Shaira Maritza Franco se ajusta el vestido rojo corto, se maquilla las pestañas negras largas, se echa un pintalabios y se peina con su cepillo de colores. Está lista para salir. Esta vez no irá a la calle de Las Guapas pues desde que empezó la pandemia dejó el trabajo sexual. Sale a comprar el mercado para ella y las otras mujeres trans con las que vive.
“Cuando me di cuenta de que iba a iniciar la cuarentena fue muy terrorífico para mí y las demás chicas”, dice Shaira. Vivía en un hotel donde la habitación cuesta 20 mil pesos la noche y ni ella ni sus amigas tenían para pagar el fin de semana. No sabían dónde iban a pasar el encierro.
Shaira tiene 37 años, nació en Aguadas, un municipio pequeño de Caldas. Recuerda que cuando tenía 4 años Mary, su hermana mayor, le puso un shortcito azul; en ese momento se sintió como una niña. No entendía qué pasaba, se miraba en el espejo y se sentía plena. Dejó de estudiar cuando cursaba segundo de primaria y su padre la llevó a trabajar a la finca con su hermano. Ella no quería ser un campesino, le gustaba más estar en el pueblo jugando al papá y a la mamá con sus amigos; siempre quería ser la mamá. Cuando iba a cumplir 11 años conoció a Sebastián y en los cafetales se dieron su primer beso. “Yo me sentí muy rara porque no sabía besar, pero al mismo tiempo me gustó mucho, porque antes de besarlo a él yo ya les había dado besitos a las niñas del barrio”, recuerda.
Shaira se empezó a rebelar, al mismo tiempo que empezó a llegar la guerrilla al municipio de Aguadas. “No quería ir a la finca a sudar como un hombre para devolverme caminando por las calles del pueblo, sudorosa y llena de tierra”. Comenzó a salir con Pecas y La Calva, sus mejores amigas, y así iniciaron los problemas con su madre. “Empecé a llegar tarde, borracha y vestida de mujer a la casa”. Con la guerrilla también llegaron muchos soldados. “Pecas, La Calva y yo comenzamos a andar mucho con los soldados, y nos hicimos novias de ellos”.
Un día se sintió muy mal y fue a la iglesia a confesarse. Le dijo al cura que le gustaban los hombres, necesitaba preguntarle si era verdad que eso era un pecado. “Cuando salí de allí, lo primero que hice fue ir a donde mi hermana a decirle que un sacerdote me había dicho que eso que yo sentía desde muy niña no era nada malo, pero Mary no me creyó”.
Todo estaba bien hasta que el novio de su amiga Pecas, que era cabo del ejército y amigo de los paramilitares, le dijo que había una orden para matarla por su condición sexual. “Yo di mucha lora, eché mucha pluma… incluso una vez estaba con mis amigas en el Pueblito Paisa y, entre los tragos y las bromas, un hombre me dijo que me pagaba si bailaba; yo bailaba muy bien, así que lo hice y terminé en tanguitas”, recuerda. Tenía 13 años cuando le tocó huir a Manizales.
Shaira de nuevo, 24 años después, se vio obligada a buscar un lugar en la ciudad para dormir, esta vez a causa de la pandemia. Ella y sus amigas lograron conseguir lo del primer fin de semana, pero no tuvieron dinero para pagar una habitación durante un mes, el tiempo que les dijeron que iba a durar la cuarentena. “Cuando ya vimos que la cosa no era así, que las cosas iban a seguir, entonces hablamos con la señora del hotel para que nos dejara quedar, y ella no accedió”. Era una carrera contrarreloj.
Con la ayuda de la organización Armario Abierto, que desde hace 8 años trabaja por las mujeres trans en Manizales, lograron alquilar una casa para todas y la nombraron Casa Refugio Transfeminista.
“La casa refugio nació en la desesperación absoluta”, cuenta Vanessa Londoño, de Armario Abierto. “Por esos días empezaron a poner toque de queda muy estricto. Vos veías pasando la tanqueta por toda la calle, estaban las patrullas de la policía dando vueltas y a las 8 de la noche llegaba un camión a recoger a los habitantes de calle”, recuerda Vanessa.
Buscaron a Matilda González, la primera mujer trans en asumir el puesto de secretaria de las Mujeres y Equidad de Género en Manizales el año pasado. A inicios del 2020, ella había empezado un proyecto para que 25 trabajadoras sexuales terminaran el bachillerato con el apoyo del SENA, la Secretaría de las TIC y Fenalco. Les dieron computadores para capacitarse justo antes de que empezara la pandemia, y cuando se vieron encerradas, empezaron a virtualizar su trabajo con los computadores que les habían entregado.
La casa refugio nació en la desesperación absoluta. Por esos días empezaron a poner toque de queda muy estricto.
Como no podían salir a trabajar, para conseguir dinero para el mercado y pagar el arriendo, empezaron a hacer interacciones a través de la cámara del computador que les había prestado el SENA en páginas de modelaje webcam como Chaturbate y Bongacams. Se conectaban cinco o seis horas diarias, esperando propinas de los usuarios de estas páginas, donde la relación solo es virtual.
“En este momento tenemos un proyecto y sabemos que varias se están virtualizando, ¿por qué no medimos eso y lo convertimos en un piloto?”, pensó Matilda. Entonces, un programa que inició para brindarles educación a las trabajadoras sexuales se convirtió también en un proyecto para disminuir los efectos negativos que pudieran derivarse del trabajo sexual durante la cuarentena. “Ellas tenían menos riesgo por el virus y menos riesgo de violencia al tener menos contacto con los policías. Se hicieron de 300 a 350 mil pesos, lo que les alcanzó para alimentación y ayudar a sus familiares”, cuenta Matilda. Una de las mujeres a las que ayudó con este proyecto fue a Shaira.
Cuando Shaira llegó a Manizales le tenía miedo a la calle. “Yo salía por la tarde, tipo seis y cuando conseguía lo de la pieza me entraba a dormir temprano. A veces me alcanzaba para lo de la comida, otras veces no”. Empezó a trabajar en un bar, y como era menor de edad el dueño puso dos condiciones: “Cuando llegara la policía tenía que esconderme, y si me llamaban a una mesa, tenía que decirles lo que yo era, es decir, que era una marica, para evitar problemas”.
“Un día un hombre se me acercó y me preguntó —¿cuánto me cobra?, yo le doy lo que me pida. Para que no me dijera nada más, ni me insistiera, le pedí cincuenta mil pesos, aparte del valor de la pieza”. Esa era la estrategia de Shaira, les pedía lo que en ese momento era mucho dinero, para quitárselos de encima. “Pero esta vez el hombre me dijo —listo, yo se los pago. Yo le dije que sí. Antes de entrar le dije que me daba miedo que me lastimara, que por favor fuera muy cuidadoso”.
Shaira se sentía avergonzada. “Cuando empecé a meterme en el cuento yo me sentía sucia, yo no quería ser trabajadora sexual, yo quería estudiar, hacer otra cosa, quería ser actriz. Ese era mi sueño, ser presentadora. Entonces conocí a una señora, un día la vi llorando en el bar y me puse a hablar con ella. Estaba muy triste porque necesitaba dinero para completar el semestre de su hijo en la universidad. Me dijo —a mis hijos los he sacado adelante con esto, yo sostengo a mi familia, quiero que mis hijos sean profesionales. Le pregunté, —sus hijos ¿qué piensan de lo que usted hace? y ella me dijo —ellos se sienten orgullosos de mí. Ese día entendí que no tenía por qué sentirme sucia, ni diferente, porque era una manera de sobrevivir. Comprendí que eso era un trabajo, el más difícil que existía, pero era un trabajo”, recuerda.
Cuando Matilda intentó ayudar a Shaira y a las demás trabajadoras sexuales con los computadores, no se imaginó que sería denunciada penalmente por incitación a la prostitución. El 11 de junio, la Secretaría publicó un video de Shaira donde mostró cómo las trabajadoras sexuales estaban virtualizando su trabajo. A raíz del video, el 7 de julio la Procuraduría General de la Nación le envió una alerta por el delito de inducción a la prostitución en campaña institucional en redes sociales, en la que expresó “la Alcaldía, a través de la mencionada Secretaría, con el apoyo del SENA y Fenalco, están promoviendo que las mujeres y personas trans sean utilizadas sexualmente en el comercio carnal a través de la modalidad de webcam”.
Para la Procuraduría, la Alcaldía no solo estaba promoviendo la prostitución, sino que también estaba estigmatizando a las mujeres trans. “Como el caso de la modelo utilizada en el video, que propone como forma de conseguir ingresos durante la cuarentena, la de ser explotada sexualmente a través de los entornos digitales”, dijo en la alerta.
La que más sufrió fue Shaira. “Una tarde estaba acá trabajando en la webcam cuando me llama una amiga y me dice —prenda la televisión. Y ¡pum!, estaba yo ahí en canal nacional. Ese día me enteré que se había vuelto un escándalo. La manera como querían mostrar el video en los medios me causó mucho daño”.
Cuando la Procuraduría envió la alerta, el SENA les quitó los computadores a las trabajadoras sexuales y Matilda decidió frenar el proyecto. La Organización Armario Abierto logró conseguirle un computador a Shaira para que pudiera seguir trabajando. Una de las mujeres que estuvo con ella cuando todo esto ocurrió fue Estefanía Hincapié.
Estefanía tiene 36 años. Es de un municipio del Meta que se llama Granada. A los 16 años se fue para Pereira y poco antes de la pandemia a Manizales. Allí se quedó viviendo en la casa refugio con las demás mujeres trans.
“Toda mi vida quise ser travesti. Cuando le dije a mi mamá que yo era gay, ella me dijo —¡Ay, usted creía que yo no sabía!, ahí me relajé. Mi padrastro también me aceptó, él trabajaba en una chacita y me empezó a llevar ropa de mujer y yo empecé a dejarme crecer el pelo”.
Estefanía era una de las trabajadoras sexuales a quienes el SENA les quitó los computadores porque estaban usándolos para ser modelos webcam. “Yo estaba trabajando en el computador de la Alcaldía cuando no podíamos salir, me levantaba a las tres de la mañana porque Shaira trabajaba en la tarde. Yo aprovechaba el horario que era diferente al de ella por el internet”, cuenta.
Desde entonces, Estefanía va todos los días a las seis de la mañana a trabajar a la calle 20, un lugar cerca del centro que las mujeres trans nombraron la calle de Las Guapas. Antes de cambiarle el nombre, este lugar era conocido como la calle del bollo, de la penicilina, de la galería.
“El trabajo ya está bueno porque la gente se acostumbró a vivir con esa pandemia. Antes uno se podía pintar los labios, en cambio ahora no, porque el labial se queda pegado en el tapabocas. De la nariz para abajo no hay que usar maquillaje”, se ríe.
Estar en una esquina a las 3 de la mañana, expuesta a los peligros yprácticamente desnuda, hay que ser guapa
En sus mejores días les cobra a sus clientes cuarenta o cincuenta mil pesos, más el pago de la habitación en el hotel de Don Rogelio, el único que hay en esta calle. “Nosotras salimos allá a Las Guapas. Me gusta salir temprano en la mañana porque yo soy la que cocino. Vuelvo a las diez de la mañana a hacerles el almuerzo a las demás”.
La razón por la que la nombraron calle de Las Guapas la cuenta Shaira: “la palabra guapa viene, no de guapa de bella, sino de guapa de aguante. Para estar en una esquina a las 3 de la mañana, expuesta a los peligros y a todo lo que trae la noche, con poca ropa, prácticamente desnuda, hay que ser guapa”. A Estefanía y a las demás mujeres trans que no pudieron conseguir otro computador, les tocó volver a trabajar en la calle de Las Guapas.
Mientras ellas trabajan en la calle, el 24 de julio la Procuraduría le envía una nueva comunicación a Matilda, donde manifiestan, de manera contradictoria con la primera comunicación, que la política pública de la Secretaría de Género sí busca mejorar las condiciones de vida de las personas de la población LGTBI que ejercen el trabajo sexual y generar alternativas de productividad y emprendimiento. Esa misma semana, la situación se confunde aún más cuando Adriana Herrera, quien firmó el primer comunicado como Procuradora Delegada para la Defensa de los Derechos de la Infancia, la Adolescencia y las Mujeres, dijo en una entrevista para Blu Radio que, de manera alguna se estaba avalando el programa con esta respuesta.
Finalmente la Procuraduría decide retirar la alerta, pero todo queda en el limbo. “Necesitamos saber si para la Procuraduría, que el Estado ayude a virtualizar es un delito o es una forma de mitigar los impactos negativos que puede traer el trabajo sexual”, dijo Matilda ajustándose sus gafas negras desde su despacho en el piso 10 de la Alcaldía, desde donde pensaba cómo podía seguir ayudando a las trabajadoras sexuales.
Meses después Matilda decide renunciar. Además de todo lo que ocurrió con la Procuraduría y sus intentos de ayudar a las trabajadoras, tuvo problemas con Carlos Mario Marín, el Alcalde de Manizales, por la forma en que él venía liderando los temas y en cómo trataba a su equipo de trabajo.
Mientras tanto, Shaira termina de pasar ese trago amargo sentada sobre el edredón rojo de su cama, en su habitación, donde ahora es modelo webcam, mientras empieza a hacer más proyectos con Armario Abierto.
*Esta historia hace parte del trabajo de grado de la maestría en periodismo del Centro de Estudios en Periodismo, Ceper, de la Universidad de los Andes. La producción de esta historia contó con el apoyo del Centro de Investigación y Creación (CIC) de la Universidad.