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Las señoritas son militares

Desde pequeña, Juanita Millán soñó con uniforme de la Armada. Después de dos intentos fallidos, en el último año posible, logró ingresar a las Fuerzas Militares, adentrarse en la mente de las Farc y sentarse a negociar en La Habana. Las señoritas son militares.


Ilustración: María Elvira Espinosa Marinovich

Tenía 28 años, ya era politóloga y tenía un trabajo estable. Pero eso no importó. Si algo estaba claro en la vida de Juanita Millán, era que quería ser militar. Logró entrar a la Armada y ya no era adolescente como sus demás compañeros. Pero hizo, como ellos, el mismo curso de formación militar con zapatos blancos, pantalón azul, camiseta blanca y gorra.

Estas son seis etapas de la vida de quien ahora es teniente de navío y una de las 138 mujeres que verifican el cese al fuego con las Farc

Cuando grande quiero ser de la Armada Nacional

La primera vez que Juanita Millán utilizó un uniforme blanco de la marina fue en la tienda de disfraces de su mamá en Bogotá. No fue precisamente el de la Armada colombiana, fue el uniforme marinero de Popeye.

Desde pequeña soñó con los buques y el mar. En su familia todos son médicos, nadie militar. Es la menor, la única mujer de cuatro hermanos y la que desde pequeña dijo: cuando grande quiero ser de la  Armada Nacional.

¿Cómo así que en la Armada no hay mujeres?

Estaba de vacaciones en Cartagena, ya se había graduado del colegio, era el momento perfecto para ir a la Escuela Naval y decir “quiero entrar a la Armada”. La respuesta: en la Armada no hay mujeres.

—¿Cómo así que no hay mujeres?

La única forma posible para que una mujer hiciera parte de esta fuerza militar en 1996 era estudiar en la Universidad y luego incorporarse en el cuerpo administrativo. La posibilidad de hacer los cuatro años de escuela, simplemente, no existía.

El cambio de planes para Juanita no fue tan complicado: Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Javeriana. Después de la Armada, la consideró como otra de las opciones profesionales para ayudar a las personas. Además, dice Juanita, “en ese momento todas las niñas queríamos ser como María Emma Mejía, la canciller del gobierno de Ernesto Samper”.

Su vida universitaria transcurrió, casi por completo, sin volver a pensar en la Armada. En octavo semestre hizo su pasantía en el Magdalena Medio atendiendo población desplazada. Gran parte del trabajo fue por el río Magdalena. Los retenes y puestos de control de la Infantería de Marina la enamoraron, otra vez, del camuflado. “Mientras que a la gente le generaban temor los buques, para mí era lo más bonito que había en río”.

Terminó la Universidad y volvió a insistir. Hacía cinco años le habían dicho que tenía que ser profesional para poder entrar a la Armada.

—Pero qué es eso de politóloga —le preguntaron—. Aquí no necesitamos eso.

—¿Pero cómo así que no?

—Pues aquí no hay de eso, no se necesita. Hay politólogos, pero civiles.

—Yo no quiero ser civil, yo quiero usar el uniforme, —respondió Juanita.

El tercer intento, en 2005, llegó por coincidencia. Un capitán de la Armada, en un programa de televisión, dijo que necesitaban politólogos. Juanita ya tenía un trabajo estable, tenía 28 años y era el último año en el que legalmente podía presentarse a la Armada. “Al día  siguiente, estaba con mis papeles postulándome a la convocatoria”, señala.

Ser mujer en las fuerzas militares

En 1997 entró la primera mujer militar de línea (es decir, que tuvo la formación completa en la institución) a las Armada. Pero desde entonces, dice Juanita, es igual para todos, no se discrimina por ser hombre o mujer. Hay requisitos de ley y en cada grado hay una cantidada de años establecidos que se deben cumplir, antes de ascender. Es un proceso lento.

Las mujeres militares han demostrado que son capaces de grandes cosas. En la Armada, por ejemplo, han llegado a ser capitanes de buques, de batallones, comandantes y han ganado reconocimientos importantes.  Pero eso sí, como dice Juanita, les ha tocado probarse. Su proceso de formación en las Fuerzas Militares es, de cierta forma, más difícil que el de los hombres porque estudian el doble, se preparan el doble, trotan más, levantan más peso; y  no porque así se los exija la institución, sino por “orgullo femenino”, porque dentro de una organización jerárquica comandada históricamente por hombres, hay que probar que ellos no son superiores.

Y aunque todavía las mujeres no han llegado a los rangos más altos, —en parte por el tipo de profesión o por el tiempo que llevan en la institución—, “no hay duda de que llegará el día en que serán almirantes, que es el máximo dentro de la Armada”, dice Juanita.

La entrada de las mujeres a las Fuerzas Militares de Colombia, explica, significó no sólo la transformación de una cultura patriarcal y machista en la institución y en el país. También significó cambios logísticos. Las mujeres de la Armada, por ley, tenían que embarcarse en los buques, pero ¿dónde iban a dormir? La institución tuvo que hacer adecuaciones gigantes y millonarias para poder embarcar mujeres.

Hay quienes elegimos simplemente no casarnos y priorizar la vida profesional. Y es válido

En la mente de las Farc

“Cuando terminé el curso de formación, por ser politóloga, me mandaron directo a Bogotá, a la Dirección de Acción Integral de la Armada”.  Su labor: hacer diagnósticos sociales de toda la jurisdicción de la Armada Nacional para entender la dinámicas del conflicto. Así fue que entendió a las Farc de pies a cabeza. Pero no lo hizo, como muchos otros, en medio de combates y patrullajes.

Como ella misma dice, “una cosa es apuntarle a una diana o un dibujo. Otra muy distinta es apuntarle al enemigo. Estoy formada para eso, pero creo que no lo haría”. Juanita Millán no está en la Armada para combatir, aunque sabe que siempre ha sido un objetivo legítimo por tener el uniforme.

A ella lo que le interesaba y le sigue interesando de ser militar es ayudar a la gente, resolver problemas e investigar. Así fue que conoció a las Farc.

En 2011 fue trasladada al Comando General de las Fuerzas Militares. Llegó con el “casete” de la resolución de conflicto, del posconflicto y del procesos de paz, pues era lo que siempre le había interesado. Tenía que hacer estudios sobre el tema y hacer un seguimiento de todos los pronunciamientos del Secretariado de las Farc, especialmente de Alfonso Cano y luego de Timochenko. “Era claro que había diferencias en lo que escribían, en el lenguaje que usaban y en la periodicidad de sus mensajes”.  Por eso, dice ella, estaba convencida de que habría un cambio en la dinámica política de conflicto y de que la estrategia militar se comenzaría a agotar.

Por Juanita se inició el diseño de la propuesta para la estrategia que deberían asumir las Fuerzas Militares ante una posible negociación. Pero todo eso, dice ella, era echando globos. Aunque para ese momento, seguramente, los generales ya sabían que el Gobierno y las Farc estaban en negociaciones secretas, ello no tenía ninguna certeza.

Poco después, en octubre de 2012, la nombraron asesora del General retirado Mora Rangel, quien fue representante de las Fuerzas Militares en las negociaciones.

Una militar en las negociaciones de paz

“No me imaginé llegar a La Habana, me daba por bien servida con que tuvieran en cuenta mis investigaciones”.

Juanita comenzó a trabajar en las negociaciones con el general Mora Rangel y al poco tiempo fue nombrada miembro de las Subcomisión Técnica para el Fin del Conflicto. Cuando estaba en La Habana, se creó la Subcomisión de Género y Mora Rangel propuso que allí debía haber una militar. Juanita comenzó a asistir como invitada especial. Su principal propósito: incluir la perspectiva de género en el punto tres del documento para el fin del conflicto, específicamente en los procesos de desarme y cese al fuego, y en el mecanismo de monitoreo.

Así se encontró de frente con esa organización que había estudiado por tantos años. Ella sabía que conocía perfectamente a las Farc, pero en La Habana dejaron de ser  para ella una estadística, un número, una marca, un objetivo.

En la Subcomisión de Género se dio cuenta que entre las guerrilleras y ella fluía la comunicación y la relación era fácil; no pasaba lo mismo con las civiles que también discutían el tema. Seguramente, dice, fue porque había curiosidad de ambas partes. Juanita tenía mucho interés en la vida ellas como guerrilleras y ellas en la de Juanita como militar. “Era un espacio común, de cierta forma éramos un espejo. Pensábamos que estábamos en orillas completamente distintas, que éramos el agua y el aceite, pero después nos dimos cuenta de que hay más coincidencias que diferencias”.

Ambas habían peleado siempre por lo mismo, pero desde organizaciones distintas. Ahora, se encontraban en una mesa de negociación y nuevamente el objetivo era el mismo.

¿Qué es lo más difícil de ser una mujer militar?

“Lo más difícil, elegir entre la carrera profesional y la vida personal”.

Hay mujeres que han llegado muy lejos, pero que paran porque se casan o quedan embarazadas. No se embarcan más, no crecen más en la institución porque priorizan otros aspectos de la vida. Muchas incluso, dice Juanita, “piden la baja” para poder dedicarse de lleno a su hogar.

Juanita cree que la decisión en su vida ya está tomada. Ella quiere dedicarse 100 % a su profesión. Y no es que en las Fuerzas Militares no se pueda ser mamá y teniente de navío al mismo tiempo, pero es difícil y por eso muchas prefieren parar su carrera militar.

“Hay quienes elegimos simplemente no casarnos y priorizar la vida profesional. Y es válido, pero claro, no estamos exentas a que la sociedad nos juzgue porque no nos hemos casado ni hemos tenido hijos”.

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