la vez que comprendan las posibilidades del nuevo formato. Mientras tanto, el libro electrónico entra en Colombia de la mano de dos de estas editoriales independientes y lo hacen en un país, que a diferencia de España, cuenta con una ley del libro que ya en 1993 desgravaba de impuestos a los libros “publicados en medios electromagnéticos”.

*Andrés Franco Harnache es estudiante de Literatura de la Universidad de los Andes. Este reportaje fue producido en la clase Crónicas y reportajes de la Opción en periodismo del CEPER. Una versión de este trabajo fue publicada por el portal web de la Revista Arcadia. 

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