La Plata es una isla situada en Bahía Málaga. A sus habitantes se les va la vida pensando en gasolina. Tener aceite para fritar la comida, tener que ir a un médico por una emergencia, tener que ir a dar a luz, tener que mantener frío el pescado, poder escuchar música después de un pesado día laboral… Todas estas decisiones, y muchas más, están atravesadas por la misma pregunta: ¿hay plata para la gasolina? O, ¿hay aceite para mezclarla?
Si faltase la plata el problema se volvería enorme: en La Plata no es lo mismo conseguir gasolina que en el resto de Colombia. En esta isla aislada de Buenaventura por agua y manglares, isla que cobra cada gota que se gasta en transporte acuático, un galón de gasolina puede llegar hasta el doble de su precio original de compra: pasa de 8.000 COP a 13.000 COP. Además, allí no hay redes eléctricas ni acueductos para las casas. Los habitantes tienen que iluminar sus hogares a punta de plantas eléctricas. Son plantas eléctricas personales, costosas y ruidosas; la última planta comunitaria de la isla está olvidada en una casucha llena de lianas y telarañas. No funciona desde el 2014.
Hoy, cada habitante vela por su propia luz: por los bombillos de sus casas; por computadores que los jóvenes casi no usan en una escuela destruida por el descuido; por los televisores en los que ven los partidos de fútbol y las novelas; por sus neveras estropeadas. Ante todas estas preocupaciones, los malagueños toman acción. Los malagueños salen en busca del recurso que más necesitan, del más lejano, del recurso que más les ha quitado el tiempo, la plata y la calma: la gasolina.
